Capítulo 31
MATRIMONIO ETERNO
Por matrimonio, como usualmente es contraído en el mundo, generalmente se entiende un contrato o acuerdo entre un hombre y una mujer, prescrito y gobernado por el estado o la Iglesia o ambos, que termina al morir cualquiera de los dos contrayentes. Las palabras de la ceremonia matrimonial estipulan en forma definitiva la naturaleza provisional de tal contrato. En sumamente numerosos casos estos contratos son violados o menospreciados mucho antes de venir la muerte. Sin embargo, el matrimonio no debe considerarse ligeramente, porque es un principio eterno ordenado por Dios, del que depende la existencia misma del género humano; y si no lo hay o no se observa debidamente, no puede haber progreso eterno en el reino de Dios.
En estos días el Señor ha dado a la Iglesia instrucciones particulares relacionadas con este principio sagrado tan esencial para la felicidad del hombre. Hay en la Iglesia de Cristo una ceremonia que da a los contrayentes ciertas bendiciones que no terminan con la muerte. Se tiene por objeto que esta clase de matrimonio sea eterno y que sirva como base de la exaltación eterna. En la Sección 132 de Doctrinas y Convenios leemos las siguientes instrucciones inequívocas:
“Por consiguiente, si un hombre se casa con una mujer en el mundo, y no se casa con ella ni por mí ni por mi palabra, pactando con ella mientras estuviere él en el mundo, y ella con él, ninguna validez tendrán su convenio y matrimonio cuando mueran y estén fuera del mundo, por tanto, no quedan ligados por ninguna ley cuando ya no están en el mundo.
“Así que ya fuera del mundo, ni se casan ni se dan en matrimonio. . .
“Y además, de cierto te digo, si un hombre se casa con una mujer por mi palabra, que es mi ley, y conforme con el nuevo y sempiterno convenio, y les es sellado por el Santo Espíritu de la promesa bajo las manos de aquel que es ungido, a quien he dado este poder y las llaves de este sacerdocio. . . les será cumplido todo cuanto mi siervo les hubiere prometido, por tiempo y por toda la eternidad; y tendrá validez completa cuando ya no estén en el mundo; y pasarán a los ángeles y a los dioses que estén allí, a su exaltación y gloria en todas las cosas, conforme a lo que haya sido sellado sobre su cabeza, siendo esta gloria la plenitud y la continuación de las simientes para siempre jamás” (D. y C. 132:15, 16, 19).
“A menos que un hombre y su esposa entren en un convenio sempiterno, mientras se hallaren en este estado de probación, y sean unidos por las eternidades, mediante el poder y la autoridad del Santo Sacerdocio, cesarán de aumentar cuando mueran, es decir, no tendrán hijos después de la resurrección. Pero aquellos que se casan por el poder y la autoridad del sacerdocio en esta vida, y siguen adelante sin cometer el pecado contra el Espíritu Santo, continuarán aumentando y teniendo hijos en la gloria celestial” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 366).
Todos los verdaderos santos de los últimos días que se han casado por todas las eternidades esperan recibir la bendición del aumento o progenie eterna. Sería difícil, que tales personas armonizaran esta esperanza y la práctica algo popular de demorar, restringir y aun impedir el nacimiento de los hijos. Los santos de los últimos días que se casan y se niegan a “fructificar y multiplicar” en esta vida, no pueden razonablemente esperar que el Señor los bendiga con familia después que hayan salido de esta existencia.
Requerimientos.
¿Qué se requiere de aquellos que desean contraer este matrimonio que es válido después de la muerte y por las eternidades? Ante todo, tanto el hombre como la mujer deben ser fieles miembros de la Iglesia a fin de poder recibir una recomendación de las autoridades correspondientes para entrar en la Casa del Señor. Además, el hombre debe poseer el Sacerdocio Mayor o sea el de Melquisedec. Por último, tanto uno como el otro deben haber recibido los convenios de la ordenanza de la investidura, a fin de enterarse de la naturaleza sagrada del sacramento del matrimonio, de la posible duración eterna de los vínculos familiares y la gloria de llegar a ser dioses, y saber que estas bendiciones esperan a aquellos cuya unión ha sido reconocida y aprobada por el Señor.
Este elevado concepto de la relación conyugal no puede menos que ejercer una influencia benéfica en todo pensamiento y hecho de los que están pensando contraería. Eso fieles jóvenes mormones, hombres y mujeres, que se están preparando para esta unión tan santa adquieren naturalmente una sensación de responsabilidad más profunda al contraer matrimonio. Cuando las promesas y convenios que hacen el marido y su mujer son considerados como lazos eternos, no se busca ni se espera ni se desea otra cosa sino la estabilidad y la duración, y se toman resoluciones para proteger las felices relaciones matrimoniales. En estas condiciones, la fe y confianza recíproca del hombre y su mujer aumentan considerablemente y se hace más fuerte el amor que siente el uno por el otro.
Para poder entenderse debidamente el matrimonio en el templo es esencial la cuidadosa y seria reflexión y preparación. Los jóvenes que concienzudamente se preparan para efectuar su matrimonio en el templo añaden muchas virtudes excelentes y fuertes a su manera de vivir. Entre las muchas cualidades deseables podemos mencionar la pureza sexual, la conducta social irreprochable, y psicológicamente una condición o estado de la mente que está orientada hacia el significado y propósitos más profundos del matrimonio. El poder obtener una recomendación para entrar en el templo y participar de la obra por los muertos, aun cuando no fuera otra cosa, sería en sí misma prueba de que el recipiente ha conservado su mañera de vivir en un plano elevado. Esta recomendación significa que el presidente de la rama y el de la estaca o misión, que lo firmaron, están satisfechos de que el solicitante es digno en todo sentido de recibir las altas bendiciones que desea.
Cuando se contrae el matrimonio en el templo, la pareja de jóvenes recibe ayuda adicional de la belleza intrínseca y dignidad de la ceremonia y el ambiente en que se efectúa. Además de exigir resoluciones y convenios que tienden a hacer la nueva unión sagrada y permanente, la ceremonia impresionante ayuda a producir una actitud mental que resulta en felicidad y valor para los recién casados y todos los que están interesados en ellos. Es de sí evidente que el «matrimonio celestial» elimina algunas de las dificultades serias que tan frecuentemente amenazan la felicidad y contentamiento de una pareja nueva. En el matrimonio por esta vida y por la eternidad es imposible casarse con una persona de otra fe; también hay menos posibilidad de casarse con una persona de ideas radicalmente distintas cuando se solemniza el matrimonio en el templo; y no hay mucha ocasión para graves desviaciones, por parte de uno, de las normas mentales, sociales y morales.
¿Debe durar para siempre el matrimonio?
Los que no saben acerca de la posible duración eterna del convenio matrimonial por lo general quedan algo sorprendidos cuando lo oyen por primera vez. Es de esperarse, ya que el mundo se ha acostumbrado a pensar que la muerte deshace todo vínculo semejante. Pero ciertamente ha de ser razonable preferir el matrimonio por toda la eternidad que aquel que solamente dura el tiempo de esta vida. Por ejemplo, ¿cómo reaccionaría una señorita decente si su galán le propusiera casarse únicamente por el término de un año, digamos? Lo más probable es que se ofendería. ¿Se calmarían sus sentimientos si la oferta se extendiera a cinco años? Por supuesto que no. La idea de que un joven y su novia sean marido y mujer por determinado período de tiempo y la idea fundamental del matrimonio parecen ser incompatibles. ¿Qué nos parece, entonces, la proposición de contraer matrimonio hasta que muera uno de los dos?
Lo más que pueden esperar gozar de la asociación de uno y otro es de veinticinco a cincuenta años. De modo que el matrimonio solamente por esta vida es del mismo orden que el que se concierta por determinado número de años.
No siempre han tenido los hombres y las mujeres, y en muchos países ni aun hoy tienen la oportunidad de principiar su vida juntos bajo el convenio nuevo y sempiterno. Aquellos de nosotros que deseamos casarnos en la Casa del Señor por esta vida y por toda la eternidad debemos tener cuidado de estar preparados y ser dignos en todo sentido cuando llegue ese tiempo. Aun cuando el promedio de divorcios en la Iglesia es más bajo que entre otras personas, no nos parece fuera de lugar hacer la observación de que las dificultades domésticas con que tropiezan algunos, se deben, en parte por lo menos, a la indiferencia manifestada hacia los requerimientos del Señor concernientes al matrimonio y otros asuntos. Bienaventurada, en verdad, es la pareja de santos de los últimos día que utiliza una unión eterna, bajo el convenio sempiterno, como el fundamento de la paz, la felicidad, virtud y amor, que constituyen las realidades eternas de la vida, hoy y para siempre.
Todos los padres y madres que son santos de los últimos días deben tener cuidado de enseñar a sus hijos, desde pequeños, la naturaleza sagrada del convenio matrimonial. Deben inculcarles que de ninguna otra manera podrán obtener la bendición de la vida eterna sino por honrar los convenios de Dios, entre los cuales el del matrimonio eterno es uno de los más grandes e importantes. Si reciben esta ordenanza y otras bendiciones de la Casa de Dios, les es prometida una plenitud de conocimiento y poder; y volverán a la casa de su Padre, no como siervos, sino para reclamar sus herencias como hijos e hijas de Dios, Su gloria y exaltación no tendrán limites, “todas las cosas son suyas . . . y ellos son de Cristo y Cristo es de Dios. Y vencerán todas las cosas” (D. y C. 76:59,60).
























