Viviendo según el Evangelio

Capítulo 5
CARACTERISTICAS
PERSONALES QUE SON IDEALES


En el sermón del monte, comenzando con las ocho Bienaventuranzas, tenemos uno de los mejores resúmenes generales de las enseñanzas de Cristo que puedan encontrarse. Su tono es altamente espiritual y destaca el espíritu más que la letra de las enseñanzas de Cristo. En este capítulo trataremos de interpretar los puntos principales del sermón de acuerdo con los términos y condiciones de nuestras vidas actuales y en el lenguaje al cual estamos acostumbrados. No seguiremos el orden en que están enunciados los ideales y las virtudes, tanto en las Bienaventuranzas como en el resto del sermón. Por razones prácticas separaremos los que podrían llamarse ideales personales de aquellos que tienen una naturaleza más bien social. En este capítulo se discutirán algunas de las características personales que se destacan en la filosofía cristiana, y en el capítulo siguiente se hallarán algunas de las virtudes sociales de la ética cristiana.

En cuanto a ser sinceros.

Las denuncias más severas de los labios del Salvador cayeron sobre los hipócritas, porque consideraba a la hipocresía, opuesta a la sinceridad, como uno de los vicios más grandes del hombre, La sinceridad bien puede llamarse la madre de todas las virtudes. Ningún verdadero santo de los últimos días puede permitirse pretensiones falsas de virtud y piedad.

La palabra de Dios es enfática para enseñarnos a actuar con singularidad de propósito y pureza de motivos. No deberíamos confundir vivir nuestra religión con cumplir con ciertos actos o ritos externos. Lo que hacemos en el nombre de la religión deberíamos hacerlo porque representa la forma en que sentimos y que nos revela tal como somos. Por ejemplo, deberíamos asistir a nuestras reuniones principalmente porque deseamos adorar a nuestro Padre Celestial, no sólo para figurar en los registros de la rama o por un sentimiento de obligación. Asistir a nuestras reuniones de adoración es una oportunidad que se debe apreciar, no una obligación a la Iglesia que cumplimos a regañadientes. Debemos pagar un diezmo honesto por gratitud a nuestro Hacedor por las riquezas de vida que se nos permiten disfrutar, y no por un sentimiento de que se paga el diezmo para observar la letra de la ley, o para obtener más bendiciones materiales. Deberíamos guardar la Palabra de Sabiduría con gozo, agradecidos porque Dios se haya preocupado lo suficiente en cuanto a nuestros hábitos para darnos instrucciones sobre la dieta, y no porque la consideremos como una restricción a nuestra libertad. Cuando oramos deberíamos hacerlo con todo nuestro corazón porque nos gusta estar en comunión con nuestro Padre Celestial, más que para cumplir con un rito prescrito. Cuando damos en nombre de la caridad, hagámoslo porque amamos sinceramente a nuestro prójimo y porque queremos ayudarle en su necesidad, pero no por un sentimiento de obligación, ni siquiera una obligación religiosa. Todos los servicios que prestamos a nuestros semejantes deberían provenir de un amor y compasión sinceros y deberían constituir un fin en sí mismos, no los medios para un fin ulterior.

“En esto, juntándose muchas gentes, tanto que unos a otros se hollaban, comenzó a decir a sus discípulos, primeramente: Guardaos de la levadura de los Fariseos, que es hipocresía.
Porque nada hay encubierto que no haya de ser descubierto; ni oculto, que no haya de ser sabido” (Lucas 12:1,2).

Nuestra forma de hablar es considerada por algunos como la indicación más segura de nuestro carácter; es decir, que sí somos en verdad sinceros, nuestra palabra reflejará esa condición, Por otra parte, si no somos sinceros, la manera de manipular palabras para hacer creer a la gente que somos sinceros no es más que hipocresía.

“Generación de víboras, ¿cómo podéis hablar bien siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).

Hay ciertas clases de palabras que se deben evitar entre los santos de los últimos días. Incluyen la mentira, el juramento, maldiciones de cualquier clase, la obscenidad, vulgaridad, adulación y jactancia. Si sentimos que nuestras inclinaciones naturales aún nos llevan a usar estas formas de expresión, debemos reconocer que es nuestro carácter, más que nuestras palabras, que se tiene que reformar. El lenguaje defectuoso es síntoma de un carácter defectuoso. También sería una lástima que por causa del descuido de nuestros hábitos de conversación, las demás personas pensaran que no somos tan sinceros como lo somos en realidad. Da gusto oír a una persona hablar en forma sencilla, con sinceridad y simplicidad, sin adornos innecesarios, revelando claramente la rectitud de su carácter.

El lenguaje de los grandes maestros, tanto en su forma escrita como cuando hablan, se destaca siempre por su forma directa, su simplicidad, claridad, falta de repeticiones sin sentido y honestidad. No es extraño que el Salvador nos haya amonestado a mantener nuestra habla en “sí, sí, no, no”. Ese consejo es de valor especial en estos tiempos inciertos y complicados.

En cuanto a la humildad.

¿Por qué es que al enumerar las virtudes que traen un estado de beatitud Jesús mencionó primero la humildad? ¿Fue porque él pensaba que la humildad es la más importante? Después de hacer un estudio analítico de las Bienaventuranzas, nos hace sentir que no podemos tener ninguna de las virtudes cristianas a menos que seamos humildes. ¿Cómo podemos llorar, ser mansos, tener hambre y sed de justicia, ser misericordiosos, puros de corazón, pacificadores, ser perseguidos por el amor a la justicia – si no conocemos la humildad?

“Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5: 3). El Dr. Edgar J. Goodspeed, reconocido como un gran erudito del Nuevo Testamento, piensa que la frase “pobres en espíritu” significa “aquellos que sienten su necesidad espiritual”. Al sentir nuestra necesidad espiritual reconocemos nuestra verdadera posición en el plan del Evangelio y nos volvemos hacia nuestro Padre Celestial para adorarlo y para aprender y hacer su voluntad. El ejemplo más sobresaliente de un gran carácter basado en la humildad lo encontramos en la vida de Cristo mismo. Aun como el Hijo de Dios, pudo orar así: “Padre, si quieres, pasa este vaso de mí; empero, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22:42).

En una ocasión el Salvador se propuso enseñar a sus discípulos, quienes estaban demostrando cierta ambición, que quien deseara ser grande en el grupo sería el servidor, “Y el que quisiere entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo” (Mateo 20:27). Él nos recomendó que si queremos aprender de Dios y sus caminos, debemos ser como niños pequeños, porque los niños son por naturaleza humildes y, por lo tanto, fáciles de enseñar.

La vanidad, el orgullo, la arrogancia y codicia son lo contra rio de la humildad. Todas ellas destruyen el carácter y la personalidad; por otra parte, la humildad nos edifica y nos da confianza y respeto propio: “Porque el que se ensalzare, será humillado; y el que se humillare, será ensalzado” (Mateo 23:12). “Sé humilde, y el Señor tu Dios te llevará de la mano y contestará tus oraciones” (D. y C. 112:10). Aprenderemos y progresaremos más rápidamente si somos guiados por la mano del Señor, que si dependiésemos sólo de nuestros propios poderes.

Cuánta fuerza y ánimo nos da al ver cómo la Iglesia de Cristo se basa sobre esta virtud fundamental: la humildad. Con regularídad se elevan los hombres de los rangos más humildes de la vida a posiciones de responsabilidad en la administración de los asuntos de la Iglesia, mientras que muchos hombres de posición importante en la comunidad sirven gustosamente bajo directores menos prominentes que ellos.

Sobre la mansedumbre.

La mansedumbre, parecida en su naturaleza a la humildad, el sosiego y calma, es la virtud cristiana que se entiende menos. ¿Qué quiso decir el Salvador por “mansedumbre” cuando dijo: “Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5).

Entre los irreligiosos hay muchos que dirían que la religión hace énfasis en esto para que sus prosélitos sean débiles y fáciles de dirigir. Pero eso no puede ser el significado de “mansedumbre” tal como se usa en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Allí la palabra está relacionada con verdad, gentileza, templanza, misericordia, sumisión, humildad, amor, paciencia, sabiduría, bondad, clemencia, y una preocupación por los demás. De todos los hombres que se mencionan en la Biblia como mansos, se destacan Moisés, Jesús y Pablo. Jesús dijo de sí mismo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). No podemos imaginar la mansedumbre de Jesús o de Moisés o de Pablo como algo comparable a la debilidad.

Jesús nunca enseñó a los que le seguían a ser débiles, ni tampoco mostró nunca rasgos de debilidad en su propia conducta. En lugar de eso les enseñó a ser fuertes. Recordemos cómo contestó a los que se le oponían en la explicación de la Ley, y cómo echó a los que cambiaban dinero de los lugares santos.

En las escrituras se dice que los mansos serán bendecidos, serán salvos, han de recibir de la plenitud, son prudentes, serán guías, han de acrecentar su gozo, han de comer y quedar satisfechos, han de heredar la tierra.

“Y de la remisión de los pecados proceden la mansedumbre y la humildad de corazón; y por motivo de la mansedumbre y la humildad de corazón, viene la visitación del Espíritu Santo, el Consolador que llena de esperanza y de amor perfecto, amor que se conserva por la diligencia en la oración, hasta que venga el fin, cuando todos los santos morarán con Dios” (Moroni 8:26).

Aun cuando pueda ser difícil explicar exactamente qué significa ser “manso”, no es difícil mencionar muchas cualidades opuestas: altivez, arrogancia, orgullo, egoísmo, facilidad para ofenderse, envidia, celos, sospecha y odio.

Cuando el Salvador nos enseña a ser mansos él quiere que ante todo nos demos completa cuenta de nuestro lugar justo como hijos e hijas de Dios y nuestra relación real con nuestro prójimo. Entonces no nos ocuparemos indebidamente de ganar aun lo que es justamente nuestro, no seremos celosos de nuestros derechos y prerrogativas ni demasiado sensibles acerca de nosotros mismos. Por la otra parte, pagaremos escrupulosamente nuestras deudas con Dios y el hombre, y controlaremos nuestros apetitos y deseos para evitar que lleguen a dominarnos. La verdadera mansedumbre tal como fue enseñada por Jesús significa confianza junto con gentileza, templanza, humildad y bondad de carácter.

Sobre la libertad.

Todos los hijos de Dios tienen lo que es llamado “libre albedrío”. Esto no significa que en todo momento podamos hacer cualquier cosa que queramos, La libertad en el sentido del libre albedrío dado por Dios no quiere decir licencia, Pero significa que tenemos la libertad de elegir entre varias alternativas, varias formas de vivir nuestras vidas.

Si todos estuiésen libres para hacer cualquier cosa que se les ocurriese hacer, nadie estaría realmente libre, porque todos nosotros estaríamos haciendo constantemente muchas cosas que restringirían la libertad de los demás, Bajo tales condiciones sólo resultaría el caos. “Y conoceréis la verdad, vía verdad os libertará”.

Aquellos que hemos elegido seguir a Jesús y el evangelio que él nos enseñó, hemos ganado la verdad. Esto no significa que conozcamos las contestaciones para todas las preguntas y que podamos resolver todos los problemas. Pero quiere decir que se nos han enseñado los principios salvadores del evangelio, todos los cuales están en armonía con las leyes del universo, las leyes sóbrelas cuales también se basan todas las bendiciones.

Conociendo la verdad y teniendo el libre albedrío para elegir de vivir de acuerdo con la ley natural y divina, o rechazar de vivir de acuerdo con ella, somos en verdad maestros de nuestro destino. Podemos hacer que nuestras vidas sean libres, y por lo tanto felices, reconociendo la bondad de Dios para con nosotros al enseñarnos la verdad y aplicando nuestro conocimiento a nuestras vidas diarias. O podemos rechazar la consideración de las leyes de Diois continuar luchando contra ellas, y pagar constantemente el pesado castigo de nuestra terquedad al cosechar sólo infelicidad. (Por una discusión más amplia, véase Capítulo 19, “Nuestro Libre Albedrío”).

Acerca del valor.

A menudo, cuando nos vemos obligados a hacer una elección entre lo bueno y lo malo, descubrimos que lo bueno con lo cual nos identificaríamos representa el curso de acción menos popular. Entonces tenemos que elegir en base a los principios. Para dificultar nos más la cosa, a veces nos damos cuenta que la comodidad y bienestar personales tienen que ser sacrificados en beneficio del bien. Tales elecciones piden gran valor moral, A diferencia de las situaciones en que el valor físico es el requisito principal, las que requieren valor moral, rara vez cosechan aplausos. Los hombres, como las ovejas, prefieren estar con el rebaño. Allí parece haber un sentimiento de seguridad al saber que la mayoría está de nuestro lado. A los hombres les disgusta sentir que forman parte de la minoría.

Ver la luz del Evangelio y determinar que dejaremos que ella, nos guíe a la rectitud, nunca ha sido algo popular y probablemente nunca lo será. Ir contra la corriente de injusticia y maldad siempre ha requerido valor moral, el valor de la convicción. Por temor de perder un poco de nuestro prestigio personal, popularidad o riqueza… surge en nosotros el miedo, el cual no es muy fácil de quitar y pronto se convierte en vergüenza. Cuando nos decidimos por el lado del Señor y del Evangelio, a menudo nos disculpamos demasiado o evitamos el asunto por completo. Oh, si todos pudiésemos tener el valor de Pablo, quien dijo: “Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salud de todo aquel que cree” (Romanos 1:16).

Todos los que creen en Cristo y en su causa deben haberle prestado una atención especial en su época, o tratado de desarrollar un valor adecuado, porque él dijo más adelante: “Porque la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10: 11). A Timoteo, Pablo escribió: “Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso su yo; antes sé participante de los trabajos del evangelio según la virtud de Dios” (2 Timoteo 1: 8). Aun cuando en muchos lugares la persecución de los santos ahora ha disminuido o terminado, probablemente en nuestra generación habrán varias “aflicciones por el evangelio”. En nuestras relaciones diarias con nuestros asociados debe riamos poder decir honestamente con Pablo que no nos avergonzamos del Evangelio de Cristo.

Imbuidos con la idea de que deberíamos ser valientes y no tener vergüenza de ayudar a adelantar la causa del Señor, algunos santos de los últimos días hacen el extremo opuesto de hacer ostentación de sus creencias delante de aquellos que no son miembros. Esta actitud puede llegar a estorbar la causa que se está tratando de promover. Aun cuando nunca deberíamos negar la fe, deberíamos frenar el esfuerzo misionero de “hacerles tragar nuestras creencias por la fuerza” a aquellos que vienen en contacto con el Evangelio Restaurado.

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