Capítulo 12
AUTORIDAD DIVINA
El Señor tiene una obra grande que hacer. Él se ha propuesto la tarea de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre. Esa condición bendita está al alcance de todos los hombres, o, por lo menos, de todos los hijos de Dios que quieran ser ayudados.
Esta intención divina fue la razón principal por lo que el Señor estableciera de cuando en cuando sobre la tierra una organización llamada la Iglesia. Leemos de los convenios que hizo con hombres importantes como: Adán, Enoc, Noé, Melquisedec, y Abrahán, todos los cuales representaron al Señor en sus hechos con los hijos de los hombres. Al estudiar la Perla de Gran Precio vemos más claramente este principio de poder y autoridad que Jehová ha delegado al hombre. Los hombres necesitaban esta autoridad para representar a Dios en sus esfuerzos por ayudar a sus hijos a salvarse.
“Y hallando que había mayor felicidad, paz y reposo para mí, busque las bendiciones de los patriarcas, y la autoridad que se me debería conferir para administrarlas; habiendo sido yo mismo partidario de la justicia, buscando también gran conocimiento, y deseando ceñirme más a la justicia, gozar de mayor conocimiento y ser padre de muchas naciones, un príncipe de paz, y anhelando recibir instrucciones y guardar los mandamientos de Dios, llegué a ser heredero legítimo, un Sumo Sacerdote, con el derecho que pertenecía a los patriarcas.
“Me lo confirieron de los patriarcas; desde que comenzó el tiempo, si, aun desde el principio, o antes de la fundación de la tierra hasta el tiempo presente, descendió de los patriarcas, aun en el derecho del primogénito, sobre el primer hombre que es Adán, nuestro primer padre; y por medio de los patriarcas hasta mí” (Abrahán 1:2, 3).
El Señor prometió que pondría su nombre sobre Abrahán….
“aun el Sacerdocio de tu padre”, y que por medio del ministerio de Abrahán, así fue como con Noé, el nombre del Señor sería conocido en la tierra para siempre. (Abrahán 1:18, 19).
En la Perla de Gran Precio aprendemos más acerca de la naturaleza del convenio que hizo el Señor con Abrahán.
“Me llamo Jehová, y conozco el fin desde el principio; por tanto, mi mano te cubrirá.
“Y haré de tí una nación grande, y te bendecirá sobremanera, y engrandeceré tu nombre entre todas las naciones, y serás una bendición a tu simiente después de tí, para que en sus manos lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones;
“Y las bendeciré mediante tu nombre; pues cuantos reciban este evangelio llevarán tu nombre, y serán contados entre tu simiente, y se levantarán y te bendecirán como su padre;
“Y bendeciré a los que te bendijeren, y maldeciré a los que te maldijeren; y en tí (es decir, en tu sacerdocio) y en tu simiente (es decir, tu sacerdocio), pues te prometo que en tí continuara este derecho, y en tu simiente después de tí (es decir la simiente literal, o sea la simiente corporal) serán bendecidas todas las familias de la tierra, aun con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, aun de vida eterna” (Abrahán 2:8-11).
José Smith enseñó que el ministerio y sacerdocio que la simiente de Abrahán habría de llevar a todas las naciones era eterno. “El sacerdocio es un principio sempiterno, y existió con Dios desde la eternidad, y existirá por las eternidades, sin principio de días o fin de años” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 183). Brigham Young también enseñó que el sacerdocio es un principio eterno por el cual fueron creados los mundos y continuarán siéndolo por siempre jamás (Discourses of Brigham Young, pág. 201). S. Pablo también atestigua que la autoridad y poder del Santo Sacerdocio han existido siempre, y dice que es “sin padre, sin madre, sin linaje; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, más hecho semejante al Hijo de Dios” (Heb. 7:3).
La Iglesia como organización no podría funcionar debidamente para ayudar al Señor a lograr sus propósitos y dar al hombre la oportunidad de obrar su salvación, a menos que ciertas autoridades y poderes fuesen delegados a los hijos de Dios. Esta es la razón principal por la cual el Señor confirió a los hombres el Santo Sacerdocio, el cual es según el orden del Hijo de Dios. La autoridad de actuar en el nombre del Señor y de ligar en la tierra lo que el Señor reconocerá como ligado en su santa morada por todas las eternidades, es dada al hombre para que él tenga el derecho y poder de ayudar a su Hacedor a realizar sus propósitos divinos. El delegó el sacerdocio al hombre para animar, bendecir y sostener a sus hijos en sus propósitos justos.
Cuando el Salvador del mundo visitó a los nefitas, llamó a doce hombres a quienes dio el poder y la autoridad para bautizar. Extendiendo su mano hacia la multitud explicó: “Benditos sois si prestáis atención a las palabras de estos doce que yo he escogido de entre vosotros para ejercer su ministerio en bien de vosotros y serviros” (3 Nefi 12:1).
En nuestra época, conocida como los últimos días, el Señor nos ha dado un convenio nuevo y sempiterno, que comprende todos los poderes y autoridad para sellar o desatar que poseyeron alguna vez los antiguos profetas. En sus “Enseñanzas del Libro de Doctrinas y Convenios”, el hermano William E. Berret dice:
“Ejercitando este poder los siervos del Altísimo han gobernado los elementos físicos, Enoc desvió a los ríos de su curso, movió montañas, trajo temor a las naciones circundantes para que no se atreviesen a hacer guerra contra Sión. Por este poder Moisés hizo que el viento apartase las aguas del mar Rojo para que Israel pudiese cruzar a pie enjuto. Por este mismo poder Moisés hizo que cesara de soplar el viento para que las aguas del mar Rojo volvieran a su lugar y ahogaran al pesadamente armado ejército egipcio. Por este poder sobre los elementos Jesús calmó la tempestad, hizo que la higuera se secase y muriera, y convirtió el agua en vino”.
Pedro, el jefe de los apóstoles de Jesucristo, Santiago y Juan los tres hombres que formaban la presidencia del Sacerdocio de Melquisedec de la Iglesia en los días antiguos, declarando que poseían las llaves del reino, ordenaron y confirmaron a José Smith y Oliverio Cowdery apóstoles y testigos especiales de Jesucristo, y Primero y Segundo Élderes, respectivamente de la Iglesia. (D. y C. 18: 9, 27; 20: 2; 27: 12; 128: 20). Antes de esa ocasión, Juan el Bautista, el precursor de Cristo, habiendo recibido él mismo el Sacerdocio Aarónico de un ángel (D. y C. 84:28), confirió a Jo se Smith y Oliverio Cowdery el mismo sacerdocio, el cual tiene la llave de la ministración de ángeles, del evangelio de arrepentimiento y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados (D. y C. 13). De modo que el año antes que fuese restaurada la Iglesia, los hombres que habían de establecerla recibieron el sacerdocio necesario para hacerlo.
El hombre debe ser llamado.
“Creemos que el hombre debe ser llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad para predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas” (Quinto Articulo de Fe). Como ciertas ordenanzas son indispensables para la salvación del hombre, el Señor tuvo que delegar el poder de actuar en su nombre a aquellos que iban a encargarse de las actividades de la Iglesia. El bautizar en el agua, conferir el Espíritu Santo por la imposición de manos y otros ritos, pueden ser realizados por cualquier hombre de habilidad común. Pero la eficacia de los ritos cumplidos en esta forma no será reconocida por nuestro Padre Celestial a menos que la persona que oficia posea el poder y tenga la autoridad para hablar en nombre del Señor. A la Iglesia de la época apostólica se dio el poder de representar a Dios; la misma autoridad fue dada a la Iglesia de Cristo establecida en el continente occidental; el mismo sacerdocio fue dado a José Smith y otros en estos últimos días, cuando se hizo necesario restaurar la Iglesia de Cristo. El Señor no tiene ninguna obligación a menos que el rito o ceremonia se efectúe por virtud de la autoridad especifica delegada por él directa o indirectamente a aquellos hombres que han de representarlo en los asuntos espirituales que conciernen a sus hijos.
Ningún hombre puede llamarse a sí mismo para oficiar en el nombre del Señor. Debe ser llamado por Dios a través de vías autorizadas para que sus ministraciones sean eficaces y reconocidas por nuestro Padre Celestial, porque “nadie toma para sí la honra, sino el que es llamado de Dios, como Aarón” (Hebreos 5:4). En 1843 Jesucristo declaró a su Iglesia:
“Todos los convenios, contratos, vínculos, compromisos, juramentos, votos, efectuaciones, uniones, asociaciones o aspiraciones que por el Santo Espíritu de la Promesa, bajo las manos del que es ungido, no se hacen, se celebran y se ligan, tanto por esta vida como por toda la eternidad, y eso también de la manera más santa, por revelación y mandamiento, mediante la intervención de mi ungido, al que he señalado sobre la tierra para tener este poder (y he nombrado a mi siervo José para que tenga este poder en los últimos días, y nunca hay más de una persona a la vez sobre la tierra a quien se confieren este poder y las llaves de este sacerdocio), ninguna eficacia, virtud o fuerza tienen en la resurrección de los muertos, ni después de ella; porque todo contrato que no se hace con este fin, termina cuando mueren los hombres.
“He aquí, mi casa es una casa de orden, dice Dios el Señor, y no de confusión.
“¿Aceptaré una ofrenda que no se hace en mi nombre? dice el Señor.
“¿O recibiré de tus manos lo que yo no he nombrado?
“¿Y te he de designar algo, dice el Señor, salvo que sea por ley, aun como yo y mi padre decretamos para vosotros antes que el mundo fuese?
“Yo soy el Señor tu Dios; y te doy este mandamiento: Que ningún hombre ha de venir al Padre sino por mí, o por mi palabra, la cual es mi ley, dice el Señor.
“Y todas las cosas que están en el mundo, si fueren ordenadas de los hombres en virtud de tronos, principados, potestades o cosas de renombre, cualesquiera que fueren, y que no son de mí, o por mi voz, serán derribadas, dice el Señor, y no permanecerán después que los hombres mueran, ni tampoco en la resurrección, ni después de ella, dice el Señor tu Dios” (D. y C. 132:7-13).
“Aquí yace un secreto de la fuerza de esta gran obra de los últimos días ―dijo el presidente David O. McKay― su origen no proviene de las fantasías, deseos o aspiraciones de los hombres sino del orden y voluntad de Cristo mismo, el autor de nuestra salvador eterna, Si un hombre asumiera el derecho de hablar en el nombre del Señor, otros hombres podrían arrogarse el mismo privilegio. He aquí la explicación de la condición discordante que existe entre las sectas del mundo cristiano así llamado de la actualidad. Están oficiando en el nombre de Cristo hombres que no tienen el derecho de hacerlo, Naturalmente, el resultado es la confusión. No obstante lo que se diga del profeta José Smith, debe reconocerse la fuerza de su posición con respecto a la autoridad divina”.
En la Iglesia de Jesucristo, cuando los hombres o jóvenes reciben el Sacerdocio Menor o Mayor, entonces pueden ser llamados a prestar servicio en ella por virtud de la autoridad que poseen. Por ejemplo, un presbítero tiene la autoridad para bautizar. Sin embargo, él no puede aceptar la invitación para bautizar a un niño de ocho años o a un converso a menos que el obispo de su barrio, o presidente de su rama, le indique que lo haga. Un élder tiene un ofició en el Sacerdocio de Melquisedec, y, por lo tanto, tiene el derecho de imponer las manos sobre una persona recientemente bautizada para comunicarle el don del Espíritu Santo. Pero no puede de signarse a sí mismo para oficiar en la ceremonia. Debe ser dirigido por el obispo del barrio en donde se ha de llevar a cabo.
Es el obispo el que, en un barrio, dirige todo lo concerniente a sus miembros, porque él tiene una autoridad especial, la autoridad para dirigir todos esos asuntos. En una misión es el presidente de la misión quien tiene las llaves del sacerdocio de toda la misión. En una rama de una misión el presidente de la rama es quien dirige todas las ordenaciones del sacerdocio de su rama. Esta clase de autoridad es la que usualmente se conoce por las llaves del sacerdocio. Por lo tanto, hay una diferencia entre poseer uno de los oficios del sacerdocio y ser designado para cumplir ciertos deberes particulares que sólo se designarían a uno que poseyera el sacerdocio adecuado.
En diversas ocasiones, vinieron ciertas personas a quienes se había dado la autoridad para llevar a cabo ciertas asignaciones en dispensaciones anteriores, y dieron a José Smith todas las llaves del sacerdocio que ellos habían poseído, porque todas esas llaves debían ser restauradas en esta última dispensación, la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos. Juan el Bautista trajo el Sacerdocio Aarónico; Pedro, Santiago y Juan, el Sacerdocio de Melquisedec; Elías, las llaves de la dispensación de Abrahán; Moisés las llaves del recogimiento de Israel; Elías el Profeta, las llaves del poder de sellar o ligar. El profeta José Smith testifica de ello en la siguiente forma:
“Además, ¿qué oímos? ¡Alegres nuevas de Cumora! Moroni, un ángel de los cielos, quien declara el cumplimiento de los profetas: el libro que estaba para revelarse. ¡La voz del Señor en el yermo de Fayette, distrito de Séneca, declarando a los tres testigos que testificaran del libro! ¡La voz de Miguel, en las riberas del Susquehanna, denunciando al diablo cuando éste se presentó como un ángel de luz! ¡Las voces de Pedro, Santiago y Juan en el despoblado entre Hármony, distrito de Susquehanna, y Cólesville, Distrito de Broome, en las márgenes del Susquehanna, declarando que poseían las llaves del reino y de la dispensación del cumplimiento de los tiempos!
“¡Además, la voz de Dios en la alcoba del viejito Whítmer, en Fayette, Distrito de Seneca, y en varias ocasiones y diversos lugares, en todas las peregrinaciones y tribulaciones de esta Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días! ¡Y la voz de Miguel, el arcángel; la voz de Gabriel, y de Rafael, y diversos ángeles, desde Miguel o Adán, hasta el tiempo presen te, declarando todos su dispensación, sus derechos, sus llaves, sus honores, su majestad y gloria, y el poder de su sacerdocio; dando línea tras línea, precepto tras precepto; un poco aquí y un poco allí; consolándonos con la promesa de lo que está por venir, confirmando nuestra esperanza!” (D. y C. 128:20-21).
De la pluma del extinto presidente José F. Smith, tenemos una explicación clara y útil de la diferencia de que acabamos de hablar. Él dijo: “El sacerdocio en general es la autoridad dada al hombre para actuar por Dios. Todo hombre que ha recibido cualquier grado del sacerdocio tiene esta autoridad delegada a él.
“Pero es necesario que todo acto cumplido bajo esta autoridad sea hecho en el lugar y momento adecuados, en la forma apropiada y siguiendo el orden indicado, El poder de dirigir estas tareas constituye las llaves del sacerdocio. En su plenitud estas llaves sólo las poseen una persona a la vez: el Profeta y Presidente de la Iglesia, Él puede delegar a otro ciertas de sus facultades, y en ese caso dicha persona tiene las llaves de esa tarea especial, Así que, el Presidente de un Templo, el presidente de una estaca, el obispo de un barrio, el presidente de una misión, el presidente de un quorum, todos tienen las llaves de las tareas que se llevan a cabo en ese cuerpo o localidad particular. Su sacerdocio no aumenta a causa de esta designación especial, porque un setenta que preside una misión no tiene más sacerdocio que un setenta que trabaja bajo su dirección; ni el presidente es más que cualquiera de los miembros de ese quorum, Pero él tiene el poder de dirigir las tareas oficiales que se efectúan en la misión o el quorum; en otras palabras las llaves de esa división de la obra. Así es en todas las ramificaciones del sacerdocio; debe hacerse una distinción cuidadosa entre la autoridad general y la dirección de las tareas realizadas por esa autoridad. (Gospel Doctrine, pag. 168)
“Todo hombre que posee el sacerdocio de Dios puede ejercer sus poderes en beneficio de sí mismo y de su familia. Puede buscar revelaciones para su propia orientación, puede bendecir a su propia familia; enseñarla, reprenderla y bendecirla, y puede dar testimonio de la veracidad del evangelio y tratar de apoyar a sus semejantes. En todo esto lo sostendrá su sacerdocio.
“Pero ningún hombre puede ejercer el poder de su sacerdocio para la Iglesia a menos que sea designado por aquellos que tienen las llaves del sacerdocio, es decir, aquellos llamados a posiciones directivas” (John A, Widtsoe, Program of the Church, págs. 136-137).
Sólo un hombre, el Presidente de la Iglesia, tiene a la vez en la tierra las llaves del sacerdocio para toda la Iglesia. Cuando un portador del sacerdocio actúa oficialmente en cualquier momento, en cualquier capacidad en la Iglesia, lo hace bajo la autoridad del Presidente de la Iglesia que en ese momento tiene las llaves del sacerdocio. Ningún portador del sacerdocio puede efectuar los ritos del sacerdocio sólo porque tiene un cierto oficio en el sacerdocio. Sus bendiciones y ordenaciones no serán válidos a menos que también haya sido designado por la autoridad competente que dirige esos ritos particulares. Ningún hombre tiene la autoridad de cumplir con ningún rito del sacerdocio, si este derecho ha sido revocado por la autoridad que tiene las llaves del sacerdocio.
En la Iglesia de Cristo es la gente quien dirige bajo la dirección de Dios. Aunque la Presidencia de la Iglesia nombra sus oficiales directa o indirectamente, en último término es el apoyo de la gente lo que los coloca y sostiene en sus oficios. Aun el oficial más alto de la Iglesia, el presidente, debe ser sostenido por la gente. Esta doctrina de hacer todo de común acuerdo se practica en las ramas, los distritos y en la Iglesia en general.
En resumen, citamos el siguiente párrafo del libro de Lowell L. Bennion, “The Religión of the Latter-day Saints”: “La Primera Presidencia es la autoridad administrativa más alta de la Iglesia y preside los asuntos de la misma en total. La manera de proceder, doctrinas y prácticas provienen de este cuerpo. El Quorum de los Doce, el Patriarca Presidente, el Primer Consejo de los Setenta, el Obispado Presidente, los oficiales de las organizaciones auxiliares y los miembros de las mesas directivas, misioneros y oficiales del sacerdocio llevan a cabo la obra de la Iglesia tal como es trazada por la primera Presidencia y aceptada por el cuerpo de la Iglesia. De modo que aun cuando el sacerdocio es de carácter democrático entre los miembros y el espíritu por el cual opera, a la vez hay una designación ordenada de responsabilidades y funciones, en la cual están comprendidos todos los portadores del sacerdocio que obran bajo la dirección de la Primera Presidencia».
























