Capítulo 29
LA HERMANDAD EN LA CASA DE DIOS
Introducción
La Iglesia es una extensión de la familia. El reino de Dios es la unidad familiar en mayor escala. Para el apóstol Pablo, la Iglesia era la familia de Dios: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.”1
En la misma comunicación este apóstol habla reverentemente de nuestro Padre y de toda su familia “en los cielos y en la tierra”.2 El concepto patriarcal de nuestras familias individuales se aplica en igual manera a la Iglesia. Es propio que nos tratemos el uno y el otro de “hermano” o “hermana” en esta gran familia de la Iglesia.
El apoyo de los hermanos
Así como los hijos tienen el deber de respetar y obedecer a sus padres, en igual manera nosotros tenemos el deber de obedecer y respetar a los oficiales de la Iglesia. Las posiciones que ellos ocupan se han establecido para prestar servicio a los miembros de la familia de Dios. Nosotros debemos honrar a los que nos sirven. Frecuentemente es por medio de ellos que el Señor nos bendice. Las viudas y los huérfanos tienen causa especial para estar agradecidos a los oficiales de la Iglesia, porque éstos les proporcionan las bendiciones que los esposos y padres dan a sus familias individuales.
Se espera que todo miembro fiel de la Iglesia cultive el atributo de la lealtad, tanto hacia la Iglesia como hacia sus oficiales. En cuanto a éstos, la mejor manera de expresarles nuestra lealtad es ayudándolos y sosteniéndolos en sus tareas señaladas. Todos los miembros de un quorum deben ayudar a los directores del mismo a cumplir sus responsabilidades, y así debe ser con todos los que nos dirigen en la Iglesia. De este modo se puede expresar la lealtad; sin embargo, la lealtad hacia la Iglesia representa algo más que esto.
Debemos defender a nuestros directores cuando se les critica, pues o estamos del lado del Señor o estamos del lado del diablo: defendemos la Iglesia o la combatimos.3
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro.4
Las cosas de este mundo siempre estarán en pugna con los debidamente llamados y ordenados representantes del Señor. Cada uno de nosotros, como lo declaró Josué en la antigüedad, debemos escoger a quien deseamos servir.5
No sólo tenemos la obligación de amar y apoyar a los hermanos que nos presiden, sino que, por otra parte, nos son dadas a saber las consecuencias de no hacerlo. El profeta José Smith enseñó:
El hombre que se levanta para condenar a otro, criticando a los de la Iglesia, diciendo que se han desviado, mientras que él es justo, sabed seguramente que ese hombre va por el camino que conduce a la apostasía; y si no se arrepiente, vive Dios que apostatará.6
Si uno está ocupado en obras justas, no tiene tiempo para estar criticando. El espíritu de las contiendas y el espíritu del amor y servicio son incompatibles.
Amor y servicio
La manifestación más noble del amor se encuentra en la devoción del hombre hacia Dios.7 La segunda manifestación más noble del amor se ve en la actitud del hombre hacia sus semejantes.8
Respondiendo a la pregunta del doctor de la ley, que deseaba saber cuál era el mandamiento grande de la ley, leemos:
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.9
Estos dos mandamientos están enlazados el uno con el otro porque el amor de Dios existe solamente en aquellos que aman a sus hermanos y hermanas.
Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.10
Esto desmiente las pretensiones de muchos que dicen ser cristianos, que profesan amar a todos en general, pero aborrecen particularmente a su vecino.
El amor siempre es compañero del servicio. Es por medio del primero que se manifiesta el segundo. Si el amor es el precepto, entonces el servicio debe ser el ejemplo. Con sencilla elocuencia dijo el Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”11
En las revelaciones de los postreros días, Él lo expresa en esta forma: “Si me amas, me servirás, y guardarás todos mis mandamientos.”12
El rey Benjamín detalló este concepto con bella lucidez en su último sermón:
Y he aquí, os digo estas cosas para que aprendáis sabiduría; para que sepáis que cuando os halláis en el servicio de vuestros semejantes, sólo estáis en el servicio de vuestro Dios.
He aquí, me habéis llamado vuestro rey; y si yo, a quien llamáis rey, trabajo para serviros, ¿no debéis trabajar vosotros para serviros el uno al otro?13
Los fieles miembros de la Iglesia deben ser conocidos por su amor y servicio el uno al otro. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”14 Por otra parte, donde no hay amor, puede ser señal de que haya iniquidad. “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.”15 De manera que vemos que la hermandad en la familia de Dios debe manifestarse mediante la aplicación del principio del amor.
Hermandad en la familia de Dios
Se necesita hacer planes y organizar el tiempo y los recursos para lograr que unos y otros se conduzcan como hermanos. Los miembros varones de la Iglesia están organizados en unidades fraternales llamadas quórumes del sacerdocio. Estos quórumes proveen las organizaciones por medio de las cuales se pueden cumplir en forma más completa los fines del Señor respecto del sacerdocio. El Manual del Sacerdocio de Melquisedec, preparado bajo la dirección de la Primera Presidencia de la Iglesia, indica los dos objetos principales de estos quórumes:
- Ayudar a cada miembro individual del quorum o grupo, así como a su familia, a lograr un estado de bienestar completo en lo que concierne al cuerpo, la mente y el espíritu. El quorum o grupo al cual pertenece debe interesarse en cada necesidad del miembro que posee el sacerdocio.
- Ayudar a la propia Iglesia a desempeñar los deberes divinos que se le han impuesto, capacitando y desarrollando a los miembros del quorum o grupo para que entiendan y lleven a cabo la obra a la cual está dedicada.16
El manual de referencia enumera cuatro finalidades principales que son necesarias para cumplir con los propósitos anteriores. En este respecto se ha dicho:
Los cuatro propósitos principales de los quórumes y unidades deberían ser:
- Familiarizarse, por medio del estudio cuidadoso, con las doctrinas del evangelio y la manera de aplicarlas a la vida.
- Prestar regularmente algún servicio a la Iglesia.
- Velar por el bienestar temporal de todo miembro del quorum o del grupo, así en lo temporal, como en lo intelectual y espiritual.
- Dedicarse a varias actividades, tales como reuniones sociales, paseos, deportes, etc., por medio de las cuales los miembros del quorum o unidad tendrán la oportunidad de satisfacer adecuadamente sus necesidades sociales, individualmente y como familia, y engendrar un espíritu de confraternidad, fe y amor que satisfará las necesidades de todos los miembros.
Si el quorum o grupo asume en esta forma la responsabilidad del bienestar de sus miembros, es palpable que cada miembro debe dedicarse a la tarea que descansa sobre el quorum o grupo. El hombre que acepta el sacerdocio acepta sus obligaciones consiguientes, y se requiere que sea fiel a la Iglesia, al quorum, al sacerdocio que posee, a su familia y a todo principio de verdad divina.
Las necesidades que no se satisfacen entre la familia inmediata pueden hallar satisfacción en esta extensión de la familia. “El Señor lo proyectó y comprendió desde el principio, y ha dispuesto para la Iglesia la manera de hacer frente a toda necesidad y resolverlas por medio de las organizaciones oficiales del sacerdocio.”17
¿Cuáles son algunas de las cosas en que se puede manifestar este aspecto más extenso de la hermandad? Si un hermano de algún quorum se encuentra en circunstancias indigentes, deben proveérsele los medios para vivir. Además, debe ser rehabilitado dentro de la sociedad. Si es barbero sus hermanos deben ir a él para que les corte el cabello. Si es dueño de un comercio, deben patrocinarlo. Con ello se provee estabilidad económica a una parte menor de la familia entera, y de ese modo se presta servicio a los intereses y bienestar de toda la familia.
En esta unidad familiar más amplia se puede hacer frente a muchas otras necesidades sociales. Por naturaleza el género humano es básicamente social. Los hombres necesitan sentir que pertenecen al grupo y que son aceptados por él. Mediante el funcionamiento de la Iglesia se satisface esta necesidad que el hombre siente de pertenecer y ser aceptado. Todo hombre hace falta en esta gran obra; y se desarrolla en categoría e importancia prestando ayuda en una causa tan importante.
No hay conflicto entre la Iglesia y la familia
En los propósitos y régimen de Dios no hay ningún conflicto. Él ha optado por emplear la familia y el sistema patriarcal para “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”, porque esto constituye su obra y su gloria.18 Para el mismo fin se han organizado la Iglesia y la familia. Estas partes integrantes no se contraponen, antes se ayudan la una a la otra. La Iglesia ayuda a criar a la familia: sus programas de actividad y sistema de instruir y adorar constituyen un suplemento de valor incalculable para el hogar. Por otra parte, la familia individual es el fundamento de la Iglesia. Es falsa la suposición de que existe un conflicto entre la Iglesia y la familia.
Los niños que se crían en un hogar que participa activamente en la Iglesia tienen la inmensa ventaja de aprender desde la cuna que Cristo y sus propósitos deben constituir el centro de toda nuestra vida. El hecho de que sus padres y madres tienen responsabilidades en la Iglesia que ocasionalmente los alejan del hogar es una importante lección de esta disciplina.
Las familias deben adorar juntas. La reunión fundamental de adoración en la Iglesia es la junta sacramental. Los niños deben acompañar a sus padres a estos servicios.» “Estas reuniones son para todos los miembros del barrio, incluso los niños.”19
Sin embargo, no debe ser la única oportunidad que la familia tenga para adorar. Las oraciones familiares diarias y las actividades de la noche de hogar forman parte de la instrucción religiosa de los miembros fieles. Todo esto redunda en beneficio de la Iglesia entera. La Iglesia y la familia son uno.
En nuestra sociedad compleja la pugna por el tiempo y la energía del individuo se intensifica cada vez más. Debe tenerse presente que a nuestra familia particular y a la familia de Dios debe darse la preferencia en lo que respecta al tiempo, talento o cualquier otra cosa que tengamos. “Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”20
Un ministerio laico
En la Iglesia no tenemos un clero profesional. Todo hombre que es digno posee el sacerdocio y, por tanto, es un ministro debidamente llamado y ordenado de Dios. Este sistema es llamado ministerio laico porque ofician ministros laicos, es decir, no son profesionales. Esto se acomoda al sistema de la Iglesia respecto de la familia. Los padres atienden a las necesidades de sus familias y éstas se aconsejan y combinan sus energías para satisfacer las necesidades de la familia mayor o sea la Iglesia, No tenemos intermediarios, sino más bien somos una parte muy íntima del todo y nos proveemos nuestras propias necesidades. Por medio de este sistema la Iglesia es una unidad que presta servicio a la familia por el camino de la inmortalidad y la vida eterna. Habiendo logrado la unidad de la fe,21 la unidad familiar básica, más bien que la unidad que presta servicio, será el sistema bajo el cual existiremos en las eternidades.
(1) Efe. 2:19. (2) Efe. 3:14, 15. (3) Juan 15:18-20; Luc. 11:23. (4) Mat. 6:24; 3 Nefi 13:24. (5) Jos. 24:15. (6) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 182. (7) Deut. 6:4, 5; Mat. 22:37, 38. (8) Mat. 22:34-40. (9) Mat. 22:38-40. (10) 1 Juan 4:20, 21. (11) Juan 14:15. (12) Doc. y Con. 42:29. (13) Mosíah 2:17, 18. (14) Juan 13:35. (15) Mat. 24:12. (16) Melchizedek Priesthood Handbook, págs. 21, 23. (17) Gospel Doctrine, por Joseph F. Smith, pág. 159. (18) P. de G. P., Moisés 1:39. (19) General Handbook of Instructions, pág. 42.(20) Mat. 6:33. (21) Efe. 4:13.
























