Doctrina del Evangelio

Capítulo 16

El propósito de las escuelas de la Iglesia


La agricultura y las artes mecánicas en las escuelas de la Iglesia

Hemos procurado impulsar el establecimiento de de­partamentos de artes mecánicas y obras manuales en nuestras escuelas de la Iglesia; y que yo sepa, se está haciendo todo lo posible, por lo menos en las escuelas principales, para habilitar a nuestra juventud, no sólo en las artes mecánicas ordinarias, sino también en el arte de la agricultura. Recientemente se ha iniciado. . [1906]? un curso de agricultura en la Universidad de Brigham Young [en Provo], y uno de nuestros cientí­ficos más capaces ha sido llamado para hacerse cargo de la clase. Me complace decir que algunos de nuestros agricultores de mayor edad están deleitados con la in­formación que han recibido al asistir a esa clase. Oí decir a un hermano que había estado labrando la tierra por muchos años, que él siempre había creído que si un hom­bre no podía hacer ninguna otra cosa, todo lo que tenía que hacer era dedicarse al arado y cultivar la tierra, porque cualquiera podía ser agricultor. Pero había des­cubierto, desde que empezó a asistir a la clase, que se necesita inteligencia y una aplicación inteligente para poder ser un buen agricultor, así como un buen artesano. En relación con esto deseo citar una circunstancia que observé hace unos años. Cierto hermano había vivido en su granja unos catorce o quince años. Cada año la había cultivado lo mejor que había podido, pero la tierra se había agotado a tal grado que él ya no podía ganarse la vida, y se desanimó a tal grado con la región, y especialmente con su granja, que determinó que si pudiera dar sus tierras a cambio de un tiro de caballos y carro para irse de allí, con gusto lo haría. Pasó el tiempo, le vino la oferta, y el hombre vendió su granja por un tiro de caballos y un carro, en el cual trasladó a su esposa e hijos a otro lugar. El comprador tomó posesión de esta granja desahuciada, y en el término de tres años, obrando inteligentemente, pudo recoger de esas tierras tres mil kilogramos de trigo por hectárea y otros productos en proporción. El nutrimiento de la tierra es­taba agotado y necesitaba una resucitación; de modo que se puso a trabajar, le dio la fuerza que necesitaba y recogió una cosecha abundante como resultado de su prudencia. Son muchos nuestros agricultores que creen que no se requiere ninguna habilidad para labrar la tierra, pero este buen hermano de Provo, a quien me he referido, descubrió lo contrario. De manera que esta­mos enseñando la agricultura, así como las artes mecánicas en nuestras escuelas. El Colegio de Brigham Young [en Logan] está erigiendo actualmente un edificio…. [1906], en el que se enseñará todo género de industrias, y donde nuestra juventud podrá aprender la carpintería, la herrería, las artes domésticas y otras ocupaciones que les serán útiles. Sin embargo, es difícil inducir a las per­sonas que cuentan con los medios, a que contribuyan con una buena suma a este proyecto. Algunos de nuestros hombres más ricos pensaron que estaban haciendo un gran esfuerzo cuando contribuyeron tal vez con cien dóla­res a un edificio que costará ocho o diez mil dólares, cuando no más (CR, abril de 1906, págs. 5, 6).

Debemos estudiar la agricultura

En relación con este asunto, me parece prudente que nosotros, en calidad de agricultores, estudiemos la agri­cultura y lleguemos a poder producir en una hectárea de tierra lo mismo que los “chinitos” o lo que cualquier otro pueblo puede producir en el mismo terreno. Yo no veo porque no podemos aprender a cultivar la tierra tan inteligente y provechosamente como cualquier otra clase de pueblo que hay en el mundo; y sin embargo, es un hecho bien sabido que hasta el tiempo presente no hemos dedicado la atención, cuidado, seriedad o inteligencia a la agricultura en nuestro país como debíamos haberlo hecho, y como ahora estamos aprendiendo con la ayuda de escuelas donde aquellos que deseen seguir la agricul­tura pueden aprender la naturaleza de la tierra y todas las demás condiciones necesarias para lograr los mejores resultados de su trabajo (CR, abril de 1910, pág. 4).

La dignidad de la agricultura

Creo que no hay trabajo sobre la tierra más esencial para el bienestar de una comunidad, ni más honorable, que el que se requiere para producir alimentos de la madre tierra. Es una de las ocupaciones más nobles; y tras ella viene el cuidado de manadas de ovejas y gana­do. Esta es otra ocupación noble, si es que se lleva a efecto debida y correctamente. Estos son los fundamentos de la prosperidad de cualquier comunidad del mundo. Cuando prospera la comunidad agrícola, cuando el Se­ñor bendice la tierra y la hace fructífera, entonces el herrero, el carpintero y los que tienen otras ocupaciones también prosperarán; pero cuando la tierra se niega a dar de su fuerza para el bien del género humano, entonces todos los demás negocios se estancan y languidecen. Por tanto, cultivemos la tierra; labremos los campos; pro­duzcamos nuestro propio sostén de la tierra mediante la bendición de Dios hasta donde podamos, siempre tenien­do presente que hemos hecho un solemne convenio con Dios, el cual es un convenio eterno del cual Él no puede apartarse o desviarse, y en el cual solo podemos fra­casar si violamos ese nuevo y sempiterno convenio y nos apartamos de él (CR, abril de 1898, pág. 70).

Impulsemos la ciencia forestal

El profesor Fernow del Departamento Forestal de Washington declara que al paso actual [1903] de con­sumo, nuestro abastecimiento de árboles propios para la fabricación de madera no durará treinta años. Si su­cediera que nuestro abastecimiento de madera se agota­ra en los próximos cien años, todavía sería asunto de in­quietud alarmante a los habitantes de este país. El uso de la madera no es el único asunto grave que esto invo­lucra. Nuestros árboles ayudan en la precipitación de la humedad y la guardan en depósito para distribuirla gradualmente durante los meses calurosos del verano.

No está muy distante el tiempo en que la gente de Utah se verá obligada a producir su propia madera, tal como cultivan otros productos de granja. ¿Qué liaríamos sin Oregon y las sierras de Nevada? En Oregon podrá haber muchos árboles y amplia lluvia, pero algún día los habitantes de Oregón exigirán que cese la destrucción de sus bosques.

Corresponde a las autoridades presidentes de las esta­cas y barrios de la Iglesia estudiar detenidamente los intereses de los miembros y velar por ellos. Se espera que estas autoridades investiguen el asunto de establecer la industria forestal, y ver si no se puede hacer algo en los sitios donde viven para inaugurar la siembra de árboles en terrenos particulares para que haya abastecimiento de madera en los años venideros. Sería encomiable en sumo grado el que los Santos de los Últimos Días reservaran acá y allá una pequeña porción de sus tie­rras para el cultivo de árboles. Si se considera este asun­to en las reuniones de sacerdocio y se llega a un acuerdo sobre alguna manera unida de proceder, podrá evitarse un desastre en lo futuro.

Los Santos de los Últimos Días no deben regirse pu­ramente por fines egoístas en cuanto al uso de las tierras que han recibido por herencia. El número de los que de entre nosotros hemos convertido una sola hectárea de nuestras tierras al cultivo de árboles debe ser extrema­damente pequeño, y sin embargo, es un deber que tene­mos para con nosotros mismos y para con aquellos que tienen el derecho de confiar en que nosotros demos a este asunto una consideración sincera. El cultivo de tierras forestales probará ser remunerativo al pasar el tiem­po, pero estamos tan acostumbrados a esperar resultados inmediatos, que insistimos en una cosecha temprana a cambio de todo lo que hacemos. El concepto de vivir para hoy no solo es destructivo para nuestros intereses materiales, sino engendra un egoísmo que perjudica la religión y desacredita el patriotismo.

Ningún barrio o rama de la Iglesia puede permane­cer apartado del interés público por largo tiempo sin poner en peligro su vida espiritual y el espíritu del pro­greso. El interés público es necesario para protegernos de los elementos de la decadencia social y material. Las evidencias de la verdad de estos principios se manifies­tan abundantemente en las comunidades que carecen de espíritu cívico, y en donde no se han emprendido por muchos años obras públicas. El prudente y activo presi­dente de una estaca u obispo de un barrio no dejará pasar inadvertido el valor del espíritu público y de un esfuerzo unido para realizar una empresa pública nece­saria y encomiable; y si de momento, no hay nada a la mano, procurará encontrar, de ser posible, la manera de utilizar las energías del pueblo en una forma unida y patriótica. Por consiguiente, sugerimos que uno de los deberes públicos que todo Santo de los Últimos Días tie­nen para con la Iglesia y su país es la extensión de im­portantes bosques madereros, tanto en tierras particula­res como en terrenos públicos (JI, agosto de 1903, 38: 466, 467).

La mujer joven debe recibir preparación práctica para la vida

También creo que es muy importante que la mujer joven establezca temprano algún fin, algún propósito definitivo en la vida. Sea esa resolución noble y buena; algo con la mira de beneficiar a otros, así como a uno mismo. Tal vez vuestra esfera sea los quehaceres domés­ticos; si tal es el caso, haced sentir a todos los miembros, mediante vuestras buenas obras y amor y paciencia, que sois indispensables para la comodidad del hogar. Po­déis ser un sostén consuelo y ayuda a vuestra madre, aun cuando no seáis llamadas a tareas impresionantes o sacrificios heroicos. Fijad en vuestras mentes pensa­mientos nobles; cultivad temas elevados; sean altas vues­tras miras y aspiraciones. Procurad un grado de inde­pendencia, independientes al punto de ser útiles, acome­didas y a confiar en vosotras mismas, bien que de ningún ser humano se puede verdaderamente decir que es independiente de sus semejantes; y además, no hay uno de nosotros suficientemente imprudente para negar nuestra completa dependencia de nuestro Padre Celestial. Procu­rad ser educadas en el significado más extenso de la pa­labra, lograd el mayor servicio posible de vuestro tiem­po, vuestro cuerpo y vuestro cerebro, y sean encauzados vuestros esfuerzos por vías honorables, de modo que no se desperdicie ningún trabajo, o resulte en una pérdida o cosa mala.

Buscad la mejor sociedad; sed gentiles, corteses y agra­dables, procurando aprender lo que es bueno, y compren­ded los deberes de la vida, a fin de que seáis una ben­dición a todos aquellos con quienes os asociéis, logrando lo máximo y lo mejor que podáis de vuestra situación en la vida. . .

No importa cuán ricos lleguen a ser los Santos de los Últimos Días, pues en tanto que sean dignos de ese nom­bre enseñarán a sus hijos e hijas la dignidad del trabajo y lo noble que es ser prácticos en los deberes y responsa­bilidades de la vida. Uno de los oradores declaró durante la conferencia general que si sus hijos no pudieran desa­rrollar sino un aspecto de sus facultades, más bien que teóricas, él preferiría el trabajo práctico. Es de suma im­portancia para el bienestar, utilidad, felicidad, y comodidad de nuestras hijas (en vista de ciertas circunstancias) que aprendan algún ramo de la industria que pueda con­vertirse en un aspecto práctico en el asunto de ganarse la vida, si las circunstancias lo requieren. Las madres deben procurar que sus hijas hagan esto, y así, ya cuando no estén con ellas, queden capacitadas para proveerse las necesidades de la vida.

Hay personas que se complacen en decir que las mu­jeres son el vaso más débil. Yo no lo creo. Físicamente, podrán serlo; pero espiritual, moral y religiosamente, y en cuanto a fe, ¿qué hombre hay que pueda compararse a una mujer realmente convencida? Daniel tuvo la fe para ser protegido en el foso de leones, pero las mujeres han visto a sus hijos ser descuartizados y han aguantado todo tormento que la crueldad satánica pudo inventar, porque creían. Siempre están más dispuestas a hacer sa­crificios y sobrepujan a los hombres en estabilidad, pie­dad, moralidad y fe. Yo no puedo comprender cómo un hombre puede maltratar a una mujer, mucho menos a la esposa de su seno y la madre de sus hijos; y se me ha dicho que algunos los hay absolutamente brutales; pero éstos no merecen la designación de hombres. Creo que la mayor parte de las mujeres son muy devotas a sus hijos y fervientemente desean para ellos todo lo que es bueno; y aborrezco con cada fibra de mi alma al hijo que se vuelve contra la madre que lo dio a luz. No puedo soportar a la señorita que goza de buena presentación en la sociedad a costa de la comodidad de su madre en el hogar. No tengáis miedo de compartir las cargas y de hacer cuanto esté de vuestra parte por aliviar la car­ga de vuestra madre, y hallaréis bendiciones que nunca se descubren en el camino del egoísmo (YWJ., diciem­bre de 1891, 3:142, 144).

El objeto de las escuelas de la Iglesia

El objeto, y pudiera decirse, el único propósito para el cual se mantienen las escuelas de la Iglesia, es para que la religión verdadera y pura delante de Dios el Padre sea inculcada en la mente y corazón de vuestros hijos mientras reciben una educación, a fin de permitir que el corazón, el alma y el espíritu de nuestros hijos se desarro­lle mediante la debida instrucción, junto con la enseñanza seglar que reciben en las escuelas (CR., octubre de 1915, pág. 4).

El valor de las escuelas de la Iglesia

En mi opinión, las escuelas de la Iglesia están estable­ciendo el fundamento de una utilidad importante entre el pueblo de Dios, y deben sostenerlas los miembros y la Iglesia. La Iglesia las está sosteniendo, y a medida que logremos medios adicionales y nos libremos más y más de las obligaciones que han pesado sobre la Iglesia por años, podremos suministrar más generosamente las nece­sidades de nuestras escuelas de la Iglesia, así como otros requisitos de igual naturaleza (CR., abril de 1906, pág. 6).

El propósito de las escuelas de la Iglesia

El propósito de nuestras escuelas de la Iglesia es el desarrollo armonioso de nuestros jóvenes en todo lo que se relaciona con su futuro bienestar y progreso; y sólo cuando los principios de vida eterna se relacionan con su existencia diaria, puede disfrutarse el progreso eterno. Todo lo que impide el progreso hacia adelante ahoga las sensibilidades y gozo verdadero de la vida en este mundo, y la educación que tiene como sus ideales más ele­vados la búsqueda de las ambiciones mundanas carece de esa corriente libre y desobstruida del espíritu que con­tribuye a una libertad más noble y una vida más sana. A medida que llega la madurez de edad así como la expe­riencia, nuestras vidas espirituales tienen más y más que ver con nuestra felicidad verdadera. Nuestros pensamien­tos se vuelven con más frecuencia hacia nuestro interior, al pensar en que se acerca el fin de esta vida y en el desenvolvimiento de la vida mayor en lo futuro (JI., no­viembre de 1912, 47:630).

Toda organización necesaria existe en la Iglesia

Hay en la Iglesia tantas organizaciones del sacerdo­cio, que sólo éstas pueden ser reconocidas en ella; no hay necesidad de ninguna organización exterior. No es necesario que un individuo organice clubes o reuniones especiales de carácter social, educativo o nacional a fin de expresar deseos de reformas que siempre pueden ex­presarse en las organizaciones que ya existen en la Iglesia. Hay suficiente que hacer en las organizaciones generales del barrio, bajo el gobierno de la Iglesia, para cumplir todo requisito, satisfacer toda ambición recta y desa­rrollar el talento latente de los miembros. No es ni propio ni necesario establecer organizaciones públicas adiciona­les bajo la dirección de individuos, sin la aprobación de las autoridades de la Iglesia. Si hay necesidad de organizaciones públicas adicionales, éstas serán establecidas me­diante la debida autoridad cuando quede demostrado que efectivamente hacen falta. El obrar independientemente en este respecto conduce al exclusivismo, los conflictos y la desunión, y no es agradable a la vista de Dios (IE, diciembre de 1902, 6:150, 151).

Desarrollad vuestras habilidades en las organizaciones de la Iglesia

Cuando los hombres ambicionan demostrar su habilidad y aptitud como directores, maestros, organizadores, defensores de una causa justa o salvadores de los hom­bres, que desarrollen estas habilidades en las muchas or­ganizaciones apropiadas que ahora existen en la Iglesia, las cuales están esperando, sí, a veces pidiendo a gritos hombres dotados de esta habilidad superior. Este curso, de seguirse con el espíritu propio, tendrá buenos resulta­dos y recibirá las bendiciones del Señor, mientras que por otra parte, haciendo alarde de su orgullo de nacio­nalidad, su deseo natural de dominar y su exclusivismo seccional, suscitará divisiones entre los miembros, las que finalmente los hará perder el espíritu del evangelio (IE, diciembre de 1902, 6:151).

El fundamento de la prosperidad

El fundamento mismo de toda propiedad verdadera es la industria y manufactura locales. Esto constituye el fun­damento de la prosperidad en toda comunidad permanen­temente próspera. Es la fuente de la riqueza; por tanto, creo que debemos impulsar la manufactura y toda indus­tria locales. Debemos cooperar unidamente; si hay cierto negocio que deja utilidades, cooperemos juntos y reciba­mos el beneficio de dichas utilidades entre nosotros más bien que dárselo a extranjeros (DWN, agosto de 1884, 33:466).

El objeto de la cooperación

La cooperación es un principio que inquietó mucho al presidente Young, y que con la ayuda de sus hermanos él trató de inculcar en la mente de los miembros por todo el país. Bajo su administración se fundaron nuestras instituciones cooperativas, y por sus esfuerzos todos los miembros, especialmente en el sur de Utah y en Arizona, se unieron en organizaciones llamadas la orden unida. El objeto era la cooperación, a fin de que el principio de la unión en el trabajo así como en la fe pudiera desarro­llarse hasta el máximo grado entre los Santos de los Últimos Días (DWN, agosto de 1884, 33: 466).

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