Viviendo según el Evangelio

Capítulo 15
NUESTRA VIDA CEREMONIAL


«. . .La letra mata, más el espíritu vivifica» (2 Cor. 3:6).

Muchas personas no quieren saber nada de una religión organizada porque no pueden ver la necesidad de cumplir con ninguna clase de ceremonia o rito para expresar los principios religiosos que se sienten sinceramente. Casi todas las religiones organizadas prescriben ciertos actos formales externos que los fieles cumplen para expresar su alianza con Dios, El aspecto ritual de la religión es rechazado muy frecuentemente porque, según se dice, muchos de los que se valen de ceremonias o ritos para expresar su religiosidad no viven en el alto nivel espiritual correspondiente. Desdichadamente es verdad que algunas personas creen que por realizar ciertas ceremonias y cumplir ciertas ordenanzas pueden purgar las partes inicuas de sus vidas.

En un artículo acerca del significado de participar del sacramento de la Santa Cena, el presidente David O. McKay escribió:

“Una razón por la cual las personas reflexivas están rechazando las sectas seudo-cristianas de la actualidad es por causa de la diferencia que se ve entre lo que pretenden ser los supuestos creyentes cristianos y sus actos diarios. Es muy fácil ir a la Iglesia, cantar aleluya y gritar, ¡Señor, Señor! Pero no es tan fácil hacer lo que el Señor requiere.

“Cuando los actos de los que frecuenten la Iglesia no estén de acuerdo con sus afirmaciones, los que no pertenecen a ella los acusan de hipocresía, uno de los grandes pecados condenados vehementemente por el Salvador.

“Los miembros de la Iglesia deberían tratar muy seriamente de manifestar en su conducta diaria los ideales que los domingos profesan estimar”.

Esta actitud contra las ceremonias, tan fuerte en la actualidad no es nueva. Los hombres que reflexionan siempre han reconocido que guardar la letra de la ley sin pensar en el espíritu de ella es inútil al fin. Los profetas del Antiguo Testamento condenaron vigorosamente los esfuerzos de algunos de sustituir por ritos una vida justa. Por ejemplo, Isaías dijo:

“Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra.
“¿Para qué a mí, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gruesos: no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos.
“¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis atrios?
“No me traigáis más vano presente: el perfume me es abominación: luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir: son iniquidad vuestras solemnidades.
“Vuestras lunas nuevas y vuestras solemnidades tiene aborrecidas mi alma: me son gravosas; cansado estoy de llevarlas.
“Cuando extendiereis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos: asimismo cuando multiplicareis la oración, yo no oiré: llenas están de sangre vuestras manos” (Isaías 1:10-15).

Esta denuncia de la manía por la ceremonia, de cumplir ordenanzas solo por cumplirlas, no son denuncias contra los procedimientos rituales que se cumplen sinceramente. Más bien llaman la atención al hecho de que, a menos que la ceremonia que se cumple proviene de una vida justa y devota y es realmente la expresión de un fuerte deseo de acercarse más al Señor, no tiene valor alguno.

Una ceremonia religiosa es un acto o serie de actos formales que la autoridad de una Iglesia prescribe como necesarios para la salvación de un individuo. Pero en la realización de rituales vanos no hay gracia salvadora. Aun en la Iglesia de Cristo, en la cual todas las ordenanzas reconocidas son administradas por la autoridad del sacerdocio de Dios, las formalidades externas no tienen significado alguno a menos que las acompañe un sentimiento interno de reverencia y adoración. Para surtir efecto deben provenir de un profundo deseo espiritual de acercarse más a Dios. Deben indicar una intensificación del espíritu interna y auténtica. Han de constituir un ensanchamiento de la experiencia religiosa de que somos capaces. Nuestro Padre Celestial ha prometido repetidamente que serán reconocidas las ordenanzas prescritas cumplidas por los justos; pero él no se siente obligado en ningún sentido por las ordenanzas faltas de sinceridad de los inicuos.

De acuerdo con las Escrituras es imposible salvarse sin observar ciertas ceremonias particulares. Sin embargo, por esto no debemos suponer que las ceremonias prescritas garantizan por sí mismas la salvación. Por ejemplo, es imposible salvarse sin ser bautizado, Pero el bautismo, cualquiera que sea su forma externa prescrita y por muy bien establecida que esté la autoridad del que oficia, no trae la salvación automáticamente. A menos que un verdadero arrepentimiento haya precedido al bautismo y se sienta verdaderamente la necesidad de que los pecados sean perdonados, el bautismo es sólo un rito vacía. Del mismo modo, por el hecho de que aquellos que tienen la autoridad necesaria pongan sus manos sobre la cabeza de alguno para comunicarle el don del Espíritu Santo, no lo convierte automáticamente en un santo en el verdadero sentido de la palabra. La posesión del sacerdocio no convierte automáticamente a un hombre en un representante justo de Dios. Las ordenanzas más sagradas del templo no pueden garantizar por sí mismas la exaltación. Cuando consideramos con cuanta frecuencia las personas tratan de cubrir su iniquidad “honrando a Dios con sus labios” aun cuando “sus corazones están lejos de él”, podemos comprender por qué algunas personas ponen en duda la eficacia de los ritos.

Por otra parte, las ordenanzas pueden y deben siempre ser símbolos de auténtica renovación y elevación espiritual. Los símbolos significativos, por muy sencilla que sea su forma, pueden y deben ayudarnos a adorar sinceramente a nuestro Padre Celestial. Fortalecen nuestra determinación de vivir de acuerdo con el evangelio de Jesucristo. Constituyen una confesión pública de que queremos aprender y probar que somos cada vez más leales a la voluntad de Dios, No podemos vivir plenamente nuestra religión sin las ceremonias especificadas, porque nuestro propio Hacedor ha designado que ciertos ritos y ordenanzas son esenciales para nuestra salvación„ Pero nuestro Padre Celestial jamás las ha considerado como sustitutos del esfuerzo individual o de la vida recta,

¿Es posible que algunos de los miembros de la Iglesia de Cristo «se acerquen a Dios con sus labios» sin ofrecerle un corazón humilde y un espíritu contrito? ¿Podemos también nosotros, como los escribas y fariseos de antaño, caer en la red de guardar estrictamente las formas de la religión mientras dejamos de poner nuestros corazones en las ceremonias? En los días de José Smith las demostraciones religiosas externas habían reemplazado en gran parte la religión del corazón, del espíritu, de la devoción pura a Dios, ¿Estamos en la actualidad inmunes de la desviación del amor puro de Cristo, de reemplazar la profunda experiencia religiosa por prácticas de ceremonia superficial?

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