Capítulo 4
FE EN EL SEÑOR JESUCRISTO
“Creemos que los primeros principios y ordenanzas del evangelio son, primero: Fe en el Señor Jesucristo; segundo: Arrepentimiento; tercero: Bautismo por inmersión para la remisión de pecados; cuarto: Imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo” (Cuarto Artículo de Fe).
A menudo se citan los primeros principios y ordenanzas del Evangelio como representantes de los cuatro pasos que debe dar un nuevo converso para llegar a ser un miembro de la Iglesia. Pero probablemente no se entiende con tanta generalidad el que aquellos que hace tiempo que pertenecemos a la Iglesia debemos reconsiderar constantemente nuestras formas de vida y pensamiento con respecto a estos cuatro primeros principios y ordenanzas del Evangelio.
La fe no es un principio que aceptamos una vez, sólo para ignorarlo después. La fe es un principio eterno. Nunca debemos dejar de practicarlo o deberemos abandonar la esperanza de ganar la vida eterna. En forma similar, el arrepentimiento no es algo con lo que tenemos que ver en determinada ocasión y en lo sucesivo sentirnos libres de la necesidad de arrepentimos. Al igual que la fe, el arrepentimiento es un principio eterno. Como seres humanos progresistas y como buenos hijos e hijas de Dios, nunca nos hallaremos sin la necesidad de arrepentimos. Mientras el bautismo es una ordenanza por la cual sólo pasamos una vez físicamente, cada vez que participamos de la Santa Cena, renovamos espiritual mente los convenios que hicimos al bautizarnos. De acuerdo con las escrituras modernas, deberíamos reunimos a menudo y renovar así nuestros convenios. Recibimos el don del Espíritu Santo por medio de la ceremonia de la imposición de manos por los que tienen el Sacerdocio Mayor. Pero deberíamos de tratar constantemente de mejorar nuestra forma de vida para poder continuar gozando del compañerismo del Espíritu Santo.
Definición de la fe.
No es fácil dar una definición satisfactoria de la fe. La más citada es la de Pablo; “Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven” (Hebreos 11:1). El Libro de Mormón nos da la definición de Alma; “Y como decía concerniente a la fe: Fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas; de modo que si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas” (Alma 32:21). Es más fácil decir lo que no es la fe, que lo que es. Por ejemplo, no es sólo una creencia, ni siquiera una creencia fuerte. A veces las palabras usadas en las escrituras hacen difícil determinar si ha de entenderse fe o mera creencia. Tampoco ha de considerarse la fe como sinónima de conocimiento. El Dr. Lowell L. Bennion en su libro, Enseñanza del Nuevo Testamento, discutió la fe en una forma muy útil. Dijo:
“La fe no es esencialmente racional, un producto del razonamiento y el pensamiento, aunque la mente siempre trabaja en las experiencias de la fe. Y una fe sana tiene siempre alguna base en el conocimiento y la experiencia. Pero en materia de fe. . . excedemos nuestra experiencia pasada, nuestro conocimiento. . .
“En términos usuales y en la ciencia, pensamos en el conocimiento como tina noción de la realidad por medio de experiencias repetidas y verificadas. Tal conocimiento puede ser obtenido por cualquier observador competente. Es público y puede ser comunicado, verificado y compartido. . . El conocimiento está engranado al pasado» Conocemos las cosas por experiencias pasadas.”
“La fe está engranada al futuro; se dirige a lo desconocido o a lo que no se conoce completamente. Cuando deseamos sobre pasar nuestra experiencia y conocimiento pasados, es decir, vivir en el presente y mirar hacia el futuro, la fe entra en juego. Aun el científico que busca nuevo conocimiento, proyectando hipótesis para explicar los hechos que no se explican a sí mismos, está también viviendo por fe.”
“A diferencia de la creencia y el conocimiento, la fe es esencialmente un sentimiento que, dependiendo de su fuerza, se encuentra entre la esperanza y la certeza. Es un sentimiento de seguridad y confianza de que lo que no podemos ver o conocer plenamente es real o verdadero o llegará a ser real o verdadero. Cuando vivimos por fe vivimos como si lo que sólo es una posibilidad racional fuese real o pudiese llegar a ser real”.
En nuestra Iglesia siempre hemos considerado la fe como la fuerza propulsora detrás de cada acción, lo cual, después de todo, es bastante práctico. Como tal, ella constituye el primer gran principio del Evangelio. Es un principio de poder, la habilidad de hacer y no meramente un estado mental. Muchas personas creen que Dios vive, que el hombre es inmortal, que la vida tiene propósito; pero no van lo suficientemente lejos en sus creencias como para desarrollar fe en estas proposiciones. Si, por ejemplo, tuviesen fe en que Dios vive y que el hombre es inmortal, considerarían seriamente sus modos de vida y tratarían de hacerlos conformar a los mandamientos que Dios ha dado a sus hijos para guiarlos. Entonces pondrían en acción sus creencias para mejorar su condición ahora y en el más allá.
Otra dificultad para muchos es que esperan ver demostrados y experimentar los resultados benéficos de la fe antes de siquiera probar su fe. Moroni dijo: “. . . La fe consiste en las cosas que se esperan y no se ven, así pues, no contendáis porque no veis, porque no recibís el testimonio sino hasta después que vuestra fe ha sí do puesta a prueba” (Éter 12:6). Moroni luego muestra en ejemplos concretos que se han logrado muchas cosas maravillosas porque la gente ha ejercido su fe. Fue por la fe que Cristo se mostró a nuestros antepasados; no se mostró a ellos hasta que no tuvieron fe suficiente en él; por causa de la fe de los hombres, él se mostró al mundo; por la fe los antiguos fueron llamados bajo la gloriosa orden de Dios; por la fe fue dada la ley de Moisés; por la fe ella ha sido cumplida; sin fe entre los hombres Dios no podría hacer milagros entre ellos. Alma, Amulec, Nefi, Lehi, Ammón y sus hermanos, todos obraron milagros por la fe (Éter 12:7-16).
En la teología a veces cometemos el error de abandonar en este punto la discusión sobre la fe, es decir, a menudo se da el precepto “tened fe” sin explicar en qué hemos de tener fe. No puede ser una fe en general la que nos traiga la salvación. En la Iglesia de Cristo, como en toda la cristiandad, es la fe en el Señor Jesucristo la que se presenta como un valor salvador. Necesitamos desarrollar fe en Cristo como el Redentor del mundo, como el Hijo de Dios, como nuestro Mediador con el Padre, como el único nombre bajo el cielo por el cual puede salvarse la humanidad, como el Muy Santo que nos da la oportunidad de obrar por nuestra propia salvación.
En la discusión del Dr. Bennion previamente citada, se halla un resumen del significado total de la fe en Cristo.
«Por causa de mi fe en Cristo,
- Tengo fe en mi inmortalidad personal.
- Tengo fe en un Dios viviente y personal.
- Deseo y sé que puedo lograr el arrepentimiento.
- Tengo fe de que, sobre condiciones de un arrepentimiento verdadero y el bautismo, puedo ser redimido del pecado.
- Tengo fe en la vida, fe en que Jesús fue el gran maestro y ejemplo de las verdades y valores por los cuales deben vivir los hombres para encontrar la paz en esta vida y gozo por toda la eternidad».
La fe aplicada.
La verdadera fe en nuestro Señor y Salvador Jesucristo siempre se refleja en nuestra conducta diaria.
“Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo;
Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos.
El que dice, Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él;
Más el que guarda su palabra, la caridad de Dios está verdaderamente perfecta en él: por esto sabemos que estamos en él.
El que dice que está en él, debe andar como él anduvo”. (1 Juan 2:1-6).
Y cuando suplicamos a nuestro Padre Celestial que él nos ayude a hacer de nuestras vidas lo que ellas deberían ser, debemos pedir en fe, creyendo que recibiremos nuestro pedido.
“Pedid al Padre en mi nombre, creyendo en fe que recibiréis, y tendréis al Espíritu Santo que manifiesta todas las cosas que son convenientes para los hijos de los hombres” (D. y C. 18:18).
Es difícil contemplar una demostración de la fe a menos que vaya acompañada por un arrepentimiento adecuado. Para tener el arrepentimiento verdadero deben darse varios pasos:
- Debemos llegar a la conclusión de que hacemos mal en varias maneras y nos hemos apartado de la forma de vida que nos ha sugerido nuestro Padre Celestial.
- Debemos tener un fuerte deseo de que nuestros pecados sean perdonados. Este paso implica que deseamos perdonar a todos aquellos que han pecado contra nosotros, y que en verdad así hacemos.
- Debemos determinar de andar sólo en los senderos de la rectitud, de no pecar más, y de tratar de guardar todos los mandamientos que el Señor nos ha dado.
- Debemos desear tener una fe viviente que se adapte a nuestras varias necesidades y que nos impulsará a mejorarnos al paso que aprendamos más de Dios y de sus caminos. (Ver el Capítulo 23, “Arrepentimiento”).
























