El Otro lado del Cielo

La trompeta


Mi trompeta tuvo un papel bastante importante durante la misión; la había tocado en la escuela secundaria y me pidieron que la llevara a Tonga. Al principio me preguntaba el porqué, pero poco después me di cuenta de que era un éxito entre aquella gente con tanto talento musical. No tocaba muy seguido pero cuando lo hacía, siempre había una multitud a mi alrededor. Me pedían que tocara en los partidos de rugby, en las ceremonias de izamiento de la bandera y en unos pocos acontecimientos más; incluso aprendí varios toques de clarín ingleses.

Todos querían tocar la trompeta y yo los dejaba probar. Creo que fue un milagro que nadie se haya contagiado de alguna enfermedad, porque solo tenía una boquilla; por esa razón, trataba de limpiarla bien antes de tocar. La trompeta se volvió tan famosa que a cualquier lugar al que iba me llamaban el palangi de la trompeta. La usaba principalmente en la escuela y durante días festivos.

Recuerdo que un día enseñé a mis alumnos la canción del estado de Idaho: «And Here We Have Idaho» («Aquí está Idaho»), Escribí la letra en la pizarra y toqué la canción con la trompeta una vez; después surgió algo por lo que tuve que ausentarme para responder a una emergencia. Cuando regresé una hora después, todos tenían sonrisas de oreja a oreja; las edades de los alumnos estaban entre seis y dieciséis años, y al verlos me pregunté qué clase de travesura habrían hecho. «Escuche», me dijeron. Entonces, cantando de manera absolutamente armónica a cuatro voces, entonaron la canción, ¡la que habían escuchado una sola vez! Los tonganos tienen una facilidad increíble para la música y ésta constituye gran parte de su vida.

Un diecisiete de marzo, dirigí un grupo de miembros de nuestra rama de Vaipoa, en Niuatoputapu, que iba a un partido de rugby en la aldea vecina. Aunque el gran acontecimiento del día era el juego, los miembros de la Iglesia llevaban pancartas para celebrar el aniversario de la organización de la Sociedad de Socorro. Nadie nos habría prestado atención si no hubiera sido por la trompeta. El hecho de que estuviera dirigiendo a aquel pequeño grupo con una trompeta llamó la atención de todos y, a partir de aquel día, la isla entera estaba al tanto de que la Sociedad de Socorro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días había sido organizada un diecisiete de marzo.

En diversas ocasiones, algunas personas me dijeron que podrían llegar a olvidarse de mí y de lo que les predicaba, ¡pero que seguramente no se olvidarían de la trompeta! Yo esperaba que tampoco se olvidaran de mi testimonio.

La reina Salóte era la que gobernaba Tonga durante el tiempo en que fui misionero. ¡Qué majestuosa era! Algunas veces fue de visita a Ha’apai; era una mujer muy agradable y muy fuerte en la Iglesia Metodista; aunque no se oponía a nuestra Iglesia, debido a que era la representante oficial de su iglesia en Tonga consideraba que tenía ciertas obligaciones para con su religión. Durante muchos años, se habían tomado algunas decisiones que iban en contra de la Iglesia mormona, pero no eran realmente motivadas por el enojo, sino que más bien tenían el propósito de evitar la competencia.

Aunque teníamos una escuela bastante grande, cuando la reina Salóte visitaba Ha‘apai, siempre nos decían que no estábamos invitados a los grandes banquetes y que tampoco podíamos verla en persona. Todo eso cambió cuando, para una de sus visitas, los líderes del gobierno de Ha’apai quisieron llevar a cabo una ceremonia de izamiento de la bandera en la que estarían todos los niños de las escuelas con sus uniformes. Se había acordado que la reina se cuadraría mientras se izaba la bandera y luego pasaría caminando junto a todos los escolares, que iban a estar alineados a los lados del camino.

—Nosotros tenemos una escuela —les dije a los oficiales del gobierno local—; deberíamos ser parte de la ceremonia.

—Es que no podemos incluirlos —contestaron, tras lo cual les recordé que el Comisionado de Educación de Tonga había autorizado nuestra escuela, por lo que no debían dejarnos fuera. Sin embargo, aun así rehusaron.

—Tocaré la trompeta para el izamiento de la bandera —les propuse, y se les iluminaron los ojos.

—Quizá podamos arreglar algo —dijeron al escuchar mi propuesta; y eso fue lo que hicieron.

Nos pusieron a la cabeza de todas las escuelas para que estuviéramos más cerca del asta, lo cual fue un gran acontecimiento, ya que hasta aquel momento no habían incluido a nuestra escuela en ningún acto oficial. Estoy seguro de que la trompeta fue el factor decisivo.

Practicamos hasta el cansancio. Había cientos, miles de niños en edad escolar, y todos iban a estar vestidos de uniforme.

Finalmente, llegó el gran día; estaba hermoso y despejado. Todos nos pusimos en fila tal como indicaba el plan: los mormones vestidos de verde, los católicos de rojo, los metodistas de azul, etc. Reinaba un gran entusiasmo. La reina se acercó, nos sonrió y les estrechó la mano a algunos de los niños, que estaban de pie, en posición de firme. ¡Había que ver sus sonrisas! Yo toqué la trompeta mientras izaban la bandera; lo que toqué era el equivalente a la composición británica «A los colores» [un toque de clarín para rendir honores a la nación].

Cuando terminamos, la reina se volvió y me dijo:

—Tengo entendido que usted es el director de la escuela mormona.

—Así es.

—Me gustaría que fuera a tomar el té conmigo —me dijo; «el té» en este caso es una comida y no una bebida.

Fue así que tuve la oportunidad de sentarme junto a la reina y charlar con ella largo rato. Era encantadora y muy amable, e incluso se aseguró de que sus sirvientes me llevaran jugo de naranja. Fue muy halagüeña, me hizo muchas preguntas y nos agradeció lo que estábamos haciendo.

En la conversación, dejó bien claro que estaba interesada en nuestra escuela y en lo que hacíamos por su gente, pero no en hablar de religión. Ese acontecimiento probablemente haya sido más simbólico que otra cosa, pero fue un momento clave: de allí en adelante, la reputación de nuestra escuela y de nuestra Iglesia mejoró muchísimo entre la gente en general y también aumentó el orgullo justo que sentían los miembros por su religión; debido a ello, les decían a sus amigos y vecinos: «¿Saben que nuestro misionero estuvo sentado junto a la reina y que nuestra escuela izó la bandera?». A partir de entonces, se empezó a reconocer el buen prestigio de la escuela mormona y muchos de los problemas sutiles que teníamos comenzaron a desaparecer. Aunque seguían existiendo nuestros detractores, todo comenzaba a avanzar en la dirección correcta. Esto fue lo que escribí a mi familia:

«Me acaban de mandar cuatro nuevos matrimonios y familias misio-neros, así que me mantengo bien ocupado ayudándolos a familiarizarse con la obra misional. Los misioneros que tenían fiebre tifoidea ya están mejor lo que significa que tendremos más ayuda. El mantener en funcionamiento las ramas es una verdadera tarea y la labor en la escuela es muy agradable; ya tenemos más de cien alumnos. Aunque sigo tratando de convencer a algunas personas de lo buena que es esta escuela, me resulta divertido ya que estoy muy seguro de lo que hago. La trompeta ha sido muy útil para la escuela».

Recordé todas las veces que había eludido las lecciones y las prácticas de música. Sin embargo, en aquel momento me alegraba de que mi madre me hubiera presionado para que lo hiciera. He oído decir que detrás de cada niño que toque cualquier instrumento musical hay una madre insistente. No estoy seguro de que eso sea verdad en todos los casos, pero probablemente sí lo sea en el mío.

Disfruto de la buena música. Recuerdo que de niño a veces me des-pertaba a la mañana y oía que mamá estaba tocando en el piano obras de Grieg y yo pensaba: «¿Existirá algo más hermoso que esto?».

Me alegraba de tener la trompeta, ya que estaba seguro de que en muchas ocasiones había sido un elemento decisivo en favor de la Iglesia.

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