Doctrina del Evangelio

Capítulo 26

Las leyes de Dios y las leyes del país


Los Diez Mandamientos

Creo con toda mi alma en el evangelio de Jesucristo y en la ley de Dios, y pienso que cualquier hombre o mujer honrado e inteligente no puede menos que creer en la justicia, rectitud y pureza de las leyes que Dios Escribió sobre tablas de piedra. Estos principios que es mi intención leeros son el fundamento y principios bási­cos de la constitución de nuestro país [Estados Unidos], v son eternos, permanecen para siempre y no pueden cambiarse o pasarse por alto impunemente:

“Y habló Dios todas estas palabras, diciendo:

“Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.

“No tendrás dioses ajenos delante de más” (Éxodo 20:1-3).

Eso es lo que significa ahora y lo que significaba a los Santos de los Últimos Días, y lo que éstos entendían que significaba cuando aceptaron el evangelio de Jesucristo.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Él es el Padre de nuestros espíritus, el Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que es nuestro Dios; y no hemos de tener a ningún otro delante de Él.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.

“No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen,

“Y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo, 20:4-6).

Los incrédulos dirán. “¡Cuán injusto, cuán cruel, cuán contrario a la naturaleza de Dios es visitar las iniqui­dades de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que aborrecen a Dios!” ¿Cómo lo entendéis vosotros? De esta manera, y concuerda pre­cisamente con la ley de Dios. El incrédulo transmitirá la incredulidad a sus hijos si puede. El fornicario no le­vantará una posteridad pura y recta. Más bien comuni­cará las semillas de la enfermedad y de la miseria, cuan­do no la muerte y la destrucción, a su descendencia, y continuará sobre sus hijos y descenderá a los hijos de sus hijos hasta la tercera y cuarta generación. Es perfec­tamente natural que los hijos hereden de sus padres, y si éstos siembran la semilla de la corrupción, del cri­men y las enfermedades asquerosas, sus hijos segarán el fruto. Esto no es lo que Dios desea, porque Él quiere que los hombres no pequen y como resultado no trans­mitirán las consecuencias de sus pecados a sus hijos; Él quiere que guarden sus mandamientos y se conserven libres del pecado y de los efectos consiguientes del pecado en su descendencia. Pero si los hombres no escu­chan al Señor, antes se convierten en ley para sí mismos v cometen pecados, justamente segarán las consecuencias de su propia iniquidad, y naturalmente impartirán sus frutos a sus hijos hasta la tercera y la cuarta generación. Las leyes de la naturaleza son las leyes de Dios, y él es justo; no es Dios el que inflige estos castigos; son los efectos de desobedecer sus leyes. Los resultados de los propios hechos del hombre lo acompañan.

“No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7).

Este es un principio eterno; no es uno que podamos obedecer hoy y desobedecer mañana, o que podamos aceptar hoy como parte de nuestra fe y mañana aban­donarlo impunemente. Es un principio inherente del plan de vida y salvación para la regeneración del género humano.

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo.

“Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;

“más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas” (Éxodo 20:8-10).

Es decir, honrarás el día de reposo y lo santificarás. ¿Lo hacemos? ¿Es necesario hacerlo? Es absolutamente necesario que lo hagamos a fin de que estemos de con­formidad con las leyes y mandamientos de Dios; pues cuando quebrantamos esa ley y ese mandamiento, somos culpables de transgredir la ley de Dios. ¿Y cuál será el resultado si continuamos? Nuestros hijos seguirán nues­tros pasos; también ellos despreciarán el mandamiento de Dios de santificar un día de cada siete y perderán el espíritu de la obediencia a las leyes de Dios y sus re­quisitos, tal como lo perderá el padre si continúa vio­lando los mandamientos.

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12).

¿Cuándo tendremos la edad suficiente para no necesitar este mandamiento? ¿Cuándo podremos dejarlo de lado? ¿Cuándo llegaremos a la época en que podremos deshonrar a nuestro padre y madre? ¡Nunca! Es un principio eterno y me causa pena decirlo —no pena por los japoneses o por los chinos— no me apeno por ellos, sino por la comparación con ellos. Estas naciones dan al mundo civilizado cristiano un ejemplo en el ho­nor que confieren a sus padres, y sin embargo, este pue­blo y nación cristianos y todas las naciones cristianas de la tierra, que tienen la palabra de Dios y los conse­jos del Hijo de Dios para guiarse, no son los primeros en dar un ejemplo de obediencia, como debían estar haciéndolo, a este gran mandamiento del Señor: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.”

Además: “No matarás” (Éxodo 20:13) Es un manda­miento de Dios. Es irrevocable, a menos que Él lo revo­que; vosotros y yo no podemos revocarlos; no podemos transgredirlo; es obligatorio en cuanto a nosotros; no debemos quitar la vida que no podemos restaurar o devolver. Es una ley eterna e invariable.

“No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). ¡Es igual­mente invariable; igualmente eterno!, porque el adúltero no tiene cabida en el reino de Dios, ni puede lograr allí una exaltación.

“No hurtarás.

“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.

“No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:15-17).

“No codiciarás.” Podemos decir que estamos agrade­cidos porque el Señor ha bendecido a nuestro prójimo más de lo que nos ha bendecido a nosotros. Podemos dar gracias al Señor por haber dado a nuestro prójimo ma­yor prudencia y habilidad para beneficiarse honrada­mente; pero no debemos codiciar. No debemos ser en­vidiosos, porque se nos manda no hacerlo (CR, octubre de 1912, págs. 8-10).

La Constitución penderá de un hilo

Ahora bien, estos [los Diez Mandamientos] son los mandamientos de Dios; los principios contenidos en estos mandamientos del gran Dios Eterno, son los principios que sirven de base a la Constitución de nuestro país [Estados Unidos] y de todas las leyes justas. José Smith, el profeta, afirmó y ratificó esta verdad por inspiración, pero además, predijo que llegaría el tiempo en que la Constitución de este país pendería cual si fuera de un hilo, y que los Santos de los Últimos Días, más que cualquier otro pueblo en el mundo, acudirían al soco­rro de ese grande y glorioso paladín de nuestra liber­tad. No podemos tolerar el pensamiento de que sea he­cha pedazos o destruida, ni hollada bajo los pies, ni despreciada por los hombres. No podemos tolerar el con­cepto expresado en una ocasión por un hombre de alta autoridad en la nación, cuando dijo: “¡Al diablo la Constitución; el sentir popular del pueblo es la consti­tución!” Tal es el sentir del anarquismo que hasta cierto grado se ha extendido, y se está extendiendo, sobre el país de libertad y el hogar del valiente. No lo tolerare­mos; los Santos de los Últimos Días no pueden tolerar semejante espíritu porque es de anarquía y significa destrucción; es el espíritu del gobierno por la chusma y el Señor sabe que hemos padecido bastante por causa de las chusmas, y no queremos padecer más. Nuestros miem­bros en México están sufriendo hoy [1912] los efectos de ese mismo espíritu. No queremos más, y no podemos darnos el lujo de ceder a ese espíritu o apoyarlo en grado mínimo. Debemos sostenernos y afrontar como pe­dernal todo espíritu o género de desprecio o falta de respeto hacia la Constitución de nuestro país y las leyes constitucionales de nuestra Patria (CR, octubre de 1912, págs. 10, 11).

Las leyes de Dios y las leyes del país

Casi todos los hermanos que han hablado en esta con­ferencia abril de [1882] se han referido a las circuns­tancias, en las cuales nosotros, como pueblo, ahora nos hallamos; y tal parece que no es necesario que yo haga ninguna referencia adicional a este tema tan multicitado, con el que los miembros generalmente están más o menos familiarizados, y en el cual nosotros por fuerza estamos considerablemente interesados. Sin embargo, aun cuan­do los hermanos que han hablado anteriormente ya se han referido a algunas de las palabras del profeta José y a los temas de las revelaciones dadas por medio de él a la Iglesia, siento la impresión de leer a la congrega­ción uno o dos pasajes de las revelaciones a las que pre­viamente se ha hecho referencia. Llamaré, por tanto, la atención de ustedes a un versículo o dos de la reve­lación dada en el año 1831, que se encuentra en Doc­trinas y Convenios:

“Ninguno quebrante las leyes del país, porque quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infrin­gir las leyes del país.

“Sujetaos, pues, a las potestades existentes, hasta que reine aquel cuyo derecho es reinar y someta a todos sus enemigos debajo de sus pies.

“He aquí, las leyes que habéis recibido de mi mano son las leyes de la iglesia, y en esta luz las habéis de presentar. He aquí, esto es prudente” (D. y C. 58: 21- 23).

Cito también lo siguiente de una revelación dada en diciembre de 1833:

“De acuerdo con las leyes y la constitución del pueblo que yo he consentido que sean establecidas, las cuales se deben mantener para los derechos y protección de toda carne, conforme a principios justos y santos;

“para que todo hombre pueda obrar en doctrina y principio pertenecientes a lo futuro, de acuerdo con el albedrío moral que yo le he dado, para que cada hombre responda por sus propios pecados en el día del juicio.

“Por tanto, no es justo que un hombre sea esclavo de otro.

“Y para este fin he establecido la constitución de este país a manos de hombres sabios que levanté para este propósito mismo, y he redimido la tierra por el derrame de sangre” (D. y C. 101:77-80).

Además, en otra revelación:

“Y ahora, de cierto os digo concerniente a las leyes del país, es mi voluntad que mi pueblo procure hacer todo cuanto yo le mande.

“Y aquella ley del país, que fuere constitucional, que apoyare ese principio de libertad en la preservación de derechos y privilegios, pertenece a toda la humanidad V es justificable ante mí.

“Por tanto, yo, el Señor, os justifico, así como a vues­tros hermanos de mi iglesia, por apoyar la que fuere la ley constitucional del país;

“y en cuanto a la ley del hombre, lo que fuere más o menos que esto, proviene del mal.

“Yo el Señor Dios, os hago libres; por consiguiente, sois en verdad libres, y la ley también os hace libres.

“Sin embargo, cuando el inicuo gobierna, el pueblo se lamenta.

“De modo que, se debe buscar diligentemente a hom­bres honrados y sabios, y a hombres buenos y sabios debéis apoyar; de lo contrario, lo que fuere menos que esto procede del mal.

“Y os doy el mandamiento de desechar todo lo malo y adherirnos a todo lo bueno, para que viváis de acuerdo con cada palabra que salga de la boca de Dios.

“Porque él dará a los fieles línea por línea, precepto por precepto; en esto os examinaré y os probaré.

“Y el que diere su vida en mi causa, por mi nombre, la hallará otra vez, aun vida eterna.

“No temáis, pues, a vuestros enemigos, porque yo he decretado en mi corazón probaros en todas las cosas, dice el Señor, para ver si permanecéis en mi convenio, aun hasta la muerte, a fin de que seáis hallados dignos.

“Porque si no permanecéis en mi convenio, no sois dignos de mí” (D. y C. 98:4-15).

Esta, como yo la entiendo, es la ley de Dios a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en todo el mundo. Y lo que aquí se nos requiere debe obedecerse y llevarse a efecto en forma práctica en nuestras vidas a fin de que logremos el cumplimiento de las promesas que Dios ha hecho al pueblo de Sion. Y ade­más está escrito que en tanto que hagáis las cosas que os mando, dice el Señor, entonces estoy obligado; de lo contrario, no hay promesa. Por consiguiente, sólo pode­mos esperar que las promesas declaradas se aplicarán a nosotros cuando hagamos las cosas que se nos mandan (D. y C. 82:10; 101:7; 124:47-49).

Nos es dicho en estos pasajes que nadie tiene necesi­dad de violar las leyes del país si guarda las leyes de Dios; pero esto queda aclarado más ampliamente en el pasaje que leí en seguida, a saber, que la ley del país, la cual nadie tiene necesidad de violar es, la ley cons­titucional, y así es como Dios mismo la ha definido. Y lo que sea más o menos que esto, del mal proviene. Ahora bien, me parece que esto aclara a tal grado el asunto, que no es posible que hombre alguno que profesa ser miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cometa un error o tenga duda en cuanto al curso que debe seguir bajo el mandamiento de Dios respecto a la observancia de las leyes del país. Yo sostengo que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días siempre ha sido fiel a las leyes cons­titucionales de nuestro país. Sostengo, además, que ten­go derecho a esta opinión como ciudadano americano, como uno que no solo nació en tierra americana, sino que desciende de padres que por muchas generaciones nacieron en este país. Tengo el derecho de interpretar la ley en esta manera y formar mis propias conclusiones v expresar mis opiniones al respecto, pese a las opinio­nes de otros hombres.

Me pregunto: ¿Qué ley has violado? ¿Cuál ley cons­titucional no has observado? Estoy obligado, no solo por el homenaje que debo al gobierno de los Estados Unidos, sino por mandamiento efectivo de Dios Todopoderoso, a observar y obedecer toda ley constitucional del país; y sin vacilación declaro a esta congregación que jamás he violado ni transgredido ley alguna. No estoy sujeto a nin­gún castigo de la ley, porque desde mi juventud me he es­forzado por ser un ciudadano obediente de la misma y no solo esto, sino además, ser un pacificador, un pre­dicador de justicia y no solo con la palabra sino con el ejemplo. Por tanto, ¿qué tengo que temer? El Señor Omnipotente requiere que este pueblo observe las leyes del país, que se someta a los “poderes existentes, en tanto que estos se guíen por los principios fundamentales del buen gobierno; pero El los hará responsables si aprue­ban medidas anticonstitucionales y decretan leyes injus­tas y prescriptivas, como lo hicieron Nabucodonosor y Darío en relación con los tres jóvenes hebreos y Daniel. Si los legisladores se proponen quebrantar su juramento, violar su convenios y su fe con el pueblo, y se apartan de las disposiciones de la Constitución, ¿dónde está la ley, humana o divina, que me obliga como individuo, a proclamar abierta y francamente la aceptación de sus actos?. . .

Deseo expresar aquí mi afirmación de que el pueblo llamado Santos de los Últimos Días, como frecuentemente se ha repetido en este pulpito, son el pueblo más obe­diente a la ley, más pacífico, longánime y paciente que puede hallarse hoy dentro de los límites de esta repúbli­ca, y quizás en cualquier otra parte sobre la faz de la tierra; y es nuestra intención continuar observando la ley, en lo que a la ley constitucional de nuestro país concierne, y esperamos hacer frente, como hombres, a las consecuencias de nuestra obediencia a las leyes y mandamien­tos de Dios. Tales son mis sentimientos, brevemente ex­presados, sobre este asunto (JD, 23:69-71).

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