Capítulo 6
El deber de instruir a los hijos
El deber de instruir a los hijos
Otro deber grande e importante que pesa sobre este pueblo es enseñar todo principio del evangelio a sus hijos desde la cuna hasta que llegan a ser hombres y mujeres, y procurar hasta donde les sea posible a los padres inculcar en sus corazones el amor hacia Dios, la verdad, la virtud, honradez, honor e integridad a todo lo que es bueno. Esto es de importancia para todos los hombres y mujeres que están a la cabeza de una familia en la casa de fe. Enseñad a vuestros hijos el amor de Dios; enseñadles a amar los principios del evangelio de Jesucristo. Enseñadles a amar a su semejantes, y especialmente a amar a los que con ellos son miembros de la Iglesia, para que sean leales a su hermandad con el pueblo de Dios. Enseñadles a honrar el sacerdocio, a honrar la autoridad que Dios ha conferido sobre su Iglesia para el propio gobierno de la misma (CR., abril de 1915, págs. 4,5).
Lo que habéis de enseñar a vuestros hijos
Somos un pueblo cristiano, creemos en el Señor Jesucristo y sentimos que es nuestro deber reconocerlo como nuestro Salvador y Redentor. Enseñadlo a vuestros hijos. Enseñadles que le fue restaurado al profeta José Smith, el sacerdocio que poseían Pedro y Santiago y Juan, que fueron ordenados por mano del Salvador mismo. Enseñadles que José Smith el Profeta fue escogido y llamado de Dios, siendo todavía un jovencito, para poner el fundamento de la Iglesia de Cristo en el mundo, para restaurar el santo sacerdocio y las ordenanzas del evangelio, las cuales son necesarias para habilitar a los hombres a fin de poder entrar en el reino de los cielos. Enseñad a vuestros hijos a que respeten a sus vecinos; enseñadles a que respeten a sus obispos y a los maestros que llegan a sus casas para instruirlos. Enseñad a vuestros hijos a respetar a los ancianos, las canas y los cuerpos endebles. Enseñadles a venerar a sus padres y recordarlos honorablemente, y ayudar a todos los incapacitados y menesterosos. Enseñad a vuestros hijos, como a vosotros mistaos se ha enseñado, a honrar el sacerdocio que poseéis, el sacerdocio que poseemos como élderes en Israel. Enseñad a vuestros hijos a honrarse a sí mismos; enseñadles a honrar el principio de la presidencia mediante el cual se conservan intactas las organizaciones, y por medio del cual se preservan la fuerza y el poder para el bienestar y felicidad y edificación del pueblo. Enseñad a vuestros hijos que en la escuela deben honrar a sus maestros en lo que es verdadero y honrado, en lo que es digno en el hombre y la mujer y meritorio; y enseñadles también a evitar los malos ejemplos de sus maestros fuera de la escuela y los malos principios de hombres y mujeres que a veces actúan como maestros de escuela. Enseñad a vuestros hijos a honrar la ley de Dios y la ley del estado y la ley de nuestro país. Enseñadles a respetar y estimar con honor a los que el pueblo elige para estar a la cabeza de ellos y para ejecutar la justicia y administrar la ley. Enseñadles a ser leales a su patria, leales a la justicia y rectitud y honor; y de este modo llegarán a ser hombres y mujeres escogidos sobre todos los hombres y mujeres del mundo (CR., abril de 1917, págs.)
Lo que debe enseñarse a los niños
Os suplico, mis hermanos y hermanas que tenéis hijos en Sion, y sobre quienes descansa la responsabilidad mayor, que les enseñéis los principios del evangelio; enseñadles a tener fe en el Señor Jesucristo y en el bautismo para la remisión de los pecados cuando lleguen a los ocho años de edad. Los padres deben instruirlos en cuanto a los principios del evangelio de Jesucristo, o la sangre de los hijos será sobre los vestidos de los padres. Me parece un deber tan claro y tan necesario que ellos se encarguen de que sus hijos aprovechen las oportunidades que se les conceden al ser éstos educados e instruidos en estos principios en las Escuelas Dominicales que se han establecido en la Iglesia y se realizan domingo tras domingo para el beneficio de sus hijos. Yo me sentiría despreciable, iba a decir, en mi propia mente, en mis propios sentimientos, si tuviese hijos cuyos padres descuidasen estos asuntos. Nuestros pequeñitos están sumamente ansiosos de asistir a la Escuela Dominical, pese a lo que suceda: llueva o haga frío o tiempo agradable, o lo que sea, estén sanos o enfermos, no se les puede detener de ir a la Escuela Dominical a menos que haya una fuerte razón para ello (CR., abril de 1903, pág. 81).
La instrucción de los niños en el hogar y en la Escuela Dominical
No se requiere argumento alguno para convencer a nuestras mentes que nuestros niños llegarán a ser casi cualquier cosa que queramos. Nacen sin conocimiento o entendimiento, la criatura más importante de la creación animal que nace en el mundo. El pequeñito comienza a aprender después que nace, y todo lo que sabe depende grandemente de su ambiente, las influencias bajo las cuales se cría, la bondad con que se le trata, los nobles ejemplos que se le dan y las santas influencias o lo contrario, del padre y la madre en su mente infantil. Llegará a ser principalmente el producto de su ambiente y sus padres y maestros.
El niño de la más humilde de nuestras tribus indígenas que nace en una tienda y el hijo que nace con todas las comodidades comienza en un estado casi igual, en lo que a sus posibilidades de aprender concierne. Mucho depende de la influencia bajo la cual se cría. Notaréis que la influencia más potente en la mente de un niño, para persuadirlo a aprender, progresar o a realizar cosa alguna, es la influencia del amor. Más es lo que se puede lograr para bien por el amor no fingido, cuando se trata de criar a un niño, que por cualquier otra influencia a la cual se le pueda sujetar. El niño que no puede ser dominado por el látigo o gobernado por la violencia puede ser dirigido en un instante por el afecto y la simpatía no fingidos. Sé que es verdadero, y este principio existe en toda condición de la vida.
La maestra de la Escuela Dominical debe gobernar a los niños, no por la fuerza, con palabras duras o regaños, sino por el cariño y ganando su confianza. Si la maestra logra la confianza de un niño, no es imposible lograr toda cosa buena deseada con tal niño.
Quisiera que se entendiese que yo creo que las más grande ley y mandamiento de Dios es amar al Señor nuestro Dios con toda nuestra mente, alma y fuerza, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos; y si este principio se observa en el hogar, los hermanos y hermanas se amarán el uno al otro; serán bondadosos y serviciales unos con otros, manifestando el principio de la bondad y siendo solícitos unos hacia otros. En estas circunstancias el hogar se allega al estado de un cielo en la tierra, y los niños que se crían bajo estas influencias jamás las olvidarán; y aun cuando se encuentren en lugares difíciles, sus recuerdos volverán al hogar donde gozaron de estas influencias santas, y predominará la parte buena de su naturaleza, pese a las pruebas o tentaciones.
Hermanos y hermanas de la Escuela Dominical, os imploro a que enseñéis y gobernéis por el espíritu de amor y tolerancia hasta que podáis vencer. Si los niños son rebeldes y difíciles de gobernar, sed pacientes con ellos hasta que podáis vencer por el amor, y habréis ganado sus almas y podréis dar forma a su carácter como os parezca.
Algunos niños no quieren a sus maestras, y éstas son impacientes con ellos y se quejan de que son muy mal educados, indóciles y malos. Por su parte, los niños, cuentan a sus padres cómo aborrecen a sus maestras, y dicen que no quieren seguir yendo a la escuela porque la maestra es tan iracunda. He sabido de estas cosas y sé que son ciertas. Por otra parte, si los niños dicen al padre y a la madre: “Creemos que tenemos la mejor maestra en el mundo en nuestra Escuela Dominical”; o “Tenemos en nuestra escuela la mejor maestra que jamás ha habido” esto comprueba que tales maestras se han ganado el cariño de los niños, y estos pequeñitos son como barro en las manos del alfarero, y se les puede dar la forma que se desee. Tal es la posición en que debíais estar vosotras las maestras, y si lográis su cariño, esto es lo que los niños dirán de vosotras (CR., octubre de 1902, págs. 92,93).
Enseñad el evangelio a los niños
Es el deber de los padres enseñar a sus hijos los principios del evangelio, y a ser serios e industriosos en su juventud. Se les debe inculcar, desde la cuna hasta el día en que dejan el techo de sus padres para formar sus propios hogares y tomar sobre sí mismos las responsabilidades de la vida, que hay un tiempo para sembrar y otra para cosechar, y lo que el hombre siembra, eso mismo segará. La siembra de hábitos malos en la juventud no producirá cosa mejor que el vicio, y de la siembra de las semillas de la indolencia invariablemente se cosechará la pobreza y la falta de estabilidad en la vejez. Lo malo engendra lo malo, y lo bueno producirá lo bueno.
He oído a algunos decir: “Sólo una vez pasamos por aquí, y lo mismo da que nos divertamos y logremos lo que podamos mientras nos dure la vida”. Esto concuerda con la predicción del Libro de Mormón:
“Y habrá muchos que dirán: Comed, bebed y divertíos, porque mañana moriremos; y nos irá bien. . .
“Sí, y habrá muchos que de esta manera enseñarán falsas, vanas y locas doctrinas; y se engreirán en sus corazones, y tratarán afanosamente de ocultar sus designios del Señor, y sus obras se harán en las tinieblas” (2 Nefi 28:7-9).
Den los padres en Sion algo que hacer a sus hijos, a fin de que éstos puedan aprender las artes de la industria y estar capacitados para desempeñar responsabilidades cuando les sean impuestas. Instruidlos en alguna ocupación útil, para que tengan una manera segura de ganarse la vida cuando comiencen a vivir por sí mismos. Recordad que el Señor ha dicho que el ocioso no comerá el pan del trabajador (véase Doc. y Con. 42:42), sino que todos deben ser industriosos en Sion. Tampoco deben propender a las risotadas, a las conversaciones livianas e imprudentes, ni al orgullo del mundo y los deseos de concupiscencia, porque estas cosas no sólo no convienen, antes son pecados graves a los ojos del Señor. Leemos que, “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23), v la muerte es el destierro del Espíritu y de la presencia del Señor.
Y sobre todas las cosas, instruyamos a nuestros hijos en cuanto a los principios del evangelio de nuestro Salvador, a fin de que se familiaricen con la verdad y anden en la luz que aquélla derrama en todos los que quieren recibirla. “El que temprano me busca, me hallará —dice el Señor— y no será abandonado” (Doc. y Con. 88:33; Proverbios 8:17). Nos conviene, por tanto, comenzar temprano en la vida a viajar por el sendero recto y angosto que conduce a la salvación eterna (JI, enero de 1917, 52:19, 20).
Enseñad a los niños la historia de la muerte de Jesús
¿Conviene enseñar a los niños pequeños de la clase de párvulos los acontecimientos que condujeron a la muerte de nuestro Salvador? Es un principio extensamente aceptado que no es deseable enseñar a estos pequeñitos las cosas que son horripilantes a la naturaleza infantil; y lo que se puede decir de los niños se aplica igualmente a todo período de la vida del alumno. Sin embargo, la muerte no es un horror escueto, porque con ella se relacionan algunas de las verdades más profundas e importantes de la vida humana. Aun cuando angustiosa en extremo a quienes tienen que sufrir la separación de sus seres queridos, la muerte es una de las bendiciones más grandes en la economía divina, y creemos que se debe enseñar algo de su significado verdadero a los niños en la época más temprana posible de su vida.
Nacemos con objeto de que podamos vestirnos de mortalidad, es decir, vestir nuestros espíritus con un cuerpo. Esta bendición es el primer paso hacia un cuerpo inmortal; el segundo paso es la muerte. Esta se encuentra en el camino del progreso eterno, y aunque dura de soportar, nadie que cree en el evangelio de Jesucristo, y especialmente en la resurrección, querría que fuese de otra manera. Debe instruirse a los niños en los primeros años de su vida, que la muerte es realmente una necesidad así como una bendición, y que sin ella no estaríamos ni podríamos estar satisfechos y ser supremamente felices. En la crucifixión y resurrección de Jesús se basa uno de los principios más sublimes del evangelio. Si se enseñara esto a los niños en sus tiernos años, la muerte no tendría la influencia de horror que existe en las mentes de muchos niños.
No hay duda de que los niños tendrán algún contacto relacionado con la muerte, aun durante sus años de párvulos, y sería un gran alivio para la condición confusa y perpleja de sus mentes, si se les hiciera alguna aclaración inteligente en cuanto al porqué de la muerte. En ninguna parte puede encontrarse una explicación de la muerte, más sencilla y convincente a la mente de un niño, que la muerte de nuestro Maestro, debido a la relación que tiene y que siempre debe tener con la gloriosa resurrección (JI, junio de 1905, 40:336).
























