Capítulo 39
CONCEPTOS POLITICOS DE
LOS SANTOS DE LOS ULTIMOS DIAS
“Ninguno quebrante las leyes del país, porque quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infringir las leyes del país.
“Sujetaos, pues, a las potestades existentes, hasta que reine aquel cuyo derecho es reinar, y sujete a todos sus enemigos debajo de sus pies” (D. y C. 58:21-22),
Desde la organización de la Iglesia, los santos de los últimos días han considerado que la obediencia a la ley es el deber patente de todo miembro de la sociedad, pese a su afiliación religiosa. De hecho, la religión incorporada en la Iglesia de Jesucristo requiere que todo santo de los últimos días apoye a su gobierno fielmente y de todo corazón, que preste una cantidad de servicio razonable a la comunidad en donde vive y sea devoto a los intereses de su nación.
En su carta a los Romanos, el apóstol Pablo dio estas instrucciones:
“Toda alma se somete a las potestades superiores; porque no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas.
“Así que, el que se opone a la potestad, a la ordenación de Dios resiste: y los que resisten, ellos mismos ganan condenación para sí.
“Porque los magistrados, no son para temor al que bien hace, sino al malo. ¿Quieres pues no temer la potestad? haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella;
“Porque es ministro de Dios para tu bien, Más si hicieres lo malo, teme: porque no en vano lleva el cuchillo; porque es ministro de Dios, vengador para castigo al que hace lo malo.
“Por lo cual es necesario que le estéis sujetos, no solamente por la ira, más aún por la conciencia.
“Porque por esto pagáis también los tributos; porque son ministros de Dios que sirven a esto mismo.
“Pagad a todos lo que debéis; al que tributo, tributo; al que pecho, pecho; al que temor, temor; al que honra, honra” (Romanos 13:1-7).
También instruyó a Tito que, entre los principios de sana doctrina que debía predicar, los amonestase a que “se sujeten a los príncipes y potestades, que obedezcan, que estén prontos a toda buena obra” (Tito 3:1).
El profeta José Smith envió a Juan Wentworth, director del periódico “The Chicago Democrat” una breve reseña de la historia de la Iglesia, a la cual acompañaban trece declaraciones sobre la creencia de los santos de los últimos días. El duodécimo de estos Artículos de Fe dice; “Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley”, Esta afirmación representa la práctica así como la teoría de los santos de los últimos días. Constantemente procuran estar sujetos a los que hacen, interpretan y ejecutan las leyes de las naciones en donde están viviendo.
La Sección 134 de Doctrinas y Convenios es una “Declaración de creencia, en cuanto a gobiernos y leyes en general, adoptada por el voto unánime de una asamblea general de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, celebrada en Kirtland. Estado de Ohio, el 17 de agosto de 1835”. Fue hecha esta declaración a fin de que, como se dice en el preámbulo, “nuestra creencia concerniente a los gobiernos terrenales y leyes en general no sea mal interpretada ni mal comprendida”. Se insertó cerca del fin de la compilación del Libro de Mandamientos que en esos días se había hecho. Esta sección no ha de considerarse como revelación dada a José Smith, sino sencillamente como una aclaración de la posición de la Iglesia. Probablemente la escribió Oliverio Cowdery, porque el profeta y su consejero, Federico G. Williams, se hallaban en Michigan en la época en que la declaración fue incorporada en el Libro de Mandamientos. Su retención en Doctrinas y Convenios claramente indica que esta declaración de creencia concerniente a los gobiernos y la obediencia a la ley, contenida en la Sección 134, debe considerarse como doctrina de la Iglesia.
Todo santo de los últimos días debe estudiar cuidadosamente esta declaración sobre el gobierno y las leyes más bien que satisfacerse con leerla rápidamente. Debemos fijarnos en que la declaración reafirma nuestras creencias en el carácter sagrado y dignidad del libre albedrío del individuo, dado por Dios; que el buen gobierno debe proveer y proteger la libertad religiosa; que el buen gobierno debe proteger el derecho individual de poseer y administrar propiedades, y que el buen gobierno debe respetar y proteger la vida.
Se aconseja que se recurran a medios legítimos para arreglar desacuerdos o diferencias de opinión, y se desaprueba la violencia.
La Iglesia firmemente sostiene el concepto de que la Iglesia y el estado deben estar separados hasta la inauguración del reino personal de Cristo.
“Y si un hombre o una mujer robare, él o ella será entregado a la ley del país.
“Y si hurtare, será entregado a la ley del país.
“Y si mintiere, será entregado a la ley del país.
“Y si él o ella cometiere cualquiera clase de iniquidad, será entregado o entregada a la ley, a saber, la ley de Dios” (D. y C. 42:84-87).
Así es como las Escrituras modernas aconsejan la obediencia a la ley seglar, en igual forma que el Salvador, cuando dijo: “Pagad pues a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).
En 1842 un viajero inglés que visitó a Nauvoo encontró que casi no había desórdenes, ociosidad ni vulgaridad. Como no parecía haber quién cuidara del orden público, le preguntó a José Smith cómo se lograba aquella condición ideal. Sabiendo que los fieles discípulos de Cristo no violarían las leyes del país, el profeta respondió lacónicamente: “Enseño a mi pueblo los principios correctos y ellos se gobiernan a sí mismos”.
Guerra.
Los santos de los últimos días esperan con anhelo y devoción el tiempo, predicho por Isaías y Miqueas, en que los pueblos “no ensayarán más para la guerra”. Sus directores les han dicho persistentemente que no se va a lograr esta bendita condición solamente por creer o por predicar, sino por la aplicación constante de los principios del evangelio de Jesucristo a todo aspecto de nuestra vida comercial, social y política. Algún día los seres inteligentes entenderán la importancia y beneficio de mantener entre uno y otro las debidas relaciones éticas y morales. La oración del Salvador, “que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en tí, que también ellos sean en nosotros una cosa”, tiene que encontrar cabida en el corazón de toda la gente antes que vuelvan “sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces”.
¿Por qué ha habido tanta guerra este último siglo? La respuesta es relativamente sencilla: Es que las naciones del mundo han abandonado en gran manera a su Dios y han empezado a adorar más y más ante el altar del materialismo. Han abandonado esencialmente a Cristo y su plan de amor y servicio, y puesto su confianza en el brazo de la carne. Los jefes de algunas naciones han declarado abiertamente que son antecristos, otros aún se jactan de oponerse a toda religión. Este mundo, difícilmente segará la paz, en lugar de las guerras que está padeciendo, hasta que dominemos el egoísmo, y en lugar de estar confiados en nosotros mismos reconozcamos que tenemos que depender de nuestro Hacedor.
El patriotismo.
Las enseñanzas de la Iglesia han conducido en diversas maneras al desarrollo del patriotismo entre los santos de los últimos das. Cuando han sido llamados al servicio militar, siempre han respondido sin dilación. Sin embargo, también han mostrado su patriotismo y humanidad en otras maneras aparte del combate. Siempre han desempeñado su parte en el establecimiento de su país, en la fomentación de sus industrias y especialmente en la promulgación del espíritu edificante de la religión entre el pueblo.
En la época de Brigham Young, la Iglesia se trasladó al sitio que en todos los mapas era conocido como el Gran Desierto Americano. Cien años después la gente de todo el mundo contemplaba con asombro lo que se había logrado. Donde en un tiempo sólo había habido arenales, yermos y tierras estériles, ahora había miles de casas, sembrados, graneros, huertas y jardines. Esto también es patriotismo; esto también es contribuir al bienestar de la nación.
Hablando sobre los derechos individuales en la Conferencia General, de abril de 1950, el presidente David O. McKay declaró:
“En resumen: En estos días de incertidumbre e inquietud, la responsabilidad mayor y deber principal de toda persona amante de la libertad es preservar y proclamar la libertad del individuo, su parentesco con Dios. . . la necesidad de rendir obediencia a los principios del evangelio de Jesucristo: sólo así podrá el género humano hallar la paz y la felicidad.
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará” (Juan 8:31,32).
























