Capítulo 33
HONRANDO, OBEDECIENDO Y SOSTENIENDO LA LEY
La separación de la iglesia y el estado
La lección anterior habló de las funciones separadas de la iglesia y del estado. La Primera Presidencia ha dado instrucciones sencillas y concisas en este respecto: “La Iglesia apoya la separación de la iglesia y del estado.”1 Este quorum presidente también ha expresado en forma definitiva nuestra obligación hacia el estado: “No obstante, como correlación del principio de la separación de la propia iglesia y el estado, existe una obligación que emana de todo ciudadano o súbdito del estado.”2
Los hombres que forman parte de las fuerzas armadas
Muchos gobiernos requieren a su juventud cierto servicio en sus fuerzas armadas. Esta es una obligación gubernamental a la cual están sujetos los ciudadanos de los varios países. La Iglesia ha dado el siguiente consejo sobre este asunto importante:
Los miembros de la Iglesia siempre han sentido que tienen la obligación de salir en defensa de su país cuando se les ha llamado a las armas; en varias ocasiones la Iglesia se ha dispuesto para defender a sus propios miembros.
En los días de Nauvoo se organizó la Legión de Nauvoo, considerando la posibilidad de tener que defender por las armas a los hermanos contra la violencia de la chusmas armadas. Después de nuestra expulsión de Nauvoo, el gobierno del país reclutó el batallón mormón para que prestara servicio en la guerra contra México. En 1857 cuando se envió el ejército de Johnson a Utah, como consecuencia de las malignas y falsas representaciones respecto de los hechos y actitud de los oficiales del Territorio y el pueblo, nos preparamos y empleamos medidas para evitar por la fuerza la entrada del ejército en el valle. En los primeros años del Estado de Utah se reclutaban fuerzas para luchar contra los indios. En la guerra contra España los miembros de la Iglesia sirvieron en las fuerzas armadas de los Estados Unidos con distinción y honra. En la primera guerra mundial los miembros de la Iglesia de los países americanos y europeos sirvieron fielmente a sus gobiernos respectivos de ambos lados del conflicto. Igualmente en la segunda guerra mundial murieron hombres justos de la Iglesia, algunos con gran heroísmo por amor a su propia patria. En todo esto nuestra gente no ha hecho más que servir fielmente al país del cual eran ciudadanos o súbditos, de acuerdo con los principios que ya hemos expresado…
Los miembros de la Iglesia son ciudadanos o súbditos de soberanías sobre las cuales la Iglesia ningún dominio ejerce. . .
Por consiguiente, cuando la ley constitucional, conforme con estos principios, llama a los hombres de la Iglesia al servicio militar de aquel país al cual deben su homenaje, su más sublime deber civil les exige que respondan a ese llamado.3
La Iglesia no aprueba las guerras
En una revelación dada por conducto del profeta José Smith, el Señor dijo: “Por lo tanto, repudiad la guerra y proclamad la paz.”4
De modo que la Iglesia se opone y debe oponerse a la guerra. No puede emprenderla, no puede aceptarla como manera justa de resolver disputas internacionales. Estas diferencias, si las naciones están dispuestas, deben resolverse y conciliarse por medio de negociaciones y arreglos pacíficos.
En una revelación dada por medio de Moisés y repetida numerosas veces en ocasiones subsiguientes el Señor dijo: “No matarás.”5
Este mandamiento se aplica a cada uno de nosotros. En calidad de miembros de la Iglesia o de la sociedad, un hombre no puede arrebatarle la vida a otro como Caín lo hizo con Abel. Sin embargo, los miembros de la Iglesia son ciudadanos o súbditos de países sobre los que ni ellos ni la Iglesia tienen dominio, y a los cuales el Señor exige que obedezcan. “Por consiguiente, cuando la ley constitucional…. llama a los hombres de la Iglesia al servicio militar de aquel país al cual deben su homenaje, su más sublime deber civil les exige que respondan a ese llamado. Si respondiendo a tal llamado y obedeciendo a aquellos que tienen el mando sobre ellos, quitaren la vida a aquellos contra quienes luchan, tal hecho no los calificará de asesinos, ni los sujetará al castigo que Dios ha prescrito para aquellos que matan. . . porque sería un Dios cruel que castigaría a sus hijos como pecadores morales por hechos que cometieron en virtud de inocentes instrumentos del soberano a quien Él les había mandado que obedecieran, y cuya voluntad no tenían el poder de resistir.”6
Los que tomen la espada, a espada perecerán
Sin embargo, el Señor ha prescrito una regla, sin límites en cuanto a su aplicación a la persona o manera en que se cometa la violación.
Entonces Jesús le dijo [a Pedro]: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.7
Es una ley universal; la fuerza engendra fuerza. Es la ley de los impíos, de los injustos y de los perversos. Sin embargo, también surte efecto en los justos que se encuentren implicados en cualquier forma, no importa cuán inocentemente sea. Uno de los peligros más grandes con que se tropieza al prestar al estado el servicio requerido en las fuerzas armadas, es que la persona puede caer en las redes de la iniquidad y perecer por la espada. Sin embargo, si son inocentes “entran en el reposo del Señor, su Dios”.8 Su obra de destrucción no les será tomada en cuenta. Este pecado se imputará a los jefes de las naciones que se sientan sobre sus tronos “en un estado de insensible estupor”,9 o que movidos por su ambición de conquistar, ponen en movimiento fuerzas eternas que ni comprenden ni pueden dirigir.
La ley y el dominio de los padres
La ley de los países occidentales estriba en los mandamientos que la voz de Dios proclamó sobre el monte de Sinaí. Histórica y sociológicamente se pueden seguir los conceptos fundamentales de la ley común inglesa a la ley civil romana, y de allí a los códigos mosaicos y a los Diez Mandamientos. Del quinto de éstos se dice que es el primer mandamiento con promesa.
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.10
Este mandamiento se ha convertido en parte integrante del código civil y criminal de acuerdo con el cual cada uno de nosotros vivimos y tenemos nuestro ser.
Los niños se hallan bajo el cuidado, custodia y dominio legal de sus padres hasta que llegan a ser mayores de edad. Según la ley común inglesa, los varones llegan a ser mayores de edad a los veintiún años y las hembras a los dieciocho. Antes de esta edad los menores no son dueños de sí mismos, sino que pertenecen a sus padres. Estos tienen la obligación legal de proporcionarles las cosas necesarias de la vida: alimento, ropa, abrigo, educación. Todo lo que los menores poseen o dominan está bajo la dirección de sus padres. Si un menor de edad recibe dinero como recompensa de su trabajo, este dinero está sujeto al dominio de sus padres. También éstos dirigen y orientan a los menores de edad en lo que respecta a su escuela, trabajo y diversión.
Los menores generalmente no son responsables por los contratos que firman, pero sí tienen que responder por los crímenes o maldades civiles que cometen.
Puede verse por lo anterior que el estado depende del hogar, y más particularmente de los padres que en él moran, para hacerse cargo de una sociedad ordenada. Los niños tienen la obligación de obedecer y respetar a sus padres, de modo que el hogar llega a ser la base de la sociedad en un sentido legal así como religioso. El estado complementa a la familia en cuanto a la sociedad, y en forma correspondiente la Iglesia la complementa en lo que concierne a la salvación.
Honrando, obedeciendo y sosteniendo la ley
Como asunto de doctrina religiosa, los Santos de los Últimos Días tienen la obligación de someterse a las autoridades existentes, obedecer las leyes del país11 y apoyar a gobernantes sabios.12 En lo que respecta a la moralidad cristiana, debemos ser obedientes a la ley, tanto en lo concerniente a las ordenanzas menores, pero consideradas necesarias para tener una sociedad ordenada, como en los reglamentos fundamentales. Tenemos la obligación moral de obedecer las reglas y leyes de tránsito, de cumplir y obedecer el toque para recogernos en nuestras casas, de acuerdo con las instrucciones expedidas por las varias comunidades; pero no tenemos el derecho de escoger cuáles leyes hemos de obedecer y cuáles hemos de eludir. Tenemos la obligación de honrar todas las leyes.
El reino de los cielos
El Reino de Dios está con nosotros: es la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.13 El reino político y completo aún no está con nosotros. Este reino, bajo el dominio y dirección personales de Cristo, a veces es llamado el Reino de los Cielos.14 En este respecto debe extenderse “el reino de Dios, para que venga el reino de los cielos”.15 A este reino perfecto nos referimos cuando oramos: “Venga tu reino.”16 Hasta que se conteste nuestra súplica de que venga el reino milenario, estaremos sujetos a los gobiernos terrenales así como a los dictados espirituales del reino de Dios.
(1) Mensaje de la Primera Presidencia, abril de 1942. (2) Ibid. 3) Ibid. (4) Doc. y Con. 98:16. (5) Exo. 20:13. (6) Mensaje de la Primera Presidencia, conferencia de abril de 1942. (7) Mat. 26:52. (8) Alma 60:13. (9) Alma 60:7. (10) Exo. 20:12. (11) Doc. y Con. 58:20-22. (12) Doc. y Con. 98:4-10. (13) Doc. y Con. 35:27; 38:9, 15; 50:35; 62:3; 65; 136:41. (14) Doc. y Con. 65; 87:6. (15) Doc. y Con. 65:6. (16) Mat. 6:10.
























