Capítulo 42
REVELACION
Introducción
Si fuera posible escoger el principio del evangelio que destaca más la diferencia entre la Iglesia y el mundo, tendría que ser, en la opinión del autor, la doctrina de la revelación.
Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios.1
No es únicamente un tema sobre el cual nosotros y el mundo no concordamos, sino es también un concepto fundamental del reino de Dios. Es difícil hallar otro acontecimiento en el ministerio de nuestro Señor que haya hecho surgir tan divergentes conceptos como el que se relaciona directamente con este principio, y lo extraño es que se utiliza el mismo ejemplo para justificar las más divergentes ideas y prácticas del sectarismo cristiano, así llamado.
El acontecimiento de referencia se desarrolló en la región de Cesárea de Filipo cuando Jesús preguntó a sus discípulos:
¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.2
Al tiempo de la restauración del evangelio el mundo cristiano, así llamado, estaba dividido en grupos católicos y protestantes. El cisma que los había separado se relacionaba con los pasajes que acabamos de citar y su interpretación.
Los grupos católicos—romanos, ortodoxos griegos, ortodoxos orientales y otros—pretenden una conexión o relación histórica con el apóstol Pedro, pero está admitido que sus pretensiones históricas están basadas en la tradición, no en la historia. Sin embargo, como instituciones, estos grupos han afirmado tener cierta conexión con Pedro. Citan los versículos anteriores y los interpretan en el sentido de que Pedro era la roca sobre la cual habría de edificarse el reino de Dios. Suponiendo una conexión histórica, estos grupos declaran que la iglesia institucional tiene las llaves del reino mediante las cuales puede estipular las buenas obras necesarias para lograr la salvación. Estas obras, tales como la misa, la extremaunción y otras, adquirieron un aspecto lujoso y ajeno a las Escrituras.
Como el nombre lo da a entender, los varios grupos protestantes protestaron lo que para ellos eran impías innovaciones contrarias a las Escrituras. Declararon, entre otras cosas, que no existía ninguna conexión o relación histórica entre Pedro y los grupos católicos; que si hubiera existido tal relación, éstos no habrían tenido la autoridad para establecer una religión que contraviniera las Escrituras. Cuando en este gran debate les fue citado el acontecimiento ya referido de la región de Cesárea de Filipo, sus interpretaciones los llevaron a conclusiones opuestas. Los protestantes dijeron, en efecto, que Pedro había contestado por todos y confesado su fe de que Jesús era el Cristo. Es esta confesión lo que los protestantes aceptan como la roca sobre la cual el reino habría de establecerse. Por medio de la confesión y la gracia de Dios se logra la salvación, no a causa de las obras estipuladas por determinada institución.
Ambos partidos contendientes apoyaron sus argumentos citando las Escrituras. Los que apoyan las “obras” citan generalmente los escritos de Santiago3 y los adherentes de “confesión y gracia” se justifican con los escritos de Pablo.4
En la época de la restauración del evangelio, el mundo religioso se hallaba envuelto en las mismas disputas y agitación que hoy conocemos. Por una parte, todas sus opiniones contendientes podían estar en error; por otra, eran demasiado divergentes y contradictorias para que todas fueran correctas. De hecho, como ya dijimos, las partes integrantes del cristianismo de aquellos días disputaban acaloradamente sobre el concepto básico de la roca sobre la cual habría de edificarse la Iglesia de Cristo.
¿Cuál fue la interpretación que el profeta José Smith dio al acontecimiento de Cesárea de Filipo? No aceptó las conclusiones de ninguno de los grupos. Enseñó que las Escrituras no contendían unas con otras, sino que debían armonizar entre sí. Pablo no estaba impugnando a Santiago. Ciertas obras, tales como el bautismo, son necesarias para la salvación, como también lo son el testimonio de Jesús y la confesión del mismo. Los pasajes bíblicos estaban correctos; las conclusiones católicas y protestantes respecto del asunto estaban incorrectas. El propio Señor resucitado anunció y declaró “que todos sus credos eran una abominación a su vista. . . con los labios me honran, más su corazón lejos está de mí; enseñan como doctrinas mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad, más negando la eficacia de ella”.5
¿Cuál, pues, era la roca sobre la que habría de edificarse la Iglesia de Cristo? El profeta José Smith contesta autorizadamente esta pregunta fundamental diciendo concisamente: “En sus enseñanzas Jesús dice: ‘Sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.’ ¿Qué piedra? La revelación.”6
Faltando la administración personal del Señor resucitado, su Iglesia forzosamente tendría que estar fundada en revelaciones dadas por Él. De lo contrario, no habría sido su Iglesia. Vemos, por tanto, que la Iglesia y Reino de Dios está fundado sobre el principio de la revelación. No hay doctrina más fundamental en el plan del evangelio. Una de las evidencias de la divinidad de esta obra es que tal doctrina se encuentra solamente en la propia Iglesia de Cristo.
Revelación
Hablando teológicamente, la palabra “revelación” significa dar a conocer la verdad divina por medio de comunicación con los cielos.7
El hombre puede recibir comunicaciones divinas de varias maneras. El Señor puede aparecerse personalmente; puede hablar por medio de su propia voz; enviar ángeles de su presencia; otorgar visiones; dar sueños; hablar por la voz apacible y quieta del Espíritu. En algunas ocasiones ha revelado verdades por medio del Urim y Tumin; puede revelar escritos; puede manifestar señales. Dios ha utilizado cada uno de estos medios, así como otros que Él ha considerado propios para la ocasión.
El significado religioso de “inspiración” es esencialmente el mismo que el de revelación. Inspirar es llenar con el Espíritu. Inspiración divina, como las Escrituras emplean la palabra, quiere decir revelar, aunque algunas veces connota una influencia espiritual menos intensa que la que se manifiesta en algunas de las revelaciones.
1. Revelación personal
Le fue revelado al apóstol principal, Pedro, que “Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia”.8 Es decir, el Espíritu Santo será derramado sobre todos aquellos que estén dispuestos a cumplir con las condiciones que les darán el derecho de ese compañerismo. A este conocimiento divino José Smith añade su afirmación de que “ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El Espíritu Santo es un revelador”.9 Esta doctrina da a entender que toda persona que cumple con los mandamientos tiene derecho de recibir revelación personal, y que en efecto la recibe. El Señor dijo:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.10
Y en nuestra época el Señor ha repetido para nosotros:
Si preguntares, recibirás revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que llegues a conocer los misterios y las cosas pacíficas —aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna.11
Sí, he aquí, te lo manifestaré en tu mente y corazón por medio del
Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón.
Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación.12
2. Revelaciones: pasadas, presentes y futuras En lo pasado
Dios no cambia. Así como ha prometido obrar con nosotros, en igual manera ha prometido obrar con otros. No sabemos de ningún período—habiendo representantes autorizados de Dios sobre la tierra—en que no les haya comunicado su divina voluntad. Por medio del profeta Amos declaró esta verdad: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.”13
El Salmista cantó: “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto.”14 Estos siervos son oráculos de verdad, consejeros inspirados, amigos de Dios.15
Con Adán, el patriarca de la raza humana,16 Dios inició su programa de revelar su voluntad y dar mandamientos. Cada uno de los patriarcas que lo sucedieron fueron bendecidos con el don de revelación en varios grados. También los apóstoles dependieron de los cielos y recibieron revelaciones para efectuar su ministerio. Uno de ellos escribió: “Pero Dios nos las reveló (las verdades divinas) a nosotros por el Espíritu.”17 La Biblia categóricamente nos hace saber que desde Adán hasta Juan el Teólogo, el Señor dirigió los asuntos de su pueblo por medio de comunicaciones personales desde los cielos.
En lo presente
Aun cuando las revelaciones de lo pasado son guías indispensables para lo presente, quizá no constituyan una orientación perfecta en tiempos o épocas subsiguientes. Es a la vez irrazonable y contrario a nuestro concepto de la justicia inmutable de Dios creer que bendeciría a los de una dispensación con revelaciones, y permitiría que los de otra dispensación se las entendieran como pudiesen. La revelación de Dios siempre ha sido una característica necesaria de su Iglesia.18 El apóstol Pedro enseñó que todos pueden disfrutar de las bendiciones del Espíritu Santo: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.”19
En lo futuro
Sin profecía el pueblo se desenfrena.20
El canon de las Escrituras no se ha completado; todavía falta agregar muchas líneas, muchos preceptos. ¿Quién le negará a Dios el poder y voluntad para revelarse en lo futuro como ciertamente lo hizo en tiempos anteriores?
¡Ay del que dijere: Hemos recibido la palabra de Dios, y no necesitamos más de sus palabras, porque ya tenemos suficientes!
Pues he aquí, así dice el Señor Dios: Daré a los hijos de los hombres línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí; y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, daré más; y a los que digan: Tenemos ya bastante, les será quitado aun lo que tuvieren.21
En 1829 el Señor declaró sencilla y directamente: “No niegues el espíritu de revelación ni el espíritu de profecía, porque ¡ay de aquel que niega estas cosas!”22
Los Santos de los Últimos Días confiadamente miran hacia lo futuro, porque en él se recibirán revelaciones mayores desde los cielos. Creemos que Dios “aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios”.23
3. Revelaciones para la Iglesia
Aunque todas las personas justas tienen el derecho de recibir el Espíritu Santo y sus revelaciones consiguientes, no todos están facultados para recibir revelaciones que se aplicarán a toda la Iglesia. La casa del Señor es una casa de orden.24 En lo que respecta a la Iglesia, la revelación viene a través de los medios debidamente constituidos. Solamente el Presidente de la Iglesia tiene las llaves de recibir revelaciones para toda la Iglesia.25 El profeta José Smith declaró: “La Presidencia está sobre la Iglesia, y las revelaciones de la disposición y voluntad de Dios para la Iglesia deben venir por medio de la Presidencia. Tal es el orden celestial, así como el poder y privilegio de este sacerdocio. Cualquiera de los oficiales de esta Iglesia tiene el privilegio de recibir revelaciones, en lo que respecta a su particular llamamiento y deber en la Iglesia.”26
Cada uno de los oficiales de la Iglesia debe estar buscando constantemente la inspiración en el desempeño de su nombramiento. Ninguna persona es suficientemente capaz, ninguno tiene la habilidad suficiente, de sí mismo, para desempeñar debidamente un nombramiento en la Iglesia sin la ayuda del Señor.
La Iglesia es administrada por revelación. Tenemos la promesa incondicional de que la Iglesia y Reino de Dios permanecerá hasta la segunda venida de Cristo.27 Podríamos sacar en conclusión, en vista de esta promesa, que aun cuando no sucediere otra cosa, la Iglesia ha de ser guiada por revelación.
La administración diaria de la Iglesia se lleva a cabo por el espíritu de revelación. Por ese medio los misioneros son llevados a los de corazón sincero, a quienes testifican las cosas que les son reveladas.28 Esta es la manera en que se recibe un testimonio.29 Así es como se acepta el Libro de Mormón;30 así son llamados los oficiales de la Iglesia;31 y así es como ejercen su ministerio entre la gente.32
Los hombres que han dedicado su vida al servicio del Reino de Dios usualmente se han capacitado para reconocer las indicaciones del Espíritu y están preparados para recibir revelaciones. Los hermanos que nos presiden usualmente tienen esta facultad, porque su propia disciplina personal les facilita tener comunicación con los cielos. Wilford Woodruff, cuarto presidente de la Iglesia, fue uno de los que se prepararon en esta forma. Hablando del principio de la revelación, en lo que atañe a la administración de la Iglesia, expresó lo siguiente:
¿Dónde están las revelaciones del presidente Young? ¿Las hallamos escritas? Sólo unas pocas; pero el Espíritu Santo y las revelaciones de Dios acompañaron a Brigham Young desde el día en que recibió este evangelio hasta el momento en que dejó esta vida y su cuerpo fue sepultado. No hubo necesidad particular para que Brigham Young diera revelaciones escritas, sino en muy pocos casos. Así fue con John Taylor; así es con Wilford Woodruff. Y así probablemente será con la gran mayoría de los nos reemplacen hasta la venida del Hijo del Hombre. Pero, ¿significa esto que nos hallamos sin revelación?
No. Conocemos nuestros deberes, y hasta cierto grado sabemos lo que tenemos que resolver. . . Yo acompañé a Brigham Young aquí y en el extranjero, y no recuerdo un solo día en que él no haya tenido el espíritu y poder de las revelaciones de Dios. Este poder vino con él al llegar a esta región. Estuve con él cuando estableció los fundamentos de nuestros templos y cuando dispuso la ciudad de Salt Lake. Hizo todas estas cosas por la inspiración y el Espíritu de Dios Todopoderoso.33
Los hermanos que nos presiden reciben inspiración diariamente en sus múltiples tareas y decisiones consiguientes a la administración de la Iglesia.34
4. La revelación es necesaria para la salvación
Sin revelación no se conocería la existencia de Dios y su plan de salvación; ni habría representantes legales de Dios para efectuar las ordenanzas necesarias para la salvación. En este respecto el profeta José Smith enseñó: “La salvación no puede venir sin revelación; es en vano que persona alguna ejerza su ministerio sin ella.”35
En uno de los grandes sermones que hallamos en el Libro de Mormón, el profeta Jacob afirmó:
¡Cuán grandes y maravillosas son las obras del Señor! ¡Cuán inescrutables son las profundidades de sus misterios; y es imposible que el hombre pueda hallar todas sus vías! Y nadie hay que conozca sus sendas si no le fueren reveladas; por tanto, no despreciéis, hermanos, las revelaciones de Dios.36
Todos debemos escudriñar las cosas de Dios por nosotros mismos si deseamos salvarnos. No podemos depender de la experiencia de otros para ser salvos. “La lectura de las experiencias de otros, o las revelaciones dadas a ellos, jamás podrán darnos a nosotros un concepto comprensivo de nuestra condición y verdadera relación con Dios. El conocimiento de estas cosas tan sólo se puede obtener por la experiencia, mediante las ordenanzas que Dios ha establecido para ese propósito. Si por cinco minutos pudiéramos ver lo que hay en el cielo, aprenderíamos más que si leyésemos todo lo que jamás se ha escrito sobre el asunto.”37
Toda persona debe establecer como meta la facultad para sintonizar con lo infinito. Sólo hasta entonces, comenzaremos a vivir y lograr la salvación.
Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.38
El propio Cristo fue un revelador
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. . .
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.39
Cristo es el Verbo, el Verbo de vida,40 el Verbo de Dios,41 el Verbo del poder de Dios.42 Él comunica la palabra de su Padre a todos los hombres.43 El Padre habla y su Hijo lleva a efecto su palabra. En este respecto el Hijo es el Verbo.
Notemos las palabras de nuestro Señor respecto de este asunto:
Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.
Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.44
No obstante su autoridad personal, Jesús declaró que su obra era del Padre: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino el Padre.”45 De manera que Él es el único camino; ningún hombre viene al Padre sino por Él40 y su revelación.
(1) Noveno Artículo de Fe. (2) Mat. 16:13-19. (3) Sant. 2:14-26. (4) Efe. 2:8. (5) P. de G. P., José Smith, 2:19. (6) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 335. (7) Artículos de Fe, por James E. Talmage, pág. 329. (8) Hech. 10:34, 35. (9) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 405. (10) Mat. 7:7, 8. (11) Doc. y Con. 42:61. (12) Doc. y Con. 8:2, 3. (13) Amos 3:7. (14) Sal. 25:14. (15) Juan 15:14, 15. (16) Gén. 2:15-20; P. de G. P., Moisés 3:16. (17) 1 Cor. 2:10. (18) Véase el capítulo 12 de esta obra. (19) Hech. 2:38, 39. (20) Prov. 29:18. 21) (21) 2 Nefi 28:29, 30. (22) Doc. y Con. 11:25. (23) Noveno Artículo de Fe. (24) Doc. y Con. 132:8. (25) Doc. y Con. 28:2-8; 25:9; 90:14; 94:3; 100:11; 107:91, 92. (26) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 130. (27) Doc. y Con. Sección 13. (28) Doc. y Con. 58:63. (29) Enós 1-10. (30) Moroni 10:3-5. (31) Heb. 5:4. (32) Sant. 5:14-16. (33) Discourses of Wilford Woodruff, págs. 55, 56. (34) Doc. y Con. 102:2, 9, 23; 107:39; 128:11. (35) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 186. (36) Jacob 4:8. (37) Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 400. (38) 1 Cor. 2:9-11. (39) Juan 1:1, 14. (40) 1 Juan 1:1. Cursiva del autor. (41) Apo. 19:13. Cursiva del autor. (42) P. de G. P., Moisés 1:32. Cursiva del autor. (43) Doc. y Con. 93:8. (44) Juan 12:49-50. (45) Juan 14:10. (46) Juan 14:6.
























