Doctrina del Evangelio

Capítulo 15

La educación y ocupaciones industriales


Siempre estamos aprendiendo

No somos de los que “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:7). Al contrario, siempre estamos aprendien­do y acercándonos más a una comprensión correcta de la verdad, el deber y responsabilidad que descansan sobre los miembros de la Iglesia que son llamados a ocupar puestos de responsabilidad; pero podría aplicar­se a los que podríamos llamar “miembros laicos”, si puede emplearse tal frase al referirse a los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

En las circunstancias que existen en nuestro derredor, ¿quién es el que no está creciendo? ¿Quién de nosotros no está aprendiendo algo día tras día? ¿Quién, el que no va adquiriendo experiencia al seguir nuestro camino y cumpliendo con los deberes de ser miembros de la Iglesia y ciudadanos de nuestro estado y de nuestro gran­de y glorioso país? A mí me parece que sería un descré­dito para la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y sus miembros, suponer, aun por un mo­mento, que estamos estancados; que hemos dejado de crecer, cesado de mejorar y avanzar en la escala de inteligencia y en el fiel cumplimiento de nuestros deberes en toda condición en que se nos coloque como pueblo y como miembros de la Iglesia de Cristo (CR, abril de 1915, págs. 2,3).

Discurso sobre la ignorancia

El tema que se ha tratado es extenso: ¿Qué se puede hacer para contener la ola de maldad que está cundiendo por el país? Me doy cuenta de que uno de los mayores perjuicios existentes que “están cundiendo por el país”, es el de la ignorancia unida a la indiferencia. Supongo que si los ignorantes no fuesen tan indiferentes hacia estos hechos y hacia su condición, podrían sentirse im­pulsados a aprender más de lo que saben. Lo que pasa con los hombres y las mujeres es que con demasiada frecuencia cierran los ojos a los hechos que existen alre­dedor de ellos, y para muchos parece ser cosa suma­mente difícil aprender y adaptar sus vidas a las sencillas verdades que, de hecho deberían ser refranes y preceptos caseros de todo Santo de los Últimos Días y de todo hogar de los Santos de los Últimos Días. ¿Cómo pode­mos contener la ola de este mal, esta indiferencia, esta ignorancia consiguiente? Me parece que la única ma­nera de hacerlo en despertar y tener interés o interesar­nos a nosotros mismos en aquellas cosas que son tan im­portantes y necesarias para la felicidad y bienestar de los hijos de los hombres, especialmente aquello que es tan indispensable para la felicidad y bienestar de nos­otros mismos individualmente.

Aprender la verdad o cesar de ser ignorantes no es todo lo que se hace necesario. Tras esto viene la aplicación del entendimiento y conocimiento que logramos, a los hechos y cosas que son menester para nuestra pro­tección y la protección de nuestros hijos, nuestros veci­nos, nuestros hogares y nuestra felicidad.

Ocasionalmente veo, cuando salgo a pasear en la noche, a pequeños grupos de niños y niñas que por su aparien­cia me parece que no han llegado todavía a su adoles­cencia, niños y niñas tal vez de los diez a los catorce años, otros posiblemente un poco mayores, jugando en las calles en contravención de la ley de la queda, juntán­dose en rincones obscuros, en los callejones, en escondri­jos junto a sus casas o las casas de otros. Yo entiendo que esto es un mal, un mal muy grave. ¿Cómo lo vais a contrarrestar? ¿Cómo se puede evitar? (YWJ, julio de 1910, 21:403).

El valor de la educación práctica

He pensado frecuentemente en lo indeseable que es que los jóvenes de nuestra comunidad busquen trabajos livianos y puestos lucrativos, sin prestar atención a la destreza manual y mecánica, y al conocimiento y habili­dad en la agricultura.

Nadie puede negar que existe una tendencia extremosa entre los jóvenes, especialmente en nuestras ciudades más grandes, de buscar los trabajos más ligeros. La po­lítica, la ley, la medicina, el comercio, el secretariado y la banca son necesarias y buenas en su lugar, pero nece­sitamos constructores, mecánicos, agricultores y hombres que puedan usar sus fuerzas a fin de producir algo para el uso del hombre.

Los puestos asalariados, en los que se requiere poca responsabilidad, están bien para los jóvenes que van em­pezando; pero debe haber en todo la ambición de ir y asumir responsabilidades e independizarse ellos mismos convirtiéndose en productores y hábiles obreros.

Si el valor de la vida aumenta en proporción a la ex­periencia que logramos, todo joven aumentará el valor de su vida según los obstáculos nuevos que logre domi­nar. En la rutina no hay dificultades con que tropezar; tampoco hay provecho para la mente o el cuerpo en la monotonía de un puesto dependiente. Más bien, encamínese por las vías prácticas y productivas de la vida aquel que quiere crecer y desarrollar. Esto lo conducirá a la amplitud de pensamientos y la independencia, mientras que el otro camino acaba en la estrechez y la depen­dencia.

Y aquí cabe también una palabra a los padres que tienen hijas. ¿Las estáis preparando para los deberes prácticos de madre y esposa, para que en el debido tiem­po vayan y conviertan su hogar en lo que debiera ser? ¿O estáis enseñando a vuestras hijas a desempeñar el papel de dama, haciéndolas diestras en la ostentación y expertas en el adorno suntuoso? ¿Está haciendo la ma­dre todo el trabajo? Si contestáis afirmativamente las últimas dos preguntas, no estáis cumpliendo vuestro de­ber en forma completa en lo que a vuestra hija concier­ne. Porque aun cuando los talentos y una gracia consu­mada y la habilidad en cuanto a la música y al arte y un conocimiento de las ciencias son buenos y útiles en su lugar, no se tiene por objeto que estas reemplacen las faenas comunes de la vida. Donde se ha criado a los hijos de esta manera, sus padres les han perpetrado una injus­ticia positiva, de la cual, tanto los hijos como los padres pueden llegar a avergonzarse más adelante.

Mientras estamos educando a nuestros hijos en todo lo que puede designarse como bello en la ciencia y las artes, no debemos dejar de insistir en que aprendan a hacer cosas prácticas y que no desprecien las tareas comunes de la vida. Cualquier otro curso en lo que a ellos respecta, les es una injusticia, así como a nosotros mismos y a la comunidad en general.

Creo que la moral de la gente mejorará al paso que se logre la destreza en la obra manual y los trabajos productivos. Los padres también descubrirán que les será más fácil gobernar y dirigir a sus hijos si se les prepara en un trabajo manual útil. Así no presenciaremos el tris­te cuadro de jóvenes que están de holgazanes en nuestras ciudades, buscando algún lugar fácil que se acomode a sus ideas de trabajo, y si no lo pueden encontrar mejor no trabajan y siguen ociosos. Disminuirán la travesura y las diabluras, tan comunes frecuentemente porque las manos están sin trabajar, y prevalecerá un orden mejor.

De manera que aun cuando no se trata de desacreditar la educación en el sentido estético, me parece que es un grave deber que descansa sobre los padres y aquellos que tienen cargo de los asuntos educativos, proporcionar un curso suplementario, cuando no coordinado, en traba­jos prácticos para los jóvenes de ambos sexos, que los haga diestros en la obra manual y les permita emplear sus fuerzas en la producción de algo para el uso y be­neficio materiales del hombre (IE, enero de 1903, 6:229, 230).

Se apoya la educación práctica

Nuevamente quisiera decir que me agradaría ver a un número mayor de nuestros jóvenes aprendiendo ofi­cios más bien que tratando de aprender profesiones, tales como la abogacía, la medicina u otras profesiones. Pre­feriría que un hombre llegará a ser un buen mecánico, un buen constructor, o buen ingeniero, un buen agrimen­sor o un agricultor, un buen herrero o un buen artesano de cualquier clase, más bien que verlo seguir esta otra clase de profesiones. Sin embargo, necesitamos aquellos que están habilitados para enseñar en las escuelas, y me agradaría ver que nuestros jóvenes y señoritas manifestaran mayor interés en la enseñanza normal [profesorado], a fin de que lleguen a ser maestros capaces y consideren dedicarse a esta profesión, porque es de suma importancia y se lograrán grandes resultados del fiel cumplimiento de los deberes y labores de aquellos que la emprenden. Me gustaría ver que se diera la debida instrucción a los que buscan educación, así como la fundación de estableci­mientos en medio de nosotros para todos los que buscan no sólo los ramos común de la educación sino los más elevados, a fin de que puedan contar con estos privile­gios y beneficios en casa en lugar de verse obligados a salir para completar su educación.

Creo que algunos de nuestros amigos se ofendieron seriamente por lo que dije al respecto de algunas de estas cosas el pasado mes de abril. Me causó pena saber lo que dijeron concerniente a esto. ¡Pero válgame!, el con­sejo que di en abril tocante a estos asuntos fue para el bien de todos y de todas las profesiones. No hablé una sola palabra irrespetuosa de ninguna profesión; sencillamente aconsejé, y todavía aconsejo, a los jóve­nes de Sion a que aprendan a ser artesanos más bien que abogados. Lo repito, y ruego a Dios que todo varón inteligente entre los Santos de los Últimos Días pudiera saber de leyes y ser su propio abogado. Quisiera que todo joven pudiera estudiar y efectivamente estudiara y se fa­miliarizara con las leyes de su estado, con las leyes de su país y con las leyes de otras naciones. Uno no puede aprender demasiado acerca de estos asuntos; pero parece que son muchos los que están tratando de ser abogados para el bien de esa profesión; se están devorando unos a otros, hasta cierto grado. No hace mucho que un joven que había estudiado la abogacía y estableció su bufete, después de esperar que le llegaran clientes y de tratar de hacerse de clientela por algún tiempo, llegó casi al grado de morirse de hambre él y su familia, de modo que vino para preguntar qué podía hacer. No podía ganarse la vida en su profesión de abogado. Le pregunté si sabía hacer alguna otra cosa. Me contestó que sí; que era un buen impresor. Entonces le dije: “Abandone la profesión de abogado y dedíquese a la carrera de impresor; ocúpese en algo que puede hacer y en donde pueda ganarse la vida”. Si hubiera tenido clientela, el consejo que yo le habría dado, en caso de que lo obedeciera —y lo obe­deció— habría sido de beneficio a los que permanecie­ron en dicha profesión. Hay algunos hombres sumamen­te honorables, sumamente sinceros e inteligentes, que siguen la profesión de abogados. Ojalá pudiese decir la misma cosa de todos.

En seguida, mis hermanos y hermanas, liquidad vues­tras deudas. Mis jóvenes amigos, aprended a ser dies­tros en las artes y en la mecánica y en algo que sea material, útil para desarrollar la comunidad donde vivi­mos y donde están centrados todos nuestros intereses (CR, octubre de 1903, págs. 5, 6).

Hay que enseñar a los jóvenes las artes de la industria

Una de las cosas que me parece muy necesaria es que enseñemos la mecánica a nuestros jovencitos. Enseñé­mosles las artes de la industria y no dejemos que nues­tros hijos crezcan con la idea de que no hay cosa hono­rable en el trabajo, sino en las profesiones de abogacía o algún otro empleo ligero prácticamente improductivo, e iba a decir, también irremunerado; pero casi no conoz­co otro empleo más remunerativo que la profesión de abogado, por lo menos para los que son diestros. Pero, ¿qué es lo que hacen para el desarrollo del país?, ¿qué producen para beneficiar al mundo? Podrá haber unos pocos de ellos que tengan granjas; o un corto número que tenga fábricas; otros pocos que estén interesados y se dediquen a alguna obra productiva, algo que des­arrolle al país y al pueblo, y establezca permanencia, estabilidad y prosperidad en la tierra; pero la gran ma­yoría de ellos son sanguijuelas prendidas al cuerpo polí­tico y de ningún valor para el desarrollo de una comuni­dad. Hay muchos de nuestros jóvenes que piensan que no podrían ser agricultores, y que el oficio de labrar la tierra y criar ganado ofende su dignidad. Hay algunos que creen que es servil y bajo trabajar en empresas de construcción como albañiles, carpinteros o constructores en general. Son contados nuestros jóvenes que trabajan con el martillo y el yunque y en los oficios que son esen­ciales para el estado permanente de cualquier comunidad del mundo, y al mismo tiempo necesarios para el desarrollo del país.

Digo que somos negligentes y descuidados en relación con estas cosas, que no las estamos inculcando suficien­temente en las mentes de nuestros hijos y no les estamos dando la oportunidad de que debían disfrutar, de apren­der a producir de la tierra y de los materiales que se hallan sobre su faz o en sus entrañas, aquello que es necesario para el progreso y prosperidad del género humano. Algunos tenemos la idea de que es degradante que nuestras hijas aprendan a guisar, a cuidar la casa o hacer un vestido, delantal o papalina, en caso nece­sario. Al contrario, las hijas de las familias que han sido bendecidas con medios suficientes aprender a tocar el piano, a cantar y ser parte de la sociedad y a pasar su tiempo en placeres vanos e inútiles, en lugar de que se les enseñe a ser económicas, industriosas frugales y có­mo pueden llegar a ser buenas esposas. ¡Eso se tilda de degradante! Quisiera decir a esta congregación, y a todo el mundo, que si yo tuviese millones de dólares, mi mente no se sentiría satisfecha o contenta a menos que mis hijos aprendieran a hacer algo para ganarse la vida, como trabajar con la horquilla o manejar una máquina segadora o cómo arar la tierra y sembrar la semilla; ni estaría satisfecho si mis hijas no supieran como cuidar de la casa. Me avergonzaría de mis hijos si no supieran hacer algunas de estas cosas.

Necesitamos escuelas de artes y oficios en lugar de tanto económicamente aprendido en los libros de repeti­ción de los cuentos de hadas y fábulas que hallamos en muchos de nuestros textos escolares en la actualidad. Si dedicásemos más dinero y tiempo, más energía y atención a la enseñanza del trabajo manual a nuestros hijos en nuestras escuelas, sería mejor para la genera­ción creciente.

Hay muchos temas de esta naturaleza, además de los principios del evangelio de verdad eterna y el plan de vida y salvación, que podrán tratar provechosamente aquellos que vayan a hablarnos (CR, abril de 1903, págs. 2,3).

Artes y oficios y la agricultura

Queremos que en estos valles de las montañas abun­den los productos de nuestro propio trabajo, destreza e inteligencia. Me parece que es un suicidio el que nos­otros patrocinemos a los que se hallan lejos de nosotros, cuando debemos y podemos ponernos a trabajar y orga­nizar nuestra mano de obra y producir todo en casa; por este medio podríamos dar empleo a todos en casa, y desarrollar la inteligencia y habilidad de nuestros hi­jos, en lugar de dejarlos que vayan en pos de ocupa­ciones extravagantes y que tantos jóvenes prefieren más bien que trabajar con las manos. Las escuelas de los Santos de los Últimos Días y algunas del estado están empezando a introducir el trabajo manual. Algunos de nuestros jóvenes están aprendiendo a fabricar mesas, si­llas, sofás, libreros, roperos y todo ese género de artícu­los, bueno hasta cierto punto; pero si necesitamos a un albañil para que ponga ladrillos tenemos que buscar principalmente algún hombre que ha venido de Inglaterra o Alemania o de alguna otra parte para poner nuestros ladrillos. ¿Por qué? Porque a nuestros jóvenes no les gusta ser albañiles. Si necesitamos un buen herrero, te­nemos que buscar un forastero que ha aprendido el ofi­cio en su madre patria y que ha llegado aquí con el cono­cimiento de la herrería; tenemos que encontrar a tal persona antes de poder hacerse la obra porque nuestros jóvenes no les gusta ser herreros. Ni siquiera desean ser agricultores; prefieren ser abogados o médicos que ser agricultores. Esto sucede con un gran número de nuestros jóvenes y es un gran error. Espero que llegue el día en que los hijos de los Santos de los Últimos Días puedan aprender que todo el trabajo necesario para la felicidad de sí mismos, de sus vecinos y del género humano en general, es honorable, y que ningún hombre se está degra­dando porque sabe colocar ladrillo o practica la carpin­tería o la herrería o cualquier rama de mecánica, o lo que sea, sino que todas estas cosas son honorables y ne­cesarias para el bienestar del hombre y para el desarro­llo de la comunidad (CR, octubre de 1909, págs. 7, 8).

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