Capítulo 16
CASTIDAD
Castidad
Casto (adjetivo). Honesto, puro, opuesto a la sensualidad. Aplicase también a las cosas que conservan en sí aquella pureza y hermosura con que fueron creadas.
Castidad (sustantivo). Virtud opuesta a los afectos carnales.1
Iniciamos la discusión de este principio del evangelio con una definición derivada del diccionario, para que haya en la mente un significado claro y definitivo de la palabra castidad. Con frecuencia se deja de enseñar esta importante doctrina por causa de la naturaleza tan delicada del asunto. La consecuencia de este titubeo, en lo que respecta a la presentación de la doctrina, sólo resulta en una noción muy vaga de lo que realmente constituye este principio.
Sugerimos dos maneras de presentar el principio de la castidad: Primero, en lo que concierne al cuerpo humano; segundo, Dios nos ha el mandamiento de que siempre nos conservemos sexual- mente limpios.
El respeto al cuerpo humano
Si uno verdaderamente entendiera la dignidad y el propósito del cuerpo humano, jamás lo profanaría. En el estado preexistente los espíritus de los hombres gritaron de gozo y se regocijaron cuando se les anunció la oportunidad de recibir cuerpos terrenales.2 Por este medio el hombre podría capacitarse para llegar a ser semejante a Dios el Padre Eterno. Esta vida, en relación al gran plan, no es sino un estado pasajero de probación en el cual el hombre debe pasar un examen de sí mismo.3 Después de los pocos años que viven sobre la tierra los hombres pasan por una breve separación del cuerpo y el espíritu. Por hallarse privados de estas facilidades, se podría considerar esta separación como un encarcelamiento.4 Cuando el espíritu y el cuerpo sean reunidos en la resurrección, se formará un alma inmortal.5 En la resurrección nos será restaurada la clase de cuerpo que hayamos desarrollado o preparado para nosotros mismos durante la existencia terrenal. En las eternidades tendremos exactamente la clase de cuerpo que desarrollemos aquí, bien sea un cuerpo celestial, terrestre o telestial, o quizá un cuerpo que no pueda resistir ningún reino de gloria.6 A la luz de esta enseñanza del evangelio acerca de la importancia del cuerpo humano, estamos apercibidos para defender el cuerpo de cualquier profanación.
Además de luz y verdad de carácter eterno, el evangelio también nos proporciona importante conocimiento acerca del cuerpo en la actualidad. El cuerpo es el lugar donde mora nuestro espíritu y donde también puede morar el Espíritu de Dios. El apóstol Pablo dijo a los santos de Corinto: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”7
Además: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”8
El que observa la ley de castidad guarda inmaculado el templo de Dios. El Señor ama a tal persona y la honra y la recompensa. En una exposición penetrante en extremo, el apóstol Pablo nos dice cómo podemos evitar y vencer el poder del mal. Sostiene la tesis de que si uno tiene las armas de la verdad y está protegido por la justicia; si uno se encuentra sobre el camino del evangelio; si uno tiene fe y el Espíritu de Dios, entonces puede resistir las tentaciones del diablo. Es lo que él llama “toda la armadura de Dios”. “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.”9
Observaréis que el apóstol desea que protejamos las varias partes vulnerables del cuerpo con la armadura correcta. Nuestros lomos representan o dan a entender los órganos generativos. En otras palabras, proteger nuestra castidad es llevar “ceñidos los lomos con la verdad”. Si entendemos la verdad acerca del cuerpo humano, nos encontramos armados para protegerlo y conservarlo puro y limpio.
Esta es una manera indirecta de enseñar el principio de la castidad. Si se enseña el respeto al cuerpo, al propio, así como al de otros, se inculcará el decoro y la castidad. Consideremos ahora la presentación más directa.
Dios nos ha mandado que seamos sexualmente puros
A juzgar por las Sagradas Escrituras, parece que las leyes de Dios sobre la pureza sexual han sido esencialmente las mismas en todas las épocas. Tienen por objeto proteger la fuente de la vida. En 1942 la Primera Presidencia de la Iglesia dirigió un mensaje especial a sus miembros en el que dijo:
Desde Adán hasta el tiempo actual, Dios ha mandado a sus hijos que conserven su pureza sexual. . . Vosotros que habéis observado la ley de castidad, habéis guardado los templos de Dios sin mancha. Podéis presentaros delante del Señor sin avergonzaros. Él os ama; os honrará y premiará. Cada tentación que es vencida aumenta la fuerza y la gloria del alma. El Señor siga bendiciéndoos y prosperándoos en todas vuestras obras rectas.
Pero algunos de nosotros nos hemos olvidado de lo que el Señor ha dicho acerca de estos pecados. Algunos de nosotros no hemos enseñado a nuestros hijos la necesidad de la pureza sexual. Algunos maestros han tratado de descubrir a nuestra juventud los misterios de la vida y con ello han despojado al acto creador de toda la santidad con que desde el principio Dios lo ha envuelto. Estos nunca lo han reemplazado con algún principio justo restrictivo. De manera que para muchos la modestia se ha convertido en una virtud ridiculizada, y el impulso sexual ha sido reducido al nivel del hambre y la sed. Desde los días de Sodoma y Gomorra hasta el tiempo actual, la inmoralidad sexual y los males que la acompañan, tales como la borrachera y la corrupción, han humillado a las naciones más potentes, han destruido pueblos poderosos, han reducido al transgresor casi al nivel de las bestias del campo.
Para que nos acordemos de la gravedad del pecado de la incontinencia, será bueno repetir algunas de las cosas que el Señor y sus profetas han dicho al respecto.
Uno de los diez principios fundamentales de la sociedad cristiana, aceptados por todos los adoradores del verdadero Dios, fue dado a los hombres en el Sinaí, cuando Dios escribió con su propio dedo: “No cometerás adulterio.”
Según las leyes de Moisés, los adúlteros eran apedreados. “No haya ramera de entre las hijas de Israel… (Deut. 23:17). . . Pablo declaró lo siguiente a los Efesios: “Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo. . . tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios.” (Efesios 5:5). . . En las enseñanzas de Jacob a los nefitas, leemos: “¡Ay de los que cometen fornicaciones! Porque serán arrojados al infierno.” (2 Nefi 9:36)
A nosotros, los de esta Iglesia, el Señor nos ha dicho que los adúlteros no deben ser admitidos como miembros (Doc. y Con. 42:76); que los adúlteros de entre los miembros de la Iglesia deben ser desechados si no se arrepienten (Doc. y Con. 42:75), pero si se arrepienten se les permitirá permanecer (Doc. y Con. 42:74; 42:26), y declaró: “Por esto podéis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará.” (Doc. y Con. 58:43)
En la gran revelación de las tres glorias celestiales, hablando de los que heredarán la más baja, o sea la gloria telestial, el Señor dijo: “Estos son los mentirosos, y hechiceros, y adúlteros, los fornicarios, y quienquiera que ama y dice mentiras.” (Doc. y Con. 76:103)
La doctrina de esta Iglesia es que el pecado sexual—las relaciones sexuales ilícitas entre hombres y mujeres—sigue en gravedad al asesinato. . .
Vosotros, jóvenes de Sion, no podéis tener relaciones sexuales ilícitas fuera del matrimonio, que constituye la fornicación, sin escapar los castigos y juicios que el Señor ha decretado para este pecado. El día de retribución vendrá tan seguramente como la noche sigue al día. Aquellos que tratan de justificar este crimen y dicen que esta participación no es sino una satisfacción inocente de un deseo normal, como saciar el hambre y la sed, pronuncian asquerosidades con los labios. Sus consejos conducen a la destrucción; su sabiduría viene del padre de las mentiras. . .
Las rameras y aquellos que se asocian con ellas, Dios los trata con desprecio divino. Son los que han vendido una eternidad de felicidad por los placeres pasajeros de la carne.
El Señor no tendrá sino un pueblo limpio. . .
En virtud de la autoridad conferida sobre nosotros como Primera Presidencia de la Iglesia, amonestamos a los de nuestro pueblo que estén pecando, de la degradación, iniquidad y castigo que acompañan la incontinencia: os instamos a que recordéis las bendiciones que emanan de una vida limpia; os exhortamos a que sigáis seriamente el sendero de la más estricta castidad, el único mediante el cual pueden venir a vosotros los dones más selectos de Dios, y morar su Espíritu con vosotros.10
En otro mensaje fechado ese mismo año, la Primera Presidencia escribió: “Cuán gloriosa y cuán cerca de los ángeles la juventud que es pura; tendrá alegría inefable aquí y la felicidad eterna en la vida venidera. La pureza sexual es la posesión más preciosa de la juventud; es el fundamento de toda justicia. Más vale morir limpios, que vivir impuros.»11
José y David
Después de todo lo dicho, el propio mandamiento de Dios sobrepuja cualquier argumento. Frente a la tentación, uno quizá intentará justificar sus pensamientos lascivos diciéndose falsamente: “Mis padres y las autoridades de la Iglesia tienen conceptos anticuados; es mi propio cuerpo, puedo hacer con él lo que me dé la gana; soy mi propio amo, estas restricciones no se aplican a mí.” No estamos seguros en qué forma razonó el rey David. Había sido ungido y escogido de Dios, y ocupaba el puesto de rey de Judá con jurisdicción en todo Israel. A pesar de todo ello, cayó en las terribles redes del pecado de la inmoralidad.12
Durante el resto de sus largos años de vida, el rey David intentó arrepentirse de este pecado y del de conspirar para cometer asesinato, que resultó del acto. Expresó agradecimiento al Señor por la pequeña medida de consuelo que finalmente, recibió: “Porque no dejarás mi alma en el Seol (infierno).”13 Es decir, David tendrá que padecer en el infierno y pagar el precio de sus pecados antes que pueda resucitar. El apóstol principal, Pedro, en el sermón que pronunció el día de Pentecostés, hizo ver a sus oyentes que aun cuando muchos de los profetas habían salido en la resurrección, después de la de Cristo, no había sucedido otro tanto con David, cuyo sepulcro—les dijo—“está con nosotros hasta el día de hoy”.14
Contrastemos esta caída de David, el rey ungido, y la virtud de José que fue vendido en Egipto. Igual que el rey David, José había prosperado. Era mayordomo de la casa de su amo y de todos sus campos y bienes. La esposa del amo procuró tentar a José. La ocasión no era para raciocinio y justificación. José pudo salvarse porque conocía el mandamiento de Dios. “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” Entonces hizo lo más prudente, cuando no lo más cortés, pues simplemente “huyó y salió”.15 José recibió la promesa de una exaltación completa en el reino celestial.
La castidad se pierde paulatinamente
No pensemos que somos los únicos que tenemos tentaciones. Uno de los propósitos de esta vida terrenal es aprender a dominar nuestras pasiones. Este deseo ha estado con el hombre desde el principio. La unión de los sexos mediante el matrimonio es honorable y santificante. Fuera del matrimonio es un pecado degradante. Mil años antes de Cristo el más sabio de todos los reyes aconsejó: “Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz. . . para que te guarden de la mala mujer, de la blandura de la lengua de la mujer extraña. No codicies su hermosura en tu corazón, ni ella te prenda con sus ojos. . . ¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? . . . Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace.”16
La castidad se puede destruir paso por paso. “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre braza sin que sus pies se quemen?”17 ¿Pueden los hombres y las mujeres ser inmodestos unos con otros y no quemarse? La inmodestia indica falta de entendimiento y respeto hacia nuestro propio cuerpo y personalidad. Conduce a ofensas mucho más graves. Nadie sabe precisamente hasta qué punto puede él o ella vencer la tentación. Es el colmo de la imprudencia colocarse en una posición de la cual difícilmente se puede salir.
Dios condena toda forma de lascivia, sodomía, masturbación y otras perversiones sexuales. El diablo se vale de todos estos deseos de la carne para hacer que los hombres pierdan su salvación. La Iglesia enseña que uno debe arrepentirse de estos pecados y vencerlos. Los jóvenes que van a ser considerados para una misión o adelantados en el sacerdocio son interrogados en relación con toda perversión sexual, y les son negadas estas bendiciones a los que son considerados indignos.
¡Cuán gloriosa es la vida casta!
El presidente J. Reuben Clark declaró: “Quisiera decir a la juventud de la Iglesia, y primeramente a vosotras que sois hijas: El hombre o joven que exige, como precio de sus favores o amor, gozar de vuestro cuerpo fuera del casamiento, sólo os ofrece aflicción y degradación a cambio de ello; y ahora a vosotros que sois hijos: La mujer que os ofrece su cuerpo fuera de los vínculos del matrimonio os invita a una fiesta de enfermedad y corrupción que os profanará hasta la muerte. Y cualquier hombre o mujer que exige como el precio de sus favores o amistad, la violación de cualquiera de vuestras normas rectas de vida, no os ofrece nada que valga la pena comprar. Lo que os ofrece es tan falso como la propia iniquidad. Digo esto con toda la seriedad y solemnidad que hay en mí, sabiendo, como sé que vivo, que digo la verdad.”18
En conclusión citamos estas palabras de la Primera Presidencia: “¡Cuán glorioso es aquel que lleva una vida casta! Anda sin temor en el fulgor completo del sol al mediodía porque se encuentra libre de las enfermedades morales. Los dardos de la vil calumnia no lo pueden tocar, porque su armadura no tiene defecto. . . Su rostro nunca lleva el sonrojo de la vergüenza, porque no oculta ningún pecado. Todo el género humano lo honra y lo respeta, pues no tiene por qué censurarlo. El Señor lo ama porque se encuentra sin mancha. Las exaltaciones de las eternidades esperan su venida.”19
(1) Diccionario de la Lengua Española, Real Academia de España. (2) Job 38:7; capítulo 7 de esta obra. (3) P. de G. P., Abrahán 3:26; capítulo 7 de esta obra. (4) 1 Pedro 3:19. (5) Doc. y Con. 88:15; 93:33. (6) Doc. y Con. 76:5-111. (7) 1 Cor. 3:16, 17; 2 Cor. 6:15, 16. (8) 1 Cor. 6:19. (9) Efe. 6:13-17. (10) Mensaje de la Primera Presidencia, octubre de 1942. (11) Mensaje de la Primera Presidencia, abril de 1942. (Cursiva del autor) (12) 2 Sam. 11:2, 4. (13) Salmo 16:10. (14) Hech. 2:29. (15) Gén. 39:7-12. (16) Prov. 6:23-32. (17) Ibid., 6:27-28. (18) J. Reuben Clark, hijo, Conferencia General de abril de 1940. (19) Mensaje de la Primera Presidencia, octubre de 1942.
























