El Otro lado del Cielo

«Los ángeles registraron el trabajo»


Después de haber recibido mi segundo aliento espiritual, trabajamos más que nunca. Debido a que pasábamos más tiempo haciendo visitas y éramos conscientes de los conflictos que eso causaba con el presidente de la rama, nos dimos cuenta de que debíamos tener nuestra propia casa. Sabíamos que el único modo de obtenerla sería construirla nosotros mismos, así que decidimos hacer exactamente eso. El hacer públicas nuestras intenciones dio lugar a una mezcla de sentimientos profundos; el presidente no quería que nos fuéramos de su casa, pero cuando acordamos construir la nuestra cerca de la suya, se mostró más cooperativo. La rama estaba compuesta por aproximadamente treinta miembros, la mayoría de los cuales eran activos al menos en el sentido de reconocer que eran miembros y asistir a las reuniones; algunos se ofrecieron para ayudar y otros no.

A fin de comenzar a construir, necesitábamos varios postes fuertes de una longitud considerable para que sirvieran de soporte externo. Algunas personas con experiencia nos dijeron que los mejores eran los del «árbol de hierro», cuyo nombre es muy apropiado; es un árbol que crece en los pantanos y dura mucho tiempo, tanto encima como debajo de la tierra. Como no había sierras, la única manera de sacar la madera para los postes era meterse en los pantanos y cortarla con un machete, pero es tan dura que incluso los primeros golpes del machete más filoso apenas le hacían una marquita.

Varios de los hermanos del sacerdocio estuvieron de acuerdo en formar parte de un proyecto para cortar los postes. Una mañana temprano nos encontramos ocho hombres para ir al pantano en grupos de a dos; cada grupo tenía que regresar con cuatro postes de «árboles de hierro» que tuvieran entre doce y quince centímetros de diámetro y de tres a tres metros y medio de largo. Era una tarea formidable, pero todos estuvimos de acuerdo; tomamos algo de beber, comimos unas sobras de talo y partimos hacia el pantano.

El presidente de la rama había hecho las asignaciones de los grupos; a mí me tocó de compañero un hombre joven y fuerte; el hecho de que a Feki le tocó el más perezoso de todos no escapó la atención de ninguno; no pudimos evitar una sonrisa, ya que sabíamos que Feki era, sin duda alguna, el que más trabajaba.

Como en el pantano hace siempre mucho calor y los mosquitos son terribles, todos estábamos apurados por cortar los postes y salir lo más rápido que fuera posible. Durante el tiempo que estuvimos allá, las hermanas de la Sociedad de Socorro se juntaron a tejer polas (hojas de cocotero tejidas) para el techo y las paredes de nuestra casa. También nos dijeron que nos tendrían preparada una buena comida para media tarde, que era cuando calculaban que regresaríamos con los postes.

Cada grupo se fue a una parte diferente del pantano y comenzó a trabajar con los machetes. Mientras yo daba unos cien machetazos, mi compañero descansaba, ¡si es que uno puede descansar sumergido hasta la rodilla en un pantano caluroso y maloliente, lleno de mosquitos que zumban constantemente a su alrededor! Después de cien machetazos, cambiábamos los puestos, él trabajaba y yo intentaba espantar los mosquitos. A pesar de que por momentos el brazo se me cansaba terriblemente, parecía que era mejor dar machetazos que estar quieto. Creo que, ya fuera quietos o dando con el machete, nos picaban más o menos con la misma frecuencia, pero al trabajar arduamente, no se sentían tanto los mosquitos, el calor ni el olor.

Finalmente, terminamos de cortar nuestros árboles. Una vez que les quitamos las ramas, ya teníamos cuatro postes de longitud y diámetro suficientes para llegar a la meta establecida. Posiblemente serían como las tres de la tarde cuando regresamos arrastrando nuestros postes; una de las parejas de trabajadores había llegado un momento antes que nosotros y otra llegó momentos después. Esperamos y esperamos, pero Feki y su compañero no llegaban. Aunque la Sociedad de Socorro ya tenía la comida lista, decidimos esperar hasta que ellos regresaran. Las mujeres todavía estaban tejiendo polas así que mientras esperábamos, las ayudamos.

Tejer polas es un proceso interesante. Hay que unir las hojas de cocotero una por una y luego, cada tanto, quebrar el dorso de una de las hojas y clavar el pecíolo roto en la siguiente hoja para mantenerlas unidas. Algunas personas hacen el tejido apretado y firme; otras lo hacen demasiado suelto. Durante las varias semanas que nos llevó construir nuestra casa, tejí muchas polas y llegué a ser bastante diestro en esa tarea.

Estuvimos esperando, tejiendo y charlando por un largo rato. Pasó una hora; Feki no aparecía. Teníamos hambre y la comida estaba lista, pero seguimos esperando. Dos horas. ¿Dónde estaba Feki? Todos sabíamos qué era lo que había pasado y por qué estaban demorando tanto; todos comentámos lo mismo a medida que teníamos más y más hambre.

Finalmente, después de casi tres horas, llegaron Feki y el compañero arrastrando cuatro lindos postes. Casi al unísono exclamamos: «¡Al fin! ¿Por qué demoraron tanto?». Nadie dudaba de que Feki se había encargado prácticamente de todo el trabajo y estábamos presionándolo para que nos dijera cuán haragán era su compañero; a pesar de eso, él se limitó a sonreír al tiempo que colocaban sus postes junto al resto.

Mientras las hermanas de la Sociedad de Socorro servían la comida, nosotros seguíamos insistiendo, pero él no decía nada. Finalmente, yo le dije: «Pero ¡vamos, Feki! Cuéntanos por qué demoraron tanto. ¿Es que tu compañero no trabajó nada?».

Feki me miró fijo a los ojos. Miró al resto también y luego, dijo con voz suave: «¿Qué importancia tendría para ustedes saber por qué demoramos tanto? Trajimos nuestros postes. Los ángeles registraron el trabajo que hemos realizado hoy y eso es lo único que importa». Después nos regaló una gran sonrisa y se sentó. Nos miramos unos a otros un tanto avergonzados, porque en el fondo nos dábamos cuenta de que él había hablado con verdad y había dicho algo realmente profundo. Hasta entonces, nunca había visto a Feki como una persona profunda pero, a partir de aquel momento, así fue. Repentinamente, el ambiente pasó de las bromas a la reflexión.

La comida estaba lista así que, después de la oración, todos comimos y comenzamos a reírnos. Charlamos comentando los diferentes acontecimientos de aquel día; estábamos contentos, puesto que la comida era buena, nuestra hambre había sido satisfecha y ya teníamos los postes.

Aquella noche, durante momentos aislados de silencio, medité sobre la fuerza que tenían las palabras de Feki: «¿Qué importancia tendría para ustedes saber por qué demoramos tanto? Trajimos nuestros postes. Los ángeles registraron el trabajo que hemos realizado hoy y eso es lo único que importa».

Pensé en las muchas cosas que hacemos en la escuela o la universidad, con los amigos, en los negocios e incluso en la Iglesia, la mayoría de las cuales son para hacer ostentación, para obtener reconocimiento o para estar entre los mejores de la clase. Las enseñanzas del Salvador inundaron mi mente: «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:21). «Ninguno puede servir a dos señores» (Mateo 6:24), y otras. Pensé en los fariseos, en la soberbia y en las trompetas para jactarse; pensé en la blanca de la viuda, y luego estuve un largo rato pensando en el pu- blicano: Me parecía verlo y escuchar las palabras que pronunció mientras se golpeaba el pecho: «Dios, sé propicio a mí, pecador» (Lucas 18:13).

Mientras desaparecía la luz del atardecer y a nuestro alrededor caía la oscuridad, me fijé a través de la pequeña fogata en los ojos danzarines de Feki y el corazón se me llenó de admiración; se había negado por completo a degradar a otra persona. Sabía que podía confiar en él. Sí, los ángeles habían dejado un registro del trabajo, de las palabras y los sentimientos de aquel día, y todo era bueno.

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