El Reino de Dios

Capítulo 25

LOS PROPOSITOS DE LA IGLESIA

Los propósitos de la Iglesia

Toda la obra y múltiples actividades de la Iglesia se encaminan hacia un objeto principal. Este propósito fundamental consiste en llevar a todos los hijos de los hombres al conocimiento de la verdad eterna de que Jesucristo es el Redentor y Salvador del mundo, y que solamente y por medio de la creencia en El y la fe que se manifiesta en buenas obras pueden los hombres y las naciones disfrutar de la paz y la salvación.

El cumplimiento de los deberes que descansan sobre la Iglesia ayuda a la realización de este propósito. Según el Manual del Sacerdocio de Melquisedec este deber de la Iglesia consiste en:

  1. Conservar a los miembros de la Iglesia dentro de la vía de su deber completo.
  2. Enseñar el evangelio a aquellos que todavía no lo han escuchado o aceptado.
  3. Llevar a cabo investigaciones genealógicas y las ordenanzas vicarias del templo a fin de que las personas dignas que hayan muerto puedan participar de las bendiciones de que disfrutan aquellos que han merecido la ciudadanía en el reino de Dios.1

Conservar a los miembros de la Iglesia dentro de la vía de su deber completo

Se ha establecido la Iglesia para prestar servicio al género humano. Los servicios básicos que proporciona son para ayudar a los miembros a: (1) Llegar al conocimiento de Dios y sus cami­nos; (2) manifestar buenas obras.

1. Conocimiento de Dios
El conocimiento del evangelio se refiere principalmente a una clara percepción de Dios y de sus relaciones con los hombres. Es el conocimiento de Dios lo que produce la salvación.

Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.2

Una de las maneras en que la Iglesia nos presta servicio en este conocimiento es por medio de las revelaciones de los profetas de la Iglesia. Por conducto de ellos la Iglesia nos presenta a Dios. El profeta José Smith enseñó que “el hombre no puede ser salvo sino al paso que adquiere conocimiento”, y que este conocimiento viene por medio de la revelación.3 Además, es por medio del bautismo y la confirmación que uno recibe el don del Espíritu Santo, el cual revela toda verdad salvadora.

Dios os dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu, sí, por el inefable don del Espíritu Santo.4

La Iglesia también proporciona clases de instrucción, fomenta la discusión, alienta la predicación e inculca la enseñanza en el hogar, todo ello para este digno propósito.

2. Buenas obras
Creyendo el evangelio, arrepintiéndose y aceptando el bautismo uno se encauza en el camino estrecho y recto que conduce a la salvación.5

Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo una esperanza resplandeciente, y amor hacia Dios y hacia todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo y perseverando hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna.6

De conformidad con el plan del sacrificio expiatorio de Cristo, el género humano debe ocuparse “en vuestra salvación con temor y temblor”.7

Toda la organización y funciones de la Iglesia ayudan a los hombres a efectuar obras buenas. Desde el sistema misional hasta el plan de bienestar; desde los comités de servicio de los quórumes del sacerdocio hasta el programa de la Sociedad de Socorro; desde los maestros visitantes hasta la Asociación Primaria o las Escuelas Dominicales o la Asociación de Mejoramiento Mutuo — todas estas cosas y más, proveen medios eficaces de prestar servicio. La Iglesia ayuda a conservar a los miembros dentro de la vía de su deber completo.

Enseñar el evangelio a aquellos que todavía no lo han escuchado o aceptado

Una de las responsabilidades principales de cada miembro de la Iglesia es obrar como misionero. Todos tenemos esta obligación. “Conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo.”8

Si así es con todos los miembros de la Iglesia, para los porta­dores del sacerdocio debe tener aplicación especial. Mientras que por una parte todos los miembros de la Iglesia tienen la obliga­ción general de dar testimonio de Dios a todo tiempo,9 a los presbíteros expresamente se ha dado el mandamiento divino de “predicar, enseñar, exponer, exhortar y bautizar”.10

La Iglesia espera que todo presbítero sea digno de ascender al Sacerdocio de Melquisedec. Se aplica a ellos la instrucción que originalmente se dio a Sidney Gilbert:

Acepta mi ordenación, aun la de élder, para predicar, según mi palabra, la fe, el arrepentimiento, la remisión de pecados y la recepción del Espíritu Santo por la imposición de manos.11

Todo el que tiene este grado de sacerdocio en la Iglesia y puede hacerlo, tiene la obligación de prestar servicio como misio­nero. No podemos escondernos de esta responsabilidad o eludirla y decir que estamos cumpliendo con nuestros deberes en ella. Somos las únicas personas del mundo autorizadas para predicar y administrar las ordenanzas del evangelio. Refiriéndose a este deber que tiene la Iglesia, el Señor ha dicho:

Y este evangelio será predicado a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo.

Y los siervos de Dios saldrán, proclamando en alta voz: Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio es venida;

Y adorad a aquel que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.12

En vista de que el Señor nos ha impuesto tan grande responsa­bilidad de predicar a los demás hijos de nuestro Padre, en igual forma nos ha prometido una gran recompensa. Así es como debe ser. Cuanto más nos exija el nombramiento, tanto más gloriosa será la recompensa.

Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios . . .

Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo.

Y si fuere que trabajareis todos vuestros días proclamando el arrepenti­miento a este pueblo, y me trajereis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!13

Una de las afirmaciones que con más frecuencia se oyen en la Iglesia es la que sale de la boca de miles de élderes que vuelven del campo de la misión cada año: “Han sido los dos años más felices de toda mi vida.”

Debemos prepararnos espiritual, intelectual, física y econó­micamente para cuando seamos llamados. Hoy es el tiempo de preparación.

Ayudando a los muertos

El tercer gran deber impuesto a la Iglesia es el de ayudar a los muertos por medio de las ordenanzas del evangelio. Si aquellos que se encuentran en el mundo de espíritus aceptan la obra que se hace a favor de ellos, recibirán los beneficios y bendiciones del evangelio.

De manera que la Iglesia proporciona un tercer campo de ser­vicio. Es difícil concebir una manera más abnegada de prestar servicio que el de hacer la obra por los muertos. Primero se debe efectuar la investigación genealógica en bien de nuestros parientes que murieron sin conocer el evangelio, para poder identificarlos. En segundo lugar, hay que hacer los arreglos para llevar a cabo las ordenanzas salvadoras del evangelio por parte y a favor de estas personas. Ambas tareas requieren tiempo y trabajo.

La Iglesia mantiene la Sociedad Genealógica para ayudar a sus miembros a efectuar una investigación científica y eficaz. Cada año se emplean millones de dólares y obras en este proyecto. Existen bibliotecas y archivos que contienen incontables libros de genealogía y rollos de microfotografías. Después de identificar a los que van a recibir las ordenanzas, los miembros dignos de la Iglesia pueden obrar en los templos como representantes de sus antepasados muertos. El bautismo es esencial para la salvación en el reino celestial; y para obtener la exaltación en él se hace necesario recibir las investiduras del templo. Los hijos vivos pueden efectuar estas cosas por parte y a favor de sus padres que murieron sin la oportunidad de recibir estas ordenanzas en persona.14

En lo que a Dios concierne, no hay muerte.13 En su economía es de poca importancia que la oportunidad para salvarse le llegue a uno en esta vida terrenal mientras el evangelio se halla en la tierra, o que lo acepten después de muertos aquellos que no tuvieron la oportunidad de recibirlo aquí. Todo el que haya vivido sobre la tierra tendrá la oportunidad de aceptar o rechazar el evangelio en un tiempo u otro.10 Así lo dispone y requiere la justicia de Dios.

La salvación para los muertos es un principio eterno

A pesar de que únicamente en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días existen las doctrinas y actos necesarios para la salvación de los muertos, no por eso deja de ser una doctrina bíblica que practicaban los santos de la antigüedad. Juan el Teólogo enseñó que todo hombre será juzgado según sus obras.17 El apóstol Pedro explica cómo es posible hacer un juicio justo de los hombres que han vivido en diferentes épocas, hablando de la predicación del evangelio en el mundo de espíritus a los que no lo aceptaron en la tierra.

Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu;

En el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,

 Los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.18

Nuestro Redentor enseñó esta doctrina a los judíos:

No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz;

Y los que hicieron lo bueno, saldrán a la resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.19

Isaías lo profetizó;20 y el apóstol Pablo hizo mención de la ordenanza que complementa esta doctrina:

De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?21

El más glorioso de todos los temas

Hablando de este plan de ordenanzas vicarias, el Señor dice que es “el más glorioso de todos los que pertenecen al evangelio sempiterno”.22 El profeta José nos dice que es una obligación para nosotros y es la responsabilidad principal que el Señor nos ha impuesto.23 Él nos dice que no podemos desatender estos “prin­cipios relativos a los muertos”.24

Este tercer campo de acción relacionado con los deberes de los miembros de la Iglesia hacia sus parientes muertos es un aspecto sumamente estimulante de nuestras responsabilidades en la dispensación del Cumplimiento de los Tiempos.


(1) Manual del Sacerdocio de Melquisedec, pág. 23. (2) Juan 17:3. (3) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 264. (4) Doc. y Con. 121:26-28. (5) 2 Nefi 31:4-12. (6) 2 Nefi 31:20. (7) Filip. 2:12. (8) Doc. y Con. 88:81. (9) Mosíah 18:9. (10) Doc. y Con. 20:46-49. (11) Doc. y Con. 53:3. (12) Doc. y Con.l33:37-39. (13) Doc. y Con. 18:10, 14, 15. (14) Doc. y Con. Sec. 128. (15) Mat. 22:32. (16) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 107; Doc. y Con. 76:40-48; 2 Nefi 9:18-27. (17) Apo. 20:12. (18) 1 Ped. 3:18-20. (19) Juan 5:28, 29. (20) Isa. 42:6, 7; 61:1, 2. (21) 1 Cor. 15:29. (22) Doc. y Con. 128:17. (23) Times and Seasons, tomo 6, pág. 616. (24) Doc. y Con. 128:15.

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