Capítulo 42
Testimonio y bendiciones personales
Un testimonio
Os declaro con todo el candor y con toda la sinceridad del alma, que creo con todo mi corazón en la misión divina de José Smith el Profeta; estoy convencido en cada fibra de mi ser que Dios lo levantó para restaurar a la tierra el evangelio de Cristo, que es ciertamente el poder de Dios para la salvación. Os testifico que José Smith fue el instrumento en las manos del Señor para restaurar la verdad al mundo, y también el santo sacerdocio, que es la autoridad que El delega al hombre. Yo sé que esto es verdadero, y os doy testimonio de ello. Para mí es la suma total; mi vida; mi luz; mi esperanza y mi gozo; me imparte la única certeza que tengo de la exaltación, de mi resurrección de la muerte, con aquellos que he amado y querido en esta vida, y con quienes he compartido mi suerte en este mundo: hombres honorables, puros, humildes, que fueron obedientes a Dios y a sus mandamientos, que no se avergonzaron del evangelio de Cristo, ni de sus convicciones o conocimientos de la verdad del evangelio; hombres que poseyeron las mismas cualidades que los mártires, y que estuvieron dispuestos en cualquier momento, si hubiera sido necesario, a dar su vida por el amor de Cristo y por el evangelio que recibieron con el testimonio del Espíritu Santo en su corazón. Quiero reunirme con estos hombres cuando haya terminado mi carrera aquí. Cuando se cumpla mi misión aquí, espero ir al mundo de los espíritus donde moran para reunirme con ellos. Es este evangelio del Hijo de Dios lo que me da la esperanza de esta consumación y la realización de mi deseo a este respecto. Todo lo he fundado en este evangelio, y no lo he hecho en vano. Sé en quién confío; sé que mi Redentor vive y que estará sobre la tierra en los últimos días, y como lo expresó Job: “Después de deshecha está mi piel, en mi carne he de ver a Dios.” (Job 19:26) (CR, octubre de 1907, págs. 4, 5).
Esta es la obra de Dios – un testimonio
Mis hermanos y hermanas, deseo daros mi testimonio porque he recibido una seguridad que se ha apoderado de todo mi ser. Ha penetrado profundamente en mi corazón; llena toda fibra de mi alma y me siento impresionado al decirlo ante este pueblo, y me complacería tener el privilegio de hacerlo delante de todo el mundo, que Dios me ha revelado que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Redentor del mundo; que José Smith es, fue y será siempre un Profeta de Dios, ordenado y escogido para estar a la cabeza de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, las llaves de la cual le fueron dadas y que él poseerá hasta la escena final, llaves que abrirán la puerta que conduce al reino de Dios a todo hombre que sea digno de entrar, y que se cerrará a toda alma que no quiera obedecer la ley de Dios. Sé, como sé que vivo, que es verdadero y doy mi testimonio de su verdad. Si fuera la última palabra que habría de decir sobre la tierra, me gloriaría ante Dios mi Padre porque poseo este conocimiento en mi alma, el cual os declaro como lo haría con las verdades más sencillas del cielo. Sé que éste es el reino de Dios, y que El lleva el timón. El preside a su pueblo; preside al presidente de esta Iglesia y así lo ha hecho desde el Profeta José hasta el Profeta Lorenzo, y continuará presidiendo a los que dirijan esta Iglesia hasta la escena final. El no permitirá que sea dada a otro pueblo, ni que sea dejada a los hombres. El llevará las riendas en sus propias manos, porque ha extendido su brazo para efectuar esta obra y lo hará y suyo será el honor. Al mismo tiempo Dios honrará y engrandecerá a sus siervos a la vista del pueblo. Los sostendrá en justicia; enaltecerá, exaltará en su presencia y participarán en su victoria para siempre jamás.
Es la obra del Señor, y os ruego que no la olvidéis. Os imploro que no lo descreáis, porque es cierto. Todo lo que el Señor dijo concerniente a esta obra de los postreros días se cumplirá; el mundo no puede impedirlo. Los ciegos que no quieran ver, los sordos que no quieran oír, no pueden impedir que la obra siga adelante. Podrán poner obstáculos debajo de las ruedas; ridiculizar, calumniar, agitar, incitar el espíritu de persecución y rencor contra los santos, hacer cuanto esté en su poder para engañar al pueblo y desviarlo, pero Dios lleva el timón y El guiará a su pueblo a la victoria. La astucia del adversario y el espíritu de tinieblas que existe en el mundo, podrán engañar a hombres y mujeres; podrán ser engañados por la ciencia cristiana, por el hipnotismo, por el magnetismo animal, por el mesmerismo, espiritualismo y todos los demás ismos que existen en el mundo, que son fabricaciones de los hombres y fomentados por los demonios; pero los elegidos de Dios verán y conocerán la verdad. No estarán ciegos, porque verán; no estarán sordos, porque oirán; y andarán en la luz, como Dios está en la luz, a fin de poder tener hermandad con Jesucristo y su sangre pueda limpiarlos de todos sus pecados.
Dios nos ayude a realizar esto. Líbrenos de las combinaciones secretas y de todos los artificios que se han puesto para entrampar nuestros pies y apartar nuestro afecto del reino de Dios. Repito lo que he dicho veintenas de veces: para mí basta el reino de Dios. Esta organización de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días satisface todo lo que yo quiero, y no tengo necesidad de ir a organizaciones formadas por los hombres con objeto de hacer dinero. Ruego a Dios que su reino sea suficiente para vosotros, que permanezcáis en la verdad y no seáis desviados por los espíritus engañadores que han salido al mundo para extraviar a los hombres.
El espiritualismo comenzó en los Estados Unidos más o menos en la época en que José Smith recibió sus visiones de los cielos. ¿Qué cosa más natural que Lucifer empezara a revelarse a los hombres en su manera astuta, a fin de engañarlos y apartar sus mentes de la verdad que Dios estaba revelando? Y lo ha continuado muy bien desde entonces. Dios bendiga a Israel y nos conserve en la verdad. Bendiga El a nuestro Presidente [Lorenzo Snow], le prolongue sus años y continúe dándole la fuerza de cuerpo y mente que él posee este día, y más vigor aún al pasar los años. Tenga misericordia el Señor de nuestro querido hermano, el Presidente [George Q. Cannon], que se ha ausentado de nosotros, y lo haga volver una vez más a su hogar y al seno de la Iglesia, si Él no ha dispuesto lo contrario. Esta es mi humilde oración, en el nombre de Jesús. Amén (CR, abril de 1901, págs. 72-73).
Un testimonio
No hay salvación sino de la manera que Dios lo ha indicado. No hay esperanza de vida eterna, sino por obedecer la ley que ha designado el Padre de la vida en quien “no hay variación ni sombra de cambio” (Mormón 9:9); y no hay ninguna otra manera por la cual podemos obtener esa luz y exaltación. Estas cosas son más que por ventura, están fuera de toda duda en mi mente; yo sé que son verdaderas. Por tanto, doy mi testimonio a vosotros, mis hermanos y hermanas, que el Señor Dios Omnipotente reina, que Él vive y que su Hijo vive, el mismo que murió por los pecados del mundo, y que resucitó de los muertos; que se sienta a la diestra del Padre; que todo poder le es dado; que nos es mandado invocar a Dios en el nombre de Jesucristo. Nos es dicho que debemos recordarlo en nuestros hogares, tener siempre presente en nuestras memorias su santo nombre y reverenciarlo en nuestros corazones; debemos invocarlo de cuando en cuando, de día en día; y de hecho, debemos vivir de tal manera en cada momento de nuestras vidas, que los deseos de nuestro corazón sean una oración a Dios pidiendo rectitud, verdad y la salvación de la familia humana. Cuidémonos, para que no entre en nuestras almas una sola gota de rencor, mediante la cual todo nuestro ser podría llegar a corroerse y a envenenarse con ira, con odio, envidia y malicia o cualquier otra clase de maldad. Debemos estar libres de estas cosas malas, a fin de que seamos llenos del amor de Dios, el amor de la verdad, el amor de nuestros semejantes, a fin de que procuremos hacer bien a todos los hombres todos los días de nuestra vida, y sobre todas las cosas, ser fieles a nuestros convenios en el evangelio de Jesucristo (CR, abril de 1909, pág. 6).
El voto de mi vida
Me siento feliz esta mañana por tener el privilegio de deciros que en los días de mi niñez y temprana juventud, hice un voto con Dios y con su pueblo de que yo les sería fiel. Al pensar en las experiencias de mi vida, no puedo en este momento evocar, ni recuerdo circunstancia alguna, desde el principio de mi experiencia en el mundo, en que haya sentido el deseo, por un momento, de flaquear o disminuir en el voto y promesa que hice a Dios y a los Santos de los Últimos Días en mi juventud. Si hay hombre o mujer en el mundo que pueda indicarme en caso en toda mi vida en que no he sido leal a mi voto, promesa o convenio, me agradaría recibir esa información de tal hombre o mujer. Como élder en Israel, he procurado ser fiel a ese llamamiento; he intentado con todas mis fuerzas honrar y engrandecer dicho llamamiento. Cuando fui ordenado setenta sentí en mi corazón el deseo de ser leal a este llamamiento, y me esforcé por serlo, con toda la inteligencia y el fervor de mi alma. No tengo conocimiento ni recuerdo ningún acto o circunstancia en mi vida en que yo haya sido desleal o falso a estos llamamientos en el sacerdocio del Hijo de Dios. Posteriormente, cuando fui llamado para obrar como apóstol, fui ordenado como tal y apartado para ser uno de los Doce, me empeñé en honrar ese llamamiento, en serle fiel y serlo a mis hermanos, a la casa de fe y a los convenios y obligaciones consiguientes a la recepción de este santo sacerdocio que es según el orden del Hijo de Dios. No tengo conocimiento de haber violado jamás una de mis obligaciones o votos en estos llamamientos que he recibido. He procurado ser leal y fiel a todas estas cosas. Me he esforzado por ser leal a mi familia; y si acaso he violado un voto o promesa, o desatendido una sola obligación que descansa sobre mí en este respecto, no sé de ello; y cuando he hecho promesas al pueblo de Dios o al mundo, si alguna vez he violado estos votos, tampoco sé de ello. Además, no creo que exista un hombre que sepa que verídicamente pueda testificar que yo quebranté dichos votos.
Me paro ante vosotros hoy, mis hermanos, hermanas y amigos, fundado en que he procurado ser fiel a Dios hasta el máximo de mi conocimiento y habilidad; que he tratado de ser leal a mi pueblo hasta el límite de mi conocimiento y habilidad; y he sido fiel al mundo en todo voto y promesa que he hecho con los del mundo, a pesar de que ha habido hombres que han manifestado la disposición de dar la apariencia de que yo era un hipócrita, de ser de dos caras, que ante el mundo yo era una cosa y otra en secreto. Deseo que se entienda claramente que aquellos que han presentado tal concepto al género humano, me han estado perjudicando intencionalmente, me han estado injuriando y falsificándome no sólo a mí sino mi carácter ante la gente; y quiero que se entienda distintamente que tal cosa debe cesar. Debe cesar por lo menos entre los hombres que profesan ser miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Puedo soportar ser vituperado y perseguido por mis enemigos, que también lo son del reino de Dios; pero no quiero ser vilipendiado y calumniado por hombres que profesan ser miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ni intencionalmente ni de otra manera. Confío, pues, en que entendáis claramente lo que quiero decir. No sé en qué otra forma, con el conocimiento que tengo del idioma, puedo decirlo más clara o distintamente. Repito, pues, que así como el Señor me ha ayudado en lo pasado, a ser leal a mis convenios que he concertado con Él y con vosotros, con mis hermanos y con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, así con su ayuda y bendición propongo ser leal durante toda mi vida futura, bien sea que se me permita vivir un plazo largo o corto, no importa. Mientras yo viva espero ser un hombre leal, honrado, que puede encararse con todo el género humano y finalmente, pueda presentarse ante Dios, el juez de los vivos y de los muertos, y no temblar por lo que baya hecho en el mundo (CR, octubre de 1910, págs. 2,3).
Una bendición
Os bendigo con toda mi alma, porque amáis la verdad y lo manifestáis. No hay nada en este mundo de Dios que acerque más a los hombres y a las mujeres a mi corazón, como el que amen la verdad, que amen a Dios, que amen la causa de Sion y sean devotos a los intereses de la Iglesia. Esto es lo que encarece a los hombres y mujeres en mi corazón; los amo cuando aman esta obra y manifiestan su interés en ella. Eleva mi alma hasta el cielo y la llena de gozo inefable (CR, octubre de 1908, pág. 97).
Un testimonio
Mis hermanos y hermanas, yo sé que mi Redentor vive. Sé, como saber que vivo, que Él ha visitado en persona al hombre en nuestro tiempo y época, y que ahora no dependemos únicamente de la historia de lo pasado en lo que toca al conocimiento que poseemos, del cual da testimonio del Espíritu de Dios que se derrama en el corazón de todos aquellos que entran en el convenio del evangelio de Cristo. Porque ahora tenemos el renovado y posterior testimonio, manifestación de visiones celestiales y de la visita de Dios el Padre y Cristo el Hijo a esta tierra, el estrado de sus pies; y en persona han declarado su identidad, su ser y han manifestado su gloria. Han extendido sus manos para realizar su obra, la obra de Dios y no del hombre; y aun cuando serán coronados con gloria y honor en la presencia de Dios aquellos que han sido fieles, el honor, la gloria, el crédito, la alabanza por la continuación, desarrollo y crecimiento del reino de Dios en la tierra, serán dados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, cuyo poder e intervención, influencia y propósito han impulsado la obra de Dios en todo momento desde que por primera vez se dio al hombre. Es por su poder que ha crecido, continuado y llegado a ser lo que es, seguirá creciendo y extendiéndose hasta llenar la tierra con la gloria de Dios y con el conocimiento del Padre y del Hijo, a los cuales es vida eterna conocer. Este es mi testimonio a vosotros, mis hermanos y hermanas, y testigos de ello en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén (IE, septiembre de 1909, 12:915, 916).
Yo sé que mi Redentor vive
Yo sé que mi Redentor vive. Tenemos todo el testimonio y toda la evidencia que el mundo tiene de esta grande y gloriosa verdad, es decir, todo lo que posee el mundo cristiano, así llamado; y además de todo lo que ellos tienen, tenemos el testimonio de los habitantes de este continente occidental, a quienes apareció el Salvador y comunicó su evangelio, el mismo que El enseñó a los judíos. Además de todo este testimonio adicional y el de las Santas Escrituras de los judíos, tenemos el del Profeta, José Smith, el cual vio al Padre y al Hijo y dio testimonio de ellos al mundo, testimonio que selló con su sangre y que está en vigor entre los del mundo, hoy. Tenemos el testimonio de otros que vieron la presencia del Hijo de Dios en el Templo de Kirtland, cuando les apareció en ese lugar; y el testimonio de José [Smith] y de Sidney Rigdon, los cuales declararon que eran los últimos de todos los testigos de Jesucristo. Por tanto, vuelvo a decir, yo sé que mi Redentor vive, porque de la boca de estos testigos se ha establecido esta verdad en mi mente.
Aparte de estos testimonios, he recibido el del Espíritu de Dios en mi propio corazón, el cual sobrepuja todas las otras evidencias, porque me testifica a mí, a mi propia alma, de la existencia de mi Redentor, Jesucristo. Y sé que Él vive y que en el último día estará sobre la tierra; que vendrá a los que estén preparados para recibirlo, como la desposada está dispuesta para el esposo cuando él llega. Creo en la misión divina del Profeta José Smith, y tengo toda la evidencia que necesito, por lo menos suficiente para convencerme de la divinidad de su misión.
Me causa satisfacción decir que be aceptado, procurado observar y honrar toda palabra que ha salido de la boca de Dios por intermedio de él. Como está escrito: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4); nadie se atreverá a acusarme de eludir o de negarme a obedecer doctrina alguna que enseñó el Profeta José Smith, o que por medio de él se reveló (IE, noviembre de 1910, 14:73).
Testimonio
Ahora bien, hay muchas otras cosas, pero no puedo narrarlas todas. Empiezo a sentir que me estoy haciendo viejo, o más bien un hombre joven en un cuerpo viejo. Creo que en cuanto al espíritu, soy tan joven como en cualquier otra época de mi vida. Hoy amo la verdad más que antes, porque la veo más claramente, la entiendo mejor de día en día debido a las impresiones e inspiraciones del Espíritu del Señor que se me concede; pero mi cuerpo se cansa, y creédmelo, a veces mi pobre corazón se estremece considerablemente (CR, octubre de 1917, págs. 6, 7).
























