El Reino de Dios

Capitulo 40

AMOR

Amor

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.1

Esta es la mayor de todas las manifestaciones del amor. Es la gracia de Dios que gratuitamente se reparte a todos por medio de la expiación. Uno de los atributos de Dios es el amor perfecto, y esta plenitud que se encuentra en El, hizo que el apóstol Juan dijera: “Dios es amor.”2 Esta es una de sus perfecciones divinas.

Todas las energías del hombre deberían estar encauzadas hacia el desarrollo, dentro de sí, de los atributos que posee el Señor. Si es que vamos a lograr la perfección, la única forma de lograrla será emulando las características y atributos de Dios y perfec­cionándolos en nosotros. El Señor nos puso una meta que todos podemos lograr cuando mandó: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”3 El primero de estos atributos que debemos inculcar en nuestra vida se rela­ciona con el principio del amor.

En lo que concierne al hombre, la muestra más noble de su amor se manifiesta mediante su devoción a Dios.

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.

Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.4

Nuestro Señor citó esta verdad fundamental cuando se le preguntó cuál era el mandamiento grande de la ley.

Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

Este es el primero y grande mandamiento.5

La segunda demostración noble del amor, en lo que concierne al hombre, se manifiesta en su actitud hacia sus semejantes. Habien­do reiterado el primero y grande mandamiento, el Señor declaró:

Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.6

La primera de estas evidencias del amor se da a conocer principalmente por medio de la segunda. Es decir, el amor de Dios se halla entre aquellos que aman a sus semejantes.

Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien a visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?

Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.7

Amor y servicio

El amor siempre está entrelazado con el servicio, pues es el medio por el cual se manifiesta aquél. Forzosamente tienen que ir juntos.

En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.

Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.8

También leemos :

Si me amáis, guardad mis mandamientos.9

Si me amas, me servirás, y guardarás todos mis mandamientos.10

En su sermón de despedida dirigido a su pueblo, el rey Ben­jamín en forma concisa dió a entender que el amor y la gratitud no son otra cosa más que el servicio rendido a Dios y al hombre.

Cuando os halláis en el servicio de vuestros semejantes, sólo estáis en el servicio de vuestro Dios . . . ¡ Oh, cómo deberíais dar gracias a vuestro Rey Celestial! … He aquí, todo cuanto él pide de vosotros es que guardéis sus mandamientos.11

La caridad

La caridad es amor. “El Señor Dios ha mandado que todos los hombres tengan caridad, y esta caridad es amor.”12 ¿Qué clase de amor? Las enseñanzas de Mormón sobre la caridad, expresadas por su hijo Moroni, nos dan esta definición clásica:

Por tanto, amados hermanos míos, si no tenéis caridad, no sois nada, porque la caridad nunca deja de ser. Allegaos, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer;

Pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre.13

En calidad de amor puro de Cristo, la caridad no tiene fin; es perfecta; es la manifestación más grande del amor. El que la posee no piensa en otra cosa sino en la justicia; es consumido por ese deseo de que él y sus semejantes participen plenamente en el plan de Dios. La caridad es la virtud que corona todas las demás. Es el “propósito de este mandamiento”.11

Hablando a los “escogidos de Dios”, el apóstol Pablo recomien­da que se vistan de las muchas virtudes fundamentales cristianas: misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, per­dón. Concluye, diciendo: “Y sobre todas estas cosas vestios de amor, que es el vínculo perfecto.”15

El mismo apóstol declara el espíritu y concepto de este prin­cipio del evangelio—por cierto, de todo el evangelio—explicando el “vínculo perfecto” en estas palabras memorables:

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.
Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
No es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.
Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos;
Mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.16

Todo el espíritu del evangelio está comprendido en el amor verdadero de Cristo. Ninguna buena obra se efectúa con el espíritu del evangelio sin este principio básico. Por consiguiente, las buenas obras esenciales del cristianismo, sin caridad, solamente serían una apariencia o sombra. La caridad es el vínculo perfecto porque comunica espíritu y vida—y verdadero significado, por este medio— a las demás virtudes y hechos cristianos. Es también la manera de unir a los fieles para siempre. El principio de la caridad es funda­mental, porque los otros principios del evangelio no serían más que una apariencia a menos que se efectuaran dentro del significado del amor puro de Cristo.

La sociedad perfecta se basa en el amor de Dios

Ha habido ocasiones en que la gente del mundo ha entregado su corazón a Dios y su amor los ha consumido. Fueron épocas en que hubo verdadera paz sobre la tierra. Así fué con el pueblo de Enoc, y tan justo llegó a ser, que el Señor lo llevó de la tierra.17 La gente de estos continentes vivió en paz y amor por doscientos años a raíz de la visita de nuestro Redentor.

Y ocurrió que no había contenciones en el país, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.

Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.18

¡Qué época tan gloriosa debe haber sido! Todo ser humano gozaba de felicidad y paz; todos amaban a Dios y al prójimo como a sí mismos. Fué por motivo del amor de Dios que abundaba en el corazón del pueblo que se logró esta feliz condición. Jamás habrá una época de paz y felicidad o una sociedad justa hasta que los hombres acepten en su corazón este amor puro de Cristo que es la caridad.

Jesucristo gobierna la Iglesia mediante el amor, por conducto de autorida­des investidas con el sacerdocio y dirigidas por el Espíritu Santo. La salvación está fundada en el amor, y sin él no se podría otorgar ningún don o poder del Espíritu Santo. Tanto la ley como la misericordia obran por causa del amor y depuran al arrepentido del egoísmo y de todo mal. Sin el amor el hombre no puede lograr la santidad.

Todas las enseñanzas divinas, ordenanzas y bendiciones, cualesquiera que fueren, de cualquier época y espacio, así en este mundo como fuera del mundo, sólo se pueden, se pudieron y podrán obtener por medio del amor hacia el Señor.

La compulsión, fuerza o temor, que no sea el temor del Señor, no tienen cabida dentro de la regla del amor. No son parte del gobierno de la Iglesia, pues ningún poder o influencia se puede idear para establecer la justicia, sino por medio del amor. Este es el orden del sacerdocio . . . todos los que se someten al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo nacen del amor divino . . .

Cuando el amor del Señor entra en el corazón, destruye la rebeldía y permite que El puede lavar toda mancha de iniquidad. . . purificar las doctrinas de la demagogia, limpiar a los hombres de toda conducta excéntrica y hacer todo lo necesario para destruir cualquier cosa que perjudique la rectitud. El fingimiento y todo rencor son enemigos de la paz que el amor de Dios engendra.19

El amor desarrolla el hombre, y al grado que aumenta en él, éste asciende hacia el cielo. El amor es uno de los dones del Espíritu. “El fruto del espíritu es amor.”20 El amor es un principio de optimismo; triunfa del temor y la desesperación. El amor de Dios madura el cuerpo así como el espíritu.

“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.”21


(1) Juan 3:16. (2) 1 Juan 4:7-21. (3) Mat. 5:48. (4) Deut. 6:4, 5. (5) Mat. 22:37, 38. (6) Mat. 22:39, 40. (7) 1 Juan 4:20-21. (8) 1 Juan 5:2, 3. (9) Juan 14:15. (10) Doc. y Con. 42:29. (11) Mosíah 2:17-22. (12) 2 Nefi 26:30. (13) Moroni 7:46, 47. Cursiva del autor. (14) 1 Tim. 1:5. (15) Col. 3:12, 14. (16) 1 Cor. capítulo 13. (17) Gén. 5:22-24; Heb. 11:6; P. de G. P.. Moisés capítulos 6-8. (18) 4 Nefi 15, 16. (19)The Holy Ghost, por Oscar W. McConkie, págs. 227-229. 20) Gál. 5:22. (20) Rom. 8:28.

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