Capítulo 12
La lectura de cosas buenas
Efectos nocivos de los libros malos
Sería difícil calcular las influencias nocivas que en los pensamientos, sentimientos y hechos de los jóvenes ejerce la práctica de leer novelas baratas. Los libros constituyen una especie de compañerismo para todo el que lee, y producen dentro del corazón sentimientos hacia lo bueno o lo malo. En ocasiones sucede que los padres tienen mucho cuidado de los amigos con quienes se juntan sus hijos, y al mismo tiempo se manifiestan indiferentes en cuanto a los libros que leen. La lectura de un libro finalmente resultará en malos compañeros.
No es únicamente el joven que lee esta literatura extraña, anómala, de incitación innatural, el que siente los efectos de su influencia, sino que con el tiempo él influye en otros. Esta literatura llega a ser la madre de toda especie de fantasías impías que maduran en prácticas perversas y producen un sentimiento innatural y bajo, que siempre está desalojando lo bueno que hay en el corazón humano y reemplazándolo con lo malo. Fue el poeta Shelley quien dijo “que los pensamientos extraños engendran actos extraños; y cuando nuestros hijos leen libros que producen pensamientos extraños, raros e indeseables en sus mentes, no debe causarnos sorpresa cuando llegamos a saber que han cometido algún acto inusual, extraño o innatural. Es en los pensamiento y sentimientos donde tenemos que combatir las maldades y tentaciones del mundo, y la purificación de nuestros pensamientos y sentimientos debe convertirse en el esfuerzo especial de todo padre y madre. El novelista americano, Fuller, escribió una vez: “Parece que mi alma es como un estanque sucio, en el cual los peces pronto mueren y las ranas viven largo tiempo.” Es notable cuán fácil es aprender a pecar, y cuán difícil es olvidarlo.
Se cuenta de un oficial inglés de la India que un día fue al anaquel para bajar un libro. Al colocar la mano sobre el tomo, un áspid le mordió el dedo. Al cabo de pocas horas empezó a hinchársele el dedo; poco después la hinchazón le pasó al brazo y por último se envenenó todo el cuerpo, y a los pocos días el oficial murió. Hay serpientes venenosas que se esconden en más de un libro barato, de calidad inferior, y son muy comunes en las novelas baratas. El efecto que surten en nuestras almas es ponzoñoso y con el tiempo ciertamente causarán una muerte moral y espiritual. . . La influencia de estas novelas es más peligrosa aún porque los sentimientos y pensamientos que engendran en el corazón y la mente se hallan más o menos ocultos, y las consecuencias nocivas de esta lectura frecuentemente no se manifiestan sino hasta que un acto premeditado y horrible es el producto de los meses y a veces años de imaginación y asombro. Cuídense los miembros de los libros que entran en sus casas, porque su influencia puede ser tan venenosa y mortífera como el áspid que causó la muerte del oficial inglés en la India (JI, mayo de 1902, .37:274, 275).
La lectura de cosas buenas
Hay demasiada lectura de esa clase de novelas que no enseñan ninguna cosa útil y sólo tienden a incitar las emociones. Todos sabemos que el leer novelas en exceso perjudica el desarrollo intelectual de quienes se empeñan en ello, y los que son prudentes y aquellos que desean progresar bien podrían dedicar más tiempo a obras útiles y educativas, libros que informarían al lector en cuanto a la historia, biografía, religión y otros temas importantes que se espera que entiendan todas las personas bien educadas.
Muchos de nuestros jóvenes, así como algunos de edad mayor, no se han familiarizado con su propia religión, ni con las bellas e impresionantes doctrinas del evangelio que contiene tan abundantemente. Esta clase de personas dedican más tiempo a la lectura de libros inservibles o sensacionales, que al estudio y contemplación de las obras que les permitirían familiarizarse con los principios del evangelio. Si estuviesen mejor informados en cuanto a estas cosas y entendieran las doctrinas salvadoras y las preguntas hechas a diario sobre su religión, más de lo que están, no caerían en las redes de falsas enseñanzas, falsos directores y propagadores de cultos que son falsos. No serían desviados como algunos lo son (IE, mayo de 1909, 12:562).
Sorteos y juegos de azar
¿Es propio rifar algo para el beneficio de los misioneros? No; el sorteo es un juego de azar, y por tanto, conduce a la afición por los juegos; por esta razón, aun cuando no hubiere otra, no se debe alentar entre los jóvenes de la Iglesia. El presidente Young declaró que la rifa es un nombre modificado que se da a los juegos de azar; dijo que “como Santos de los Últimos Días no estamos en posición de sacrificar principios morales por beneficios económicos”; y aconsejó a las hermanas, a través de las páginas de Wornan s Exponent, a no hacer sorteos. El presidente Lorenzo Snow, apoyó y aprobó estos conceptos, y yo a menudo he expresado mi completa desaprobación de las rifas. La Mesa General de la Escuela Dominical se ha declarado en su contra, y por último, la ley del estado dice que es ilícito sortear por medio de los dados. Si en cuanto a principio es contra la ley usar dados, ¿no es igualmente ilícito si se usa cualquier otro aparato? En vista de todas estas objeciones, ¿no debe ser patente a todos que el sortear caballos, colchas, bicicletas y otros artículos, no es sancionado por la ley moral ni aprobado por las Autoridades Generales de la Iglesia? Sin embargo, sigue igual, y si no aceptáis esta práctica, debéis negaros a patrocinarla y no ayudar a la causa. Ahora bien, ¿cómo ayudaremos al misionero que desea vender un caballo o lo que sea? Contribuya cada cual un dólar y decidan los contribuyentes por voto a cuál varón digno, no uno de ellos, se dará el caballo. Así no se deja al azar; es puramente una decisión; y ayuda a las personas que desean comprar boletos solamente para beneficio del misionero, a dominar la tendencia al juego que en ellos hay. Sin embargo, tengo otro pensamiento adicional: El elemento de la suerte participa notablemente en todo lo que emprendemos, y debe tenerse presente que el espíritu con el cual hacemos algo determina en gran manera si estamos jugando al azar o iniciando una empresa comercial legítima (IE, febrero de 1903, 6:308, 309).
Los juegos de azar
Entre los vicios de la edad actual, se condena el juego en forma muy general. El elemento decoroso de la sociedad lo desaprueba. No obstante, con numerosos disfraces el demonio del juego encuentra cabida en el hogar, en clubes elegantes y en funciones caritativas, aun dentro de los recintos de edificios sagrados.
Cualesquiera que sean las condiciones en otras partes, esta costumbre no deberá aprobarse dentro de esta Iglesia; y la organización que lo permita se opone al consejo e instrucciones de las Autoridades Generales de la Iglesia.
Sin intentar especificar o particularizar las muchas formas censurables que se le dan a esta práctica impía entre nosotros, una vez más decimos a la gente, que no pueden aprobarse ningún tipo de juegos de azar, adivinanzas o rifas en ninguna diversión auspiciada por las organizaciones de nuestra Iglesia.
El deseo de obtener algo de valor por nada o por muy poco, es pernicioso; y cualquier forma de proceder que fortalece tal deseo constituye una ayuda eficaz al espíritu del juego, que para miles ha probado ser un verdadero demonio de destrucción. Arriesgar una moneda de diez centavos con la esperanza de ganar un dólar en cualquier sorteo o lotería es una especie de juego de azar.
No se vaya a suponer que se permitirá o pasará por alto el sorteo de artículos de valor, el ofrecer premios a los que aciertan en el concurso de adivinanzas, el uso de máquinas de juego o de cualquier otro aparato de esa índole, porque el dinero que de esa manera se obtiene va a usarse para un buen fin. La Iglesia no ha de ser sostenida en grado alguno con fondos logrados por medio del juego.
Diríjase la atención de los oficiales de estaca y barrio, y los encargados de las organizaciones auxiliares de la Iglesia, a lo que se ha escrito sobre este tema, así como al presente recordatorio, el Día lo. de octubre de 1902 se publicó un artículo en The Juvenile Instructor firmado por el presidente de la Iglesia [Joseph F. Smith, “Sorteos”, JI, 37:592], en él aparecen citas de instrucciones anteriores y consejos a los miembros sobre el tema. Para la conveniencia del lector, se repite aquí parte de dicho artículo. Respondiendo a la pregunta de que si se pueden justificar las rifas y juegos de azar cuando son buenos los propósitos que se pretenden, se dijo lo siguiente. “Enfáticamente contestamos: No. El sorteo es sólo un nombre modificado que se da al juego.”
El presidente Young dijo una vez a la hermana Eliza R. Snow: “Diga a las hermanas que no hagan rifas. Si las madres sortean, los hijos buscarán el juego. El sorteo es juego.” Entonces sigue esto: “Algunos dicen, ¿qué haremos? Tenemos colchas disponibles; no podemos venderlas y necesitamos para nuestra tesorería fondos que podemos levantar si tenemos una rifa para el beneficio de los pobres. Es preferible que las colchas se apolillen en los roperos que adoptar el viejo refrán: ‘El propósito santificará los medios.’ Como Santos de los Últimos Días no estamos en posición de sacrificar el principio moral por el beneficio económico” (IE., diciembre de 1908, 12:14-3, 144).
El perjuicio de los naipes
Pero necesitamos tener diversión, decís vosotros — ¿qué haremos? Dedicaos a empresas domésticas y a lograr conocimiento útil del evangelio. Incúlquese en el corazón de los jóvenes el amor, por los libros buenos y útiles; enséñeseles a complacerse y recrearse con la historia, viajes, biografías, conversación e historia clásica. Tenemos también juegos inocentes, música, cantos y recreo literario. ¿Qué diríais del hombre que propusiera el wisky y la cerveza como bebidas ordinarias, porque es necesario que la gente beba? Tal vez sería un poco peor que el hombre que colocara naipes en las manos de mis hijos, fomentando con ello el espíritu de la aventura y el juego que conduce a la destrucción, porque era necesario que se divirtieran. Al primero de estos dos yo llamaría un enemigo ruin y le aconsejaría que bebiera agua; y al segundo, un espíritu malo disfrazado de inocencia, y le aconsejaría un recreo que no tuviera los microbios de la enfermedad espiritual que conduce al diablo.
Dedíquense nuestras noches a diversiones inocentes dentro del bogar, y destiérrense de nuestras familias todos los juegos de azar y particípese únicamente en las diversiones que se hallen libres del juego y del espíritu del juego. Y apartemos muy lejos de nosotros el exceso en los juegos de naipes, así como a la persona que visita a sus vecinos a toda hora del día y la noche para fomentar esta maldad. Tened por cierto que si alentamos este mal, traerá en pos de sí otras dificultades graves, y los que lo hagan con exceso perderán el espíritu del evangelio e irán a una ruina temporal y espiritual.
Los jóvenes deben esforzarse en sus recreos por cultivar un amor hacia lo que no sea perjudicial. No es cierto que sólo se puede disfrutar del recreo que daña al cuerpo y al espíritu. Debemos acostumbrarnos a encontrar gozo en lo que produce vigor, no en lo que causa estupor al cuerpo y lo destruye; en lo que conduce hacia arriba y no hacia abajo; en lo que ilumina al intelecto, no lo que lo opaca y lo obstruye; en lo que eleva y exalta al espíritu, no en lo que lo estanca y lo deprime. Así complaceremos al Señor, aumentaremos nuestra propia alegría y nos salvaremos a nosotros y a nuestros hijos de pecados inminentes, en el fondo de los cuales se esconde, igual que el maligno, el espíritu de los naipes y del juego (IE, junio de 1911, 14:737, 738).
El tiempo que se pierde con los naipes
No es cosa rara que las mujeres, jóvenes y de mediana edad, pasen la tarde entera, y muchas de ellas toda la noche, jugando a los naipes, con lo que desperdician horas y días de tiempo precioso en esta manera inútil e improductiva. Por otra parte, estas mismas personas, cuando se recurre a ellas, declaran que no tienen tiempo para actuar como maestras en la Escuela Dominical, ni el tiempo para asistir a la misma ni a las reuniones. Desatienden sus deberes en la Iglesia por falta de tiempo, y sin embargo, pasan horas, día tras día, con los naipes. De este modo han alentado al espíritu de la indolencia que se ha apoderado de ellas, y sus mentes están llenas de la vil ebriedad, alucinación, encantamiento y fascinación que se posesionan de los que se han enviciado en el juego de los naipes, y han excluido todo sentimiento espiritual y religioso. Tal espíritu deslustra todo pensamiento y sentimiento sagrados; y por último, estos jugadores no saben por cierto si son judíos, gentiles o santos, y es poco lo que les importa.
Aun cuando un juego sencillo de naipes puede ser inofensivo en sí mismo, es un hecho que tras la repetición inmoderada, acaba en un apasionamiento por proyectos azarosos, en el hábito del exceso, en la pérdida de tiempo precioso, en ofuscar y entorpecer la mente y en la completa destrucción de los sentimientos religiosos. Estos son resultados graves, maldades que los Santos de los Últimos Días deberían y deben evitar. Además, el grave peligro que acecha en jugar habitualmente a los naipes, el cual engendra el espíritu del juego, de la especulación y despierta el peligroso deseo de obtener algo sin que cueste nada (IE, agosto de 1903, 6:779, 780).
Los juegos de naipes
Hasta cierto punto se puede determinar el carácter de una persona por la calidad de sus diversiones. Los hombres y mujeres de hábitos industriosos, ordenados y meditabundos, tienen poco interés en los pasatiempos frívolos, en los placeres que se buscan sólo por gusto. No es fácil imaginar que los hombres que ocupan altos puestos en la Iglesia puedan encontrar placer alguno que pudiera ser inspirador o útil en un juego de naipes; por cierto, la noticia de que a un presidente de estaca, un obispo de barrio u otro oficial principal de la Iglesia le gustara jugar a los naipes ofendería todo sentimiento de propiedad, aun entre los jóvenes que no se inclinan seriamente a los deberes y responsabilidades de la vida. Tal práctica y los deberes y responsabilidades de una vida religiosa se considerarían incompatibles. Aun los hombres de negocio, por regla general, desconfían de sus socios que se inclinan a jugar frecuentemente a los naipes.
Se podría decir que las mismas objeciones no se aplican a los jóvenes que no toman la vida tan en serio; pero el mal consiste en que los jóvenes que se dedican al pasatiempo frívolo y peligroso de jugar a los naipes probablemente nunca tomarán la vida en serio, a menos que abandonen tales placeres cuestionables en su juventud. Son el hombre y la mujer serios y prudentes los que con mayor probabilidad asumirán las responsabilidades más elevadas y nobles de la vida, y sus gustos y placeres jamás encuentran satisfacción en las barajas.
El jugar a los naipes es un placer excesivo. Es un intoxicante, y por lo tanto, es como un vicio. Generalmente va acompañado del cigarrillo y el vaso de vino, y estas cosas conducen a la sala de billares y a las casas de juego. Son pocos los hombres y mujeres que se recrean con el peligroso pasatiempo de los naipes, sin poner en peligro sus negocios y las responsabilidades mayores de la vida. Indicadme las diversiones que más os complacen y si éstas han llegado a ser la pasión dominante de vuestras vidas, y podré deciros lo que sois. Son muy pocos los que juegan frecuentemente a los naipes, en quienes no se convierte en la pasión dominante de su vida.
Las barajas son para el jugador el instrumento más perfecto y común que jamás se ha ideado, y con las barajas se asocian, a distinción de casi todos los demás juegos, el garito y la cantina. Sin embargo, las barajas no son lo único que incita a lo malo. Hay que excluir del hogar cualquier juego que finalmente conduce a compañeros de antecedentes dudosos, porque tales juegos son el entretenimiento principal de tales personas. Hay abundancia de juegos inocentes que satisfacen la diversión necesaria en el hogar si tener que recurrir a las barajas (JI, septiembre de 1903, 38:528, 529).
Cesemos de los juegos de naipes
Se me ha dicho que la costumbre de tener reuniones sociales, para jugar a los naipes en las casas de los Santos de los Últimos Días, es mucho más extensa de lo que suponen aquellos a quienes los de la sociedad jamás invitan a pasar la noche jugando a los naipes. Las autoridades presidentes no son invitadas a fiestas en donde se juega a los naipes, y por regla general no se les permite presenciarlas, sencillamente porque aquellos que realizan tales fiestas creen que la baraja en manos de un fiel siervo de Dios es satirizar la religión.
He sabido de algunos que son llamados para oficiar en las santas ordenanzas, cuando se ausentan de la casa del Señor o llegan tarde, han dado como excusa el hecho de que estaban asistiendo o teniendo una fiestecita para jugar a los naipes. Los que hacen esto no son dignos de administrar ordenanzas sagradas; son tan indignos como otros que violan en cualquier forma la buena moral. Tales personas deben ser relevadas.
Se me ha dicho que los jóvenes presentan como excusa al tratarse de este pasatiempo cuestionable, la acusación que en los hogares de ciertos hombres que ocupan altos puestos en la Iglesia se juega a los naipes. Sin embargo, los obispos no deben permitir que las contrarréplicas de esta naturaleza los desalienten en sus esfuerzos por suprimir este mal. Por medio de sus maestros, el obispo tiene el mismo derecho de preguntar acerca de los pasatiempos en los hogares de las autoridades más altas de la Iglesia, como de los miembros más humildes. Si es cierto que en la Iglesia prevalece el juego de naipes, los obispos tienen la responsabilidad de ver que no haya cosas malas, y es su deber encargarse de que sean abolidas, o que los hombres o mujeres que fomentan estas cosas comparezcan para rendir cuentas ante sus hermanos y hermanas por el pernicioso ejemplo que están dando a la juventud de Sion. Ciertamente ningún obispo puede decir que su barrio está en buenas condiciones si existe esta práctica.
Los presidentes de estacas no se hallan sin responsabilidad en este asunto, y en las reuniones generales del sacerdocio de las estacas deben preguntar minuciosamente a los obispos acerca de las fiestas sociales para jugar naipes en las casas de los miembros. Es fácil indagar, por medio de los maestros orientadores, si existen en los hogares de los miembros prácticas que no concuerdan con la misión del “mormonismo”, y los juegos de naipes ciertamente no van de conformidad con dicha misión. Ningún hombre que esté enviciado en los naipes debe ser llamado para obrar como maestro orientador; tales personas no pueden ser buenos defensores de lo que ellos mismos no llevan a la práctica.
Los juegos de naipes han sido la causa de demasiadas riñas, el origen de demasiados odios, el motivo de demasiados asesinatos para admitir una palabra de justificación que pueda disculpar el espíritu de mentira y engaño que con mucha frecuencia el juego engendra en el corazón de sus aficionados.
Mis frecuentes y enfáticas palabras sobre este tema son el resultado de la alarma que siento por causa de los bien fundados informes, que llegan a mis manos, concernientes a la frecuencia de los juegos de naipes en los hogares de algunos que profesan ser Santos de los Últimos Días. Sobre todo oficial de la Iglesia, (pie en manera alguna es responsable del peligro de los juegos de naipes, descansa y descansa pesadamente el deber de hacer cuanto él o ella puedan, en una manera sincera y con la ayuda de la oración, para desarraigar este mal. Tengamos siempre presente el antiguo refrán que dice: “Al diablo le agrada zambullir lo que está húmedo”, y pongamos coto al juego de naipes en el hogar, antes que nos lleve a la casa de juego (JI, septiembre de 1903, 38:560, 561).
La naturaleza perniciosa de los juegos de naipes
Los naipes son un juego de azar, y por tal razón tiene sus mañas. Alienta las mañas, y sus aficionados miden su éxito en la mesa de juegos con su habilidad para ganar por medios estrambóticos y ocultos. Produce un espíritu de astucia e inventa medios ocultos y secretos; y el hacer trampas y el jugar a los naipes son casi sinónimos.
Además, los naipes gozan de una reputación mala, y son los compañeros conocidos de hombres malos. Si no existiese más razón para abandonar los juegos de naipes, sólo bastaría su reputación para servirnos de advertencia. Puede concederse que a menudo se adquiere una destreza soberbia en este juego de azar, pero tal destreza pone en peligro las cualidades morales de quien la posee y lo impulsa hacia prácticas sospechosas.
Juegos tales como las damas y el ajedrez están más sujetos a reglas fijas, su aplicación es franca y se encuentra más libre de mañas astutas. Estos juegos no envician como los naipes y otros juegos de azar (JI, octubre de 1903, 38.591).
Los naipes en el hogar
Se pregunta: Pero si se juega a los naipes en el hogar y bajo la vigilancia de un padre anhelante y amoroso, ¿qué daño puede causar? La mayor parte de los vicios, cuando empiezan, visten ropa atractiva y de apariencia inocente; y un examen cuidadoso de la carrera de más de un desafortunado revelará que el primer paso de su desgracia fue en un “pasatiempo inocente”, cuyo vicio raras veces se manifiesta en su infancia. Hay diversos espíritus en el mundo, y el espíritu del juego es uno de ellos y los naipes han sido tradicionalmente el medio más común y universal de dar satisfacción a ese espíritu. Un “juego inocente de naipes” es el inocente compañero de un vaso inocente de vino y el compañero de juego de los tahúres.
Además, todo entretenimiento se convierte en pernicioso cuando se hace en exceso. No hay juego en el mundo que se haya jugado la milésima parte del tiempo sí, todos los juegos del mundo no han consumido la milésima parte del tiempo que se ha dedicado a los naipes. El juego mismo conduce a los excesos; es el enemigo de la industria, el adversario de la economía y el compañero de juergas del que viola el día de reposo. La mejor excusa posible que una persona puede presentar para jugar a los naipes es que existe un escape posible de los peligros a los que conduce; y la mejor explicación que de este vicio pueden dar las personas, es el espíritu de la aventura que hay en el hombre, el cual se deleita en aquello que es azaroso para su seguridad física y moral (JI, octubre de 1903, 38:593).
























