Viviendo según el Evangelio

Capítulo 10
EL ESPIRITU MISIONERO


“Si yo tuviera que expresar en términos definidos dos de las convicciones más potentes que hay en el corazón de los santos de los últimos días, nombraría; primero, la certeza de que el evangelio tal como lo enseñó el Redentor cuando vivió entre los hombres y que más tarde fue modificado, cambiado y corrompido por los hombres, ha sido restaurado por el Redentor en su pureza y plenitud; y segundo, siguiendo naturalmente a lo primero, una convicción en el corazón de cada miembro de esta Iglesia de que sobre ellos descansa la responsabilidad de predicar el evangelio restaurado a toda nación, lengua y pueblo” (Presidente David O. McKay).

“Cuando uno es convertido a la verdad por medio de la obra de un misionero o en otra forma, el, a su vez, desea cumplir una misión para en cierta forma pagar por el nuevo gozo que obtiene al convertirse a la verdad. Así que, hay pocos hogares de los miembros de esta Iglesia que no hayan contribuido a su gran causa misionera, y muchos hogares tienen a su crédito el hecho de que el padre y todos sus hijos, y a menudo las hijas también, han cumplido misiones por la Iglesia” (LeGrand Richards, A Marvelous Work and a Wonder).

Cuando Jesús se reunió con sus discípulos después de su resurrección, les hizo este encargo:

“Por tanto, id, y doctrinad a todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo:
“Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20).

La obra misionera en nuestra generación comenzó inmediatamente después de la organización de la Iglesia.

“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?
“¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de la paz, de los que anuncian el evangelio de los bienes” (Romanos 10:13-15)

El primer misionero que representó a la Iglesia restaurada en esta dispensación fue Samuel Smith, hermano del Profeta, quien viajo por el norte de Nueva York y de Vermont, llevando consigo varias copias del Libro de Mormón. Oliverio Cowdery, Parley P. Pratt, Ziba Peterson y Peter Whitmer llevaron el evangelio a los lamanitas en 1830-31. En el año 1837 José Smith envió misioneros a Inglaterra y nombró a Heber G. Kimball para presidir la obra allí. Como resultado de la predicación del “recogimiento de Israel”, en 1840 comenzó una corriente de inmigrantes. En 1839, conducidos por todo el Quorum de los Doce, salió un grupo de misioneros a los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda. Se lograron miles de conversos, especialmente en Inglaterra, donde Wilford Woodruff, Brigham Young y otros tuvieron notable éxito misionero. En 1841 Orson Hyde dedicó Palestina para el regreso de los judíos.

“Y vi otro ángel volar por el medio del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación y tribu y lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6).

Durante el siglo pasado se hizo un intento de cumplir literalmente con el encargo del Salvador de llevar el evangelio a «toda nación y tribu y lengua y pueblo». Se establecieron misiones en las Islas de la Sociedad, Francia, Italia, Suiza, Dinamarca, Noruega, Suecia, Islandia, India, las Islas Hawaianas, Australia, Nueva Zelandia, Tasmania, Islas de la Amistad y Sudáfrica. En 1925 Élder Melvin J. Ballard dedicó Sudamérica para la predicación del evangelio. El continente norteamericano está dividido ahora en misiones separadas.

La Sección 1 de las Doctrinas y Convenios, una revelación dada por medio del profeta José Smith durante una conferencia especial de élderes de la Iglesia realizada en Hiram, Ohio, el 1 de noviembre de 1831, sirve como «el Prefacio del Señor» a las doctrinas, convenios y mandamientos dados en esta dispensación. Reproducimos aquí partes de ella:

“Escuchad, oh pueblo de mi Iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas, cuyos ojos ven a todos los hombres; sí, de cierto os digo: Escuchad, vosotros, pueblos lejanos; y vosotros, los que estáis sobre las islas del mar, escuchad juntamente.
“Porque, de cierto, la voz del Señor se dirige a todo hombre y no hay quien escape; y no hay ojo que no verá, ni oído que no oirá, ni corazón que no será penetrado.
“Y los rebeldes serán afligidos con mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas, y serán revelados sus hechos secretos.
“Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por las bocas de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.
“Y de cierto os digo que a los que salgan anunciando estas nuevas a los habitantes de la tierra se les dará poder de sellar, tanto en la tierra como en los cielos, a los incrédulos y rebeldes;
“Sí, en verdad, de sellarlos para el día en que la ira de Dios ha de derramarse sin medida sobre los malvados.
“Para el día en que el Señor vendrá a recompensar a cada hombre según sus obras, y a repartirle a cada hombre conforme a la medida con la que él haya repartido a su prójimo.
“Por tanto, la voz del Señor llega hasta los extremos de la tierra, para que oigan todos los que quieran oír. “Preparaos, preparaos para lo que viene, porque el Señor está cerca;
“Y está encendida la ira del Señor, y su espada se embriaga en el cielo, y caerá sobre los habitantes de la tierra.
“Y será revelado el brazo del Señor; y viene el día en que aquellos que no oyeren la voz del Señor, ni la voz de sus siervos, ni hicieren caso de las palabras de los profetas y apóstoles, serán desarraigados de entre el pueblo;
“Para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes.
“Porque yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia.
“No obstante, se perdonará al que se arrepiente y cumpla los mandamientos del Señor;
“Y de quien no se arrepienta, se quitará aún la luz que haya recibido; porque mi Espíritu no luchará siempre con el hombre, dice el Señor de las Huestes.
“Y de nuevo, de cierto os digo, oh habitantes de la tierra; Yo, el Señor, estoy dispuesto a dar a saber estas cosas a toda carne” (D. y C. 1:1-5; 8-15; 23; 31-34).

Desde ese día hasta el presente los misioneros han llevado el mismo mensaje al mundo. Han testificado de la divinidad de la misión del Señor Jesucristo y de la restauración del evangelio en esta dispensación. Según el presidente David O. McKay, la meta que ha de alcanzarse algún día enviando la palabra de Dios por toda la tierra es «cambiar en el corazón de los hombres el egoísmo y ambición por la tolerancia, compasión y hermandad» (Gospel Ideáis, pág. 132).

Misiones extranjeras en la actualidad.

Al tiempo en que se escribió este manual (1956) la Iglesia tema cuarenta y cinco misiones “extranjeras”:

Alemana Occidental, Alemana Oriental, Argentina, Australiana, Brasileña, Británica, Californiana, Californiana del Norte, Canadiense, Canadiense Occidental, Centroamericana, Danesa, Estados Atlánticos, Estados del Noroeste, Estados del Norte, Estados del Sur, Estados Occidentales, Estados Orientales, Finlandesa, Francesa, Grandes Lagos, Hawaiana, Hispanoamericana, India del Norte, Lejano Oriente del Norte, Centrales Estados Centrales Estados Centrales del Norte Estados Centrales Occidentales Estados Centrales Orientales Estados del Golfo Sudafricana Sudaustraliana Sueca, Suizo-austriaca, Lejano Oriente del Sur Mexicana, Mexicana del Norte, Nueva Inglaterra, Neozelandesa, Noruega, Países Bajos, Samoana, Tahitiana, Tonga, Uruguaya.

El informe estadístico anual de la Iglesia para el año 1955 muestra que al fin del año había 4,687 misioneros que obraban en las 44 misiones extranjeras.

Misiones locales de la actualidad.

El informe estadístico anual de la Iglesia para el año 1955 muestra que 6,565 personas estaban trabajando como misioneros locales al fin del año.

Los conversos bautizados en las misiones extranjeras y locales durante el año 1955 llegaron a un total de 21.669. Si agregamos el número de hijos de los miembros de la Iglesia bautizados por medio de la obra misionera durante ese mismo año, la cifra llega a 54.476.

Enseñando por medio del ejemplo.

“Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino.
“Enseñaos diligentemente, y mi gracia os atenderá, para que seáis más perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os es conveniente comprender;
“De cosas tanto en el cielo como en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, que son, y que pronto tendrán que verificarse; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero; las guerras y perplejidades de las naciones, y los juicios que se ciernen sobre el país; y también el conocimiento de los países y los reinos

“Para que estéis preparados en todas las cosas, cuando os llame otra vez a magnificar el llamamiento al cual os he nombrado, y la misión a la cual os he comisionado.
“He aquí, os envié para testificar y amonestar al pueblo, y le conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo.
“Por tanto, quedan sin excusa, y sus pecados quedan sobre su propia cabeza” (D. y C. 88:77-82).

Este extracto de la “Hoja de Olivo”, que acabamos de citar, llama la atención a la responsabilidad que tienen todos los miembros de la Iglesia de ayudar a enseñar los principios de vida y salvación a la gente con quien nos asociamos. Démonos cuenta o no, la vida de los santos de los últimos días predica el evangelio de Jesucristo, cuyo nombre hemos tomado sobre nosotros, en una forma que no admite equivocaciones. Lo que son los santos de los últimos días es más elocuente aún que lo que dicen. Nuestra conducta recomendará o condenará a nuestra religión y nuestra Iglesia entre nuestros compañeros, sean ellos miembros de la Iglesia o no.

Como miembros de la Iglesia nos corresponde a todos vivir en forma tal que los investigadores del plan del evangelio no puedan llegar a otra conclusión sino que la forma de vida enseñada por Jesucristo tendrá un efecto saludable sobre todos los que vivan como él enseñó. No es suficiente tener cuidado en la selección de los miembros de la Iglesia que han de representarla, junto con el plan de vida y salvación, como misioneros en las misiones extranjeras. Las vidas de todos nosotros, ya sea que estemos en una misión o no, puede y debe ser un testimonio convincente de la eficacia del evangelio de Cristo. En ese sentido del término, todos nosotros deberíamos estar siempre «en una misión».

La obra por los muertos.

Hay una fase más de la obra misionera que debe mencionarse aquí. Aunque no podemos predicar o explicar los principios del evangelio a aquellos que ya han salido de esta vida, podemos cumplir con las ordenanzas del sacerdocio necesarias por aquellos que no tuvieron la oportunidad de hacerlo ellos mismos mientras estuvieron en esta tierra, y que pueden aceptar el evangelio después de su muerte, o por aquellos que pueden aceptarlo en lo futuro. (Para una discusión más amplia sobre la Obra del Templo, véase el Capítulo 17).

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