El Reino de Dios

Capítulo 34

LA SANTA BIBLIA

Introducción

Refiriéndose a sus siervos ordenados y su nombramiento de proclamar el evangelio eterno, el Señor dijo:

Y lo que hablaren cuando fueren inspirados por el Espíritu Santo, será escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación.1

Tenemos en la Iglesia cuatro tomos fundamentales de Escri­turas Sagradas en los cuales están contenidos la voluntad, palabra, voz y poder de Dios. Estos cuatro libros son conocidos como los libros canónicos: la Biblia, el Libro de Mormón, Doctrinas y Con­venios y Perla de Gran Precio. Constituyen la norma o medida aceptada en lo concerniente a doctrina y verdades salvadoras. Aceptamos la Biblia “hasta donde esté traducida correctamente”.2 Los otros tres libros se aceptan incondicionalmente.

Los sermones y exposiciones de hombres grandes y sabios no cuentan con la autoridad de las Santas Escrituras. Cuando los oráculos vivientes hablan en nombre del Señor bajo la inspiración del Espíritu Santo, sus pronunciamientos son Escritura, y concuerdan y concordarán con los libros canónicos.

Durante su ministerio terrenal el Salvador recomendó el estudio de las Escrituras: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.”3 No se dio esta instrucción divina a un grupo selecto de personas: todos nosotros tenemos la necesi­dad de buscar las verdades salvadoras.

En vista de que las Escrituras se han recibido bajo la influen­cia del Espíritu Santo, sólo de acuerdo con esa misma influencia se pueden entender e interpretar. Este Espíritu que está en nosotros depende de nuestra vida recta, porque el Espíritu del Señor no puede morar en un cuerpo impuro.4 De manera que el estudio de las Escrituras por sí solo no es suficiente para entender las cosas de Dios. En una investigación sincera son necesarias la rectitud personal y una meditación devota y llena de fe. Si le pedimos a Dios con fe, con verdadera intención, Él nos mani­festará la verdad por el poder del Espíritu Santo.5

Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.6

La Biblia es una recopilación de escritos, aceptados por los cristianos como inspirados de Dios, en los cuales se encuentra una relación autorizada de una parte de los hechos de Dios para con el género humano. Con excepción de la parte que aconteció antes del diluvio, los anales se concretan a la historia del hemisferio oriental. Dios, en su providencia, ha permitido que estos Escritos Sagrados sean transmitidos de una generación a otra. La palabra Biblia no proviene de estos escritos, sino deriva del vocablo griego biblia, que significa libros. De modo que la Biblia es un libro de libros.

El ministerio terrenal de nuestro Señor establece una división natural en los anales bíblicos. El relato de los hechos de Dios con su pueblo en épocas anteriores a la venida de Cristo ha llegado a ser conocido como el Antiguo Testamento; del tiempo del Salvador y los años que inmediatamente siguieron, como el Nuevo Testa­mento.

El Antiguo Testamento

En la época de Cristo los judíos poseían una colección de Escritos Sagrados e inspirados que ellos aceptaban como autoriza­dos. El Salvador y sus apóstoles los citaban frecuentemente y los llamaban Escrituras.7 Moisés escribió la primera parte y la en­tregó a los sacerdotes para que la guardaran en el arca del con­venio y la leyeran “delante de todo Israel a oídos de ellos”.8 Más tarde hicieron copias para su orientación.9 Por medio de sub­siguientes anales autorizados se amplió la ley de Moisés.10 El Anti­guo Testamento creció con cada adición de escritos sucesivos de autores debidamente constituidos e inspirados, desde Moisés hasta Malaquías. Casi todos escribieron en lengua hebrea.

La actual recopilación del Antiguo Testamento se compone de treinta y nueve libros. Por conveniencia, generalmente se clasifican en la forma siguiente:

El Pentateuco o Libros de la Ley   5
Los Libros Históricos                   12
Los Libros Poéticos                       5
Los Libros de los Profetas            17 

Los Libros de la Ley

Los primeros libros de la Biblia—Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio—son conocidos colectivamente como el Pentateuco o la Ley. Fueron escritos por Moisés y contienen los estatutos y leyes que el Señor le reveló, tales como los Diez Man­damientos y otras cosas que vio en el Monte de Sinaí. También contienen una historia sumamente breve de la raza humana, desde la creación hasta el diluvio, desde Noé hasta Israel y entonces una historia más detallada de este pueblo hasta poco antes de su entrada en la tierra prometida.

Los Libros Históricos

Son doce los libros—Josué, Jueces, Rut, dos libros de Samuel, dos libros de Reyes, dos libros de Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester—que narran la historia de la llegada de los israelitas a la tierra prometida y acontecimientos subsiguientes bajo: (1) La forma de gobierno de Dios; (2) una monarquía y la división del reino; (3) sus conquistadores.

Los Libros Poéticos

Los libros de Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y los Can­tares son de épocas muy distintas. Estos libros constituyen la gran literatura y poesía hebreas. También suele llamárseles libros doctrinales.

Los Libros de los Profetas

Los libros de Isaías, Jeremías y sus Lamentaciones, Ezequiel y Daniel son comúnmente llamados los profetas mayores. Otros doce libros más pequeños—Oseas, Joel, Arpós, Abdías, Jonás, Miqueas,’ Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Mala- quías—son conocidos como los profetas menores. Por medio da estos siervos autorizados el Señor ha comunicado su palabra a su pueblo. Contienen instrucciones, ánimo, amonestaciones y repren­siones, de acuerdo con lo que el Señor consideraba necesario darles. Existen muchos otros escritos de esta época que pueden ser o no ser inspirados. Varias de estas obras de autenticidad dudosa com­ponen lo que se conoce como libros apócrifos.

El Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento contiene veintisiete libros. Generalmente se dividen por conveniencia en esta forma:

Históricos      5
Instructivos   21
Proféticos      1

Los Libros Históricos

Los libros históricos comprenden los cuatro Evangelios y los Hechos de los apóstoles. Sus autores son: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Lucas generalmente es aceptado como el autor de los Hechos. Estos escritos contienen una relación del nacimiento, ministerio, muerte y resurrección de nuestro Señor, además de otros acontecimientos que inmediatamente siguieron.

Los Libros Instructivos

La mayor parte del Nuevo Testamento se compone de cartas o epístolas que escribieron los apóstoles Pablo, Santiago, Juan y Judas, hermano de Santiago.

Entre las epístolas de Pablo hallamos: (1) Cartas doctrinales escritas a los Romanos, Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses y Hebreos; (2) cartas pastorales dirigi­das a Timoteo, Tito y Filemón.

Las cartas de Santiago, Pedro, Juan y Judas son conocidas como Epístolas Generales. Estos discursos doctrinales han sido de valor incalculable en el establecimiento de los preceptos cris­tianos.

Las obras proféticas

Esta se compone del libro del Apocalipsis de Juan, y es “la revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan”.11

Lo que ha contribuido la Biblia

La Biblia ha iluminado el mundo cristiano y ejercido en él una influencia que ningún otro libro ha logrado. La verdad que se preservó en este libro sagrado estableció los cimientos de la restauración del evangelio. Cuando esta verdad llegó a manos de los habitantes del mundo en general, empezaron a desvanecerse las tinieblas de la edad media y se inició el Renacimiento. Sería difícil exagerar el valor de la influencia que estas Santas Escrituras han tenido en las vidas de los hombres. El profeta José Smith dijo de este tomo sagrado: “El que más a menudo lo lee, más se complace en él, y aquel que está familiarizado con él, reconocerá la mano (de Dios) dondequiera que la vea.”12 Los Santos de los Últimos Días han recibido instrucciones precisas de enseñar “los principios de mi evangelio que se encuentran en la Biblia”.13

El Señor se acuerda de todos los hombres

Sin tener en qué fundarse, el mundo cristiano acepta la Biblia como autoridad final en todo asunto de doctrina y rechaza el prin­cipio de que Dios se pueda comunicar con otros pueblos y que éstos escriban sus palabras. Nefi profetizó que las gentes pro­clamarían: “¡Una Biblia! ¡Tenemos una Biblia, y no puede haber más Biblia!”14 Y entonces añade la respuesta del Señor:

¡Oh necios, vosotros que decís: Una Biblia; tenemos una Biblia y no necesitamos más Biblia! ¿Tendríais una Biblia, de no haber sido por los judíos?

¿No sabéis que hay más de una nación? ¿No sabéis que yo, el Señor vuestro Dios, he creado a todos los hombres y me acuerdo de los que viven en las islas del mar; que gobierno arriba en los cielos y abajo en la tierra, y llevo mi palabra a los hijos de los hombres, sí, a todas las naciones de la tierra? . . .

Y. . . declaro mis palabras según mi voluntad. . .

Porque mando a todos los hombres. . . que escriban lo que yo les hable; porque de los libros que se han escrito juzgaré al mundo.15


(1) Doc. y Con. 68:4. (2) Octavo Artículo de Fe. (3) Juan 5:39. (4) Efe. 5:5; 1 Cor. 3:16, 17. (5) Moroni 10:4, 5. (6) 2 Ped. 1:20, 21. (7) Juan 5:39; Hech. 17:11. (8) Deut. 31:9-11. (9) Deut. 17:18. (10) Jos. 24:26; 1 Sam. 10:25; Isa. 34:16. (11) Apo. 1:1. (12) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 61. (13) Doc. y Con. 42:12. (14) 2 Nefi 29:3. (15) 2 Nefi 29:6-11.

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