Capítulo 30
Vida y salvación eternas
Vida y salvación eternas
Todo hombre que nace en el mundo morirá. Poco importa quién sea o dónde esté, ni si su nacimiento fue entre los ricos y nobles o entre los humildes y pobres del mundo; sus días están contados ante el Señor, y en el debido tiempo llegará al fin. Debemos pensar en esto. No para que andemos con corazones agobiados o miradas tristes; en ningún sentido. Me regocijo porque he nacido para vivir, para morir y volver a vivir. Doy gracias a Dios por esta inteligencia. Me da el gozo y la paz que el mundo no puede dar, ni tampoco puede quitar. Dios me ha revelado esto en el evangelio de Jesucristo; sé que es verdadero. Por tanto, no tengo por qué estar triste, ni hay nada que me cause pesar. Todo aquello con lo que tengo que ver en este mundo tiene por objeto sostenerme, darme gozo y paz, esperanza y consuelo con esta vida presente, y una esperanza gloriosa de salvación y exaltación en la presencia de Dios en el mundo venidero. No tengo razón para llorar, ni aun por causa de la muerte. Es verdad que soy débil al grado de llorar por la muerte de mis amigos y parientes; podré derramar lágrimas cuando veo la aflicción de otros. Siento simpatía en mi alma hacia los hijos de los hombres. Puedo llorar con ellos cuando lloran, puedo regocijarme con ellos cuando se regocijan; pero no tengo motivo para lamentar ni para estar triste porque hay muerte en el mundo. Me estoy refiriendo ahora a la muerte temporal, la muerte del cuerpo. Se ha ido todo temor de esta muerte de entre los Santos de los Últimos Días. No le tienen miedo a la muerte temporal porque saben que así como ésta viene sobre ellos por la transgresión de Adán, así también por la rectitud de Jesucristo vendrá a ellos la vida; y aun cuando mueran, volverán a vivir. Teniendo este conocimiento, se regocijan hasta en la muerte, porque saben que de nuevo se levantarán y de nuevo se verán allende el sepulcro. Saben que el espíritu no muere, que no pasa por ninguna modificación sino el de cambiar de la reclusión dentro de este cuerpo de barro a la libertad y a la esfera en que actuó antes de venir a esta tierra. Somos engendrados a semejanza del propio Cristo. Moramos con el Padre y con el Hijo en el principio, como hijos e hijas de Dios; y en el tiempo señalado vinimos a esta tierra para tomar un cuerpo sobre nosotros a fin de que fuésemos hechos conforme a la semejanza e imagen de Jesucristo y llegar a ser como El, y poder tener un tabernáculo para que pudiésemos pasar por la muerte como Él lo hizo, para que pudiésemos resucitar de entre los muertos tal como Él ha resucitado. Así como Él fue las primicias, el fruto primero, de la resurrección de los muertos, nosotros seremos los segundos frutos de la resurrección; porque así como El resucitó; también resucitaremos nosotros, ¿De qué, pues, hay que estar tristes? ¿Qué es lo que puede agobiarnos el corazón o afligirnos en este respecto? Absolutamente nada. ¡Qué tristeza pensar que viviremos para siempre! ¿Hay motivo para afligirnos con saber que resucitaremos de los muertos y poseeremos el mismo cuerpo que ocupamos aquí en el estado terrenal? ¿Hay razón para afligirnos en esta grande y gloriosa verdad del evangelio que nos ha sido revelada en esta dispensación? Ciertamente no puede haber tristeza alguna relacionada con el concepto. Sólo debe haber gozo en cuanto a este conocimiento, ese gozo que brota de los diez mil sentimientos y afectos del alma humana: el gozo que sentimos al asociarnos con hermanos, con esposas e hijos, con padres y madres, con hermanos y hermanas. Todos estos pensamientos gozosos brotan en nuestras almas al pensar en la muerte y la resurrección. ¿En qué respecto hemos de estar tristes y afligidos? Al contrario, es motivo de alegría inefable y felicidad pura. Yo no puedo expresar el gozo que siento al pensar en reunirme con mi padre y mi preciosa madre que me dio a luz en medio de la persecución y la pobreza, que me llevó en sus brazos y fue paciente, tolerante, tierna y fiel durante todos los momentos de mi impotencia en el mundo. El pensamiento de volverla a ver —¿quién puede expresar ese gozo, El pensamiento de reunirme con mis hijos que han pasado por el velo antes que yo, y de ver a mis parientes y mis amigos— ¡qué dicha me atrae! Porque sé que los veré allá. Dios me ha mostrado que es verdad; me lo ha aclarado en respuesta a mi oración y devoción, como lo ha aclarado al entendimiento de todos los hombres que diligentemente han procurado conocerlo (CR, octubre de 1899, págs. 70, 71).
Estrecha relación con la vida venidera
Estoy seguro que el profeta José Smith y sus compañeros, que bajo la orientación e inspiración del Omnipotente, y por su poder, iniciaron esta obra de los últimos días, se regocijarían y se regocijan —iba a decir si se les permitiese verse la escena que estoy presenciando en este tabernáculo— al tener el privilegio de mirarnos a nosotros así como el ojo omnividente de Dios puede ver todas las partes de la obra de sus manos. Porque yo creo que los que han sido escogidos en esta dispensación y en dispensaciones anteriores para establecer los fundamentos de la obra de Dios entre los hijos de los hombres, para su salvación y exaltación, no les será negado ver, desde el mundo de los espíritus, los resultados de sus propias obras, esfuerzos y misión que les fueron designados por la sabiduría y propósito de Dios para ayudar a redimir y salvar de sus pecados a los hijos del Padre. De modo que siento la confianza de que los ojos del profeta José y de los mártires de esta dispensación, y de Brigham y de John y de Wilford y los fieles hombres que se asociaron con ellos en su ministerio sobre la tierra, están protegiendo cuidadosamente los intereses del reino de Dios en el cual obraron y por el cual se esforzaron durante su vida terrenal. Creo que se sienten tan profundamente interesados en nuestro bienestar, cuando no con mayor capacidad, con mucho más interés, allende el velo, que cuando estuvieron en la carne. Creo que saben más; creo que sus mentes se han ensanchado hasta sobrepujar el entendimiento que tuvieron en la vida terrenal, y que su interés en las obras del Señor, a las cuales dieron sus vidas y su mejor servicio, ha crecido y se ha extendido. Algunos sentirán y pensarán que este concepto es un poco extremoso, sin embargo, creo que es cierto; y siento en mi corazón que me hallo en la presencia no sólo del Padre y del Hijo, sino en la presencia de aquellos a quien Dios comisionó, levantó e inspiró para poner los fundamentos de la obra en la cual estamos empeñados. Además de este sentir, me siento constreñido a decir que en este momento yo no diría o haría cosa alguna que fuese considerada desatinada o imprudente, o que ofendiera a cualquiera de mis previos compañeros o colaboradores en la obra del Señor.
No quisiera decir alguna cosa o expresar algún pensamiento que afligiera el corazón de José, o de Brigham, o de John, o de Wilford, o de Lorenzo, o de cualquiera de sus fieles compañeros en el ministerio. En ocasiones el Señor ensancha nuestra visión desde este punto de vista y desde este lado del velo, al grado que sentimos y parecemos comprender que podemos mirar allende el tenue velo que nos separa de esa otra esfera. Si por la influencia iluminante del Espíritu de Dios y por las palabras que han hablado los santos profetas de Dios podemos ver allende el velo que nos separa del mundo de los espíritus, seguramente aquellos que ya han pasado pueden vernos a través del velo con mayor claridad con la que no es posible a nosotros verlos desde nuestro campo de acción. Creo que nos movemos y tenemos nuestro ser en la presencia de mensajeros celestiales y de seres celestiales. No estamos separados de ellos. Empezamos a comprender con una plenitud cada vez mayor, a medida que nos familiarizamos con los principios del evangelio, cual se han revelado de nuevo en esta dispensación, que estamos íntimamente relacionados con nuestros parientes, con nuestros antepasados, nuestros compañeros y colaboradores que han pasado antes que nosotros al mundo de los espíritus. No podemos olvidarlos; no cesamos de amarlos; siempre los tendremos en el corazón, en la memoria, y así nos relacionamos con ellos y nos unen a ellos vínculos que no podemos quebrantar, que no podemos disolver ni librarnos de ellos. Si así es con nosotros en nuestra condición finita, rodeados de nuestras debilidades carnales, falta de visión, falta de inspiración y sabiduría periódicamente, cuánto más cierto y razonable y consecuente creer que quienes han sido fieles, que han pasado de esta vida, todavía están dedicados a la obra de salvar las almas de los hombres, a abrir las puertas de la prisión a los que están encarcelados y proclamar en libertad a los cautivos; que nos ven mejor que nosotros a ellos, que nos conocen mejor que nosotros los conocemos. Ellos han progresado; nosotros estamos progresando; estamos creciendo como ellos han crecido; estamos acercándonos a la meta que ellos han logrado; y por lo tanto, afirmo que vivimos en su presencia, que ellos nos ven, que están atentos a nuestro bienestar; nos aman ahora más que nunca. Porque ahora ellos ven los peligros que nos amenazan; pueden comprender mejor que antes las debilidades que pueden desviarnos por caminos tenebrosos y prohibidos. Ven las tentaciones y maldades que nos acosan en la vida y la inclinación del ser mortal de ceder a la tentación y a la comisión de cosas malas; de ahí, su solicitud por nosotros; su amor por nosotros y su afán por nuestro bienestar debe ser mayor que el que sentimos por nosotros mismos. Doy gracias a Dios por la impresión que poseo y disfruto, y por la comprensión que tengo de que me encuentro no sólo en la presencia de Dios Omnipotente, mi Hacedor y mi Padre, sino en la presencia de su Hijo Unigénito en la carne, el Salvador del mundo; y me encuentro en la presencia de Pedro y Santiago (y tal vez los ojos de Juan, también están sobre nosotros y no lo sabemos), y que también me encuentro en la presencia de José, Hyrum y Brigham y John y los que han sido valientes en el testimonio de Jesucristo y fieles a su misión en el mundo, y ya han pasado de esta vida. Cuando yo muera, quiero tener el privilegio de verlos, consciente de que he seguido su ejemplo, que he llevado a efecto la misión en la que se ocuparon, como ellos la habrían realizado; que he sido tan fiel en el cumplimiento del deber que se me ha encargado y requerido de mí, como ellos fueron fieles en su época; que cuando los vea los veré como los conocí aquí, con amor, armonía, unión y con la confianza perfecta de que he cumplido con mi deber así como ellos el suyo.
Espero que perdonéis mi emoción. Vosotros sentiríais emociones peculiares, ¿verdad? si os sintieseis que estabais en la presencia de vuestro Padre, en la presencia misma de Dios Omnipotente, en la presencia misma del Hijo de Dios y de ángeles santos. Os sentiríais muy emocionados, muy sensibles. Yo lo siento hasta lo más profundo de mi alma en este momento. Por tanto, espero que me perdonéis si manifiesto algunos de mis sentimientos verdaderos (CR, abril de 1916, págs. 2-4).
La condición en una vida futura
Como sabéis, algunos sueñan, piensan y enseñan que toda la gloria que esperan recibir en el mundo venidero es sentarse en la luz y gloria del Hijo de Dios y cantar alabanzas y canciones de gozo y gratitud toda su vida inmortal. Nosotros no creemos en tales cosas. Creemos que todo hombre tendrá su propia obra que hacer en el otro mundo, tan verdaderamente como tuvo que hacerla aquí, y será una obra mayor que la que puede efectuar aquí. Creemos que vamos por el camino del progreso, del desarrollo en cuanto a conocimiento, entendimiento y en toda cosa buena, y que continuaremos creciendo, avanzando y desarrollando por las eternidades que nos esperan. Eso es lo que creemos (CR, abril de 1912, pág. 8).
La muerte espiritual
Pero deseo decir una o dos cosas respecto de otra muerte, que es una muerte más terrible que la del cuerpo. Cuando Adán, nuestro primer padre, comió del fruto prohibido, transgredió la ley de Dios y quedó sujeto a Satanás, entonces fue desterrado de la presencia de Dios y expulsado a las tinieblas espirituales de afuera. Esta fue la primera muerte. Viviendo aun, estaba muerto, muerto en cuanto a Dios, muerto en cuanto a la luz y la verdad, muerto espiritualmente, expulsado de la presencia de Dios; se interrumpió la comunicación con el Padre y el Hijo. Fue expulsado de la presencia de Dios en forma tan completa como lo fueron Satanás y las huestes que lo siguieron. Esa fue la muerte espiritual. Más el Señor dijo que no permitiría que Adán y su posteridad padecieran la muerte temporal sino hasta que se les dispusiera el medio de ser redimidos de la primera muerte, que es espiritual. Por tanto, le fueron enviados ángeles a Adán, los cuales le enseñaron el evangelio y le revelaron el principio mediante el cual podría ser redimido de la primera muerte y volver del destierro y de las tinieblas de afuera a la maravillosa luz del evangelio. Se les enseñó la fe, arrepentimiento y bautismo para la remisión de pecados en el nombre de Jesucristo, el cual habría de venir en el meridiano de los tiempos y quitar el pecado del mundo; y así se le dio la oportunidad de ser redimido de la muerte espiritual antes de conocer la muerte temporal.
Todo el mundo actual, me da pena decirlo, con excepción de un puñado de personas que han obedecido el nuevo y sempiterno convenio, está ahora padeciendo esta muerte espiritual. Se hallan expulsados de la presencia de Dios; están sin Dios, sin la verdad del evangelio, y sin el poder de la redención, porque no conocen a Dios ni su evangelio. A fin de que puedan ser salvos de la muerte espiritual que cubre el mundo como con un manto, deben arrepentirse de sus pecados y ser bautizados para la remisión de los mismos por uno que tenga la autoridad, a fin de que sean nacidos de Dios. Por eso es que queremos que salgan al mundo estos jóvenes a predicar el evangelio. Aun cuando ellos mismos tal vez entiendan muy poco, el germen de vida está en ellos; han nacido de nuevo; han recibido el don del Espíritu Santo y poseen la autoridad del santo sacerdocio mediante el cual pueden ministrar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aunque en el principio no saben sino poco, pueden aprender, y a medida que aprenden pueden predicar, y en cuanto se presente la oportunidad pueden bautizar para la remisión de pecados. Por tanto, queremos que cumplan con su deber en casa; queremos sobre todas las cosas que sean puros de corazón (CR, octubre de 1899, pág. 72).
























