Viviendo según el Evangelio

Capítulo 19
NUESTRO LIBRE ALBEDRIO


“. . .Los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y pueden escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte según la cautividad y el poder del diablo. . .” (2 Nefi 2:27). Estas palabras que Lehi declaro a su hijo sintetizan la creencia de los santos de los últimos días sobre la libertad que el hombre tiene de escoger para sí mismo el camino que ha de seguir. “He aquí yo le concedí que fuese su propio agente” (D. y C. 29:35).

Los hombres han analizado, debatido y en ocasiones disputado, desde el punto de vista filosófico, la libertad del hombre para actuar. Pero ninguno que se apega a la teología de los santos de los últimos días puede dudar de la libertad del hombre o de que es un ser responsable. Dios tiene al hombre por responsable de sus hechos, de lo que escoge, y le indica que aquellos que hacen lo bueno recibirán bendiciones, y todos los que hicieren lo malo serán castigados. Nuestra amonestación al hombre de que debe arrepentirse de sus malos hechos y mejorar su comportamiento ningún significado tendría si no asumimos que él puede aprender a distinguir el bien del mal y que tiene la fuerza inherente para determinar su curso. Sería igualmente inútil hablarle al hombre de premios y castigos si no pudiera de sí mismo escoger.

Algunos hombres se consideran a sí mismos el producto de su ambiente, y por tanto, pierden todo deseo de tratar de marcar un curso determinado. Por supuesto, es verdad que no somos libres para hacer todas las cosas que caprichosamente quisiéramos. Pero aun cuando tenemos que admitir que la libertad de nuestra voluntad no es absoluta, que existen algunas restricciones, llegamos a la conclusión de que por lo menos gozamos de una libertad relativa. La naturaleza del universo que es nuestro hogar nos impone ciertas limitaciones. En vista de que la ignorancia reduce nuestra libertad, debemos procurar substituirla con conocimiento siempre que podamos. Otras restricciones de nuestras libertades vienen como consecuencia de la naturaleza pecaminosa de nuestras vidas. El hecho de que el hombre no vive sólo sino en compañía de otros que en igual manera desean esa libertad para obrar, también reduce la extensión de nuestras libertades. Pero aun cuando no podamos ejercer en una manera absoluta de nuestra libertad de escoger, podemos elegir entre otras cosas disponibles en la mayoría de los casos .

El mormonismo niega que el hombre sea totalmente el producto de su ambiente o aun la creación de Dios. Creemos que la inteligencia del hombre no fue creada, sino que siempre ha existido, por lo que en este respecto él y su Padre Celestial son coeternos. De modo que la capacidad que el hombre tiene para ejercer su libre albedrío debe ser parte inherente de su inteligencia. «Toda verdad, así como toda inteligencia, queda en libertad de obrar por sí misma en aquella esfera en que Dios la colocó; de otra manera no hay existencia” (D. y C. 93:30).

Cuanto más aprendamos de la tierra en que vivimos, tanto más diverso será nuestro campo de elección, y consiguientemente, tanto mayor nuestra libertad. Cuanto más claramente aprendamos a distinguir el bien del mal, tanto más fácil será impedir que nuestra voluntad se incline hacia las cosas que nos perjudican. Cuanto mejor entendamos que progresaremos más y efectuaremos más si cooperamos con nuestros prójimos, más bien que reñir con ellos, tanto más fácil nos será unir nuestros esfuerzos a los de otros que entienden y valúan la vida igual que nosotros. Si por medio de conocimiento o experiencia adicional es ampliado el campo en que podemos obrar libremente, nuestra responsabilidad para escoger lo bueno aumenta en igual proporción. “Anímense pues vuestros corazones, y recortad que sois libres para obrar por vosotros mismos; para escogerla vía de la muerte eterna, o la de la vida eterna” (2 Nefi 10:23).

Sería irrazonable que esperásemos poder ejercer nuestra libertad en una manera absoluta. Aun cuando no fuera más que un hombre que tuviese libertad absoluta, todos los demás serían privados de ella, pues a ninguno le sería posible predecir en qué momento los deseos y caprichos de esa persona que tuviese libertad absoluta estarían en pugna con los deseos de otras personas, aun al grado de intervenir seriamente en ellos. Cada uno de nosotros tenemos que sacrificar parte de nuestra libertad natural de obrar, a fin de que todos podamos ser libres en igual manera. De modo que ninguno de nosotros debe jamás exigir el derecho de ejercer su libre albedrío en forma absoluta.

La fuente del libre albedrío.

¿Cuándo y dónde recibió el hombre su libertad para obrar de acuerdo con su propia voluntad? Usualmente se explica que el libre albedrío es un don de Dios, Sin embargo, parece que esta frase se mal interpreta con mucha frecuencia. Para algunas personas esta explicación quiere decir que en un tiempo, cuando se supone que estábamos sin esa libertad, el Señor nos la concedió al momento. Pero esa posición no se puede sostener pues hemos de recordar que antes de venir a esta existencia mortal nos reunimos para resolver el curso que íbamos a seguir, indicando, desde luego, que ya teníamos nuestro libre albedrío. Habría sido inútil que los espíritus se reunieran para discutir sus intenciones si no podían elegir libremente. Una interpretación más adecuada de la frase «un don de Dios», en este caso, sería que nuestro Padre nos permitió continuar el ejercicio del libre albedrío que hasta ese momento poseíamos. De modo, que el don verdadero debe haber consistido en el permiso para seguir usándolo.

“Es el colmo de la imprudencia dijo una vez el presidente McKay que los hombres intenten convencerse a sí mismos de que Cristo ya lo ha hecho todo por ellos, que los ha envuelto con una cuerda, por decirlo así, y los sacará del peligro pese a lo que hagan” (Gospel Ideáis, pág. 8). El Señor nuestro Dios nos ha dado mandamientos que tienen por objeto orientar nuestros esfuerzos a fin de sacar el mayor beneficio de nuestra existencia en el estado mortal. Sin embargo, la elección de obedecer o desobedecer estos mandamientos siempre será nuestra (En este respecto, léase otra vez el Capítulo 11).

Lo que ha experimentado el hombre y los preceptos del evangelio le enseñan que únicamente el que lleva una vida conforme a la ley es verdaderamente libre, mientras que el transgresor por fin pagará el castigo de cualquiera violación de la ley. El conocimiento de las leyes de Dios y el obrar de acuerdo con ellas constituyen la norma habitual del hombre libre. “El libre albedrío del hombre (cualquier hombre) no puede sobrepujar el plan que todos nosotros los de la tierra aceptamos juntos en el Gran Concilio. La voluntad del hombre siempre está sujeta a las grandes leyes que existen por sí mismas, o las que han sido o pueden ser formuladas para el beneficio de la raza humana. La mayoría debe hacer leyes por medio de las cuales habrá progreso para el individuo y a la vez para la comunidad. El individuo tiene todo derecho de ejercer su voluntad en cualquiera forma que no contravenga a las leyes hechas para la mayoría; y en las debidas condiciones, las leyes decretadas para la mayoría son de igual valor para el individuo. Solamente bajo la ley somos libres” (A Rational Theology, por John A. Widtsoe, pág. 40).

Lo que se requiere para ejercer el libre albedrío.

Para ser libres no basta con desear la libertad. Muchas personas, en diversos grados de servidumbre, desean ser libres pero están sujetos. “Ni aun nuestro libre albedrío nos hace completamente libres. Libre albedrío significa una potencia inherente y un deseo de ser libres, más bien que el conocimiento, la inteligencia y habilidad que se precisan para hacer la elección que nos dará la libertad verdadera. Hemos de ejercer, orientar y entender nuestro libre albedrío antes que podamos ser libres. La libertad es siempre algo que realizan el individuo así como la sociedad; y en ambos casos se logra a gran precio y tras muchos esfuerzos” (Enseñanzas del Nuevo Testamento, pág. 124).

La idea del libre albedrío se expresa con hermoso sentimiento en el bien conocido himno de William C. Gregg:

El hombre tiene libertad de escoger lo que será,
Mas Dios la ley eterna da que él a nadie forzara.
El con cariño llamará y abundante luz dará,
Diversos dones mostrarán, más fuerza nunca usara.

Fue el Padre, que con su plan nos dio la oportunidad de ser libres. Por seguir el plan de salvación, el hombre se libra del temor de la muerte eterna. Esta fe reemplaza con la esperanza y el deseo de lograr el éxito ese temor que liga el corazón de todos los que creen en la predestinación. El conocimiento que el Salvador nos trajo aumenta nuestro entendimiento de nuestras posibilidades. Mediante ese conocimiento podemos escoger más inteligentemente, mientras que la ignorancia ciega al que busca. La fe en Cristo nos da la fuerza para arrepentimos y progresar, la determinación de continuar en su palabra, amar al prójimo como a nosotros mismos y de este modo conocer la libertad verdadera de que es capaz el hombre. La buena voluntad, tan necesaria entre los hombres si es que van a ser libres, y tan anhelada actualmente por todas las clases, solamente viene por la fe y confianza en Jesucristo. Únicamente de este modo, habiéndose perfeccionado nuestro amor, podemos realizar la libertad que nos promete el plan del evangelio,

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará” (Juan 8:32). Aquellos de nosotros que hemos decidido seguir a Jesús y el evangelio que enseñó hemos llegado a la verdad. Conociendo la verdad y teniendo el libre albedrío para resolvernos a vivir de acuerdo con la ley natural y divina o negarnos a obedecerlas, somos en verdad los amos de nuestro destino. Podemos hacer que nuestras vidas sean libres, y consiguientemente felices, por reconocer la bondad de Dios hacia nosotros en enseñarnos la verdad y por aplicar el conocimiento recibido a nuestras vidas diarias. O, al contrario, podemos negarnos a reconocerlas leyes de Dios, continuar resistiéndolas y pagar constantemente el fuerte castigo de nuestra terquedad, segando miseria en lugar de felicidad. ¿Quién será el verdaderamente libre, el que aprende la ley y la emplea para su beneficio, o aquel que la combate?

El Señor nos ha dado a entender que no estamos compelidos a darle servicio o guardar sus mandamientos; pero si queremos las bendiciones de la justicia, debemos servirlo. No hay paz o felicidad, ni gozo o satisfacción sino por seguir este curso. ¡Oh, si todos pudiésemos decir con Josué; “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis… que yo y mi casa serviremos a Jehová!” (Josué 24:15).

“Y los decretos de Dios son inalterables; por tanto, se ha dispuesto el camino para que todo aquel que quiera, pueda andar por él y salvarse” (Alma 41:8).

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario