Capítulo 13
EL SACERDOCIO SIRVE
En la Iglesia de Cristo no se concede el sacerdocio al hombre meramente para honrarlo. Le es conferido para que él pueda usarlo para bendecir y ayudar a salvar a sus semejantes. El sacerdocio de be ser considerado esencialmente como un llamamiento al servicio, tal como se explicó en el capítulo anterior. Recibir o portar un oficio en el sacerdocio, por lo tanto, no debería hacernos sentir superiores ni orgullosos. Por el contrario, dándonos cuenta de la responsabilidad que tenemos bajo el sacerdocio, debería ayudarnos a cultivar la humildad. Ya sea individual o colectivamente, no nos es dada la autoridad del sacerdocio porque somos personalmente importantes. Lo que cuenta es la obra que hacemos bendiciendo y ayudando a los hombres y mujeres cuyas vidas tocamos por virtud del sacerdocio que poseemos.
La obra de la Iglesia es tan voluminosa y diversas que para llevarla adelante se necesita constantemente un gran número de oficiales adiestrados y eficaces que sirvan voluntariamente. Poco después de la restauración del poder y autoridad del sacerdocio en estos últimos días, el Señor animó a todos los miembros de la Iglesia a aprender sus deberes y cumplirlos diligentemente.
“De modo que, con toda diligencia aprenda cada varón su deber, así como a obrar en el oficio al cual fuere nombrado.
“El que fuere perezoso no será considerado digno de permanecer» (D. y C. 107:99-100).
Graduaciones.
El orden menor del sacerdocio, llamado Aarónico, comprende los oficios de diácono, maestro y presbítero. Los deberes de los diáconos son mayormente de carácter temporal. Bajo la dirección del presidente de la rama ayudan a prestar servicio a los miembros de la Iglesia. Reparten el Sacramento de la Santa Cena y recogen las ofrendas de ayuno. Doce diáconos forman un quorum. El deber del maestro es ir entre los santos, enseñarlos, ver que no haya iniquidad en la Iglesia y ayudar a eliminar los rencores que puedan existir. Veinticuatro maestros constituyen un quórum. Un presbítero es designado para enseñar, bautizar, administrar la Santa Cena y visitar los hogares de los miembros de la Iglesia. Tiene el poder para ordenar diáconos, maestros y presbíteros. Cuarenta y ocho presbíteros forman un quorum.
Un quorum de diáconos o un quorum de maestros se organizan con un presidente y dos consejeros elegidos de entre los miembros del grupo. El quorum de presbíteros tiene por presidente al obispo del barrio.
El orden mayor del sacerdocio, llamado del Melquisedec, comprende los oficios de élder, setenta y sumo sacerdote. Los élderes pueden oficiar en todos los deberes del Sacerdocio Menor, confirmar a los miembros nuevos, conferir el Espíritu Santo, bendecir a los niños y ungir a los enfermos. Pueden hacerse cargo de las reuniones y tienen el poder para conferir a otros los oficios del Sacerdocio Aarónico y de élder. Noventa y seis élderes forman un quorum, en el cual se incluye una presidencia de tres hombres. Los setenta son en realidad élderes viajantes. Su título proviene del hecho de que setenta miembros constituyen un quorum completo. Su asignación especial es predicar el evangelio por el mundo, bajo la dirección de los Doce. Los sumos sacerdotes pueden oficiar en todas las ordenanzas y bendiciones de la Iglesia. Su llamamiento particular es el de presidir y dar servicio. Un quorum de sumos sacerdotes de una estaca no tiene límite numérico. Se elige a tres miembros del grupo para formar su presidencia.
Bendiciones resultantes.
Como todos los miembros de la Iglesia que viven rectamente pueden recibir el sacerdocio, un gran número de hombres reciben instrucción valiosa a fin de prepararse para servir a la humanidad, servicio que sólo pueden prestar aquellos que tienen la autoridad delegada por nuestro padre Celestial. Naturalmente, aquellos que han de bendecir y servir a los hijos de Dios por medio de su oficio en el sacerdocio deben prepararse para ello. Tales personas deben tratar de comprender y vivir completamente de acuerdo con el Espíritu de Cristo. «Jesús el Cristo es la fuente del poder del sacerdocio. Mientras los miembros del sacerdocio merezcan la orientación de Cristo tratando honrada y conscientemente con sus semejantes, resistiendo el mal en cualquiera de sus formas y cumpliendo fielmente con su deber, no hay en este mundo ningún poder contrario que pueda detener el progreso de la Iglesia de Jesucristo». Estas palabras fueron escritas por el presidente David O. McKay. En otra ocasión enumeró algunas de las cosas concretas que podrían y deberían hacer los portadores del sacerdocio y sus familias:
“Primero. ― Podemos dar un ejemplo de rectitud; ser honrados en todos nuestros tratos; evitar la vulgaridad y obscenidad; demostrar a nuestros vecinos y a todos los que conozcamos que llevamos vidas limpias y honestas.
“Segundo. ― Tratemos de lograr la paz y la armonía en el hogar. Si no podemos alejar de nuestro hogar las querellas, disputas y egoísmo, ¿cómo podemos esperar quitar estos males de la sociedad?
“Tercero. ― Habiendo por lo menos tratado de adquirir un buen carácter, teniendo un ambiente en el hogar que puede ser estimado, entonces podemos cumplir consecuentemente con nuestro deber, como representantes autorizados del Señor Jesucristo, de declarar al mundo que las condiciones que traerán la paz y consuelo al individuo, la familia y la nación, se encuentran en el evangelio restaurado de Jesucristo. Estas pueden ser nombradas, comprendidas y practicadas tan fácilmente con su consiguiente contentamiento y paz, como las maldades y vicios que traen tribulaciones.
“En resumen, estas condiciones fundamentales son: Una aceptación de Cristo como Salvador y Redentor; una profunda sensación de la existencia de Dios y de que él es nuestro Padre Celestial; una vida diaria que esté de acuerdo con ese conocimiento; el amor por nuestros semejantes.
“En otras palabras, tal como el Salvador resumió la ley y los profetas: ‘Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y. . . a tu prójimo como a tí mismo’” (Marcos 12: 30, 31).
De esto se puede deducir que si ordenamos nuestras vidas en conformidad con el modelo que acabamos de indicar, seremos una inspiración y bendición para muchas personas que necesitan tener un contacto más íntimo con su Hacedor. Lo que al final va a traer la felicidad y salvación a los hijos de Dios no es sólo el oficio que tenemos sino el servicio que prestamos.
Además de ser una ayuda a muchas personas, el portador del sacerdocio consciente y preparado será una bendición para sí mismo y para su familia. La preparación que recibimos para poder prestar servicio aceptable en el sacerdocio hará mucho para ayudarnos a ser como nuestro Padre Celestial. Si cumplimos efectiva y regularmente con las responsabilidades que tenemos, obtendremos la preparación y experiencia necesarias para volver nuevamente a la presencia de Dios nuestro Padre.
Es necesaria la sinceridad.
Otra razón por la cual debemos siempre tratar de vivir en armonía con el Espíritu del Señor es que la eficacia de lo que efectuamos bajo la dirección de aquellos que tienen las llaves del sacerdocio depende directamente de nuestro carácter y nuestra determinación de llevar una vida santa. Para recibir inspiración por medio del espíritu santo es necesario la humildad; nuestros pecados nunca nos pueden ser perdonados sin un arrepentimiento completo; las unciones de aquellos que están enfermos no pueden traer la salud y purificación sin el ejercicio apropiado de la fe, no sólo por parte del enfermo sino especialmente de parte de aquellos que hablan en nombre de Dios.
Hemos recibido tantas bendiciones; nuestro Padre y Jesucristo han hecho por nosotros tantas cosas que no podríamos haber hecho por nosotros mismos, que no importa cuán fuerte trabajemos, nunca podremos pagar nuestra deuda. El rey Benjamín trató de hacer que su pueblo entendiera esto.
“Os digo, mis hermanos. . . que si servís a aquel que os creó desde el principio, y os está conservando de día en día, dándoos aliento para que podáis vivir, moveros y obrar según vuestra propia voluntad, y aun sustentándoos de un momento a otro, dígoos que si lo sirviereis con toda vuestra alma, todavía seríais servidores inútiles.
“Y he aquí, todo cuanto él pide de vosotros es que guardéis sus mandamientos, y os ha prometido que si guardáis sus mandamientos, prosperaréis sobre la tierra; y él es invariable en lo que ha dicho; por tanto, si guardáis sus mandamientos, os bendecirá y os hará prosperar.
“Porque en primer lugar, él os ha creado y os ha concedido vuestras vidas, por lo que le sois deudores.
“En segundo lugar, él requiere que hagáis lo que os ha mandado, por lo que, haciéndolo, os bendice inmediatamente; y por tanto, os ha pagado, Y aun le sois deudores; y le sois y le seréis para siempre jamás; así pues, ¿de qué tenéis que jactaros?” (Mosíah 2:20-24).
Cómo ejercer la autoridad del sacerdocio.
El sacerdocio nunca debería ser usado para obligar al hombre a hacer la voluntad de Dios, porque eso sería intervenir en el libre albedrío humano, Refiriéndose a lo que el Señor hará para ayudar al hombre, el poeta William Clegg dice:
El con cariño llamará
Y abundante luz dará;
Diversos dones mostrarán,
Más fuerza nunca usará.
Es verdad que el sacerdocio es el derecho y poder de hablar en el nombre del Señor; pero esto se aplica sólo a aquellas situaciones en que el portador del sacerdocio está tratando de persuadir, dirigir, bendecir, mostrar bondad, explicar y en cualquier forma concebible ayudar a sus semejantes. En cuanto el portador del sacerdocio piensa que tiene el derecho de usar la fuerza para persuadir a un hombre, sabemos que está sobrepasando los límites de su autoridad. El Señor mismo ha hablado tan claramente de este tema como de cualquier otro. Cualquier persona que busca la luz de lo alto para saber en qué forma se debe usar el sacerdocio, no tendrá dificultad en comprender las siguientes palabras del Señor:
“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener, en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, longanimidad, benignidad, y mansedumbre, y por amor sincero;
“Por bondad y conocimiento puro, lo que ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia;
“Reprendiendo a veces con severidad, cuando lo induzca el Espiritu Santo, y entonces demostrando amor crecido hacia aquel que has reprendido, no sea que te estime como su enemigo;
“Y para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que el vínculo de la muerte.
“Deja que tus entrañas se hinchan de caridad hacia todos los hombres y hacia la casa de fe, y que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios, y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
“El Espíritu Santo será tu compañero constante; tu cetro será un cetro inmutable de justicia y de verdad; tu dominio, un dominio eterno, y sin ser obligado correrá hacia tí para siempre jamás” (D. y C. 121:41-46).
El que de nosotros se sienta tentado a usar indebidamente el poder del sacerdocio, debería prestar atención a la seria amonestación que el Señor mismo hizo a aquellos que olvidan que el verdadero espíritu del servicio del sacerdocio es el Espíritu de Cristo, el espíritu de amor y servicio, el espíritu de benevolencia, el espíritu de bendición y no de condenación.
«He aquí; muchos son los llamados, pero pocos los escogidos. ¿Y por qué no son escogidos? Porque tienen sus corazones de tal manera fijos en las cosas de este mundo, y aspiran tanto a los honores de los hombres, que no aprenden esta lección única:
“Que los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y que éstos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de justicia.
«Cierto es que se nos confieren, pero cuando tratamos de cubrir nuestros pecados, o de gratificar nuestro orgullo, nuestra vana ambición, o de ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, ¡se acabó el sacerdocio o autoridad de aquel hombre!
“He aquí, antes que se dé cuenta, queda solo para dar coces contra el aguijón, para perseguir a los santos y para combatir contra Dios.
“Hemos aprendido por tristes experiencias que la naturaleza y disposición de casi todos los hombres, al obtener, como ellos suponen, un poquito de autoridad, es empezar desde luego a ejercer injusto dominio.
“Por tanto, muchos son llamados, pero pocos son escogidos”. (D. y C. 121:34-40).
Ningún hombre de la Iglesia debería sentir o ser obligado a sentir, que debe temer la autoridad. La autoridad del sacerdocio en la Iglesia de Cristo permitirá sólo aquellos procedimientos que estén destinados a elevar y hacer más feliz al hombre para cuyo beneficio se han formulado.
Mientras estuvo aquí en la carne, el Salvador del mundo nos dio un buen ejemplo de la forma en que deben satisfacerse las necesidades de la gente, con el verdadero espíritu de servicio y amor. Cuando reunió a sus discípulos alrededor de sí, les dijo:
“Sabéis que los príncipes de los Gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad.
“Más entre vosotros no será así; sino el que quisiere entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor;
“Y el que quisiere entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo.
“Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. (Mateo 20: 25-28).
Es evidente que ningún sentimiento de compulsión, ningún grado de tiranía, ninguna seña de hipocresía debe acompañar nuestras ministraciones en virtud del sacerdocio que nos ha sido dado. Todos nuestros hechos en el nombre del Santo Sacerdocio deben caracterizarse por el amor constante y espíritu de ayuda que tan a menudo y claramente demostró el Salvador mismo.
Fraternidad.
Si un grupo grande de hombres, cada uno de los cuales tiene un oficio en el Sacerdocio de Melquisedec, se determinara a vivir de acuerdo con la plenitud de sus deberes y oportunidades, sería fácil encontrar y gozar de un sentimiento auténtico de hermandad. En ninguna parte podrían encontrarse propósitos más nobles o elevados que actuaran como fuerzas impelentes para vincular a los hombres de nuestra generación con un fuerte lazo de hermandad, Los hombres que en tal forma fuesen bendecidos, no tendrían ni el tiempo ni la inclinación para afiliarse con fraternidades u órdenes secretas fuera de la Iglesia. La adhesión a los altos ideales y la amplia oportunidad de prestar ayuda práctica, servicio espiritual y orientación a los santos fusionarán en el más fuerte de los lazos a cualquier grupo de tales miembros del sacerdocio.
Muchos miembros inactivos del sacerdocio podrían ser traídos de nuevo a las dignas actividades de la Iglesia si el quorum al cual pertenecen mostrase notable fortaleza de propósito. ¡Qué enorme cantidad de poder para el bien se desperdicia hoy en día por causa de que no comprendemos plenamente el significado, santidad y potencialidad de nuestros llamamientos en el sacerdocio!
Aunque las mujeres no portan el sacerdocio, comparten de todas las bendiciones que provienen de ser miembros fieles de la Iglesia y por medio de los derechos y privilegios que vienen a través del Santo Sacerdocio que poseen sus esposos.
























