Mis pies atormentados
Era tanto el calor que hacía en Niuatoputapu que se podía muy bien dormir destapado, pero Feki me había dicho que siempre debía cubrirme con una sábana durante la noche y que especialmente tenía que cuidarme de mantener los pies tapados. No estaba seguro de la razón, pero le creí.
Al poco tiempo, me di cuenta de que la sábana no evitaba que los mosquitos nos picaran. ¡Una tela fina no era barrera suficiente para ellos! Me resultaba difícil dormir con el zumbido constante en los oídos. Con el tiempo, conseguimos un mosquitero en Tongatapu; pero, antes de eso, no nos quedó otra opción que soportar la situación lo mejor que podíamos.
Una noche, a causa de la frustración por los mosquitos, debo de haber tirado de la sábana para taparme la cabeza y me quedaron los pies descubiertos. Cuando me levanté a la mañana siguiente, sentí algo raro; al ponerme de pie en el piso, se me abrieron las plantas de los pies y comenzaron a sangrar. Llamé a Feki y él se preocupó mucho; me preguntó si había tenido los pies destapados durante la noche. Cuando le dije «Creo que sí», ¡él me explicó que las ratas me habían comido las plantas de los pies!
No le creí y pensé que estaba bromeando, ya que no había sentido nada durante la noche. Toda la situación parecía absurda. Creo que nunca sabré lo que sucedió realmente; lo que sí sabía era que no podía caminar y que los pies me dolían terriblemente. El presidente de la rama también estaba muy preocupado, y él y la esposa me dijeron que tendrían que cauterizarme las plantas de los pies, ya fuera con una plancha caliente o con el sol; pensé que me estaban tomando el pelo, pero ellos parecían muy serios al respecto. No quise saber nada con una plancha caliente, así que opté por el sol. Todavía seguía pensando que todo era una locura, pero me daba cuenta de que así no podía caminar y que había que hacer algo para que volviera a hacerlo; y, al parecer, ellos sabían lo que estaban hacían.
El presidente me dio una bendición; luego él y Feki me ataron a una silla que después tumbaron para poder ponerme las plantas de los pies de frente hacia el sol abrasador. Me cubrieron todo el cuerpo, excepto los pies. Siempre había alguien conmigo para espantar las moscas, darme algo para beber y ocuparse de cualquier cosa que pudiera necesitar; todos eran muy complacientes. Al principio, el calor me hizo sentir bien, pero muy pronto me di cuenta de que ¡efectivamente se me estaban quemando los pies! ¡Cuánto sufrí en los días que siguieron! Todos los días, durante las cuatro horas de más calor, me iban girando cada media hora aproximadamente a fin de que siempre tuviera las plantas de los pies expuestas al sol. ¡Fue horrible! En aquellos momentos entendí por qué me ataban de la manera que lo hacían. ¡Casi deseaba haber aceptado el tratamiento de la plancha caliente para dar todo por terminado de una buena vez!
Finalmente, después de varios días, dijeron que ya era suficiente y que era lo mismo quedarme adentro y sufrir el dolor que llevarme afuera y sufrir igual. Durante esos días de tanto sufrimiento, estudié el idioma y leí mucho las Escrituras; además, recibí la visita de muchas personas, sobre todo de niños, a quienes entendía mucho mejor. También toqué la trompeta y escribí cartas: ¡hice cualquier cosa con tal de no pensar en mis pies atormentados!
El dolor que sentía era atroz, pero, con el tiempo, se me formó una costra en las plantas de los pies y empecé a sentirme un poco mejor. Feki y la esposa del presidente de rama me los lavaban y frotaban con aceites especiales y aloe. Después de lo que pareció una eternidad, me dijeron que podía intentar volver a caminar.
Todavía recuerdo la alegría y la gratitud tan profundas que me inva-dieron cuando di esos primeros y escasos pasos después de tantos días sin poder hacerlo. ¡Qué maravilloso es poder caminar! No creo que realmente lleguemos a apreciar algo en todo su significado hasta que lo perdemos, o al menos hasta que hayamos estado algún tiempo sin disfrutarlo. Me pregunto si acaso sentimos verdadero agradecimiento por aquello que nunca nos ha faltado. Lo que sí sé es que, a partir de aquel momento, agradecía poder caminar, algo que siempre había tomado como cosa muy natural.
Durante varios días, todavía tuve que cuidarme mucho y caminar solamente distancias limitadas; aproveché aquel tiempo para seguir estudiando las Escrituras. Pensé mucho en cuanto a la gratitud. Recuerdo haber leído las palabras de Jesús en el Nuevo Testamento: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46). Lie escuchado muchas explicaciones, pero me pregunto si incluso Jesús no habrá tenido que sentir lo que era estar sin Su Padre, aunque sólo fuera por poco tiempo, a fin de darse cuenta realmente de lo que significa estar con Él y sentirse envuelto en Su amor. Tuve la impresión de que, después de la Resurrección, estaremos aún más agradecidos por nuestro cuerpo que lo que estamos ahora. Al menos en aquella época de mi vida dudé de que hubiera estado tan agradecido por la facultad de caminar si no la hubiera perdido en forma temporaria.
El tiempo pasó y poco a poco fui mejorando; pasadas algunas semanas, pude caminar de nuevo con normalidad. A menudo me preguntaba si la historia de las ratas sería cierta; lo fuera o no, ¡nunca más volví a dejar los pies descubiertos durante la noche! El recuerdo del dolor que pasé y de la gratitud que sentí cuando me fue posible caminar otra vez todavía es patente.
Alrededor de treinta años más tarde, me salió en un pie una llaga que no se curaba; finalmente, fui a ver a un médico que me hizo una biopsia y descubrió que era cancerígena. Me sacó el tumor que medía aproxima-damente un centímetro de diámetro, y los resultados mostraron que habían quitado todo lo maligno. El médico me dijo que jamás había visto nadie con cáncer en esa parte del pie y se preguntaba de dónde habría salido. Le conté acerca del tratamiento con sol y él comentó que probablemente eso fuera lo que me había causado el cáncer, ya que las células cancerosas provocadas por quemaduras de sol graves tardan entre veinte y treinta años en aparecer.
Aunque no quisiera volver a repetirlo, aquel novedoso tratamiento me devolvió la capacidad de caminar, por lo cual estaba y estoy muy agradecido. Todavía duermo con los pies cubiertos y probablemente nunca deje de hacerlo.
























