Buscad la Felicidad Perdurable

Buscad la Felicidad Perdurable

LeGrand Richards

por LeGrand Richards
del Consejo de los Doce
(Tomado de the Improvement Era 1959)


Cuando Jesús estaba a punto de ser ofrecido como sacrificio por los pecados del mundo entero, dio estas instrucciones a sus discípulos:

En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. (Juan 15:8)

Entonces añadió:

Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. (Juan 15:11.)

Este gozo cumplido o felicidad perdurable viene a uno por medio de las cosas dignas que hace.

Mientras servía como presidente de la Misión de los Estados del Sur, en el curso de una reunión de misioneros, pedí que nos informara de sus obras uno de nuestros misioneros que era un poco torpe para hablar y sin embargo, tenía algo de filósofo. Dio principio a su informe, diciendo: “Estoy gozando de mi trabajo.” Entonces se detuvo unos momentos antes de añadir: “La verdad es que eso es todo de lo que puedo gozar; no puedo gozar de lo que no hago.”

Cuando se está ocupado en traer almas a Cristo, enseñándoles la plenitud de su evangelio, cual lo ha restaurado en la tierra en estos últimos días por medio de su profeta José Smith, uno está haciendo lo que le traerá la felicidad perdurable.

A esto se estaba refiriendo el Señor al contestar las preguntas de los primeros élderes de la Iglesia en esta dispensación por boca del profeta José Smith, cuando querían saber cuál era la obra más meritoria a que podían dedicarse. El Salvador contestó por medio del Profeta:

Y ahora, he aquí, te digo que la cosa que será de máximo valor para ti será declarar el arrepentimiento a este pueblo, a fin de traer almas a mí, para que descanses con ellas en el reino de mi Padre. Amén. (Doc. y Con. 16:6.)

A algunos de los otros hermanos dijo:

De modo que, si edificas mi iglesia sobre el fundamento de mi evangelio y mí roca, las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ti. (Doc. y Con. 18:5)

Nunca comprendí el significado completo de esta afirmación y promesa hasta que serví como presidente de la Misión de los Estados del Sur y recibí una carta de un miembro de la Iglesia del Estado de Arizona, en la cual decía que su padre había sido uno de los primeros en convertirse a la Iglesia en el Estado de Misisipí, en el año 1840. Desde ese tiempo, su padre y sus propios descendientes habían contribuido un total de cien años de servicio misionero a la Iglesia, y en esa época quince de ellos se hallaban en el campo de la misión, tres de ellos en nuestra propia misión.

Repetí esto en una conferencia de misioneros que se llevó a cabo bajo la dirección del Primer Consejo de los Setenta como parte de la Conferencia General de la Iglesia en 1940, justamente cien años desde la ocasión en que el padre de este hombre se unió a la Iglesia. Hallándose presente este hombre, vino para hablar conmigo al fin de la reunión, y me dijo: “Ahora son ciento sesenta y cinco años. Cuando se añaden diez o quince años más anualmente, no dilatan mucho en acumularse otros cien años.”

Ese misionero que anduvo por entre los pantanos de Misisipí en 1840, cuando tantos de nuestros misioneros se enfermaron de malaria o paludismo, si no trajo más que a este hombre a la Iglesia, quizá pensó que no había efectuado mucho; pero en los cien años que han transcurrido, este hombre y sus descendientes solamente, han dado ciento sesenta y cinco años de servicio misional al mundo. Si añadimos a esto la obra efectuada por un número sucesivo de convertidos durante estos cien años, el resultado sería casi una nación de hombres y mujeres.

Este acontecimiento me ha ayudado a entender lo que el Señor quiso decir cuando declaró:

Y si fuere que trabajareis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me trajereis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre! (Doc. y Con. 18:15)

¿Podemos imaginar la felicidad perdurable que sentirá ese misionero cuando sepa cuántos han llegado a ser miembros de la Iglesia como resultado de sus esfuerzos en la misión?

Todo misionero probablemente ha pasado por una experiencia similar. Hace unos años recibí una carta de una misionera, una viuda que entonces estaba obrando en Alemania. Era la tercera misión que había cumplido desde la muerte de su esposo. En la carta decía: “El Señor ha aceptado mis humildes esfuerzos por servirlo y nos ha guiado a las personas de corazón sincero, y si es su voluntad, tendremos el gozo de traerle cinco almas más o menos dentro de un mes. Con tan solamente pensar en ello se llena mi corazón de tanto gozo que me parece que va a estallar. Jamás he conocido tanta felicidad durante mi vida. ¡Cuán maravillosas son las vías del Señor!” Sólo los que han sido instrumentos en las manos del Señor para traerle almas pueden conocer el gozo que llena el alma de uno como resultado de esta obra.

Cuando manifestaba el gozo que sentía como resultado de sus esfuerzos misioneros, el profeta Alma se expresó de esta manera:

¡Ojalá fuese yo un ángel y pudiera realizar el deseo de mi corazón, para salir y hablar con la trompeta de Dios, con una voz que estremeciera la tierra, y proclamar el arrepentimiento a todo pueblo! Si, manifestaría a toda alma, como con voz de trueno, el arrepentimiento y el plan de redención: que deben arrepentirse y venir a nuestro Dios, para que ya no haya más dolor sobre toda la superficie de la tierra. (Alma 29:1-2)

Más tarde, hablando de los frutos de la fe, Alma dijo:

Y he aquí, ahora os digo: Quisiera que recordaseis que Dios es misericordioso para con todos los que creen en su nombre; por tanto, en primer lugar, él quiere que creáis, sí, en su palabra. (Alma 32:22)

Recordaremos que los hijos de Mosíah, uno por uno, se negaron a aceptar el reino que su padre deseaba conferirles, y prefirieron continuar sus obras como misioneros entre los lamanitas.

En el campo de la misión celebramos muchas reuniones con los misioneros que duraron varias horas. En repetidas ocasiones, ninguno de los misioneros podía contener las lágrimas mientras decía: “Cuando estábamos en casa, oíamos a los misioneros decir que su misión había sido el tiempo más feliz de sus vidas, y no lo creímos; y ahora sabemos por qué lo decían.” Son comunes las expresiones como éstas entre los misioneros, cuando se tiene el espíritu de su obra.

Hablando de su misión en una conferencia a la cual asistí recientemente en Oregon, un misionero dijo: “Hoy no aceptaría un cheque por un millón de dólares por la experiencia de mi misión.”

Otro, que había pasado algunos años en el servicio de su país, y que en ese tiempo obraba como misionero, afirmó: “No hay compañía u organización en el mundo que me pueda pagar un sueldo suficientemente elevado que me induzca a dejar mi misión.”

Recientemente, un misionero que acababa de regresar de la Misión Argentina, después de haber estado allí seis meses adicionales, a solicitud del presidente de la Misión a fin de ayudar a preparar a los misioneros, cuando se le preguntó si le parecía que su misión había valido la pena, declaró lo siguiente al autor: “Si las Autoridades Generales de nuestra Iglesia quieren hacerme feliz, no tienen más que ponerme en un aeroplano mañana y devolverme a la Argentina.”

Esta felicidad duradera, de la cual pueden testificar miles de misioneros, viene no sólo a éstos, sino también a sus convertidos.

No hace mucho que una mujer que vive en el este del país escribió una carta a la Misión de la Manzana del Templo en la cual pedía información sobre la Iglesia, indicando que había estado buscando la verdad por cincuenta y tres años y nunca la había encontrado. Después de haber leído la literatura que se le envió, y habiéndose unido a la Iglesia, manifestó lo siguiente: “Ahora siento una paz y tranquilidad y fuerza interior y gozo que nunca había conocido antes.”

De una carta que recibí de una mujer que recientemente se convirtió a la Iglesia, después de haber sido muy activa en su propia religión, cito lo siguiente:

Hermano Richards, el 5 de febrero cumplí un año de ser miembro de esta maravillosa Iglesia. Con toda verdad puedo decir que 1956 fue el año más feliz de mi vida. Creo que no pasa un solo día que no suceda algo para fortalecer mi testimonio. Lo único que siento es que no tuve la oportunidad de recibir este evangelio hace treinta y cinco años. Tendré que conformarme con hacer lo que pueda el resto de mi vida.

Entonces menciona las varias posiciones que hoy ocupa en nuestra Iglesia.

Mientras presidía la Misión de los Estados del Sur recibí una carta de una mujer en la que mencionaba la literatura de nuestra Iglesia que había leído. Cito lo siguiente de su carta:

En vista de que he llegado a la conclusión de que el mormonismo es la cosa más admirable que he conocido (siempre había creído que nunca podría ser otra cosa sino miembro de la religión bautista), me agradaría saber qué es lo que leen los miembros de su iglesia. He estudiado psicología, filosofía, psiquiatría, ciencia cristiana, etc., buscando la respuesta a los problemas de mi propia vida; sería por demás decir que los problemas permanecen por resolverse, pero ahora tengo esperanza.

Entonces expresa su agradecimiento por los élderes mormones que llamaron a su puerta y le llevaron el mensaje del evangelio de Jesucristo.

Ocasionalmente, un convertido que ha conocido esta felicidad al hacerse miembro de la Iglesia, se desanima por motivo de condiciones desfavorables y se empaña su felicidad. Esto puede suceder porque sus familiares lo desprecian, porque pierde los amigos y en algunos casos su empleo por haberse hecho miembro de la Iglesia, o por enfermedad, inhabilidad para encontrar trabajo, o por asociarse con aquellos que han perdido el Espíritu del Señor, y consiguientemente, su amor de la verdad.

Sucede precisamente como el presidente Brigham Young lo indicó una vez cuando dijo que si desatendemos nuestras reuniones sacramentales y nuestras oraciones, nos sobrevendrá un espíritu de tinieblas y se apartará de nosotros el Espíritu del Señor. Desafortunadamente, esto es lo que les sucede a algunos.

Solamente por medio de nuestra actividad continua podemos disfrutar de esta felicidad perdurable que viene del compañerismo del Espíritu del Señor. Jesús sabía que era preciso alimentar el alma del hombre a fin de conservar ardiendo el Espíritu dentro de él. Así lo indica su respuesta a Satanás, cuando quiso tentarlo después de su ayuno de cuarenta días:

Y llegándose a él el tentador, dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan pan. Mas él respondiendo, dijo: Escrito está: No con solo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mateo 4:3-4)

El rey Benjamín dijo a su pueblo que cuando estaban en el servicio de sus semejantes, se hallaban en el servicio de Dios. (Mosíah 2:17)

Y Jesús dijo a sus apóstoles:

Cualquiera que quisiere hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y cualquiera de vosotros que quisiere hacerse el primero, será siervo de todos. (Marcos 10:43, 44)

Todo esto concuerda con nuestra primera afirmación de Jesús concerniente a que sus discípulos deberían dar mucho fruto para que su gozo fuese cumplido, y también con lo que dijo nuestro misionero, que solamente podemos gozar de lo que hacemos y nunca podemos gozar de lo que no hacemos.

Por tanto, debemos siempre recordar las palabras del Señor en una revelación dada al profeta José Smith, en la cual dijo:

De cierto os digo, los hombres deberían estar anhelosamente consagrados a una causa justa, haciendo muchas cosas de su propia voluntad, y efectuando mucha justicia; Porque el poder está en ellos, por lo que vienen a ser sus propios agentes. Y si los hombres hacen lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa. (Doc. y Con. 58:27-28)

En una revista leí lo siguiente:

El trabajo es la expresión exterior de nuestra ambición, energía y deseo de realizar. Es el camino por el cual viajan nuestros deseos. La efectuación invariablemente conduce a los umbrales de la felicidad. Por eso es que el obrero diligente canta cuando trabaja, porque está expresando lo que se halla en su corazón. Cuanto mejor hace su obra, más fuerte su canción; cuanto más gozo halla en su trabajo, tanto más perfecta es su obra.

Cuando el rey Benjamín exhortaba a su pueblo, les dijo cómo podrían lograr “un estado de interminable felicidad”:

Y además, también quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí que ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si son fieles hasta el fin, serán recibidos en el cielo para morar con Dios en un estado de interminable felicidad. ¡Oh recordad, recordad que estas cosas son verdaderas! porque el Señor Dios lo ha declarado. (Mosíah 2:41)

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