Doctrina del Evangelio

Capítulo 19

Consejos a los misioneros


Consejos a los misioneros

La obra misional efectuada por la Iglesia de Jesu­cristo de los Santos de los Últimos Días es un tema de comentarios y asombro cada vez más extensos entre la gente del mundo que llega a saber de su desarrollo y re­sultados. Esta sensación de asombro se combina con la admiración en la mente de aquellos que estudian los detalles de nuestro sistema misional y que pueden apre­ciar la abnegación, fe perseverante y confianza temerosa de Dios que distinguen a los misioneros de la Iglesia. El hecho de que aquellos de nuestros miembros que sa­len a una misión costean sus propios gastos, no reciben sueldo, por cierto, sin esperanza de recompensa pecunia­ria, permanecen fuera de casa durante algunos años, usualmente los primeros años de su edad viril —años considerados de mayor valor en la formación del curso del individuo y la posición que ocupará en la vida— de hecho, tal cosa bien puede despertar la sorpresa y admi­ración del mundo.

Muchos de nuestros misioneros devotos se esfuerzan valientemente día tras día por hacer lo mejor que pue­den y por mejorar lo más que pueden; grande es y más grande aún será su recompensa. Otros carecen de ener­gía y esfuerzos; su obra, si acaso se lleva a cabo, se hace sin ánimo, y sus pensamientos siempre miran ade­lante a la época de su relevo y regreso a casa.

Para los primeros, los días son demasiado cortos y los meses demasiados pocos para la obra exaltada en la que encuentran tan genuina satisfacción y felicidad. Para los otros, los días pasan lentamente y las semanas son pesadas.

El élder individual queda principalmente a la orien­tación del espíritu de su llamamiento, del cual debe estar lleno. Si no logra cultivar ese espíritu, que es el espíritu de energía y aplicación, en breve se volverá letárgico, indolente e infeliz. Todo misionero debe esforzarse por dedicar parte de cada día al estudio y meditar con ora­ción los principios del evangelio y la teología de la Iglesia. Debe leer, reflexionar y orar. Es verdad, nos oponemos a la preparación de sermones fijos que se pronuncirán con la idea de impresionar con su oratoria y su ostentación retórica, sin embargo, cuando un élder se pone de pie para dirigirse a una congregación en casa o fuera de casa, debe estar completamente preparado para su sermón. Su mente debe estar bien abastecida de pensamientos que valga la pena expresar, que valga la pena escuchar y recordar; entonces el espíritu de la ins­piración hará surgir las verdades que necesitan sus oyen­tes y dará a sus palabras el tono de autoridad.

Hermanos, vosotros a quienes se aplican estas palabras de amonestación —por vuestro propio bien, cuando no por el bien de aquellos cuyo bienestar está en nuestras manos— cuidaos de la indolencia y el descuido. El ad­versario está más que afanoso de aprovecharse de vues­tra apatía, y podéis perder el testimonio mismo del cual habéis sido enviados a dar fe ante el mundo.

Quisiéramos recomendar a los presidentes de confe­rencias y otros oficiales presidentes en las varias ramas de la Iglesia, que donde sea posible procuren que los élderes que están bajo su cargo se ciñan regular y siste­máticamente a un estudio de los libros canónicos y otras publicaciones aprobadas de la Iglesia, y de esta manera se habiliten de un modo más completo en calidad de maestros ante el mundo.

Es poca la excusa que hay para el perezoso en cual­quier situación en la vida; abunda el trabajo para todo el que quiera obrar; pero donde hay menos excusa o disculpa es en el caso del misionero apático o perezoso que aparenta estar ocupado en el servicio de su Señor.

Sinceramente se recomienda a los élderes que anden fuera de casa en una misión, y por cierto a los Santos de los Últimos Días en general, que eviten argumentos y debates contenciosos sobre temas doctrinales. La ma­nifestación de verdad del evangelio no depende de una discusión acalorada; el mensaje de la verdad se comu­nica más eficazmente cuando se expresa con palabras de sencillez y simpatía.

La historia de nuestra labor misional que ya se ha escrito pone de manifiesto la inutilidad de los debates y argumentos públicos entre nuestros élderes y sus con­trarios, y esto a pesar del hecho de que en la gran mayoría de estos encuentros, nuestros representantes han alcan­zado un triunfo forense. Un testimonio de la verdad es más que un simple asentimiento mental; es una convic­ción del corazón, un conocimiento que llena el alma en­tera de su recipiente.

Son enviados los misioneros para predicar y enseñar los primeros principios de evangelio, a Cristo y a Él crucificado, y prácticamente ninguna otra cosa más en el ramo de la doctrina teológica. No están comisionados para exponer sus propios conceptos sobre asuntos com­plicados de teología, ni para dejar perplejos a sus oyen­tes con una exhibición de conocimiento profundo. Maes­tros son y maestros deben ser, si es que van a cumplir en medida alguna la responsabilidad de su alto llamamiento; pero deben enseñar aproximándose lo más que puedan a los métodos del Maestro, procurando guiar por el amor hacia sus semejantes, con explicaciones y persuasión sencillas, no tratando de convencer por la fuerza.

Hermanos, dejad de lado estos temas de discusión infructuosa; conservaos cerca de las enseñanzas de la palabra revelada cual se aclara en los libros canónicos de la Iglesia y las palabras de los profetas vivientes, y no permitáis que una diferencia de opiniones sobre asun­tos incomprensibles de doctrina ocupe toda vuestra aten­ción, no sea que os alejéis uno de otros y quedéis sepa­rados del Espíritu del Señor.

Los hermanos deben estudiar cuidadosamente los li­bros canónicos de la Iglesia y otros escritos aprobados, y comentarlos. Todo Santo de los Últimos Días, y par­ticularmente todo élder en el campo de la misión, debe procurar instruirse en el evangelio; más no hay que ol­vidar que para entender acertadamente los escritos ins­pirados, el lector mismo debe tener el espíritu de inspi­ración, y este espíritu jamás impulsará a uno hacia una discusión hostil o competencias locuaces.

Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás que sea deseable, incluso el conocimien­to que anheláis, os será dado (JI, octubre de 1903, 38: 624, 627).

Palabras a los misioneros

Esta es una labor importante, una de incalculable valor y beneficio en Sion. A fin de lograr el éxito, debéis estar del lado del Señor; debéis contar con la coopera­ción del Espíritu de Dios. Debéis sentir la importancia de vuestra misión, y esa misión consiste en vigorizar a los que tienen a su cargo la responsabilidad y el cuidado de los jóvenes de Israel. Vuestro deber es enseñarles a efectuar su obra eficazmente, y cuál es la mejor manera de realizar la salvación de la juventud. Por tanto, debéis poseer el espíritu de la misión en vuestros corazones y, debéis orar y ser humildes para poder lograrlo. Sed afables y bondadosos para que podáis hacer frente a todas las dificultades. No os desaniméis, antes seguid adelante, hasta que todos los obstáculos cedan el paso a vuestros esfuerzos (IE, diciembre de 1899, 3:129, 130).

Los misioneros y la Palabra de Sabiduría

Los jóvenes que violan la Palabra de Sabiduría no pueden esperar lograr el éxito como misioneros. Su ob­servancia es necesaria para el fervor y certeza espiri­tuales que llevan la convicción al corazón de aquellos que reciben las palabras de los élderes. La absoluta necesidad de obedecer la Palabra de Sabiduría en el campo de la misión es por lo que se hace conveniente que todos aquellos que desobedecen esta ley importante, se reformen antes de poder esperar realizar cosa alguna que ayude a otros, bien sea por medio del precepto o el ejemplo.

No hay ningún Santo de los Últimos Días de pensa­mientos serios, que no mire hacia adelante con cierto agrado hacia el día en que su hijo sea llamado a cum­plir una misión. No puede conferirse a un hogar mayor honor que un llamamiento de representar la obra del Señor entre las naciones, más con todo, los padres con demasiada frecuencia se muestran indiferentes hacia la preparación que sus hijos reciben antes de ser llamados a cumplir una misión. La observancia de la Palabra de Sabiduría es fundamental en esta preparación. Considero este tema de importancia tal, que en una conferencia re­ciente en la Estaca de Beaver [en la parte sur del esta­do de Utah], me sentí constreñido a tratarlo extensa­mente. Los siguientes extractos de dicho discurso podrán ser motivo de interés y honda preocupación a todo lector de esta revista:

“Ahora con todo el corazón deseo —no porque yo lo digo, sino porque está escrita en la palabra del Señor— que obedecieseis esta Palabra de Sabiduría. Nos fue dada ‘no por mandamiento’; pero se convirtió en mandamiento para los miembros por la palabra del pre­sidente Brigham Young. Se ha escrito para nuestra orien­tación, para nuestra felicidad y progreso en todo prin­cipio perteneciente al reino de Dios, por tiempo y por toda la eternidad; y os suplico que la observéis. Os hará bien; ennoblecerá vuestras almas; librará vuestros pensamientos y vuestros corazones del espíritu de destrucción; os hará sentir como Dios, que cuida aun de las aves que no caen a tierra sin que Él lo note; os acer­cará a la semejanza del Hijo de Dios, el Salvador del mundo, que sanó a los enfermos, hizo que los cojos sal­taran de gozo, restauró el oído a los sordos y la vista a los ciegos, impartió paz, gozo y consuelo a todos aque­llos con quienes tuvo contacto, que curó y nada destruyó, salvo la higuera estéril, y esto fue más bien para manifestar su poder que cualquier otra cosa.

“Y todos los santos que se acuerden de guardar y hacer estas cosas, rindiendo obediencia a los mandamien­tos, recibirán salud en el ombligo y médula en los huesos;

“Y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conoci­mientos, sí, tesoros escondidos;

“Y correrán sin fatigarse y andarán sin desmayar.

“Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasará de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matará” (Doc. y Con. 89:18-21).

“¿No son suficientes estas gloriosas promesas para inducirnos a obedecer esta Palabra de Sabiduría? ¿Ha­llamos aquí algo que no merece nuestra atención? ¿No son para ser deseados estos ‘grandes tesoros’ de conoci­miento, sí, “tesoros escondidos”? Pero cuando veo a hom­bres y mujeres que están habituándose al uso del té y el café, a las bebidas alcohólicas o al tabaco en forma cualquiera, me digo a mí mismo: He aquí hombres y mujeres que no estiman la promesa que Dios les ha ofrecido. La huella bajo sus pies y la tratan como si fuera nada. Desprecian la palabra de Dios y la contra­vienen en sus hechos. Entonces, cuando les sobreviene la aflicción, están casi con deseos de maldecir a Dios, por­que El no escucha sus oraciones, y quedan solos para soportar enfermedad y dolor.

“Y entre las cosas menores que debemos hacer está el cumplimiento de la Palabra de Sabiduría. Hermanos y hermanas, no seáis tan débiles. Recuerdo una circuns­tancia que sucedió hace tres años en un grupo con el cual yo viajaba. Había uno o dos que persistían en beber su té y su café en todo lugar en donde se detenían. Yo seguía predicando la Palabra de Sabiduría por todo el viaje, pero decían: ‘Pero, ¿qué tiene que ver? Allí está fulano de tal, y él bebe té y café.’ De este modo los actos de una mujer o de un hombre contrarrestaban no sólo todo lo que yo o mis hermanos decíamos al respec­to, sino también la misma palabra de Dios. En una oca­sión yo dije: ‘Oh sí, usted dice que es bueno un poco de té o café, pero el Señor dice que no. ¿A quién se­guiré?’ El Señor dice que si obedecemos la Palabra de Sabiduría estarán a nuestra disposición grandes tesoros de conocimiento y tesoros escondidos; correremos sin fatigarnos y andaremos sin desmayar, y el ángel des­tructor pasará de nosotros como de los hijos de Israel, y no nos matará. Más la clase de hombres a quienes me refiero dicen en efecto: ‘No nos importa lo que diga o prometa el Señor, nosotros beberemos té y café de todos modos.’ Tales personas darán un mal ejemplo, pese a lo que otros digan o a lo que Dios haya dicho. Se vuel­ven insensibles al freno y hacen lo que les parece sin importar el efecto que pueda surtir en los miembros. Yo digo: ¡Fuera, tales prácticas! Si no pudiera viajar con el pueblo de Dios y observar las leyes de Dios, dejaría de viajar. Más si el Señor me da la fuerza para observar su palabra, de modo que pueda enseñarle concienzuda­mente, desde el corazón, así como con los labios, os visi­taré excitaré y trabajaré con vosotros y abogaré con vos­otros. Oraré por vosotros, y os suplicaré sinceramente, mis hermanos y hermanas, y especialmente a los jóvenes de Sion, que ceséis de practicar estas cosas prohibidas y que observéis la ley de Dios, para que podáis correr sin fatigaros, andar y no desmayar, y tener ingreso a los grandes tesoros de conocimiento, tesoros ocultos y a toda bendición que el Señor ha prometido como resultado de la obediencia (JI, diciembre de 1902, 37:721-723).

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario