Capítulo 36
INMORTALIDAD
Y VIDA ETERNA
Las Escrituras modernas nos hacen saber que la tarea grande que el Señor ha emprendido es realizar o llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de sus hijos.
“Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
La pregunta que surge naturalmente es que si la frase “inmortalidad y vida eterna” es una de las frases reiterativas que abundan en el lenguaje bíblico, o si se refiere a dos ideas distintas.
Etimológicamente la palabra “inmortalidad” significa no estar sujeto a la muerte. En vista de que todos somos seres mortales, no podremos tener la inmortalidad sino hasta después que hayamos pasado por la muerte. Por tanto, inmortalidad llega a significar una condición en la cual no volveremos a morir, es decir, viviremos para siempre o tendremos existencia eterna.
El significado que usualmente se le da a la palabra “eterna” es sin fin, para siempre, perpetuo. De modo que, dándole esta interpretación, “vida eterna” también significa vivir para siempre. De manera que, analizados etimológicamente, las dos frases “inmortalidad” y “vida eterna” pueden referirse a la misma condición, y la expresión “inmortalidad y vida eterna” tendría que ser considerada meramente como una reiteración.
Inmortalidad.
Sin embargo, hay amplia evidencia en las Escrituras antiguas y modernas para indicar que hemos de darles diferentes significados a estas dos expresiones. El Señor finalmente dara la bendición de la inmortalidad (vivir para siempre) a todos sus hijos con excepción de unos pocos, sea que hayan sido fieles o no. “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos.
“Porque asi como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (I Cor. 15:21-22).
Amulek explica claramente que la inmortalidad no sólo comprende la preservación de la individualidad, sino también la reunión permanente del espíritu y el cuerpo que baja a la tumba cuando muere.
“He aquí, te he hablado acerca de la muerte del cuerpo mortal, y también de la resurrección del cuerpo mortal. Te digo que este cuerpo mortal se levantará cuerpo inmortal, es decir, de la muerte, sí, de la primera muerte a vida, para no morir ya más; sus espíritus se unirán a sus cuerpos para no ser separados nunca más, y esta unión se tornará espiritual e inmortal, para no volver a ver corrupción” (Alma 11:45).
Hallamos en el Libro de Mormón una discusión bastante clara de la inmortalidad, en donde se nos muestra que los malvados así como los justos la recibirán, en virtud de la expiación que Jesucristo efectuó por todos. Pero estos pasajes también señalan que los desobedientes, aunque dotados de existencia eterna, no heredarán la misma clase de existencia eterna que aquellos que amaron al Señor.
“Y si Cristo no hubiese resucitado de los muertos, o si no hubiese roto los lazos de la muerte, para que el sepulcro no tuviera victoria ni la muerte aguijón, no podría haber resurrección.
“Más hay una resurrección; y por tanto, no hay victoria para el sepulcro, y el aguijón de la muerte es deshecho en Cristo.
“El es la luz y la vida del mundo; sí, una luz infinita que nunca se puede extinguir; si, y también una vida que es infinita para que no pueda haber mas muerte.
“Y esto que es mortal se vestirá de inmortalidad, y esta corrupción de incorrupción, y todos serán llevados ante el tribunal de Dios para ser juzgados por él, según sus obras, ya fueren buenas o malas.
“Si fueren buenas, a la resurrección de una vida eterna y felicidad, y si fueren malas, a la resurrección de una condenación eterna, y son entregados al diablo que los sujetó, lo que es la condenación” (Mosíah 16:7-11).
Los inicuos no serán olvidados en la última resurrección.
“Por tanto, los malvados permanecen como si no hubiese habido redención, salvo que quedan libres de las ligaduras de la muerte; pues he aquí, viene el día en que todos se levantarán de los muertos y se presentaran delante de Dios para ser juzgados según sus obras” (Alma 11:41).
En el libro de Tercer Nefi se hace referencia al efecto universal de la resurrección realizada por Cristo:
“. . . Aquel grande y postrer día en que todos los pueblos, familias, naciones y lenguas comparecerán ante Dios para ser juzgados según sus obras, ya fueren buenas o malas” (3 Nefi 26:4).
En la Conferencia General de la Iglesia de abril de 1944, el presidente David O. McKay se expreso de esta manera: “La creencia en la resurrección connota también la inmortalidad del hombre. Jesús pasó por todas las experiencias del estado mortal en la misma forma que vosotros y yo. Conoció el gozo, supo lo que es el dolor. Supo compartir la felicidad y la tristeza de otros. Conoció la a mistad. También sintió la tristeza que es causada por los traidores y acusadores falsos. Padeció en cuanto a lo mortal igual que cualquier otro ser mortal. Pero así como su espíritu vivió después de la muerte, en igual manera vivirá el vuestro y el mío” (Gospel I-deals, págs. 46-47).
Vida eterna.
De la palabra del Señor, cual fue comunicada a José Smith, aprendemos que la única forma en que el hombre puede ganar la vida eterna es por guardar los mandamientos que Dios nos ha dado para nuestro crecimiento y desarrollo.
“Y así fue que yo, Dios el Señor, le señalé al hombre los días de su probación―para que por su muerte natural pudiera ser levantado en inmortalidad para vida eterna, aun cuantos creyeren.
“Y los que no creyeren, a la condenación eterna; porque no pueden ser redimidos de su caída espiritual, porque no se arrepienten” (D. y C. 29:43,44).
Los pasajes de las Escrituras como el anterior aclaran que el concepto teológico de la “vida eterna” comprende lo que se da a entender por inmortalidad, y a la vez añade la idea de que el hombre por medio de sus propios esfuerzos debe hacerse digno de heredar ese estado exaltado que se llama la vida eterna. Cuando el príncipe le preguntó a Jesús que tendría que hacer para heredar la vida eterna, le fue dicho que guardara los mandamientos. Al participar de la Santa Cena digna y regularmente, renovamos los convenios que hemos hecho con nuestro Padre Celestial y, en un sentido, gradualmente aprendemos a vivir en su presencia divina, porque “el que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él”. (Juan 6:56).
El mismo autor también nos hace una explicación muy buena de la naturaleza de la vida eterna. “Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el sólo Dios verdadero, y Jesucristo, al cual has enviado” (Juan 17:3). Convencidos de que la existencia eterna, en el sentido cuantitativo, es ya de ellos, los verdaderos santos de los últimos días procuran ganar la vida eterna en el sentido cualitativo. Conocer a Dios, interprd;ado lógicamente, significa vivir tan estrictamente ceñidos al modelo de vida que él ha recomendado, que llegamos a ser más y más como él, hasta que por fin nuestro carácter verdaderamente llega a ser semejante a Dios. Si honrada y sinceramente nos esforzamos por lograr ésto y perseveramos hasta el fin, podremos efectivamente probar la vida eterna aun mientras nos hallamos en el estado mortal.
“Pero benditos son aquellos que son fieles y perseveran, sea en vida o muerte, porque heredarán la vida eterna” (D. y C. 50:5).
“Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el máximo de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7).
No es difícil creer que cuando sinceramente estamos buscando la vida eterna ya estamos participando de ella. Solo precisa que nos recordemos a nosotros mismos que la vida terrenal es una parte importante de la eternidad, y que los principios del evangelio que se obedecen aquí en la actualidad son premiados tan inmediatamente durante la existencia mortal como lo serán durante esa parte de la eternidad que viene después de la muerte. La vida que es semejante a Dios tiene que aprenderse poco a poco, precepto por precepto, hecho por hecho, paso por paso. Sólo de esta manera podemos llegar a entender o aprender a vivir como Dios vive. Solo después que hayamos aprendido a vivir como vive nuestro Hacedor, se nos admitirá en su presencia donde moraremos con él para siempre jamas.
En la conferencia de la Estaca de Salt Lake, celebrada el 6 de enero, 1879, el presidente Juan Taylor habló sobre la vida eterna. Estas son algunas de sus palabras:
“Como seres eternos todos tendremos que estar delante de él para ser juzgados; y él ha proveído diferentes grados de gloria, las glorias celestial, terrestre y telestial, proveídas de acuerdo con ciertas leyes inmutables que no pueden ser impugnadas. ¿Que hara el Señor con estos seres? Para aquellos que están dispuestos a escucharlo y someterse a la influencia del Espíritu de Dios y ser guiados por los principios de la revelación y la luz del cielo; dispuestos a obedecer sus mandamientos a todo tiempo y llevar a cabo su propósito sobre la tierra y sujetarse a una ley celestial, él ha preparado una gloria celestial, a fin de que estén con él para siempre jamás.
“¿Y los otros? Tan incapacitados están para ir allá como el plomo lo está para resistir las pruebas a que se someten el oro y la plata; por tanto, no pueden ir allá. Y los separa un abismo muy grande. Pero él (Dios) los tratará tan bien como pueda. Mucha de la gente del mundo, miles y millones de ellos, serán beneficiados por la intervención del Todopoderoso en forma que ni siquieran se imaginan, Pero no pueden entrar en el reino celestial de Dios; donde Dios y Cristo moran no pueden venir”.
Amulek claramente vió cuán necesario es que aprendamos la voluntad de Dios y guardemos los mandamientos que él nos ha dado, si nosotros, mientras estamos aún en el estado mortal, queremos conformar nuestras vidas con el modelo de la suya.
“Sí, quisiera que viniéseis y no endureciéseis más vuestros corazones; porque he aquí, hoy es el tiempo y el día de vuestra salvación; y por tanto, si os arrepentís y no endurecéis mas vuestros corazones, desde luego obrará para vosotros el gran plan de la redención.
“Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra” (Alma 34:31,32).
El ideal de la clase de vida que nos preparará para que al fin estemos donde Cristo está, se halla hermosamente expresado por Obert C. Tanner: “Tal fe significa posibilidades indecibles: vivir ahora, no solo por las palabras que hablamos, sino verdaderamente ser la clase de persona que es sincera; vivir ahora, no sólo por el dominio externo de los impulsos, sino una vida interna donde la concupiscencia no puede morar; vivir ahora, no sólo por cumplir con nuestra palabra, sino interiormente una persona digna de toda confianza; vivir ahora, no sólo por el servicio de compartir nuestro trabajo y medios, sino ser interiormente una persona que lo hace con un profundo amor por otros; vivir ahora, no sólo por cumplir exteriormente con las prácticas del evangelio, sino ser interiormente una persona que está dispuesta a arrepentirse y andar humildemente delante de Dios”.
Paz.
Una cosa que esta generación precisa buscar con toda diligencia es la paz. Podríannos haberla tenido en lo pasado y la tendríamos hoy, si tan solamente hubiésemos escuchado a nuestro Padre Celestial. Cuando guardamos los mandamientos de Dios, es decir, cuando disponemos nuestras vidas de acuerdo con los muchos sabios consejos que nuestro Padre Celestial nos ha dado de cuando en cuando, nos son prometidas muchas cosas preciosas y la mas preciosa de todas ellas es la paz.
“Aprended, más bien, que el que hiciera obras justas recibirá su galardón, aun la paz en este mundo y la vida eterna en la vida venidera” (D. y C. 59:23).
Las condiciones que existen en este mundo confuso en que vivimos mejorarían radicalmente, si los hombres en general llegaran a entender que el vivir de acuerdo con el evangelio trae la paz a este mundo; y logrado esto, nos hallaríamos por el camino que conduce hacia la inmortalidad y la vida eterna con nuestro Padre Celestial y Jesucristo su Hijo.
“Porque así dice el Señor: Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en justicia y verdad hasta el fin.
“Grande será su galardón, y eterna será su gloria” (D. y C. 76:5,6).
























