Capítulo 23
LA LEY DIVINA DE TESTIGOS
La manera de proceder
En uno de los libros de la ley mosaica, Deuteronomio, el Señor estableció un principio fundamental para juzgar a su pueblo cuando fuera necesario:
No se tomará en cuenta un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquier ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación.1
El principio se aplicó a todo asunto importante de las vidas de los hijos de Israel. También el Maestro, durante su ministerio terrenal, se refirió a la aplicación general de esta ley de testigos en la vida de la gente:
Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.
Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.2
El apóstol Pablo propiamente aplicó esta ley a la predicación del evangelio:
Esta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto.3
Tal fue la manera establecida de proceder en asuntos de la ley y del evangelio. Por regla general, si uno está interesado en los principios de la ley y del evangelio, también lo está en la substancia, es decir, el propio depósito de verdad que constituye las verdades del evangelio. Es también importante entender el método o manera de proceder establecido por Dios. Es necesario establecer una ley sobre la forma de proceder antes que la ley real pueda funcionar. En otras palabras, debe haber tribunales antes que éstos puedan administrar la ley. Otro tanto sucede con las verdades salvadoras del evangelio. El Señor establece su forma de proceder en la otorgación de las verdades y ordenanzas salvadoras al género humano. Este sistema de que se vale el Señor es la ley divina de testigos.
Historia de los hechos del Señor
Consideremos la manera en que el Señor ha obrado con el género humano en varias de las dispensaciones anteriores. Antes del diluvio el Señor llamó a Noé para que amonestara al pueblo de la destrucción que los esperaba si no se arrepentían. Matusalén, abuelo de Noé, vivió hasta poco antes del diluvio y profetizó que la tierra nuevamente sería poblada por conducto de su descendencia.4 Se aclara, pues, que su testimonio se unió al de Noé para amonestar al pueblo durante la misión de ciento veinte años que éste efectuó. Lamec, padre de Noé, fue otro hombre justo que vivió durante esta época.
No sabemos mucho acerca de la dispensación de Abrahán. Nos es dado a entender, sin embargo, que Elías tuvo algunas de las llaves de esta dispensación5 y que Melquisedec vivió durante esa época y desempeñó un papel religioso.6
Dios llamó a Moisés a una misión. Sin embargo, no lo envió a solas para que testificara a Faraón, rey de Egipto, sino que mandó con él a su hermano Aarón.7
El Señor llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan a la cumbre de una montaña. Allí se transfiguró delante de ellos y la voz del cielo testificó de Jesús, diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.”8 Pedro no fue el único que estuvo presente en esta transcendental ocasión en que el propio Padre testificó de su Hijo.
El sistema del Señor de emplear testigos
Si el Señor quisiera, fácilmente podría proclamar el evangelio desde los cielos. Podría hacer que los ángeles, con grandes y gloriosas manifestaciones, declararan el mensaje de salvación a todo el mundo. A primera vista, parecerá ser un medio muy eficaz para convencer al género humano. Sin embargo, jamás ha sido, ni es en la actualidad, la manera en que el Señor obra. Nunca se ha manifestado personalmente en gloria a un mundo incrédulo. Se vale de testigos; siempre ha enviado a sus mensajeros para que prediquen el evangelio al mundo.
Después de su resurrección, el Señor pudo haberse aparecido al sanedrín que lo condenó a muerte y demostrar que efectivamente había salido de la tumba; o pudo haberse aparecido al tribunal romano para comprobar que había vencido la muerte. Sin embargo, no hizo ninguna de estas cosas. Se manifestó a María Magdalena en la tumba, apareció a sus apóstoles y más tarde a sus discípulos. Sobre ellos cayó la responsabilidad de predicar el evangelio al mundo: ellos serían sus testigos.
Durante su ministerio terrenal el Salvador llamó la atención de sus oyentes a esta ley de testigos y El mismo se sujetó a ella.
No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.
Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero.
Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero.9
El Maestro entonces se refirió a otro testimonio, aparte del que Juan había dado de Él. Más adelante hallamos información sumamente interesante sobre este otro testimonio. En esa ocasión sus acusadores alegaban que no había cumplido con la ley de testigos.
Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Entonces los fariseos le dijeron; Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero.
Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy.
Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie.
Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo sólo, sino yo y el que envió, el Padre.
Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero.
Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí.10
Jesús les recordó que según la ley de ellos “el testimonio de dos hombres es verdadero”. Uno de esos hombres era El, que daba testimonio de sí mismo; el otro hombre era el propio Dios el Padre. Y entre paréntesis, ¿qué mejor evidencia de que Dios el Padre tiene forma semejante a la del hombre? En la circunstancia extraordinaria de que Cristo nació del Padre en la carne, el testigo más lógico y competente era su Padre. Ya hemos hecho referencia al testimonio dado a Pedro, Santiago y Juan; y el Padre también testificó de los cielos al tiempo del bautismo de Jesús.11
José Smith y la ley de testigos
En sus relaciones con José Smith el Señor empleó el mismo sistema que con los profetas anteriores. Nos referimos, por supuesto, a la ley de testigos. Como sucedió con Moisés y la zarza ardiente, no hubo ningún otro testigo de la primera visión dada a José Smith. Sin embargo, cuando fueron abiertos los cielos y conferidos sus poderes y autoridades, José no fue el único. Cuando se restituyeron las llaves y autoridades, dos hombres fueron los receptores, de conformidad con la ley de testigos.
Al ser restaurado el Sacerdocio de Aarón, dos hombres lo recibieron, José Smith y Oliverio Cowdery.12 Así fue con el Sacerdocio de Melquisedec.13 También fueron los mismos que recibieron comisiones especiales de Elías, Moisés y Elías el Profeta.14
La restauración de la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos concuerda en todo detalle con la manera de proceder previamente establecida por Dios. Constituye, por tanto, una de las grandes evidencias de la verdad de la restauración.
Otros testigos
Concerniente a la publicación del Libro de Mormón en los últimos días, leemos estas palabras:
Y nadie más lo verá, sino unos cuantos según la voluntad de Dios, para dar testimonio de su palabra a los hijos de los hombres; porque el Señor Dios ha dicho que las palabras de los fieles deberán hablar como si fuera de los muertos.
Por tanto, el Señor Dios sacará a luz las palabras del libro, y por boca de cuantos testigos a él le plazca, establecerá su palabra; y ¡ay de aquel que rechace la palabra de Dios!15
De acuerdo con la anterior profecía, el Señor concedió a ciertas personas el maravilloso privilegio de ver las planchas metálicas que contenían los anales sagrados de las naciones nefitas y jareditas. Hicieron una declaración solemne de ello y testificaron: (1) Que vieron las planchas; (2) que vieron los grabados que contenían; (3) que un ángel las puso ante sus ojos; (4) que la voz del Señor les dijo que la traducción hecha por José era verdadera y correcta, y (5) que les fue mandado dar testimonio al efecto. Los tres declarantes fueron Oliverio Cowdery, David Whitmer y Martín Harris. En las circunstancias más difíciles, aun después de haberse apartado de la Iglesia, los testigos sostuvieron y reiteraron este testimonio.16
A ocho personas más se concedió una experiencia no tan extraordinaria, pero no menos significativa. El profeta José Smith les mostró las planchas y ellos las examinaron y palparon. Estos también firmaron una deposición de lo que habían visto.17
Así fue como el profeta José Smith compartió con otros la responsabilidad de testificar acerca de la existencia y traducción de las planchas del Libro de Mormón.
El hombre es condenado cuando rechaza los testimonios
Poco antes de la ascensión de nuestro Señor al cielo, dijo a sus apóstoles:
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra.18
También leemos:
Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día… y vosotros sois testigos de estas cosas.19
El testimonio ha salido al mundo y “¡ay de aquel que rechace la palabra de Dios!”20
Su testimonio está en vigor hasta el día de hoy
El profeta José y el patriarca de la Iglesia, Hyrum Smith, dieron sus vidas en lo que fue el punto final de su testimonio.
Hay muchos que se maravillan de su muerte; más fue menester que sellase su testimonio con su sangre, a fin de que él sea honrado y los inicuos condenados.21
El apóstol Pablo declaró, refiriéndose a este principio: “Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador.”22
Los acontecimientos de la restauración del evangelio y la iniciación de la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos son tan importantes y de tan transcendental gravedad, que para poder quedar completos, para que pudieran tener vigencia en el mundo, los testadores sacrificaron sus vidas más bien que negar su testimonio.
“Muerto han los testadores, y su testamento está en vigor.”23
(1) Deut. 19:15. (2) Mat. 18:15, 16. (3) 2 Cor. 13:1. (4) P. de G. P., Moisés 8:2. 3. (5) Doc. y Con. 84:14; 110:12. (6) Heb. 5:6, 10; 7:1, 2, 4, 6. (7) Exo. 3:4. 8) Mat. 17:1-13. (9) Juan 5:30-32. (10) Juan 8:12-18. (11) Marcos 1:9-11; Luc. 3:21, 22; Mat. 3:13-17. (12) Doc. y Con. Sec. 13. (13) Doc. y Con. 27:12, 13. (14) Doc. y Con. 110:11-16. (15) 2 Nefi 27:13, 14. (16) Testimonio de Tres Testigos, frontispicio del Libro de Mormón. (17) Testimonio de Ocho Testigos, frontispicio del Libro de Mormón. (18) Hech. 1:8. (19) Luc. 24:46, 48. (20) 2 Nefi 27:14. (21) Doc. y Con. 136:39. (22) Heb. 9:16. (23) Doc. y Con. 135:5.
























