Doctrina del Evangelio

Capítulo 34

La condición de los niños en el cielo


La condición de los niños en el cielo

Si hemos recibido el testimonio del espíritu de verdad en nuestras almas, sabemos que todo va bien con nues­tros niños pequeños que mueren, que no podríamos me­jorar su condición aunque quisiéramos; y mucho menos se mejoraría su condición si pudiéramos hacerlos volver, por la razón de que mientras el hombre se halle en el mundo como ser mortal, rodeado de las cosas malas que hay en el mundo, tiene por delante riesgos y está sujeto a peligros y descansan sobre él responsabilidades que pueden traer resultados fatales a su futura prosperidad, felicidad y exaltación. Sólo aquellos que están completa y firmemente fundados en la verdad, que están estable­cidos en los principios de vida, son los únicos que po­drían reclamar con seguridad el galardón de los fieles y una exaltación en la presencia del Padre. En cuanto un hombre se aparta de la verdad que lo une a Dios, preci­samente en ese momento se expone al peligro de caer.

Más en cuanto a los niños pequeños que mueren en su infancia e inocencia antes de llegar a la edad de respon­sabilidad y no son capaces de cometer pecado, el evan­gelio nos revela el hecho de que son redimidos y que Satanás no tiene poder en ellos. Ni tampoco la muerte tiene poder alguno en ellos; son redimidos por la sangre de Cristo y son salvos tan cierto como que la muerte ha venido al mundo a causa de la caída de nuestros primeros padres. Está escrito, además, que Satanás no tiene poder sobre los hombres o mujeres, sino el que logra sobre ellos en este mundo. En otras palabras, no están sujetos a Sa­tanás ninguno de los hijos del Padre que son redimidos mediante la obediencia, la fe, el arrepentimiento y bau­tismo para remisión de pecados, y viven en esa condi­ción redimida y en esa condición mueren. Por tanto, no tiene poder sobre ellos; están completamente fuera de su alcance, tal como los niños pequeños que mueren sin pecar. Esto es un consuelo para mi mente, y una glo­riosa verdad en la cual mi alma se deleita. Estoy agra­decido a mi Padre Celestial que me lo ha revelado, porque me trae un consuelo que ninguna otra cosa puede darme, y trae a mi espíritu un gozo que nada me puede quitar, salvo el conocimiento por parte mía de haber pe­cado y transgredido la luz y conocimiento que pude haber poseído.

En estas circunstancias nuestros queridos amigos [Heber J. Grant y Emily Wells Grant], que han sido privados de su pequeñito [Daniel Wells Grant] tienen gran motivo para alegrarse y regocijarse, aun en medio de la pro­funda tristeza que sienten por la pérdida de su pequeñito por un tiempo. Ellos saben que está bien; tienen la cer­teza de que su pequeñito ha muerto sin pecado. Estos niños se encuentran en el seno del Padre; heredarán su gloria y su exaltación y no serán privados de las bendi­ciones que les corresponden; porque en la economía del cielo y en la sabiduría del Padre, que dispone todas las cosas debidamente, aquellos que mueren como niños pe­queños no incurren en ninguna responsabilidad por ha­berse ido, ya que de sí mismos no tenían la inteligencia y prudencia para cuidarse ellos solos y entender las leyes de la vida; y en la sabiduría, misericordia y economía de Dios nuestro Padre Celestial, les será proporcionado más adelante todo lo que pudieron haber obtenido y disfruta­do, si se les hubiese permitido vivir en la carne. Nada perderán por haber sido separados de nosotros en esta manera.

Para mí esto es un consuelo. José Smith el Profeta, bajo Dios, fue quien promulgó estos principios. Él se comunicó con los cielos. Dios se le manifestó y le hizo saber los principios que tenemos ante nosotros y que están comprendidos en el evangelio. José Smith declaró que la madre que sepulta a su niño pequeño, y queda privada del privilegio, el gozo y la satisfacción de criarlo en este mundo hasta su desarrollo completo como hombre o mujer, tendrá todo el gozo, satisfacción y placer, después de la resurrección, y aún más de lo que habría sido posible tener en el estado terrenal, de ver a su hijo llegar a la medida completa de la estatura de su espíritu. Si esto es cierto, y yo lo creo, qué consuelo es. Jesucristo era el Hijo de Dios antes de venir al mundo; sin embar­go, vino como niño, creció y se desarrolló hasta la edad viril; y al separarse de su cuerpo, su espíritu fue a pro­clamar el evangelio a los espíritus que se hallaban en­carcelados, dotado con toda la inteligencia, poderes y facultades que tuvo en la carne, salvo la posesión del cuerpo, y en esto fue hecho completamente semejante a Dios. Así creo yo que es con todos los hombres que vienen al mundo. Todo espíritu que viene a esta tierra a tomar un cuerpo, y en esto fue hecho completamente semejante a Dios. Así creo yo que es con todos los hom­bres que vienen al mundo. Todo espíritu que viene a esta tierra a tomar un cuerpo es un hijo o hija de Dios, y posee toda la inteligencia y todos los atributos de que puede disfrutar cualquier hijo o hija, bien sea en el mundo de los espíritus o en este mundo, salvo que en el espíritu, y separados del cuerpo, le faltaba únicamente el cuerpo para ser semejante a Dios el Padre. Se ha dicho que Dios es espíritu, y que aquellos que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad (Juan 4:24); pero es un espíritu que posee un cuerpo y huesos, tangi­ble como el del hombre, y por tanto, para poder ser como Dios y Jesús, todos los hombres deben tener un cuerpo. No importa si estos cuerpos alcanzan su madurez en este mundo, o si tienen que esperar hasta alcanzarla en el mundo venidero; de acuerdo con las palabras del pro­feta José Smith, el cuerpo se desarrollará, bien sea en tiempo o en la eternidad, hasta alcanzar la estatura com­pleta del espíritu; y cuando la madre fue privada del placer y gozo de criar a su niño hasta el estado maduro de hombre o mujer en esta vida a causa de la muerte, tal privilegio le será devuelto en la vida venidera, y disfrutará de él con una plenitud más completa de lo que le habría sido posible hacerlo aquí. Cuando lo haga allá será con el conocimiento de que no habrá fracasado en los resultados, mientras que aquí no se saben los resul­tados sino hasta después de haber pasado la prueba.

Teniendo presente estos pensamientos, me consuelo en el hecho de que allende el velo de la muerte volveré a ver a mis hijos que han fallecido; he perdido algunos, y he sentido, creo yo, todo lo que un padre puede sentir, en la pérdida de sus hijos. Lo he sentido vivamente, porque amo a los niños, y tengo particular propensión hacia los pequeñitos, pero me siento agradecido a Dios por el conocimiento de estos principios, porque ahora tengo toda confianza en su palabra y en su promesa de que en el futuro poseeré todo lo que me pertenece, y mi gozo será completo. No seré privado de ningún privile­gio o bendición de la cual me haya hecho digno, y que propiamente se me pueda confiar, sino que todo don y toda bendición de que yo pueda hacerme digno, los po­seeré, bien sea en tiempo o en eternidad, y no importará, si es que reconozco la mano de Dios en todas estas cosas y digo en mi corazón: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Así es como debemos sentirnos en lo que concierne a nuestros hijos, nuestros parientes o amigos o las vicisitudes cualesquiera que sean, por las cuales tengamos que pasar.

La belleza de esto para mí es que sé estas cosas, que estoy satisfecho con ellas y que en tanto que posea el Espíritu de Verdad, ningún temor tendré de que vaya a entrar en mi mente ninguna duda o incertidumbre con­cerniente a estos principios. Sólo hay un curso que si yo lo siguiera produciría desconfianza y temor, temblor y duda en cuanto a estas cosas; y es que yo negara la ver­dad y me apartara de las influencias orientadoras del Espíritu Santo; porque yo sé que mientras un hombre se encuentre bajo la influencia orientadora del Espíritu de Dios, nunca podrá negar estas verdades que Él le ha re­velado, y en tal condición no está sujeto al poder de Sata­nás. Sólo al quebrantar la ley de Dios y excluyendo estos principios de sus pensamientos es cuando se sujeta a los poderes malignos, se entenebrece su mente y entonces em­pieza a dudar y temer. Más si un hombre tiene el Espí­ritu de Dios en su corazón —ese Espíritu revela las cosas de Dios a los hombres y les permite conocer la verdad como Dios mismo la conoce —jamás puede dudar las cosas que Dios le ha revelado. Por tanto, me regocijo en estas verdades porque sé que son ciertas.

Yo sé que si el Hermano Heber y su compañera son fieles a la luz que poseen y los convenios que han con­certado ante el Señor, tan ciertamente como están viendo la pequeña forma que hoy yace ante ellos, así heredarán el gozo, la posesión y la gloria de este pequeñito que ahora ha fallecido. Todo el que tiene el espíritu de ver­dad en su alma debe sentir que tal cosa es cierta (Dis­curso en los funerales de Daniel Wells Grant, YWJ, mayo de 1895, 6:370-373).

El estado de los niños en la resurrección

Los espíritus de nuestros niños son inmortales antes de venir a nosotros, y sus espíritus, tras la muerte corporal, son como lo eran antes de venir. Son como los habríamos visto si hubiesen vivido en la carne hasta alcanzar su madurez o desarrollar sus cuerpos físicos a la estatura completa de sus espíritus. Si vierais a alguno de vuestros niños que ha muerto, tal vez se os manifestaría en una forma en que pudieras reconocerlo, la forma de su niñez; pero si viniera a vosotros como mensajero con alguna verdad importante, tal vez vendría como vino al Obispo Edward Hunter el espíritu de su hijo [que murió en su niñez], en su estatura de hombre viril, y se manifestó a su padre y dijo: “Soy tu hijo.”

El Obispo Hunter no podía comprenderlo. Fue a mi padre y dijo: “Hyrum, ¿qué significa esto? Cuando se­pulté a mi hijo sólo era un niñito, pero ha venido a mí como hombre ya crecido, un joven noble y glorioso, y declaró ser mi hijo. ¿Qué significa?”

Mi padre [Hyrum Smith el Patriarca] le dijo que el espíritu de Jesucristo se había desarrollado completamen­te antes de nacer en el mundo; y en igual manera nues­tros hijos han alcanzado su desarrollo completo y poseen su estatura cabal en el espíritu antes de llegar al estado terrenal, la misma estatura que poseerán después que hayan salido de su condición mortal, y como también se verán después de la resurrección, cuando hayan cumplido su misión.

José Smith enseñó la doctrina de que el niño pequeño que moría se levantaría como niño en la resurrección; e indicando a la madre de un niño sin vida, le dijo que tendría el gozo, el placer y la satisfacción de criar a ese niño, después de su resurrección, hasta que alcanzara la estatura completa de su espíritu.

Hay restitución, crecimiento y desarrollo después de resucitar de la muerte. Amo esta verdad; comunica a mi alma tomos de felicidad, de gozo y agradecimiento. Gra­cias al Señor que nos ha revelado estos principios.

En 1854 estuve con mi tía, la esposa de mi tío Don Carlos Smith, la madre de esa niñita de quien hablaba el Profeta José Smith cuando dijo a su madre que tendría el gozo, el placer y la satisfacción de criar a su niña después de la resurrección, hasta que alcanzara la esta­tura completa de su espíritu; y que sería un gozo mucho mayor que el que posiblemente pudiera sentir en el estado terrenal, porque se vería libre de la aflicción, el temor e impedimentos de la vida terrenal, y que ella sabría más de lo que pudiera haber sabido en esta tierra. Estuve con esa viuda, la madre de esa niña, y ella me relató esta circunstancia y me dio testimonio de que eso fue lo que dijo el Profeta José Smith mientras hablaba en los funerales de su hijita.

Un día estaba conversando con uno de mis cuñados, Lorin Walker, que se casó con mi hermana mayor. En el curso de la conversación mencionó por casualidad que había estado presente en los funerales de mi sobrina Sophronia, y que había oído al Profeta José Smith de­clarar precisamente las palabras que mi tía Agnes me había referido.

Pregunté: “Lorin, qué dijo el Profeta?”; y él repitió, lo mejor que pudo recordar, lo que el Profeta José Smith dijo con relación a los niños pequeños. El cuerpo per­manece sin desarrollo en la tumba, pero el espíritu y el cuerpo se unirán de nuevo; el cuerpo se desarrollará y crecerá hasta alcanzar la estatura completa del espíritu, y el alma resucitada continuará hasta la perfección. De modo que ahora tenía las palabras de dos testigos que escucharon esta doctrina que declaró el Profeta José Smith, la fuente de este conocimiento.

Finalmente tuve una conversación con la hermana M. Isabella Horne. Esta empezó a relatarme las circunstan­cias de haber estado presente en los funerales a que me refiero, cuando José habló de la muerte de los peque­ñitos, su resurrección como niños pequeños, y la gloria, honor, gozo y felicidad que la madre conocería al criar a sus hijos pequeños en la resurrección, hasta que alcan­zaran la estatura completa de su espíritu.

—Sí —me dijo— oí a José Smith decir tal cosa. Yo estuve en esos funerales.

Así me dijo la Hermana Isabella Horne. Entonces le pregunté:

—¿Por qué no lo había mencionado antes? ¿Cómo es que lo ha guardado para sí tantos años? ¿Por qué no ha permitido que la Iglesia sepa algo acerca de esta decla­ración del Profeta?

—Yo no sabía si era mi deber o no —me contestó— si sería propio o no.

—¿Quién más estuvo presente?

—Mi esposo estuvo allí.

—¿Se acuerda él de esto?

—Sí, él lo recuerda.

—Bien, ¿me firmarán usted y el Hermano Horne una deposición escrita, afirmando el hecho bajo juramento?

—Con el mayor gusto —fue su respuesta.

De modo que tengo el testimonio en forma de deposi­ción de los hermanos Horne, además del testimonio de mi tía y el de mi hermano político con respecto a las palabras del Profeta José en esos funerales.

Poco tiempo después, para gozo y satisfacción mía, el primer hombre que oí mencionar el asunto en público fue Franklin R. Richards, y cuando él lo declaró, sentí en mi alma: la verdad ha salido a luz. La verdad preva­lecerá, es poderosa y vivirá porque no hay poder que pueda destruirla. Los presidentes Woodruff y Cannon aprobaron la doctrina y después de esto yo la prediqué.

Buena cosa nos es no tratar de presentar doctrina nueva o conceptos nuevos y avanzados con relación a princi­pios y doctrinas concernientes, o que se supone ser con­cernientes al evangelio de Jesucristo, sin reflexionarlos cuidadosamente con la experiencia de los años, antes de intentar hacer una prueba doctrinal y presentarla al pue­blo del Señor. Hay tantas verdades sencillas, que es necesario entender, y las cuales nos han sido reveladas en el evangelio, que es una imprudencia extrema por parte nuestra querer ir más allá de la verdad que se ha reve­lado, hasta que hayamos dominado y podamos compren­der la verdad que tenemos. Hay mucho a nuestro alcance que aún no hemos dominado (IE, mayo de 1918, 21: 570-573).

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