Capítulo 37
La visión de la redención de los muertos
La predicación del evangelio en el mundo de los espíritus
Nunca jamás ha llegado al conocimiento de la raza humana, desde la fundación del mundo, que haya costado tanto, que haya realizado tanto, que se haya reverenciado y honrado tanto, como el nombre de Jesucristo, en otro tiempo tan aborrecido y perseguido, y en otrora crucificado. El día vendrá, y no está muy distante, cuando el nombre del Profeta José Smith se mencionará junto con el nombre de Jesucristo de Nazaret, el Hijo de Dios, como su representante y su agente, a quien El escogió, ordenó y apartó para poner de nuevo los fundamentos de la Iglesia de Jesucristo, con todos los poderes del evangelio, todos los ritos y privilegios, la autoridad del santo sacerdocio y todo principio necesario a fin de preparar y habilitar a los vivos, así como a los muertos para heredar la vida eterna y lograr la exaltación en el Reino de Dios. Llegará el día en que vosotros y yo no seremos los únicos que creamos esto, sino que habrá millones de vivos y muertos que proclamarán esta verdad. El evangelio revelado al Profeta José, ya se está predicando a los encarcelados, a los que han salido de este campo de acción al mundo de los espíritus sin el conocimiento del evangelio. José Smith les está predicando este evangelio; Hyrum Smith; Brigham Young y todos los fieles apóstoles que vivieron en esta dispensación bajo la administración del Profeta José. Se encuentran allí, habiendo llevado consigo el santo sacerdocio que recibieron por autoridad y que les fue conferido en la carne; están predicando el evangelio a los espíritus encarcelados, porque Cristo mientras su cuerpo yacía en la tumba, fue a proclamar libertad a los cautivos y abrió las puertas de la prisión a los que se hallaban encarcelados. No sólo se encuentran estos desempeñando tal obra sino otros cientos y millares; los élderes que mueren en el campo de la misión no la han terminado, antes la están continuando en el mundo de los espíritus. Posiblemente el Señor lo consideró necesario o propio llamarlos allá en esa forma. Por lo menos, no voy a dudar de ese punto, ni impugnarlo. Lo dejo en las manos de Dios, porque creo que todas estas cosas redundarán en algo bueno, porque el Señor no permitirá que sobrevenga cosa alguna a su pueblo en el mundo, que El finalmente no lo torne en provecho de ellos. (YWJ, agosto de 1910, 21:458- 459).
La visión de la redención de los muertos
El día tres de octubre del año mil novecientos dieciocho, me hallaba en mi cuarto pensando en las Escrituras y meditando el gran sacrificio expiatorio que el Hijo de Dios realizó para redimir al mundo, y el grande y maravilloso amor manifestado por el Padre y el Hijo en la venida del Redentor al mundo, a fin de que el género humano pudiera ser salvo mediante la expiación de Cristo y la obediencia a los principios del evangelio.
Mientras me ocupaba en esto, mis pensamientos se tornaron a los escritos del Apóstol Pedro a los santos de la Iglesia primitiva esparcidos por el Ponto, Galacia, Capadocia y otras partes del Asia, donde se había predicado el evangelio después de la crucifixión del Señor. Abrí la Biblia y leí el tercero y cuarto capítulos de la primera epístola de Pedro, y al leer me sentí sumamente impresionado más que en cualquier otra ocasión, por los siguientes pasajes:
“Por que también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu;
“en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,
“Los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3:18- 20).
“Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios” (1 Pedro 4:6).
Mientras meditaba estas cosas que están escritas, fueron abiertos los ojos de mi entendimiento y el Espíritu del Señor descansó sobre mí, y vi las huestes de los muertos, pequeños, así como grandes. Y se hallaba reunida en un lugar una compañía innumerable de los espíritus de los justos que habían sido fieles en el testimonio de Jesús el tiempo que vivieron en la carne, y habían ofrecido un sacrificio a semejanza del gran sacrificio del Hijo de Dios y habían padecido tribulaciones en el nombre de su Redentor. Todos estos habían salido de la vida terrenal, firmes en la esperanza de una gloriosa resurrección mediante la gracia de Dios el Padre y su Hijo Unigénito, Jesucristo.
Vi que estaban llenos de gozo y de alegría y se regocijaban juntamente porque estaba próximo el día de su liberación. Se hallaban reunidos esperando el advenimiento del Hijo de Dios al mundo de los espíritus para declarar su redención de las ligaduras de la muerte. Su polvo que había estado durmiendo estaba a punto de ser restaurado a su forma perfecta, cada hueso a su hueso y los tendones y la carne sobre ellos, el espíritu y el cuerpo reunidos para nunca más ser separados, a fin de que pudiera recibir la plenitud de gozo.
Mientras esta innumerable multitud esperaba y conversaba, regocijándose en la hora de su liberación de las cadenas de la muerte, el Hijo de Dios apareció y declaró libertad a los cautivos que habían sido fieles, y allí les explicó el evangelio eterno, la doctrina de la resurrección y la redención del género humano de la caída y del pecado individual, con la condición de que se arrepintieran. Más a los inicuos no fue, ni alzó su voz entre los impíos y los impertinentes que se habían profanado mientras estuvieron en la carne, ni vieron su presencia o contemplaron su faz los rebeldes que rechazaron los testimonios y amonestaciones de los antiguos profetas. Prevalecían las tinieblas donde estos estaban, pero entre los justos había paz y los santos se regocijaron en su redención y doblaron la rodilla y reconocieron al Hijo de Dios como su Redentor y Libertador de la muerte y de las cadenas del infierno. Sus faces brillaban, y el resplandor de la presencia del Señor descansó sobre ellos, y cantaron alabanzas a su santo nombre.
Me maravillé, porque entendía que el Salvador había pasado unos tres años de su ministerio entre los judíos y los de la Casa de Israel, tratando de enseñarles el evangelio eterno y llamarlos al arrepentimiento; y sin embargo, no obstante sus poderosas obras y milagros y proclamación de la verdad con gran poder y autoridad, fueron pocos los que escucharon su voz y se regocijaron en su presencia y recibieron la salvación de sus manos. Pero su ministerio entre los que habían muerto se limitó al breve tiempo que transcurrió entre la crucifixión y su resurrección; y me maravillé de las palabras de Pedro en donde dice que el Hijo de Dios predicó a los espíritus encarcelados que en otros tiempos fueron los obedientes, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, y cómo le había sido posible predicar a estos espíritus y efectuar la obra necesaria entre ellos en tan breve espacio de tiempo.
Y al maravillarme, mis ojos fueron abiertos y se vivificó mi entendimiento, y vi que el Señor no fue persona entre los inicuos, y los desobedientes que había rechazado la verdad, para instruirlos; más he aquí, organizó sus fuerzas y nombró mensajeros de entre los justos, investidos en poder y autoridad, y los comisionó para que fueran y llevaran la luz del evangelio a los que se hallaban en tinieblas, es decir a todos los espíritus de los hombres. Y así se predicó el evangelio a los muertos; y los mensajeros escogidos salieron a declarar el día aceptable del Señor y a proclamar libertad a los cautivos que se hallaban ligados a todos los que estaban dispuestos a arrepentirse de sus pecados y recibir el evangelio. Así se predicó el evangelio a los que habían muerto en sus pecados, sin el conocimiento de la verdad, o en transgresión por haber rechazado a los profetas. A éstos se enseñó la fe en Dios, el arrepentimiento del pecado, el bautismo vicario para la remisión de los pecados, el don del Espíritu Santo por la imposición de manos y todos los demás principios del evangelio que les era necesario conocer, a fin de habilitarse para que pudieran ser juzgados en carne según los hombres, pero vivir en espíritu según Dios.
De modo que se dio a conocer entre los muertos, pequeños, así como grandes, tanto injustos como fieles, que se había efectuado la redención por medio del sacrificio del Hijo de Dios sobre la cruz. Así fue como se manifestó que nuestro Redentor pasó su tiempo, durante su estadía en el mundo de los espíritus, instruyendo y preparando a los espíritus fieles de los profetas que habían testificado de El en la carne, para que pudieran llevar el mensaje de redención a todos los muertos, a quienes Él no podía ir personalmente por motivo de su rebelión y transgresión, para que éstos también pudieran escuchar sus palabras por medio del ministerio de sus siervos.
Entre los grandes y poderosos que se hallaban reunidos en esta congregación de los justos, estaba nuestro padre Adán, el Anciano de Días y Padre de todos, y nuestra gloriosa madre Eva, con muchas de sus fieles hijas que habían vivido en las diversas edades y adorado al Dios verdadero y viviente. Abel, el primer mártir estaba allí, y su hermano Set, uno de los grandes, la imagen misma de su padre Adán. Noé que había amonestado en cuanto al diluvio; Sem, el gran sumo sacerdote; Abraham, el padre de los fieles; Isaac; Jacob; Moisés, el gran legislador de Israel; también estaba allí Isaías, el cual declaró proféticamente que el Redentor fue ungido para sanar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y apertura de la cárcel a los presos.
Además, estaban allí Ezequiel, a quien se mostró una visión del gran valle de huesos secos que iban a ser revestidos de carne para salir como almas vivientes en la resurrección de los muertos; Daniel, que previo y predijo el establecimiento del reino de Dios en los últimos días, para nunca jamás ser derribado o dado a otro pueblo; Elías, que acompañó a Moisés en el Monte de la Transfiguración; Malaquías, el Profeta que testificó acerca de la venida de Elías el profeta —de quien Moroni también habló a José Smith— declarando que habría de venir antes que llegara el grande y terrible día del Señor.
El Profeta Elías iba a plantar en el corazón de los hijos las promesas hechas a sus padres, como sombra de la gran obra que habría de efectuarse en los templos del Señor en la dispensación del cumplimiento de los tiempos para la redención de los muertos, y para sellar a los hijos a sus padres, para que toda la tierra no sea herida con maldición y quede enteramente desolada en su venida.
Todos estos y muchos más, aun los profetas que vivieron entre los nefitas y testificaron acerca de la venida del Hijo de Dios, se hallaban entre esta innumerable asamblea esperando su liberación, porque los muertos habían considerado como un cautiverio la larga separación de sus espíritus y cuerpos (véase Doc. y Con. 45:17).
El Señor instruyó a éstos y les dio poder para salir, después de su resurrección de los muertos, y entrar en el reino de su Padre para ser coronados con inmortalidad y vida eterna, y en adelante continuar sus labores como el Señor lo había prometido, y participar de todas las bendiciones que están reservadas para aquellos que lo aman.
El Profeta José Smith, mi Padre, Hyrum Smith, Brigham Young, John Taylor, Wilford Woodruff y otros espíritus selectos que fueron reservados para nacer en el cumplimiento de los tiempos, a fin de tomar parte en poner los cimientos de la gran obra de los postreros días, incluso la construcción de templos y la efectuación en ellos de las ordenanzas para la redención de los muertos, también estaban en el mundo de los espíritus. Noté que también estos se hallaban entre los nobles y grandes que fueron escogidos en el principio para ser gobernantes en la Iglesia de Dios. Aun antes de nacer, ellos, con muchos otros, recibieron sus primeras lecciones en el mundo de los espíritus y quedaron preparados para venir en el tiempo oportuno del Señor para obrar en su viña en bien de la salvación de las almas de los hombres.
Vi que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención, mediante el sacrificio del Unigénito Hijo de Dios, entre aquellos que están en tinieblas y bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos. Los muertos que se arrepientan serán redimidos por medio de su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios, y después que hayan pagado el castigo de sus transgresiones y sean purificados, recibirán una recompensa según sus obras, porque son herederos de salvación.
Tal fue la visión de la redención de los muertos que fue revelada, y doy testimonio, y sé que este testimonio es verdadero mediante la bendición de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Así sea. Amén Joseph F. Smith.
El 31 de octubre de 1918 esta Visión de la redención de los muertos se puso en manos de los consejeros en la Primera Presidencia, el Consejo de los Doce y el Patriarca, por quienes fue unánimemente aceptada (IE, diciembre de 1918, 22:166-170).
Moderación en los sepelios
Una buena amiga, a quien frecuentemente se recurre para que se encargue de lo necesario en bien de los muertos, nos llama la atención en una carta a la extravagancia manifestada en la sepultura de nuestros amigos y parientes fallecidos. Ella cree que el Señor no se complace con la profusión de flores, las costosas ropas y aun los ornamentos de oro tales como anillos y otras joyas que se usan para adornar a los muertos.
Ciertamente recomendamos la moderación y prudencia en el uso de flores, el alquiler de coches y la compra de ataúdes. En las antiguas escrituras tenemos numerosos ejemplos de sencillez en los sepelios. Aun cuando no se nos requiere seguir estos ejemplos literalmente, deben servirnos de lección para evitar la ostentación y llevar a efecto estos asuntos con sólo las manifestaciones y preparaciones que muestran el debido respeto por el fallecido y la debida consideración por los vivos.
Con relación al vestido, la mortaja que usan los Santos de los Últimos Días es más que suficiente para nuestra época. Otras prendas adicionales son innecesarias, cosa que el buen sentido común claramente ha de indicar, mientras que el enterrar joyas con los muertos no puede lograr ningún propósito útil. Da la apariencia de vanidad, y podría ser una tentación a los saqueadores de sepulcros, un pensamiento naturalmente horrible. En igual manera en cuanto a los coches y féretros, debe preocupar se sólo lo que sea necesario y modesto. (IE, diciembre de 1908, 12:145-146).
¿A quiénes no beneficiará el evangelio?
Y el que cree, es bautizado y recibe la luz y testimonio de Jesucristo y anda bien por una temporada, recibiendo la plenitud de las bendiciones del evangelio en este mundo, y más tarde, violando sus convenios, volviéndose por completo al pecado, se encontrará entre aquellos a quienes el evangelio jamás puede llegar en el mundo de los espíritus, y todos estos quedan fueran del alcance de su poder salvador; gustarán la segunda muerte y serán desterrados de la presencia de Dios eternamente (DWN, diciembre de 1875, 24: 708).
El hombre no puede salvarse en la iniquidad
Hay entre nosotros algunos que sienten tanto afán y tienen tanto afecto por algunos de su parientes que han sido culpables de todo género de abominaciones e iniquidad en el mundo, que el momento en que mueren dichos parientes, se presentan y piden permiso para entrar en la casa de Dios a fin de efectuar las ordenanzas del evangelio para su redención. No los culpo por su cariño hacia sus muertos, ni por el deseo de su corazón de hacer algo en bien de su salvación; pero no admiro su criterio, ni puedo concordar con el concepto que ellos tienen de lo recto y lo justo. No se puede tomar a un asesino, un suicida, un adúltero, un mentiroso o uno que fue o es completamente abominable en su vida, purificarlo del pecado y con sencillamente efectuar una ordenanza del evangelio e introducirlo en la presencia de Dios. Él no ha instituido ningún plan de este género ni tampoco puede lograrse (Life of Joseph F. Smith, recopilación de Joseph Fielding Smith, pág. 399).
El principio del bautismo por los muertos
Aquí es donde caben los principios del bautismo por los muertos y de la obra vicaria y heredades, según se revelaron por medio del Profeta José Smith, para que puedan recibir una salvación y una exaltación —no diré una plenitud de bendición y gloria, sino una recompensa de acuerdo con sus méritos, la justicia y la misericordia de Dios, tal como será con vosotros y conmigo. Pero existe esta diferencia entre nosotros y los antediluvianos; ellos rechazaron el evangelio y, por consiguiente, no recibieron la verdad ni el testimonio de Jesucristo, por lo que no pecaron en contra de la plenitud de luz, mientras que nosotros hemos recibido la plenitud del evangelio, nos es concedido el testimonio de Jesucristo y un conocimiento del Dios viviente y verdadero, cuya voluntad también tenemos el privilegio de saber, a fin de cumplirla. Ahora, si nosotros pecamos lo hacemos contra la luz y conocimiento, y por ventura podemos llegar a ser culpables de la sangre de Jesucristo, y para este pecado no hay perdón, ni en este mundo ni en el venidero (DWN, diciembre de 1875, 24:708).
























