El Reino de Dios

Capítulo 31

EL ALBEDRIO DEL HOMBRE

Introducción

Para entender la posición de la Iglesia en lo que respecta al gobierno civil, uno debe entender primeramente la doctrina del libre albedrío del hombre. Esta doctrina es uno de los conceptos fundamentales del Reino e Iglesia.

El albedrío del hombre

El hombre ha heredado de Dios el Padre el derecho de escoger lo bueno o lo malo.1 Puede elegir entre obedecer o desobedecer las leyes de Dios. Esta habilidad para escoger el bien o el mal es conocido como el libre albedrío, y es un principio eterno. Estuvo en vigor en nuestro primer estado, antes de venir a la tierra, y ha existido con Dios desde el principio. De acuerdo con esta facultad para elegir, nosotros y nuestros hermanos y hermanas pudimos escoger el plan de nuestro Padre o el de Lucifer en la preexis­tencia.2 La esencia del plan de Lucifer era destruir el libre albedrío del hombre.

Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, e intentó destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y también quería que le diera mi propio poder, hice que fuese echado fuera por el poder de mi Unigénito.3

En todas sus relaciones con el género humano Dios nos permite obrar sin más compulsión o restricción que las influencias de su consejo y orientación. El da leyes y estatutos, y los hombres escogen si han o no han de vivir de acuerdo con ellos. Se han establecido promesas para aquellos que cumplen y castigos para quienes no cumplen, pero el hombre hace su elección.

Y porque son redimidos de la caída, quedan libres para siempre, distinguien­do el bien del mal, para obrar por sí mismos y no para que obren sobre ellos, a menos que sea el castigo de la ley en el grande y último día, según los mandamientos que Dios ha dado.

Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y pueden escoger la libertad de la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad de la muerte según la cautividad y el poder del diablo, porque éste quiere que todos los hombres sean miserables como él.4

Queda establecido, pues, que el libre albedrío es la facultad para escoger el bien o el mal; y para que este principio pueda funcionar, debe haber bien y mal. El bien consiste en aquello que viene de Dios, es decir, leyes divinas y verdades eternas, luz y conocimiento, discernimiento del bien y del mal. También debe existir aquello que se contrapone a lo bueno, o sea lo que es malo.

He aquí, yo le concedí [a Adán] que fuese su propio agente; y le di mandamientos… y aconteció que, habiendo tentado el diablo a Adán… y ha de ser necesario que el diablo tiente a los hijos de los hombres, o éstos no podrían ser sus propios agentes.5

Se manifiesta, pues, que la oposición es necesaria y que el libre albedrío consiste en la facultad para elegir libremente entre dos alternativas.

La justicia y el libre albedrío

Uno de los atributos de Dios es la justicia. El Salmista dice en este respecto: “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono.”8 Una de las perfecciones de Dios es la perfección de su atributo de justicia.7 El gran legislador, Moisés, escribió:

Porque el nombre de Jehová proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios.

Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto.8

Es imposible concebir, dentro del sistema de la justicia de Dios, que se prometa a los hombres un galardón por la justicia y un castigo por la injusticia, sin darle la libertad para decidir si preferirá el galardón o el castigo. Sería injusto, y a la vez con­trario a la naturaleza de Dios, obligar a los hombres a ser justos. Sería injusto, y a la vez contrario a la naturaleza de Dios, permitir que los poderes malos forzaran al hombre a pecar. Dios estableció su norma en el jardín de Edén, al declarar al hombre las con­secuencias de la desobediencia. En esa ocasión le fue dicho: “No obstante, podrás escoger según tu voluntad.”9

La justicia de Dios requiere que el hombre tenga su libre albedrío a fin de que pueda responder por sus hechos. Al razonar con el hijo de Adán, el Señor nos enseñó que el hombre debe esperar el resultado correspondiente de sus propias decisiones y obras, sean buenas o malas: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? Y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta.”10

No hay existencia sin libre albedrío

De acuerdo con el concepto básico de nuestra existencia en el plan de salvación, debe haber libre albedrío para el hombre. Sin este elemento esencial no podría haber plan de salvación y, con­siguientemente, tampoco habría existencia como la conocemos.

El libre albedrío es una parte tan íntima y fundamental del plan de salvación, que si fuere quitado, las otras partes dejarían de existir. El profeta José Smith recibió este conocimiento por revela­ción en los primeros días de la restauración de todas las cosas.

Toda verdad, así como toda inteligencia, queda en libertad de obrar por sí misma en aquella esfera en que Dios la colocó; de otra manera, no hay existencia.

He aquí, en esto consiste el albedrío del hombre.11

En el Libro de Mormón, el profeta Lehi discute ampliamente este concepto.

Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo, mi primer hijo nacido en el desierto, no habría justicia ni iniquidad, ni santidad ni miseria, ni bien ni mal. De modo que todas las cosas necesariamente serían un solo conjunto; y si fuese un solo cuerpo, habría de estar como muerto, pues no tendría ni vida ni muerte, ni corrupción ni incorrupción, ni felicidad ni miseria, ni sensibilidad ni insensibilidad.

Por lo tanto, habría sido creado en vano, y no hubiera habido ningún objeto en su creación. Esto, pues, habría destruido la sabiduría de Dios y sus eternos designios, como también el poder, la misericordia y la justicia de Dios.

Porque si decís que no hay ley, decís también que no hay pecado. Y si decís que no hay pecado, decís también que no hay justicia. Y de no haber justicia, no hay dicha. Y si no hay justicia ni felicidad tampoco hay castigo ni miseria. Y si estas cosas no existen, tampoco existe Dios. Y si no existe Dios, nosotros tampoco existimos, ni la tierra; porque no podría haber habido creación de cosas ni para actuar ni para recibir la acción; por tanto, todo se habría desvanecido.12

El libre albedrío es fundamental y necesario para nuestra existencia dentro de los fines de Dios.

El albedrío obra de acuerdo con la ley

El libre albedrío se acomoda a la ley y obra de acuerdo con ella. Uno puede elegir lo malo un día y lo bueno al día siguiente, según la ley del arrepentimiento. Si el hombre prefiere continuar en el pecado, será condenado. Cuando los hombres son condenados, continúan gozando de su libre albedrío pero no pueden usarlo para modificar su condenación. El libre albedrío no permite que se altere una decisión final de esa naturaleza. Si un hombre elige echarse abajo desde lo alto de una casa, está sujeto a las con­secuencias de su elección. Durante su caída su libre albedrío no puede modificar los resultados de su determinación final de echarse abajo.

Hoy es el día en que debemos elegir. El pronunciamiento de Josué aún está con nosotros: “Escogeos hoy a quien sirváis. . . pero yo y mi casa serviremos a Jehová.”13

La compulsión continúa

Es palpable que la obra de Satanás no se limita a la existencia preterrenal, donde “intentó destruir el albedrío del hombre”.14 Sus energías todavía persiguen ese inicuo fin, y sus propósitos no se concretan a imponer su esclavitud espiritual únicamente. Satanás está combatiendo el plan de Dios en un frente extenso, y las instituciones de la tierra, sean iglesias, gobiernos civiles o cualquier otro grupo, que establecen sus programas sobre el temor y la compulsión, están representando esos inicuos propósitos.

La esencia misma de la doctrina del libre albedrío exige que todos tengan la oportunidad completa de elegir. Los gobiernos civiles, si van a conformarse con los propósitos de Dios, deben permitir esta prerrogativa. Refiriéndose particularmente al gobier­no civil, el Señor habla del libre albedrío del hombre y dice que deben establecerse los gobiernos para protegerlo, a fin de que “todo hombre pueda obrar en doctrina y principio pertenecientes a lo futuro, de acuerdo con el albedrío moral que yo le he dado, para qué. . . responda por sus propios pecados en el día del juicio.”15

Los fines de Dios en cuanto al gobierno civil

Debido a que algunos gobiernos civiles se valen de la compul­sión, el libre albedrío del hombre es obstruido y, por ende, los pro­pósitos de Dios. Por esta razón Él ha declarado en nuestros días que “no es justo que un hombre sea esclavo de otro”.10

Con respecto a la doctrina del libre albedrío del hombre, y en vista de la palabra directa de Dios que condena la esclavitud humana, claro está que cuentan con su aprobación aquellos gobier­nos cuyos sistemas resguardan la libertad personal y garantías de sus ciudadanos, así como aquellos que están fundados en el principio de la autodeterminación de sus ciudadanos. En su bella oración dedicatoria pronunciada en el Templo de Kirtland el Profeta José Smith oró—y según sus palabras la oración le fue comunicada por el espíritu de revelación—en esta forma:

Ten misericordia, oh Señor, de todas las naciones de la tierra; ten misericordia de los gobernantes de nuestro país; permite que queden establecidos para siempre jamás los principios que defendieron tan honorable y noblemente nuestros padres, a saber, la constitución de nuestro país.17

Los propósitos de Dios concernientes a la salvación de sus hijos se pueden llevar a cabo mejor cuando éstos son libres. El conflicto en las instituciones sociales, entre la libertad y la com­pulsión, es parte de la contienda entre Dios y Satanás.


(1) 2 Nefi 2:16. (2) Doc. y Con. 29:36. (3) P. de. G. P., Moisés 4:3. (4) 2 Nefi 2:26, 27. (5) Doc. y Con. 29:35, 36, 39. (6) Salmo 89:14. (7) Lectures on Faith, por José Smith. (8) Deut. 32:3, 4. (9) P. de G. P., Moisés 3:17. (10) Gén. 4:7. (11) Doc. y Con. 93:30, 31. Cursiva del autor. (12) 2 Nefi 2:11-13. Cursiva del autor. (13) Jos. 24:15. (14) P. de G. P., Moisés 4:3. (15) Doc. y Con. 101:78. (16) Doc. y Con. 101:79. (17) Doc. y Con. 109:54.

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