Doctrina del Evangelio

Capítulo 39

José Smith el Profeta — Parte II


Volvamos al Profeta José Smith. Fue acusado de casi todo lo que es vil por sus enemigos, los cuales, como es bien sabido entre los Santos de los Últimos Días, gene­ralmente ignoraban por completo su verdadero carácter y misión. ¿Qué hizo José Smith? ¿Manchó sus manos con sangre humana? No; ciertamente que no; fue inocente. ¿Fue calumniador y difamador? No; ciertamente no lo fue. ¿Acusó maliciosa e injustamente a los hombres de ser impíos? No; no lo hizo. ¿Instituyó algún orden de cosas que haya resultado perjudicial para la familia hu­mana? Contesten estas preguntas aquellos que se han fa­miliarizado con sus doctrinas y con las instituciones que él estableció sobre la tierra y la obra de su propia vida.

Nació el 23 de diciembre de 1805 en el estado de Vermont. Sus padres fueron ciudadanos norteamericanos, como lo fueron sus antepasados por generaciones. En la primavera de 1920 recibió la primera manifestación so­brenatural o celestial. Contaba entonces con catorce años de edad. Ordinariamente no esperamos mucho de un joven que apenas tiene catorce años de edad, y no es probable que a esta tierna edad un jovencito hubiera llegado a ser muy depravado o inicuo, especialmente cuando na­ció y se crio en una granja, apartado de los vicios con­taminadores de las grandes ciudades y libre de contacto con la influencia degenerante de compañeros impíos. No es probable que haya pasado muchos momentos de ocio durante los años laborales de su vida hasta la edad de ca­torce años, porque su padre tenía que trabajar para su sostén y ganarlo de la tierra con el trabajo de sus manos, ya que era pobre y tenía que mantener a una familia nu­merosa.

En 1820, como ya he dicho, José Smith recibió una revelación en la cual afirma que Dios declaró que estaba a punto de restaurar el antiguo evangelio en su pureza, y muchas otras cosas gloriosas. Como consecuencia de esto, José Smith logró mucha notoriedad en la comunidad don­de residía, y la gente empezó a tratarlo con mucho recelo. Desde luego, fue tildado de impostor, y muchos años después sus enemigos lo apodaron el “viejo José Smith”. Su fama se extendió por todos los Estados Unidos; fue llamado “buscador de dinero” y muchas otras cosas des­preciables. Si examinamos su historia y el carácter de su padres y el ambiente en que se crio consideramos el propósito de su vida, podemos descubrir la inconsecuen­cia de las acusaciones que le hacían. Todo esto se hacía para perjudicarlo. No era ni viejo, ni “buscador de di­nero”, impostor, ni merecía en manera alguna los apo­dos que le ponían. Jamás perjudicó a nadie o robó a persona alguna; nunca hizo nada que mereciera ser castigado por las leyes bajo las cuales vivió.

Cuando tenía entre los diecisiete y dieciocho años de edad, recibió otra manifestación celestial y le fueron reveladas varias cosas grandes y gloriosas, y subsiguien­temente, durante cuatro años recibió visitas de un men­sajero celestial. No declaró que estaba en comunicación con hombres impíos o demonios de las regiones inferiores; afirmó que se estaba comunicando con Moroni, uno de los profetas antiguos que vivieron sobre este continente. Había sido un hombre bueno cuando vivió en la tierra, y no es probable que se volvió inicuo después de salir de aquí. José Smith afirmó que este personaje le reveló el parecer y la voluntad del Señor, y le mostró la natu­raleza de la gran obra que él, como instrumento en las manos de Dios, iba a establecer en la tierra cuando lle­gara el tiempo. Esta fue la obra efectuada por el ángel Moroni durante los cuatro años que transcurrieron entre 1823 y 1827. En esta última fecha José Smith recibió de manos del ángel Moroni las planchas de oro de las cuales él tradujo este libro (Libro de Mormón) mediante la inspiración del Omnipotente y el don y poder de Dios que le fueron dados. Me lo leyeron cuando era niño; lo he leído muchas veces desde entonces y me he pregun­tado, veintenas de veces: ¿He descubierto alguna vez, precepto, doctrina o mandamiento alguno dentro de las tapas de ese libro, que tenga por objeto perjudicar a alguien, causar daño al mundo o que contradiga la pala­bra de Dios cual se halla en la Biblia? E invariablemente la respuesta ha sido: No; ni una sola cosa; todo precepto, doctrina, consejo, profecía, y de hecho toda palabra com­prendida dentro de las tapas de ese libro que se refiere al gran plan de la redención y salvación humanas, tiene por objeto convertir a los hombres malos en buenos, y a los buenos hombres en mejores.

¿Tuvo José Smith mucha oportunidad de volverse malo o depravado durante los tres años que transcurrieron en­tre 1827 y 1830, mientras trabajaba con sus manos para ganarse un escaso sostén, huía de sus enemigos y trataba de no caer en manos de los que intentaban destruirlo para que no consumara su misión, luchando al mismo tiempo contra obstáculos indecibles y penosas molestias para completar la traducción de este libro? No lo creo. Cuando terminó de traducir el Libro de Mormón todavía era joven [23 años de edad]; sin embargo, en la produc­ción de este libro desarrolló hechos históricos, profecías, revelaciones, predicciones, testimonios y doctrinas, precep­tos y principios que el mundo instruido con todo su poder y sabiduría no puede duplicar o refutar. José Smith era un joven sin educación, en lo que concierne a la sabidu­ría del mundo. Fue instruido por el ángel Moroni; reci­bió su educación de los cielos, de Dios Omnipotente, y no de instituciones de hombres; pero acusarlo de igno­rante sería a la vez injusto y falso; ningún hombre o combinación de hombres poseyeron mayor inteligencia que él, ni podrían la sabiduría y la astucia combinadas a la época, producir el equivalente de lo que él realizó. No fue ignorante, porque lo instruyó aquel de quien emana toda inteligencia. Obtuvo un conocimiento de Dios y de su ley y de la eternidad, y el género humano ha estado intentando con toda su ciencia, sabiduría y poder —y no conformes con esto, han procurado realizarlo con la espada y el cañón —extirpar de la tierra la superes­tructura que José Smith erigió mediante el poder de Dios; pero han fracasado rotundamente, y por fin caerán antes sus esfuerzos por destruirla.

Además, el mundo dice que José Smith fue un holga­zán. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se organizó el 6 de abril de 1830. José Smith fue martirizado en Carthage, Illinois, el 27 de junio de 1844, catorce años después de la organización de la Iglesia. ¿Qué realizó en estos catorce años? Estableció comuni­cación con los cielos en su juventud. Produjo el Libro de Mormón, el cual contiene la plenitud del evangelio, y las revelaciones contenidas en el libro de Doctrinas y Convenios; restauró el santo sacerdocio al hombre; esta­bleció y organizó la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, organización que no tiene paralelo en todo el mundo, y la cual toda la astucia y sabiduría de los hombres por muchas edades no pudo descubrir o producir, y nunca podría haberlo hecho. Fundó colonias en los estados de Nueva York, Ohio, Misuri e Illinois, e indicó la manera para que se congregaran los miembros en las Montañas Rocosas; envió el evangelio a Europa y a las islas del mar; fundó la ciudad de Kirtland, Ohio, donde edificó un templo que costó muchos miles de dó­lares. Fundó la ciudad de Nauvoo en medio de la per­secución; reunió en Nauvoo y sus alrededores a unas 20.000 personas e inició la construcción del templo en ese lugar, cuyo costo al terminarse ascendió a un millón de dólares. Mientras realizaba esto, tuvo que contender contra los prejuicios de la época, contra la persecución infatigable, populachos y viles calumnias y difamación que eran lanzadas en contra de él de todas partes sin cuartel y sin medida. En una palabra, hizo más entre los catorce y veinte años para la salvación del hombre que cualquier otra persona que jamás ha vivido, con la sola excepción de Jesús; más con todo, sus enemigos lo acu­saron de ser un haragán e inservible.

¿Dónde iremos para encontrar a otro hombre que haya realizado la milésima parte del bien que José Smith efec­tuó? ¿Iremos a los reverendos señores Beecher o Talmage, o a algún otro de los grandes predicadores del día? ¿Qué han hecho por el mundo, con toda su preciada inteligencia, influencia, riqueza y la voz popular del mun­do a su favor? José Smith no tuvo ninguna de estas ven­tajas, si puede llamárseles ventajas. Sin embargo, nadie en el siglo diecinueve, salvo José Smith, ha revelado al mundo un rayo de luz en cuanto a las llaves y poder del santo sacerdocio o las ordenanzas del evangelio, ya sea a favor de los vivos o de los muertos. Por medio de José Smith, Dios ha revelado muchas cosas que estaban reser­vadas desde la fundación del mundo como cumplimiento de las profecías, y en ninguna otra época, desde que Enoc anduvo sobre la tierra, ha quedado la Iglesia de Dios organizada tan perfectamente cómo se encuentra hoy, in­cluso en la dispensación de Jesús y sus discípulos —o si lo fue, no tenemos conocimiento de ello. Y esto concuerda estrictamente con los fines de carácter de esta gran obra de los postreros días, cuyo destino es consumar los gran­des propósitos y designios de Dios concernientes a la dispensación del cumplimiento de los tiempos.

Sólo el principio del bautismo para la redención de los muertos, con sus ordenanzas correspondientes para la salvación y exaltación completas de aquellos que han muerto sin el evangelio, cual se reveló por medio de José Smith, vale más que todos los dogmas combinados del mundo cristiano así llamado.

Se acusa a José Smith de ser un Profeta falso. Sin em­bargo, el mundo no tiene el poder para comprobar que fue un Profeta falso. [Podrían acusarlo de ello, pero vosotros que habéis recibido el testimonio de Jesucristo por el espíritu de profecía, mediante su ministerio, sois mis testigos de que no tienen el poder para comprobar que él fue falso]; y por eso es que se encuentran tan llenos de ira al respecto. Según mi humilde opinión, mu­chos de nuestros enemigos saben que están mintiendo ante Dios, ángeles y hombres al hacer esa acusación, y gustosamente presentarían pruebas para apoyar sus acu­saciones pero no las tienen. José Smith fue un Profeta verdadero de Dios; vivió y murió Profeta verdadero y sus palabras y obras algún día demostrarán la divinidad de su misión a millones de los habitantes de este globo. Tal vez no tantos de los que ahora viven, porque en su mayoría han rechazado el evangelio y el testimonio que les han dado los élderes de esta Iglesia; pero sus hijos después de ellos, y las generaciones venideras recibirán con alegría el nombre del Profeta José Smtih y el evan­gelio que sus padres rechazaron. Amén. (JD, 24: 13-16).

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