Capítulo 14
Amad a vuestros enemigos
No nos desanimamos
No nos sentimos desalentados, no estamos desanimados ni descorazonados. Creemos en el Señor y sabemos que es poderoso para salvar; que ha guiado el destino de este pueblo desde el primer momento hasta tiempo presente, y que no se debe a la sabiduría de los hombres el que hayamos escapado de las conspiraciones, ardides y asechanzas de nuestros enemigos, y que se nos ha permitido vivir y crecer en la tierra para llegar a ser lo que somos; antes ha sido por motivo de la sabiduría, misericordia y bendición de aquel que rige los destinos no sólo de los hombres sino de las naciones. Todo lo debemos a Dios; a El dirigimos nuestro agradecimiento y gratitud por las manifestaciones de su amor, cuidado y protección (CR, octubre de 1906 pág. 2).
Perdono a todos los hombres
Siento dentro de mi corazón el deseo de perdonar a todos los hombres en el amplio sentido en que Dios me requiere que perdone a todo ser humano, y deseo amar a mi prójimo como a mí mismo, y hasta este grado no siento mala voluntad hacia ninguno de los hijos de mi Padre. Pero hay enemigos de la obra del Señor, así como hubo enemigos del Hijo de Dios. Hay quienes solo hablan mal de los Santos de los Últimos Días. Hay algunos —y abundan principalmente en medio de nosotros— que cierran los ojos a toda virtud y a toda cosa buena relacionada con esta obra de los últimos días, y derraman ríos de calumnias y falsedades contra el pueblo de Dios. Los perdono por esto; los dejo en manos del justo Juez. Haga El con ellos como bien la parezca, pero no son ni pueden llegar a ser mis compañeros íntimos. No puedo consentir tal cosa. Aun cuando no dañaría un cabello de su cabeza, aunque no pondría una sola paja en su camino para impedir que se tornara del error de sus vías a la luz de la verdad, tan improbable sería que yo pensara en tomar un ciempiés, un alacrán o cualquier reptil ponzoñoso y me lo echara en el seno, como pensar en ser compañero o colega de tales hombres.
Tales son mis pensamiento, y creo que son correctos. Si podéis interponeros en el camino del pecador para detenerlo en su curso descendiente, y llegáis a ser instrumento en la mano del Señor para apartarlo de la senda del vicio, la iniquidad o el crimen, al camino de la rectitud y de la justicia, sois justificados, y es lo que se requiere de vosotros. Esto es lo que debéis hacer. Si podéis salvar a un pecador de su impiedad, apartar al inicuo del sendero de la muerte que va corriendo a la vía de la vida y salvación, salvaréis a un alma de la muerte y habréis sido instrumentos en la mano del Señor para encaminar al pecador hacia la justicia, por lo cual recibiréis vuestra recompensa. Algunos de nuestros buenos Santos de los Últimos Días han llegado a ser extremadamente buenos (?), que no pueden distinguir entre un santo de Dios, un hombre honrado y un hijo de Belcebú que se ha entregado por completo al pecado y la maldad; y dicen que es liberalidad, amplitud de miras, amor grande. No es mi deseo que el amor por mis enemigos me ciegue a tal grado que no pueda discernir entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, antes, espero vivir de tal manera que haya en mí la luz suficiente para discernir el error de la verdad, y ponerme del lado de la verdad y no del lado del error y las tinieblas. El Señor bendiga a los Santos de los Últimos Días. Si soy demasiado estrecho de pensamiento en cuanto a estas cosas, espero que la sabiduría de mis hermanos y el Espíritu de Luz del Señor ensanchen mi alma (CR, octubre de 1907, págs. 5-6).
Dejamos a nuestros enemigos en las manos de Dios
Damos gracias a Dios por sus misericordias y bendiciones, y no sé si acaso en un grado pequeño no debemos estar agradecidos a los que rencorosamente han resistido a la obra del Señor; porque con toda su oposición y amarga contienda contra nuestro pueblo, el Señor ha desarrollado su poder y sabiduría, y ha causado que su pueblo llegue más ampliamente al conocimiento de las personas inteligentes de la tierra, y por ellas sea favorecido. Con los mismos medios que han empleado los que combaten la obra de Dios, Él ha obrado para el beneficio de Sion. Sin embargo, está escrito, y creo que es verdadero, que aun cuando es necesario que vengan las ofensas, ¡hay de aquel hombre por quien vienen! (Mateo 18:7); más están en las manos del Señor igual que nosotros. No presentemos ninguna acusación injuriosa en contra de ellos; estamos dispuestos a dejarlos en las manos del Omnipotente para que El haga con ellos según le parezca bien. Nuestro empeño es obrar con rectitud en la tierra, buscar el desarrollo del conocimiento de la voluntad y vías de Dios, y de sus grandes y gloriosas verdades que Él ha revelado por intermedio de José el Profeta, no sólo para la salvación de los vivos, ni no para la redención y salvación de los muertos (CR, abril de 1908, pág. 2).
Los resultados están en las manos de Dios
Dios se encargará de ellos en su propio tiempo y en su propia manera, y nosotros sólo hemos de cumplir con nuestro deber, guardar nosotros mismos la fe, obrar con justicia en el mundo y dejar los resultados en las manos de aquel que ejerce predominio en todas las cosas para el bien de aquellos que lo aman y guardan sus mandamientos (CR, abril de 1905, pág. 6).
Nuestra deuda con nuestros enemigos
Iba a decir que no debemos nada a nuestros enemigos. Fue el primer pensamiento que surgió en mi mente, pero voy a retenerlo. Creo que algo también debemos a nuestros enemigos por el progreso de la causa del Señor; porque hasta la fecha se ha tornado para el bien de Sion y la propagación de la verdad, todo lo que se ha hecho para malograr los propósitos de Dios y frustrar sus proyectos. Y así continuará haciéndose hasta el fin, porque están pugnando contra la obra de Dios, no la mía ni la de ningún otro hombre (C.R, octubre de 1906, pág. 2).
Una oración a favor de nuestros enemigos
Compadézcase Dios el Señor de aquellos que intentan perjudicar la causa de Sion. Oh, Dios, ten piedad de los que andan mal orientados, de los errantes, los necios y los imprudentes. Pon tu espíritu en sus corazones; apártalos del error de sus caminos y de sus insensateces y hazlos volver a la vía de la rectitud y a tu gracia. Pido misericordia para mis enemigos, aquellos que mienten acerca de mí, que me calumnian y hablan toda clase de mal en contra de mí falsamente. A cambio de esto, te suplico, Dios mi Padre Celestial, que tengas piedad de ellos, porque quienes esto practican, no sabiendo lo que están haciendo, sólo andan despistados; y aquellos que lo hacen con los ojos abiertos ciertamente necesitan, más que todos, la misericordia, compasión y piedad de Dios.
Sea El clemente con ellos; tenga El misericordia de ellos. Yo no dañaría un cabello de su cabeza por todo lo que valgo en el mundo; no pondría ningún obstáculo en su camino hacia la prosperidad. No; y suplico a mis hermanos que no molesten a los enemigos de nuestro pueblo o a los que están disponiendo su propio camino a la destrucción y no quieren arrepentirse, que están pecando con los ojos abiertos, que saben que están trasgrediendo las leyes de Dios vilipendiando a los siervos del Señor y mintiendo en contra de ellos. Sed compasivos con ellos; no los molestéis, porque es precisamente lo que quieren. Dejadlos, no lo molestéis; dadles la libertad de palabra que quieran. Permitidles relatar su propia historia y escribir su propia ruina. Nosotros podemos soportarlo. No nos perjudican, y si es motivo de diversión para ellos, estoy seguro que se los deseamos con todo gusto (CR, octubre de 1905, pág. 95).
La regla de oro
Necesitamos misericordia; seamos pues misericordiosos. Necesitamos caridad; seamos caritativos. Necesitamos ser perdonados; perdonemos nosotros. Hagamos con otros lo que queremos que hagan con nosotros (véase Mateo 7:12). Recibamos cordialmente el año nuevo y dediquémosle nuestros mejores esfuerzos, nuestro leal servicio, nuestro amor y hermandad y nuestra suplica a favor del bienestar y felicidad de todo el género humano (JI, enero de 1911, 46:16).
La razón porque el mundo no nos ama
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:19). Los discípulos de Jesús eran su pueblo escogido, y por haberlos escogido, el mundo los aborrecía. Los judíos eran el pueblo escogido de Dios, y por ser su pueblo escogido, el mundo los odiaba. No hay lugar en el mundo actualmente, en donde la palabra judío escape totalmente de verse relacionada con un sentimiento de desprecio; y tales sentimientos podrán diferir grandemente en cuanto a intensidad, pero son todos de una misma clase. En igual manera, la palabra Mormón o Santo de los Últimos Días es relacionada en todas partes con sentimiento de desprecio. El desprecio es el patrimonio de un pueblo escogido. ¿Debemos, por tanto, granjearnos el desprecio del mundo? En ningún sentido. Por otra parte, no hemos de desalentarlos porque viene a nosotros sin que lo busquemos. Algunos de nuestros amigos —principalmente en la Iglesia y unos pocos fuera de ella— quisieran rescatarnos del desprecio del mundo y conservarnos libres del mismo, si solo nos gobernásemos por sus consejos. La verdad es que el odio no nos es desconocido, y el desprecio del mundo ha sido nuestro destino por tanto tiempo, que no tenemos motivo para desalentarnos cuando nos sobreviene, aun en forma violenta. El peligro consiste no tanto en nuestra propia peculiaridad, sino en la disposición de tantos de nuestros hermanos de granjearse la popularidad a toda costa, como si fuese algo que devotamente se anhela. Con demasiada frecuencia existe una sumisión tímida frente a las olas de indignación que ocasionalmente se extienden por todo el país (JI, agosto de 1904, 39:464).
Amaos los unos a los otros
Amémonos, hermanos, los unos a los otros y ejercitemos la paciencia y la tolerancia, evitando el juicio, salvo cuando se requiera dictarlo, y entonces templando la ley con el amor de un padre. Los Santos de los Últimos Días deben ser promotores tanto de la ley como de la religión, cual se ejemplifica en justicia y misericordia de Dios (IE, mayo de 1903, 6:550).
Conservaos apartados de los inicuos
Debemos conservarnos apartados de los inicuos; la línea divisoria debe trazarse distintamente entre Dios y Belial, entre Cristo y el mundo, entre la verdad y el error y entre el bien y el mal. Debemos allegarnos a lo recto, a lo bueno, a la verdad, y abandonar el mal (DWN, noviembre de 1881, 31:674).
Los enemigos a los que debemos temer
Por mi parte, no temo tanto la influencia de nuestros enemigos por fuera, como la de los que tenemos por dentro. Hay que temer mucho menos al adversario manifiesto y declarado, a quien podemos ver y hacerle frente en el campo raso, que el enemigo acechador, engañoso y traicionero que se esconde entre nosotros. Así son muchas de las debilidades de nuestra naturaleza humana caída, a las que con demasiada frecuencia se les permite crecer, desembarazadamente y ofuscan nuestra mente, y apartan nuestro afecto de Dios y su verdad hasta que socaban los fundamentos mismos de nuestra fe y nos degeneran al grado de perder la posibilidad o esperanza de redención en este mundo o en el venidero. Estos son los enemigos que todos tenemos que combatir; son los principales contra los que tenemos que luchar en el mundo, y los más difíciles de vencer. Son los frutos de la ignorancia, y generalmente nacen del pecado y la maldad que sin reprochar permitimos que aniden en nuestro propio corazón. La obra que tenemos por delante es dominar nuestras pasiones, vencer a nuestros enemigos internos y ver que nuestros corazones sean rectos a los ojos del Señor, que no exista cosa alguna que tienda a ofender su Espíritu y apartarnos de las vías del deber (DWN, diciembre de 1875, 24:708).
























