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El llamamiento al Quórum de los Doce
AL TERMINAR su misión en septiembre de 1958, John Hunter retornó a sus estudios preliminares de derecho en la Universidad Brigham Young. Asimismo, volvió a cortejar a Louine, la hija de A. Kay Berry, un íntimo amigo de Howard que había sido también su consejero en la presidencia de la estaca. “El 27 de diciembre, dos días después de la Navidad, pasó a ser una importante fecha para nuestra familia porque fue el día en que nuestro hijo mayor contrajo matrimonio”, escribió Howard en su historia. “John, Louine, sus padres, Claire y yo fuimos esa mañana al Templo de Los Angeles, donde todos participamos en una de las sesiones en la cual Louine recibió su investidura. Después de ello, John y Louine fueron sellados en una hermosa ceremonia.”
Cinco días más tarde, en el Año Nuevo, el joven matrimo-nio regresó a la universidad en Provo, Utah. “Terminadas las idas y venidas de las fiestas”, escribió Howard, “comenzamos el año 1959, el que nos pareció que habría de ser más bien tranquilo.”
Aparentemente, tal predicción fue acertada porque Howard no halló mucho sobre lo cual escribir en su historia durante los primeros nueve meses de 1959. Después de un breve descanso al regresar de su viaje alrededor del mundo, en febrero Claire se inscribió nuevamente en el Colegio de la Ciudad de Pasadena, para tomar una clase de biología. En su práctica de la abogacía con su socio, Gordon Lund, Howard trabajaba sin problemas y también continuaba diversificando y expandiendo sus inversiones con Gilíes DeFlon.
Habiendo viajado tanto en el año anterior, Howard y Claire disfrutaban ahora la quietud del hogar. En agosto fueron a Provo para asistir a la graduación de Louine de la Universidad Brigham Young y unas semanas después, el 17 de septiembre, Howard escribió: “Hoy es una fecha memorable para la familia Hunter, porque en ella nació Robert Mark, nuestro primer nieto, en Provo.”
La conferencia general de octubre iba a realizarse los días 9, 10 y 11, así que Claire viajó a Utah una semana antes para poder conocer mejor a su nietecito. Howard y el obispo Eric J. Smith, del Barrio Este de Pasadena, viajaron en avión el viernes 9 y tras arribar a Salt Lake City, se fueron directamente al Tabernáculo, llegando cuando la primera sesión de la conferencia estaba ya por terminar. En su diario, Howard escribió:
“Concluida la primera sesión, conversé con varias personas en la Manzana del Templo y luego fui al Hotel Utah, donde me aguardaba Daken K. Broadhead, mi consejero en la presidencia de la Estaca Pasadena. Me dijo que la hermana Claire Middlemiss,’ la secretaria del presidente McKay, había estado buscándome. . . y que le había pedido que me dijera que fuera lo más pronto posible a la oficina del Profeta. Daken me dijo, ‘Sabes que hay una vacante en el Consejo de los Doce’. Yo le respondí, ‘Sé que estás bromeando. La Primera Presidencia me había pedido ciertos datos y estoy seguro de que quieren que les dé un informe.”
Howard se dirigió inmediatamente al Edificio de Administración de la Iglesia, a sólo unos pasos del Hotel Utah, donde la hermana Middlemiss lo condujo a la oficina del presidente McKay. Su relato continúa diciendo:
“El presidente McKay me recibió con una agradable sonrisa y un cálido apretón de manos, y entonces me dijo: ‘Tome asiento, presidente Hunter, pues quiero hablar con usted. El Señor ha revelado Su palabra. Usted ha sido llamado a ser uno de Sus testigos especiales y mañana habrá de ser sostenido como miembro del Consejo de los Doce.’
“No puedo expresar el sentimiento que me acometió en ese momento. Los ojos se me llenaron de lágrimas y no pude pronunciar una sola palabra. Nunca me he sentido tan humilde como cuando estuve en la presencia de ese hombre tan noble, agradable y bondadoso—el Profeta del Señor. Me habló del gozo que este llamamiento traería a mi vida, de mi vinculación con las demás Autoridades Generales y que desde ese momento debía dedicar mi vida y mi tiempo al servicio del Señor y que ahora pertenecería a la Iglesia y al mundo entero. Me dijo también otras cosas, pero yo estaba tan emocionado que no puedo recordarlas en detalle. Recuerdo, sin embargo, que me abrazó y me aseguró que el Señor me amaba y que contaba con el apoyo y la confianza de la Primera Presidencia y del Consejo de los Doce.
“La entrevista sólo duró unos minutos y, al despedirme, le dije que yo amaba a la Iglesia, que él y los otros miembros de la Primera Presidencia y del Consejo de los Doce tenían mi sostenimiento, y que me sentía feliz de poder consagrar mi tiempo, mi vida y todas mis posesiones a este servicio. El presidente McKay me dijo que podía llamar a Claire y comunicarle la novedad. . . . Regresé al Hotel Utah y llamé a Claire, quien se encontraba en Provo, pero cuando contestó el teléfono no pude ni hablar.”
Al fin logró contarle a Claire lo que había pasado, y ella le dijo que esa misma tarde viajaría con John y Louine a Salt Lake City.
Howard asistió a la sesión de la tarde de la conferencia con Daken Broadhead, “pero me sentía tan nervioso”, dijo, “que salí del Tabernáculo, me fui a caminar calle arriba hasta el capitolio del Estado y luego regresé poco antes de que terminara la sesión.”
Esa tarde, y tal como lo habían planeado de antemano, Howard y John fueron a ver el partido de fútbol entre los equipos de la Universidad de Utah y la Universidad Brigham Young, en tanto que Claire y Louine se quedaron en el hotel con el bebé. “No recuerdo haber seguido mucho el desarrollo del juego”, escribió Howard, “porque no podía concentrarme en ello.” John recuerda que, aunque el partido fue emocionante, su padre estuvo todo ese tiempo con la mirada fija en el centro del campo de juego. Esa noche, antes de retirarse a dormir, Howard y Claire conversaron durante largas horas.
En la sesión del sábado por la mañana de la conferencia, el presidente J. Reuben Clark, hijo, leyó el nombre de cada una de las autoridades de la Iglesia para el voto de sostenimiento. “El corazón me latía fuertemente al pensar yo en cuál sería la reacción cuando se mencionara mi nombre”, dijo Howard. “Nunca había experimentado un sentimiento de pánico tal. Se leyó entonces el nombre, uno a uno, de los miembros del Consejo de los Doce, y el duodécimo fue el mío.”
Al concluir esa parte de la reunión y después de decir algunas palabras a la congregación, el presidente Clark invitó a Howard a que ocupara su lugar en el estrado con los Doce.
“Nunca había visto yo tantos fotógrafos”, recordaba Howard, “y las bombitas de magnesio se encendían por doquier. Al subir los escalones del estrado, mi corazón parecía acelerar sus latidos. El élder Hugh B. Brown cambió de asiento y tomé entonces mi lugar como el miembro número doce del Quórum. Me pareció que todas las miradas se posaban sobre mí y también sentí el peso del mundo sobre mis hombros. A medida que la conferencia seguía su curso, me sentí bastante incómodo y pensé si realmente me correspondía estar en ese lugar.”
Cuando llegaron el domingo al Tabernáculo para asistir a la sesión matutina de la conferencia, Howard y Claire tenían por primera vez asientos reservados: para él en el estrado con las demás Autoridades Generales, y para ella en una sección especial para las esposas de las mismas. En la sesión de la tarde, el presidente McKay llamó a Howard para que fuera el último discursante. Aquélla fue una experiencia que llenó tanto de terror como de humildad al nuevo apóstol quien, después de referirse brevemente a la historia de su vida y de dar su testimonio, concluyó diciendo:
“No me disculpo por las lágrimas que en esta ocasión me vienen a los ojos, porque sé que me encuentro delante de amigos, mis hermanos y hermanas en la Iglesia, cuyo corazón late hoy como el mío con la emoción que producen el evangelio y el servicio al prójimo. Presidente McKay, quiero que sepa usted, y que lo sepan también todos los miembros de la Iglesia, que acepto sin reserva alguna el llamamiento que me ha extendido, y estoy dispuesto a dedicar mi vida y todo lo que poseo a este servicio. Y mi esposa me secunda en esta promesa.”
El martes siguiente, Howard se reunió con el presidente Moyle y luego con el presidente McKay, para aprender lo que de él se esperaba. Ambos le sugirieron que, por el momento, viajara todas las semanas a Salt Lake City para asistir a las reuniones que los jueves realizaban en el templo la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce, pero que debía continuar viviendo en el sur de California hasta que pudiera liquidar sus negocios y su práctica de la abogacía, como así también cumplir con todas las obligaciones y compromisos que tuviere pendientes.
Esa tarde, el élder Spencer W. Kimball lo llevó al templo para mostrarle las salas de consejos y explicarle el procedimiento de las reuniones. “Aprecié mucho esa instrucción porque me siento un tanto extraño”, escribió Howard.
El jueves 15 de octubre fue un día que Howard W. Hunter jamás habría de olvidar. Esa mañana, en la reunión semanal de la Primera Presidencia y los Doce en el templo, el presidente McKay encomendó el tradicional cometido apostólico al nuevo apóstol—la cuádruple misión de dar su testimonio al mundo como testigo especial de Jesucristo, de ser uno en propósito con los otros apóstoles, de subordinar toda otra responsabilidad y obligación que le correspondieren como apóstol, y mantener estrictamente confidencial todo asunto que tratara el consejo.
En respuesta a ello, Howard declaró: “Este llamamiento habrá de tener precedencia sobre todo lo demás y estoy dispuesto a dejar de lado cualquier otra cosa para atender lo que se me pida en espíritu de devoción y humildad con respecto a este llamamiento.”
Las Autoridades allí presentes pusieron entonces las manos sobre su cabeza y el presidente McKay lo ordenó apóstol, oficio que, según lo explicara Brigham Young en 1861, “le concede la posesión de toda llave, poder, autoridad, comunicación, beneficio, bendición, gloria y reino que hayan sido jamás revelados al hombre.”2 A continuación, el presidente McKay lo apartó como miembro del Quórum de los Doce.
Los élderes Harold B. Lee y Marión G. Romney, que se hallaban fuera del país en una asignación especial, le enviaron telegramas expresándole su apoyo. Desde Austria, el élder Romney también le envió una carta en la que decía: “Mientras conversaba con Ida el domingo por la noche, ella me preguntó quién pensaba yo que iba a ser llamado para ocupar la vacante en el quórum. Le dije que, por supuesto, yo no lo sabía pero que tenía el presentimiento de que probablemente fuera alguien de California y que, a mi juicio, sería Howard Hunter. Sabrá usted entonces que con toda el alma recibí gozoso las buenas nuevas. Le felicito y le doy mi bienvenida a nuestra hermandad.”
Una época de transición y cambios
HOWARD WILLIAM HUNTER llegó a ser el septuagésimo cuarto hombre en ser ordenado apóstol en esta dispensación. La vacante en el Consejo de los Doce se había producido cuando, en junio de 1959, el élder Henry D. Moyle fue llamado a servir en la Primera Presidencia después del fallecimiento del presidente Stephen L. Richards, quien era el primer consejero en la misma. El presidente J. Reuben Clark, hijo, que había sido el segundo consejero, pasó a ser el primer consejero del presidente McKay, y el élder Moyle fue llamado como segundo consejero.
A los 51 años de edad, el élder Hunter era entonces el tercer apóstol nacido en el siglo veinte y el más joven de los Doce. Le seguía en edad entre los más jóvenes el élder Richard L. Evans, de 53 años. Entre Howard y el élder Evans, se sentaban en la sala de consejos del Templo de Salt Lake el élder George Q. Morris, de 85 años de edad, y el élder Hugh B. Brown, de 75 años. Joseph Fielding Smith, de 83 años de edad, quien fue ordenado apóstol en 1910, era el Presidente de los Doce.
La edad promedio de los doce hombres que componían el consejo en esa época era de sesenta y siete años. Estos hombres habrían de ejercer, en el transcurso de la década siguiente, una enorme y significativa influencia en la Iglesia.3
De acuerdo con los escritores James B. Alien y Glen M. Leonard, la década de 1950 había sido una “importante era de transición para la Iglesia” cuando
una nueva orientación en la obra misional, los programas para la juventud, la obra del templo y el sistema educativo, como asimismo un renovado interés en la expansión de la Iglesia fuera de los Estados Unidos, establecieron los cimientos para dos de los desarrollos más extraordinarios de las tres décadas siguientes: un genuino internacionalismo y una amplia innovación en asuntos administrativos, lo cual contribuiría tanto al carácter mundial como al crecimiento de la Iglesia….
Al comenzar la década de 1960 con más de 1.600.000 miembros en todo el mundo, la Iglesia había ya sobrepujado la simple estructura administrativa establecida en la época de José Smith, atendiendo las necesidades de los miembros mediante tres organizaciones básicas. Una era el sistema eclesiástico común, con su correlación bien definida de la autoridad del sacerdocio; otra eran las organizaciones auxiliares. . . cada una de las cuales tenía su propia mesa general y sus oficiales, publicaba sus propios manuales, llevaba a cabo sus propias conferencias, determinaba cuáles habrían de ser sus cursos de estudio y editaba sus propias revistas. Una tercera organización incluía un sinnúmero de servicios profesionales necesarios para el normal funcionamiento de la Iglesia—los cuales continuarían ramificándose.4
En 1959, cuando el élder Hunter recibió su llamamiento, había más de un millón y medio de miembros en 290 estacas y 50 misiones. La mayoría de ellos estaba concentrada en la parte oeste de los Estados Unidos y había solamente tres estacas en otros países: dos en Canadá y una en la ciudad de Auckland, Nueva Zelanda. En los doce años siguientes el numero de miembros, estacas y misiones habría de duplicarse, produciéndose la mayor parte de este crecimiento en Lati-noamérica y en otras regiones lejos de la sede de la Iglesia.
Con la inauguración del servicio aéreo por medio de aviones a retropropulsión, lo cual ocurrió unos diez meses antes de la ordenación del élder Hunter, y el desarrollo de la televisión y otros medios de comunicación por medio de satélites, se inauguró una era totalmente nueva. A partir de entonces, las Autoridades y oficiales de la Iglesia pudieron viajar, ser consultados y proveer capacitación y apoyo con mayor facilidad, beneficiando así a los miembros que en su mayoría—en especial fuera de la región oeste de los Estados Unidos—serían conversos.
Howard W. Hunter, el nuevo apóstol, habría de destacarse entre aquellos que participarían en este extraordinario desarrollo.
Los preparativos para la mudanza a Utah
CUANDO HOWARD Y CLAIRE regresaron a Los Angeles en avión el jueves por la noche después de su ordenación, les esperaban en el aeropuerto sus orgullosos padres, Will y Nel-lie Hunter, su hermana Dorothy Rasmussen con sus hijas Susan y Kathy, y J. Talmage Jones, su buen amigo y ex consejero en la presidencia de la estaca.
Después de una animada reunión, la exhausta pareja regresó a su hogar donde, según lo describió Howard en su diario, “comenzamos a darnos cuenta de la transformación que ahora se produciría en nuestra vida y en nuestros planes a raíz de lo sucedido esta semana. Siempre habíamos disfrutado de nuestro hogar en California y de la vida familiar con nuestros hijos. Nunca se nos había ocurrido la idea de cambiar nuestra residencia, dejando atrás a tantos amigos. Ahora nos enfrentábamos con la realidad de tener que ordenar nuestras cosas para poder responder al llamamiento que habíamos recibido.”
Al llegar a su oficina al día siguiente, Howard se encontró con numerosa correspondencia, mensajes telefónicos y telegramas de mucha gente que le hacía llegar sus felicitaciones. Su llamamiento al Consejo de los Doce se había anunciado en los principales periódicos de Los Angeles, con artículos biográficos en la primera plana de algunos de ellos. Uno de sus clientes de mucho tiempo lo llamó para felicitarlo y le dijo que “la Iglesia tiene que haberle hecho una oferta muy tentadora” para que abandonara su práctica tan provechosa de la abogacía a fin de convertirse en un oficial vitalicio de la misma.
“La mayoría de la gente no comprende por qué los miembros de nuestra fe aceptamos los llamamientos ni el cometido de dedicarnos totalmente al servicio”, escribió Howard en su diario. “He disfrutado en forma cabal la práctica de la abogacía, pero este llamamiento que he recibido supera totalmente las ambiciones de la profesión o el enriquecimiento monetario.”
La semana siguiente comenzaría un régimen de vida que habría de observar durante muchos meses: el miércoles, después de las horas de oficina, tomaba el tren en Los Angeles y viajaba durante la noche a Salt Lake City; al otro día asistía a la reunión semanal de la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce en el templo; luego se ocupaba de todo isunto acumulado sobre su escritorio en el Edificio de Administración de la Iglesia; y finalmente tomaba el tren nocturno de regreso a Los Angeles e iba directamente a su oficina para atender las tareas del día. A veces solía cambiar un tanto la rutina partiendo desde California un martes por la noche y en ocasiones viajaba en avión.
No pasó mucho tiempo antes de que se le asignara asistir a conferencias de estaca en fines de semana, y continuó ocupando el cargo de presidente de la Estaca Pasadena hasta el fin de noviembre, cuando en una conferencia el presidente Joseph Fielding Smith reorganizó dicha presidencia.5 Después de la conferencia, el élder Hunter escribió en su diario: “Esta ha sido la experiencia más agradable de mi vida. He disfrutado de la tarea y he amado mucho a las personas con quienes he traba-jado. Fui llamado como presidente de la estaca el 26 de febrero de 1950 y ésta fue la cuadragésima conferencia trimestral que he dirigido. … Al finalizar, recibí muchas manifestaciones de afecto de parte de la gente y, cuando fui a la oficina a buscar mi sombrero, sentí un nudo en la garganta.”
Howard Hunter continuó desempeñando diversas tareas, incluso un discurso por la cadena de radio NBC en la Navidad de 1959 y dos discursos en una serie de charlas fogoneras para la juventud, auspiciadas por la Iglesia a principios de 1960, como asimismo la función de apartar a muchas presidencias de estaca y obispados en el sur de California.
El lunes 2 de enero escribió en su diario: “A mi escritorio llegan todos los problemas relacionados con la Iglesia en el sur de California. Fui a mi oficina, pero debido a los numerosos llamados telefónicos es muy poco lo que pude hacer. A los miembros les resulta más fácil llamarme aquí por teléfono que tratar de comunicarse con las Autoridades Generales en Salt Lake City.”
El 29 de febrero escribió: “Este es un día que sólo llega cada cuatro años, aunque bien podría haberse cancelado a juzgar por lo que he logrado completar hoy. Fui a la oficina, pero se me interrumpió tantas veces que es muy poco lo que pude hacer.”
Las actividades de Howard durante e inmediatamente después de la conferencia general de abril de 1960 sirvieron para ilustrar su complicado programa diario y la extraordinaria energía que su función le requería. Las sesiones de la conferencia tuvieron lugar el domingo 3, el martes 5 y miércoles 6 de abril.6 En vez de asignársele que hablara en una sesión general, debió hacerlo en un programa transmitido el domingo momentos antes de la actuación del Coro del Tabernáculo y de la sesión matutina de la conferencia. Esa noche habló también en la conferencia semestral de la Escuela Dominical.
En la noche del miércoles 6 de abril habló en una cena de un barrio y el jueves asistió a varias reuniones y trabajó luego hasta muy tarde en su oficina en Salt Lake City. El viernes tomó un avión a las tres de la mañana hacia Los Angeles y desde el aeropuerto mismo fue directamente a su despacho. El sábado tomó otro avión con destino a Oregón para asistir a una conferencia de estaca y regresó a su hogar el domingo por la noche.
El lunes trabajó en su oficina hasta la medianoche y el martes lo hizo hasta las nueve de la noche, cuando debió dirigirse al aeropuerto para tomar un vuelo a Salt Lake City. Al cabo de dos días de numerosas reuniones el miércoles y el jueves, tomó el tren a Los Angeles y al llegar en la mañana del viernes fue desde la estación directamente a su oficina.
El sábado, después de trabajar un rato en el patio de su casa y de limpiar la piscina, fue a visitar a un amigo que se encontraba enfermo, trabajó un par de horas en su despacho y asistió a las reuniones de la conferencia trimestral de la Estaca Los Angeles. El domingo, desayunó temprano con sus padres, asistió a una reunión preliminar y a las dos sesiones de la conferencia de estaca, y luego fue a la casa de Dorothy, donde la familia celebró el cumpleaños de su padre.
Mientras ocurría todo esto, Claire se hallaba en Salt Lake City en busca de una casa donde vivir.
En su historia, Howard escribió el sábado 2 de julio: “Hoy terminé muchas de las cosas que necesitaba hacer en la oficina, completando así casi todos los asuntos pendientes. Estuve solo en la oficina y me di cuenta de que mi práctica de la abogacía había llegado a su fin. Hice algunas notas sobre varios expedientes y las dejé sobre el escritorio de Gordon Lund. Me sentí muy triste al salir de la oficina y pensé en lo mucho que he disfrutado de mi profesión, la cual ha sido una parte esencial de mi vida en estos últimos años, pero a pesar de ello, estoy a la vez contento y feliz de poder responder a este gran llamamiento que he recibido de la Iglesia.”7
Aunque Howard indicó que había terminado sus tareas en la oficina, continuaba atendiendo en ella cuestiones de negócios prácticamente todos los días que permaneció en Califor-nia, hasta que él y Claire se mudaron a Salt Lake City en abril de 1961. La firma Hunter y Lund continuó, bajo la dirección de Gordon Lund, administrando por muchos años todo asunto legal de sus clientes, y Howard visitaba con frecuencia la oficina cada vez que viajaba a Los Angeles en funciones de la Iglesia o para asistir a las reuniones del directorio de la Compañía de Propiedades Watson. Y aunque no ejercía mucho la abogacía en Utah, podía hacerlo porque el 29 de enero de 1963 fue admitido en la barra de Abogados del estado.
Sus viajes y funciones
En EL VERANO de 1960, Richard Hunter iba a terminar su misión en Australia. Howard y Claire habían estado haciendo planes por mucho tiempo para ir a buscarlo y emprender con él un viaje alrededor del mundo, tal como lo hicieran con John cuando éste terminó su misión en 1958.
Ahora, considerando su llamamiento en el Consejo de los Doce, Howard vacilaba en ausentarse por dos meses, pero el presidente McKay le sugirió que llevara a cabo sus planes originales. Y así fue que, el 4 de julio de 1960, los Hunter iniciaron su segundo viaje por el mundo, el cual incluiría visitas a lugares de interés combinados con reuniones oficiales y extraoficiales con miembros de la Iglesia en casi todos los lugares que visitarían. Después de cinco días en Hawai, fueron a Japón, y de allí a Taiwán y a Hong Kong, lugares en donde asistieron a conferencias de distrito. En Hong Kong se reunieron con Richard, quien había llegado en avión dos días después de su relevo.
Desde allí, los tres viajeros volaron a Saigón, la capital de Vietnam del Sur, donde se reunieron con soldados mormones y otros miembros de la Iglesia que trabajaban en esa ciudad. En una reunión sacramental con ellos, Howard organizó un grupo y apartó a los élderes, después de lo cual todos participaron de la santa cena y dieron su testimonio. Ese año, algunos revolucionarios comunistas, conocidos por el nombre de “vietcong”, comenzaron a intensificar su lucha contra los vietnamitas del sur y, a los pocos meses de que los Hunter estuvieran allí, el país sufriría los estragos de una guerra en gran escala y su consecuente devastación.
Su siguiente destino fue Phnom Penh, la capital de Cam-boya (país que también iba a verse envuelto en la guerra con los “vietcong”), donde Claire le había tomado algunas fotos a dos niñas junto a un templo dos años antes. Se las ingeniaron para encontrar al maestro de escuela de una de aquellas niñas y le pidieron que les hicieran llegar las fotografías.
Después prosiguieron su viaje hacia Bangkok, Rangún, Calcuta (donde Claire se cayó fracturándose una muñeca), Nueva Delhi, Bombay, El Cairo, Jerusalén, Beirut, Estambul, Atenas, Roma, Venecia, Viena, Zurich, Berna, Ginebra, París, Amsterdam, Londres y Nueva York, llegando de regreso a su hogar en altas horas de la noche el lunes 5 de septiembre.
Como de costumbre, Howard no tomó el tiempo suficiente para recobrarse de su cansancio. Trabajó todo el día tanto el martes como el miércoles, y en la noche de este último tomó un vuelo a Salt Lake City. Debido a un mal funcionamiento del avión, tuvo que esperar varias horas en el aeropuerto de Las Vegas, estado de Nevada, llegando a su destino a las cuatro y treinta de la mañana del jueves. “Ya la noche había pasado, así que me dirigí a la oficina sin acostarme”, dijo. Después de la reunión en el templo, se trasladó en avión a Great Falls, estado de Montana, donde le esperaba el élder Delbert L. Stapley, y juntos viajaron en automóvil a Leth-bridge, provincia de Alberta, en Canadá, donde durante dos dias realizaron varias reuniones, dividieron la Estaca Leth-bridge y organizaron la Estaca Taber. Después de las sesiones de la conferencia de estaca ese domingo, Howard tomó el avión de regreso y llegó a Great Falls poco antes de la medianoche. Temprano en la mañana siguiente tomó un vuelo hacia Salt Lake City, pasó algunas horas en su oficina y luego regresó a Los Angeles. Dos días más tarde debió tomar otra vez el avión en horas de la noche para retornar a Salt Lake City.
Además de sus funciones relacionadas con las estacas, Howard debió participar también en tareas correspondientes a diferentes comités y mesas generales, tales como el comité de personal de la Iglesia,8 el comité general del plan de bienestar, el comité general del sacerdocio, el comité misional,9 el consejo fiduciario de la Universidad Brigham Young, el consejo de educación de la Iglesia y varios otros grupos especiales, como también en calidad de asesor de la Escuela Dominical y de la Primaria. De tanto en tanto, sus funciones eran modificadas, a veces agregándosele algunas y siendo relevado de otras. Pero, invariablemente, sus responsabilidades eran muchas.
Una de las asignaciones de mayor importancia y exigencia fue la que recibió el 17 de noviembre de 1960, cuando el presidente Moyle lo llamó a su oficina y le entregó una carta en la que se le encargaba la revisión, para informe de la Primera Presidencia, de las solicitudes de personas divorciadas que deseaban obtener su recomendación para el templo. Hasta entonces, esa tarea había estado a cargo del presidente Clark, quien por razones de salud debió ser relevado. El presidente Moyle le indicó a Howard que se le confiaba esa responsabilidad debido al conocimiento y la experiencia que tenía en cuanto al aspecto legal de estos asuntos.
En numerosas ocasiones a través de las semanas, los meses y los años subsiguientes, el élder Hunter anotó en su diario las largas horas que dedicó a examinar tales solicitudes. Al año de haber recibido ese cargo, informó a la Primera Presidencia que había tramitado unos 2.600 casos. En esa época se dispuso que no sería necesario aprobar los divorcios ocurridos antes del bautismo de la persona, y el élder Hunter recomendó que “se permitiera que los obispos y presidentes de estaca determinaran por sí mismos si la persona divorciada era o no digna de entrar en el templo y que la Primera Presidencia se encargara de los casos de divorcio que involucraran un sellamiento en el templo.” La recomendación fue aprobada por unanimidad. “Esto habrá de disminuir el número de solicitudes y facilitará a la vez la tarea”, comentó.
Pero en realidad no fue así. El volumen de trabajo aumentó cuando en junio de 1962, además de las aprobaciones de divorcios, se le encomendó la revisión de los pedidos de anulación de sellamientos. “La sucesión de estos casos continúa sin cesar, día a día”, escribió pocos meses después. Ese fue un cargo que ocupó hasta febrero de 1970.
La felicidad del hogar propio
DURANTE LOS primeros dieciocho meses como Autoridad General y a raíz de sus numerosos viajes a Salt Lake City, sus visitas a conferencias de estaca y sus dos meses de excursión por el mundo, Howard estuvo en su casa tanto como estuvo fuera de ella. Cuando viajaba entre Los Angeles y Salt Lake City en tren, con frecuencia lograba preparar sus papeles en el camarote hasta muy tarde antes de acostarse para dormir unas pocas horas, y por lo general iba directamente a la oficina al llegar. Cuando tenía que pasar la noche en Salt Lake City, se quedaba en la casa de algún familiar o en el Hotel Utah.
Poco después que Howard fuera llamado al Consejo de los Doce, él y Claire comenzaron a buscar una casa para comprar o un terreno donde edificarla; ella lo acompañaba muchas veces a Salt Lake City y recorría sola diferentes lugares mientras él asistía a las reuniones.
Antes de poder concretar ninguna transacción, sin embargo, era necesario que vendieran su casa en California. Habiendo sido siempre muy diestro con las herramientas, Howard comenzó a hacer algunas reparaciones y a arreglar el patio para hacer la casa más atractiva, y lograron venderla en febrero de 1961. Para entonces, habían decidido construir una casa nueva en Salt Lake City por lo que, mientras tanto, se sintieron muy agradecidos cuando el presidente Bryan Bunker, de la Misión California, les alquiló su casa en la zona este de la ciudad.
Una compañía de mudanzas se encargó de cargar en un camión los muebles y demás cosas, y el 17 de abril, después
de despedirse de sus vecinos y de John y Louine, Howard y Claire partieron con rumbo a Utah. Howard escribió: “Viajamos en auto toda la noche y cuando empezó a amanecer, nos detuvo un patrullero y me dio una boleta por exceso de velocidad. Tal fue nuestra bienvenida a Utah.”
Los Hunter se establecieron en su casa alquilada y comenzaron a familiarizarse con sus nuevos vecinos, el barrio y la comunidad. Pocos meses más tarde, compraron un terreno en la zona denominada Oak Hills, al pie de las montañas al este de la ciudad, a sólo diez minutos en automóvil de su oficina. Las responsabilidades de Howard continuaban aumentando y, después de varios años de haber tenido que trasladarse de un lado a otro en la zona de Los Angeles, se sentía feliz ahora de poder vivir cerca de su oficina.
Una de las cosas a que tuvieron que acostumbrarse fue el clima, con sus cuatro estaciones bien diferentes y sus temperaturas extremas. En octubre de 1961, Howard escribió: “Esta noche, después de cenar, vacié el radiador de nuestros dos automóviles y los llené luego con anticongelante. Esto es algo que nunca había hecho antes. No es fácil vivir en una región fría.” Llegado el otoño, recibieron la grata noticia de que Richard y Nan Greene, que habían estado saliendo juntos por cinco años, habían decidido casarse. El 8 de diciembre Howard ofició en la ceremonia matrimonial y de sellamiento en el Templo de Salt Lake, y esa noche, Sullivan y Florence Greene, los padres de Nan, ofrecieron una cena a amigos y familiares en un restaurante cerca de su casa.
“Estamos tan agradecidos de que nuestros hijos se hayan casado en el templo y que ambos tengan compañeras tan maravillosas”, escribió Howard. “Parece que fue apenas ayer cuando eran niños, y ahora están ya en camino de formar sus propias familias. No hay una mayor bendición para los padres que la de ver que sus hijos continúan en la fe y que tienen fuertes testimonios. Nos sentimos inmensamente bendecidos.” El 13 julio de 1962 fue para los Hunter un día que prefieren olvidar. “En las primeras horas de la mañana”, comentó Howard en su diario, “se produjo una terrible tormenta de truenos y relámpagos. El periódico informó que esa simple hora de lluvia superó todas las que, en un período comparable, se habían jamás registrado en la historia de Salt Lake City. Yo acababa de llegar a mi oficina cuando Claire llamó por teléfono para hacerme saber que nuestro sótano se había inundado.”
Howard salió de prisa hacia la casa y se encontró con que un verdadero torrente había anegado la calle, desbordándose por sobre la acera, entrando por la ventana del sótano, y acarreando barro y basura. El piso, sobre el cual habían colocado los muebles y otras cosas, estaba cubierto con unos quince centímetros de lodo y agua. “Trabajamos todo el día sacando afuera las cosas y desagotando el sótano”, dijo. “Me pareció haber sacado miles de baldes de agua.” A eso de la medianoche, habiendo sacado ya casi toda el agua y el barro, pudieron acostarse totalmente exhaustos.
A las seis de la mañana del día siguiente comenzaron a revisar las cajas para evaluar el daño. Richard y Nan habían dejado allí muchos regalos de boda y otras cosas, así que Howard llamó a su hijo, quien se encontraba en Provo asistiendo a la universidad para comenzar luego sus estudios en la facultad de derecho. Richard y Nan acudieron sin demora y en la tarde “la entrada al garaje estaba literalmente cubierta de cajas de cartón y cajones mojados. El jardinero vino, cargó todo en su camión y lo llevó al basurero municipal. El patio trasero quedó cubierto de libros, colchones y una infinidad de cosas que pusimos a secar al sol. Es algo verdaderamente desalentador.”
Les llevó dos días abrir todas las cajas y evaluar el daño. Entre las cosas que se arruinaron estaba el juego de la Enciclopedia Británica y otros libros de la enorme colección de Howard, aun muchos que resultaría imposible remplazar. “Me sentí totalmente abatido cuando descubrí que mi ejemplar de la primera edición del Libro de Mormón había quedado completamente empapado”, comentó. “Siempre fue para mí algo muy valioso porque en la primera página tenía palabras escritas de puño y letra del profeta José Smith.” Entonces llevó el ejemplar a la Oficina del Historiador de la Iglesia, donde lograron reparar algunas de las páginas interiores, pero la cubierta y la encuademación quedaron completamente arruinadas. (Tiempo después consiguió otro ejemplar de estas valiosas ediciones para su biblioteca privada.)
En el otoño, los Bunker regresaron de su misión y Howard y Claire tuvieron que mudarse a un apartamento, a unas tres cuadras del Edificio de Administración de la Iglesia, en la zona de Capítol Hill. Ese mismo mes empezaron a trabajar en su terreno y durante un año fueron comprando, tanto en Salt Lake City como en Los Angeles, los artefactos eléctricos, los artículos de ferretería, las alfombras, los accesorios de mármol y cristal, los muebles, los estantes para libros, las plantas y todo lo demás para su nuevo hogar.
El 22 de julio de 1963, unos cuatro años después que Howard fue llamado al Consejo de los Doce, él y Claire se mudaron a la amplia y hermosa casa que se diseñara y construyera de acuerdo con sus propias especificaciones, y que ofrecía una vista maravillosa de todo el Valle del Lago Salado. “Estamos muy felices de poder ocupar, al fin, nuestra propia casa”, comentó orgulloso.
- “Durante los tres semestres que asistió al Pasadena City College, en todas las clases sacó calificaciones de ‘A’, excepto una ‘B’ que recibió en Composición II”, anotó Howard en su historia. “Me sentía orgulloso de su aptitud escolástica”.
- Journal ofDiscourses 9:86.
- El 15 de octubre de 1959, el Quórum de los Doce estaba integrado por el presidente Joseph Fielding Smith, 83; y los élderes Harold B. Lee, 60; Spencer W. Kimball, 64; Ezra Taft Benson, 60; Mark E. Petersen, 61; Delbert L. Stapley, 62; Marión G. Romney, 62; LeGrand Richards, 73; Richard L. Evans, 53; George Q. Morris, 85; Hugh B. Brown, 75; y Howard W. Hunter, 51.
- Alien y Leonard, The Story ofthe Latter-day Saínts, segunda edición, 591, 593.
- Richard Summerhays, que había sido consejero en la presidencia de la estaca, fue sostenido como el nuevo presidente de la estaca, con James C. Ellsworth y Clifford Cummings como consejeros.
- Hasta 1977, la conferencia general anual de abril se efectuaba por tres días e incluía dos sesiones el 6 de abril, el aniversario de la organización de la Iglesia en 1830. Si el 6 de abril caía en jueves o viernes, las otras sesiones por lo general se llevaban a cabo el sábado y el domingo siguientes. Si el 6 de abril caía en lunes, martes o miércoles, la conferencia daba comienzo el fin de semana anterior. Había seis sesiones generales; una sesión del sacerdocio que se efectuaba el sábado por la noche, una sesión de bienestar, que por lo general se efectuaba temprano por la mañana, y una reunión para los oficiales y maestros de la Escuela Dominical, que se efectuaba el domingo por la noche. Desde abril de 1977, las sesiones de la conferencia general se han llevado a cabo el primer sábado y domingo de abril, y el primer domingo en octubre y el sábado que le antecede (cuando el 1° de octubre cae en domingo, la conferencia da comienzo el sábado 30 de septiembre).
- Aunque ya no practicaba la abogacía, el élder Hunter aún tenía participación en numerosos negocios, algunos de ellos en sociedad con Gilíes DeFlon, y otros con John y Richard. Uno de esos negocios era la inversión en la industria ganadera. Durante varios años, el élder Hunter y sus hijos fueron propietarios de ganado, el cual tenían en una parcela en Lancaster, California. En junio de 1961, el élder Hunter y el señor DeFlon compraron un rancho de diez mil hectáreas al oeste de Promontory, Utah. Al élder Hunter le gustaba visitar el rancho periódicamente, y durante varios años ayudó a preparar los documentos relacionados con los impuestos, manteniéndose al tanto de otros asuntos relacionados con dicha propiedad. Después del fallecimiento del señor DeFlon en 1966, su hijo James DeFloñ se hizo cargo de esa porción de la propiedad. Después de hacer una visita al rancho con James DeFlon en 1991, el élder Hunter escribió: “Tenemos aproximadamente mil ochocientas cabezas de ganado, incluyendo vacas, toros y novillos; veinte hombres se hacen cargo de marcarlas y vacunarlas. Jim me llevó a dar una vuelta alrededor del rancho para ver los tanques del agua, el molino y las bombas solares que activan las cañerías. Hacía mucho que no iba al rancho y me quedé asombrado al ver el tamaño de la operación”.
- El 9 de febrero de 1973, el élder Hunter escribió: “El trabajo de este comité [de personal] ha aumentado considerablemente durante los últimos años, a medida que los departamentos se han agrandado debido al crecimiento de la Iglesia. Muchos empleados, tales como los que trabajan en los templos, en el departamento de construcción, en las oficinas en el extranjero, y en otras operaciones, han quedado bajo la jurisdicción de este comité. Nosotros determinamos los salarios, los aumentos, los beneficios para los empleados, así como las normas para la administración”. Cuando fue relevado del comité el 15 de julio de ese año, escribió: “Fui llamado a este comité el 17 de enero de 1963, y he trabajado aquí desde entonces. LeGrand Richards y yo hemos sido los únicos miembros por varios años, tiempo durante el cual utilizamos los servicios de Russell Williams como director de personal, y establecimos un eficiente departamento de operaciones”.
- Con fecha martes, 17 de abril de 1973, el élder Hunter escribió: “Esta mañana me encaminé bajo la lluvia hasta la Casa Misional y di mi última presentación. El 11 de noviembre de 1960, fui llamado a integrar el personal de enseñanza y disertar en cuanto al tema de la Apostasía y la Restauración, y desde ese entonces he hablado ante varios cientos de clases de misioneros”. En aquellos años, la Casa Misional se encontraba ubicada a media cuadra del Edificio de Administración de la Iglesia. A principios de 1961, los misioneros que eran llamados a regiones donde no se hablaba inglés, asistían al Centro de Capacitación de Lenguas, al norte de la Universidad Brigham Young, en Provo, y en 1976, una vez que esa institución se amplió considerablemente, los misioneros que eran llamados a regiones donde se hablaba inglés, también iban ahí para recibir capacitación.
























