El Reino de Dios

Capítulo 5

JESUCRISTO

Jesucristo

¿Quién es Jesucristo? ¿Es Hijo de Dios en el mismo sentido literal que nosotros somos hijos de padres terrenales? ¿Es sola­mente un hombre que fue el maestro moral más destacado de la historia? ¿Qué afirmaba ser? Aun cuando el mundo cristiano declara que Jesús es el fundamento de su fe, las respuestas a estas preguntas fundamentales carecen de unidad. Existe una desunión básica, y ello a pesar de que la Biblia claramente contesta éstas y otras preguntas pertinentes acerca de Jesús.

Los Santos de los Últimos Días aceptan la exposición bíblica de los testimonios que todos los profetas han dado de Cristo y su venida, así como la historia de su nacimiento, ministerio, resu­rrección y ascensión al cielo.1 Por cierto, en vista de que se nos ha dado más información, aceptamos la Biblia más literalmente que el mundo. Sin embargo, no sólo tenemos la Biblia. El Señor nos ha dado otro testigo, el Libro de Mormón, historia religiosa de los antiguos habitantes de los continentes americanos que enseña acerca de Cristo con el mismo espíritu de testimonio y revelación que la Biblia. Profetizó su venida, enseña sus doctrinas y evangelio y la administración de sus ordenanzas. Haremos referencia a estos dos libros sagrados en el texto.

El Hijo de Dios

Nuestro Señor abiertamente planteó el problema a los fari­seos: ¿Era el Hijo de Dios o simplemente uno de los muchos maes­tros religiosos de su tiempo? “Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis de Cristo? ¿De quién es hijo?”2 Contestó su propia pregunta explicando—para su con­fusión—que aun cuando había de ser descendiente de David (como Jesús lo era, por medio de María su madre), también era el Señor de David, es decir, el Dios de Israel. Los fariseos se quedaron atónitos, como sucede con el mundo en la actualidad, porque para entender esta verdad, uno debe comprender que el Padre y Dios de Jesús es un ser personal a cuya imagen el hombre es hecho.

Juan declara que se escribieron las Escrituras “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.”8

Jesús repetidas veces dio testimonio de sí mismo.4 Sin embar­go, había confusión entre los judíos, y algunos le reclamaron: “Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis; porque no sois de mis ovejas, como os he dicho”. Entonces declaró inequívocamente: “Soy el Hijo de Dios.”5

En el nuevo testigo, el Libro de Mormón, leemos que después de la resurrección se reunió una gran multitud en el templo del país de Abundancia y escuchó la voz de Dios proclamar desde los cielos: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre; a él oíd.” Y vieron a un hombre que descendía del cielo, el cual les habló y dijo: “He aquí, soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mun­do.”6 Les fue permitido palpar las heridas que recibió en sus manos, pies y costado durante su crucifixión, “a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he muerto por los pecados del mundo.”7

La personalidad de Dios

Por motivo de que Jesús vivió y obró en Jerusalén y sus con­tornos, y su ministerio está preservado en las Santas Escrituras; y en vista de que ejerció su ministerio entre la nación nefita sobre los continentes americanos, y también se escribieron en parte sus obras y enseñanzas para nuestro beneficio, podemos, por tanto, llegar a conocerlo estudiando estas Escrituras. Es importante saber que podemos informarnos acerca de Dios el Padre conociendo a Dios el Hijo. Pablo nos dice que el Padre nos ha hablado por medio de su Hijo, el cual es “la imagen misma de su substancia”.8 En estos pasajes el apóstol también nos dice que Jesús es el resplandor de la gloria de su Padre y que ha sido hecho heredero de todas las cosas. Podemos entender por esto que en Jesús se reflejan todas las gloriosas características de personalidad que el Padre tiene.

Se hizo referencia hace poco al privilegio concedido a los nefitas de palpar las heridas del Señor resucitado.9 Algunos de los santos de Jerusalén tuvieron esta misma dicha y a ellos el Señor dijo claramente: “Un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.”10 Si tenemos presente que Jesús es la misma imagen del Padre, de ello aprendemos que el Padre tiene figura corporal. También apoya la afirmación de que llegamos a conocer al Padre conociendo al Hijo.

Funciones y propósitos del Hijo

Estamos reconocidos al Señor por todos los dones buenos, y podemos catalogar en la forma siguiente algunas de las cosas que a Él debemos:

1. Creador
Juan empieza su testimonio de la vida y misión de Jesús, diciendo: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.”11 Otros apóstoles enseñaron la misma verdad,12 como lo hicieron los profetas antes de ellos.13

En nuestra época el profeta José Smith ha escrito: “Así dice el Señor vuestro Dios, Jesucristo… Soy el mismo que hablé, y el mundo fue hecho, y todas las cosas se hicieron por mí.”14

2. La salvación está en Cristo.
El don máximo que podemos buscar ahora es el de la sal­vación. Esta viene por medio de nuestro Señor: “…Todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.”15

3. El Mesías
En su último y transcendental discurso, el rey Benjamín detalló a su pueblo las profecías sobre la vida y misión de Jesús, las cuales lo señalaban como el Mesías predicho.16

4. Mediador, Abogado, Intercesor.
Pablo dijo a los Romanos: “Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”17 Por otra parte, leemos que en nuestros días se ha dicho: “Escuchad al que es vuestro intercesor con el Padre.”18

5. Redentor y Salvador
Jesús es nuestro Salvador o Redentor porque es nuestro medio por el cual podemos vencer la muerte y el infierno. Así como todos tenemos que morir naturalmente, así también por Jesús somos resucitados. “Adán cayó para que los hombres existiesen; y exis­ten los hombres para que tengan gozo. Y el Mesías vendrá… para redimir a los hijos de los hombres de la caída.”19

6. Salvación por la gracia
El profeta Jacob nos permite ver la misericordia y gracia de Dios. Explica el destino del cual se libra el género humano por causa de esta gracia.29 La gracia de Dios es la misericordia y amor que Él le tiene al género humano y el plan que nos pro­porciona  para  que podamos ser salvos de la muerte. Su gracia se concede a todos nosotros, porque todos resucitaremos. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.”21 Este pasaje nos muestra que el amor del Padre y del Hijo hacia el género humano es el mismo.

Mediante la gracia adicional de Dios, el género humano tiene el poder para ganar la vida eterna. A fin de beneficiarse con esta gracia adicional, uno debe obedecer las leyes y ordenanzas del evangelio. Nefi se refiere a este segundo aspecto de la gracia de Dios en estas palabras: “Sabemos que es por la gracia que nos salvamos, después de hacer todo lo que podemos.”22

7. La luz del mundo
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no estará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”23

Jesús nos ha mostrado el único ejemplo perfecto de cómo se debe vivir. Parte de su misión consistió en dar ese ejemplo a todos: “¿Qué clase de hombres debéis de ser? En verdad os digo, debéis de ser así como yo soy.”24

8. La sangre de Cristo
Más adelante se tratará la doctrina de la expiación con am­plitud. La salvación viene por la expiación y ésta se efectuó por el derrame de sangre. En el Getsemaní Jesús condicionalmente tomó sobre sí los pecados del mundo, y al hacerlo sudó gotas de sangre. El derrame de su sangre se consumó sobre la cruz. El rey Benjamín supo por conducto de un ángel, con respecto a los niños pequeños: “Así como en Adán… caen, aun así la sangre de Cristo les expía sus pecados… La salvación fue, y es, y ha de venir, en y por la sangre expiatoria de Cristo, el Señor Omnipotente.”25

El Primogénito

Pablo escribió a los Colosenses que Cristo era “la imagen de Dios… el primogénito de toda creación.”26 También dijo que era el “primogénito” entre los hombres.27 No se estaba refiriendo a su nacimiento terrenal, pues miles de años antes que El viniera los hombres habían estado naciendo; más bien quiso decir que Cristo fue el Primogénito en el estado preexistente. “En el principio era el Verbo [Jesús], y el Verbo era con Dios”28 — escribió el apóstol Juan. En lo que respecta a nosotros, Él ha dicho sencillamente: “Yo estuve en el principio con el Padre, y soy el primogénito.”29 De manera que Jesús es nuestro hermano mayor. Más adelante hablaremos de nuestra vida preterrenal.

El nombre de Cristo.

Cuando nos unimos a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tomamos sobre nosotros el nombre de Cristo. Así como lo declaró el rey Benjamín a los que se habían convertido a la Iglesia en sus días—“Quisiera que tomaseis sobre vosotros el nombre de Cristo”30—también nosotros debemos aspirar a ser dignos de ese santo nombre. Debemos guardar los mandamien­tos para merecer ese honor.


(1) Octavo Artículo de Fe. (2) Mat. 22:41-46. (3) Juan 20:31. (4) Juan 4:24-26 ; 8:18, 24, 28, 29; 9:35-38; Mat. 26:63-68. (5) Juan 10:7, 9-11, 14, 15, 17, 18, 24-26, 36. (6) 3 Nefi 11:7, 10. (7) 3 Nefi 11:14. (8) Heb. 1:1-4. (9) 3 Nefi 11:14. (10) Luc. 24:13-53. (11) Juan 1:1-3. (12) Heb. 1:1-4. (13) P. de G. P., Moisés 1:31, 33. (14) Doc. y Con. 38:1-3. (15) Juan 3:13-18. (16) Mosiah 3:5-10. (17) Rom. 8:34-39. (18) Doc. y Con. 45:3, 4. (19) 2 Nefi 2:25, 26. (20) 2 Nefi 9:8-10. (21) Juan 3:16. (22) 2 Nefi 25:23. (23) Juan 8.12. (24) 3 Nefi 27:27. (25) Mosiah 3:16, 18. (26) Col. 1:15. (27) Rom. 8:29. (28) Juan 1:1, 2. (29) Doc. y Con. 93:21-23. (30) Mosíah 5:8, 9.

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