Howard W. Hunter ― Biografia de un Profeta

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Una niñez feliz en Boise


A PRINCIPIOS DE 1910, Will y Nellie Hunter compraron un pequeño terreno en una nueva subdivisión fuera de los límites occidentales de la ciudad de Boise. El lote estaba ubicado al final de la calle Vine, un callejón sin salida al sur del camino Valley (que más tarde pasó a ser la calle State). A unas cuatro cuadras de distancia, al final de la calle y más allá de los cam­pos de pastoreo, corría el río Boise.

A fin de que le ayudara a construir una vivienda de tres cuartos, Will contrató al cuñado de Christie Moore, una tía de Nellie. También compró un pequeño martillo para que Howard, que tenía dos años de edad, pudiera clavar maderas en el piso de la sala, un “aprendizaje” que presagiaba el interés que Howard habría de tener en el arte de la carpintería.

La familia se mudó de la calle Sherman a su nuevo hogar en el otoño de ese mismo año. La casa, que miraba hacia el este, tenía una amplia sala, un dormitorio y una cocina. Una estufa de carbón en la sala y otra en la cocina suministraban Calefacción en el invierno. Durante los primeros años la casa era iluminada con lámparas de queroseno. Afuera, se extendía un prado en la parte norte de la casa y constituía el lugar favorito de juegos para los niños y sus amiguitos. En el lado oeste de la casa, a pocos pasos de la puerta trasera, según Howard lo recuerda, “habia un pequeño edificio cuadrado y bien ventilado construido obre un pozo en el suelo, al que llamaban ‘retiro’, un término que me parecía demasiado deco­roso para lo que era.”

Entre la casa y el retiro existía un sótano revestido con ladrillo en el que se conservaban frutas y vegetales envasados y frescos. El huerto de verduras y los árboles de manzana sil­vestre y de ciruela se hallaban en la parte sur del terreno, mientras que las plantas de frambuesa y de grosella se extendían a lo largo de la cerca trasera. Tiempo después, Will construyó un gallinero y un garaje.

Puesto que la casa sólo tenía un dormitorio, la familia necesitaba ya un lugar adicional donde Howard y Dorothy pudieran dormir, así que Will agregó un porche al frente de la casa. Los niños dormían en una mitad del mismo, y la familia usaba el resto para sentarse y conversar en las noches cálidas. El revestimiento del porche era metálico desde la mitad de sus paredes hasta el techo. Por la parte interior, había unas cortinas de tela que se desenrollaban por medio de una manivela; las cortinas protegían contra la lluvia y la nieve, pero nada podían hacer contra el frío del invierno ni el calor del verano.

Nellie cocinaba en la estufa de carbón, la cual tenía un hornillo en la parte superior y un recipiente al costado para calentar agua. Una de las tareas de Howard consistía en pasarle betún a la estufa y luego pulir las letras niqueladas de la marca de fábrica que decían: Majestic. También le corres­pondía traer del cobertizo el carbón y trozos de leña para las estufas.

Para poder suministrar agua a la pileta de la cocina, Will puso un caño por debajo del piso hasta el borde de la misma e instaló en su extremo una bomba. Para sus baños al fin de cada semana, la familia llenaba con agua una jofaina galva­nizada y la calentaba sobre la estufa.

“Durante la mayor parte del tiempo en que vivimos en la casa de la calle Vine”, recordaba Howard, “criamos gallinas. Mi responsabilidad era alimentarlas y cambiarles el agua cada mañana y cada noche.” En ocasiones también debía limpiar las jaulas y los palos de descanso en el gallinero.

Will cuidaba con gran orgullo su huerto y lo conservaba minuciosamente limpio, aun arrastrando un pesado madero por la tierra para mantenerlo nivelado. Casi todas las semanas la familia solía inundar el huerto y el prado con el agua de una acequia cercana. Cierta vez Will le pidió a su hijo Howard que quitara las malezas del sembrado de papas y esa noche, cuando fue a verificar la tarea, se quedó aterrorizado. “¡Has arrancado las plantas de papa!” exclamó. Howard, que le había ayudado a sembrarlas, respondió, justificándose: “Pero ahí no fue donde las plantamos …”

Puesto que su hogar estaba ubicado fuera de los límites de la ciudad, la dirección postal de los Hunter era RFD 1 (luego de varios años a la casa se la designó con un número de calle: 303 Vine Street). Cuando eran ya mayorcitos, los niños iban hasta el otro lado del camino Valley para recoger la corres­pondencia en la casilla número 23. El cartero, haciendo su recorrido en un carricoche a caballo, la depositaba allí todas las mañanas a las diez y cuarto.

En el atardecer, Howard y Dorothy caminaban hasta la lechería de los Anderson, a unas ocho cuadras al norte del camino Valley, para comprar leche fresca. De regreso, con fre­cuencia llevaban también la leche para las viudas del vecin­dario, portando las pesadas botellas en una bolsa de tela que Nellie había confeccionado. Una tal señora Williams, que vivía en el terreno de los Hunter, le pagaba a Howard cada vez que éste le llevaba la leche o le cortaba el césped.

La familia Hunter conservaba la leche y otros comestibles frescos en una nevera que tenían en la cocina. Cuando el vendedor de hielo pasaba por el lugar, los niños corrían detrás de él esperando recibir algunos trocitos para sorber. A veces, Dorothy recogía la nata de la leche y la congelaba sobre el hielo para poder comer “helado.” Esto no hacía muy feliz a su padre, quien solía quejarse diciendo: “Pues, conque Dorothy ha estado congelando la nata otra vez, ¿eh?”

Cuando niño, Howard amaba mucho a los animales. Por muchos años tuvo un perro y, como ha dicho, “todo gato per­dido podía hallar refugio en casa, a pesar de las protestas de la familia.” Una vez, unos muchachos del vecindario habían encontrado un gatito y se divertían poniéndolo en una bolsa y arrojándolo en la acequia. Cada vez que el animalito quería salirse, lo atrapaban para arrojarlo nuevamente al agua. Después de que se hubieron cansado de la travesura, Howard lo recogió, llevándoselo a la casa para confortarlo y abrigarlo.

“No va a sobrevivir”, le advirtió su madre, pero Howard no se dio por vencido.

“Mamá”, dijo, “tenemos que hacer todo lo posible.”

Su madre le dio una manta, forró con ella una caja y la colocó debajo de la estufa caliente. En poco tiempo el gatito revivió y quedó con la familia por muchos años.

Alguien le sugirió a Howard que un gato haría piruetas si se le ponía unas gotas de aguarrás en la cola. Entonces lo intentó con uno de sus gatitos, pero nada pasaba. Y luego le agregó otras. Nada. Finalmente, le sumergió la cola en el envase de aguarrás y esperó.

“Todo estaba en calma”, recordaba, “pero de pronto el gato arqueó el lomo, dio un brinco en el aire con un maullido, saltó por sobre la cerca y corrió hacia el campo de trigo de los White. Se podía ver el oleaje del trigo por donde corría el pobre animal.” Howard salió en su búsqueda, pero fue en vano. “Quedé muy preocupado por varios días”, comentó, “hasta que al fin vi con regocijo que el gato me perdonó y volvió a casa.”

El joven Howard también tenía algunos conejitos en una caseta que su padre le había construido y en ocasiones los soltaba para que comieran de la hierba del prado. Cada uno de aquellos conejitos tenía su propio nombre, y sus favoritos eran Bunny Boo y Mary Jane. En un pasaje de su diario per­sonal, el cual escribió cuando tenía unos once años, Howard se refiere a una vez en que había dejado que Mary Jane corre­teara libremente por el prado:

“Yo estaba tratando de alcanzarla. Un muchachito vino a ayudarme pero yo habría preferido que no lo hiciera, porque le arrancó la cola a mi pobre conejita. Aquello me enfermó y corrí a casa llorando; mi madre salió y me ayudó a atraparla.”1 Setenta y cinco años más tarde habría de comentar: “Aquella experiencia fue una verdadera tragedia en mi niñez.”

Siendo que había tantos niños de su edad en el vecindario, Howard y Dorothy siempre tuvieron muchos amiguitos con quienes entretenerse. Les encantaba jugar en las acequias, las zanjas y el río de la cercanía. En sus primeros años solían cruzar descalzos el canal de irrigación por el que corrían las aguas del arroyo Sand y tiempo después acostumbraban nadar en el río Boise y en el canal Ridenbaugh que recogía las aguas de aquel río, para llegar al cual debían atravesar una cerca de alambre de púas, pasar por el terreno de un vecino, recorrer un sembrado de alfalfa y cruzar un campo de pas­toreo, y les fascinaban los matorrales, las arboledas y las plantas de espadaña que crecían a la vera del río.

“Había un bosque, al que me encantaba ir después de la escuela o los sábados”, comentó el presidente Hunter durante una entrevista para un artículo en la revista Friend. “Mi perro era mi constante compañero cuando iba a andar en bote y hacía silbatos con varillas de sauce. Nos gustaba observar jun­tos cómo construían sus balsas las nutrias y nadaban los peces en el río. Y también cómo construían los pájaros sus nidos y empollaban sus pichones.”2

Howard acostumbraba coleccionar huevos de diversas aves—faisanes, alondras, azulejos, petirrojos, reyezuelos—y podía identificar a cada uno de ellos. Según Dorothy, él nunca los tomaba del nido que tuviera solamente uno o dos huevos. Si el nido tenía más, le sacaba uno o varios y, agujereándolos en ambos extremos, los soplaba hasta vaciarlos. Entonces los conservaba en cajas vacías de cigarros revestidas con algodón.

En invierno, se congelaban las lagunas en que nadaban y se convertían en estanques de patinaje. “Era una actividad maravillosa el patinar sobre aquellos canales congelados a la luz de la luna que refulgía a través de los árboles sin hojas, detenerse para hacer fuego sobre el hielo y asar salchichas, y luego continuar patinando”, escribió en su historia personal.

El invierno traía consigo otra actividad favorita, a la que llamaban “remolque.” Los jovencitos ataban largas cuerdas al frente de sus trineos y esperaban al costado del camino hasta que pasara algún carricoche o carreta lentamente en la pesada nieve. Entonces, explicaba Howard, “corríamos detrás hasta alcanzarla y atábamos la cuerda al eje trasero, saltábamos en el trineo y nos dejábamos remolcar, maniobrando con la cuerda para virar a la derecha o a la izquierda. Los caballos trotadores nos remolcaban varias millas hasta encontrar un carro que fuera en la dirección contraria que nos diera la opor­tunidad de regresar de la misma manera.”

En el diario de su niñez menciona haber hecho esto varias veces durante el invierno de 1918 a 1919. Un 27 de noviembre escribió: “John Henry y yo instalamos una vela en mi trineo y nos fuimos al camino. Nos llevó al pueblo de un solo vuelo. Pasamos a visitar a su hermana y todo el mundo vino a ver nuestro trineo de vela. Luego desmantelamos la vela y atamos el trineo al eje trasero de una carreta que nos trajo de regreso a casa.”

Aunque los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial se hallaban a miles de kilómetros de distancia, la familia Hunter y sus conciudadanos en Boise seguían con gran interés los acontecimientos del conflicto, participando en cam­pañas de recaudación de fondos y contribuyendo algunos de sus bienes para la causa. Nellie aprendió a preparar un tipo de pastel que no requería azúcar ni huevos—aunque en realidad era bastante sabroso. Cuando George, el hermano de Will, regresó de sus deberes en la marina de guerra y explicó cómo solían arrojar azúcar, harina y otras cosas al mar, Dorothy recuerda que Howard “se quedó pasmado de horror al escucharle.”

Los Hunter celebraron gozosos con el resto del mundo cuando en noviembre de 1918 se enteraron de que en Europa se había firmado el armisticio. En su diario, Howard describió lo que aconteció en Boise cuando llegó la noticia de que habían cesado las hostilidades en Europa:

“Yo estaba durmiendo cuando escuché dos disparos de cañón. Desperté tan sobresaltado que no podía moverme. De pronto oí al Sr. Harvey que gritó: ‘¡Terminó la guerra!’ Entonces todos nos levantamos y comenzamos a celebrar. John Henry tenía cuatro baterías. Las conectamos a mi motor y ya estaba funcionando cuando vino la señora Harvey y dijo que iba a haber un desfile en el pueblo. John y yo fuimos al centro en mi vehículo para presenciar el desfile y después nos hici­mos parte de él. Detrás de nosotros iban dos chinos que traían consigo como 100 cajas de petardos, y los hacían explotar. Luego fuimos al capitolio donde escuchamos algunos discur­sos. Después volvimos a casa y al caer la noche prendimos una gran fogata y nos divertimos bastante haciendo ruido con unos cuantos envases de hojalata.”

Unanimidad familiar

En LA FAMILIA HUNTER, cada uno de los hijos tenía sus deberes en el hogar. En su diario de 1919, el presidente Hunter menciona las diferentes ocasiones en que él y Dorothy ayudaron a su madre en las tareas del verano y cuando en el otoño preparaban alimentos para envasarlos:

“Agosto 26 – Después del almuerzo, mamá y yo fuimos a casa de la señora Williams a recoger habas. Apenas habíamos comenzado cuando vimos a mi tía Ida y al tío Carl que venían por el camino … Después de la cena, mamá, papá y yo fuimos a juntar las habas y después fui a buscar leche.”

“Agosto 27 – Papá vino a casa con 10 docenas de mazorcas. Mi hermana y yo lo ayudamos a limpiarlas y mamá cortó el maíz para secarlo.”

“Agosto 29 – Llevé la carretilla hasta el camino Valley para encontrarme con el señor Starn, quien nos traía algunos tomates y un par de sandías grandes. Volví a casa y comí un poco de sandía y luego le llevé el almuerzo a papá. A las 12 fui a buscar una bolsa de maíz que mandaron por el tranvía. Mi hermana y yo ayudamos a mamá a limpiar el maíz porque ella estaba muy ocupada envasando tomates y quería envasar el maíz. Jugué un poco en la tarde. Después de cenar mi her­mana y yo le llevamos 2 dólares a una señora por los tomates.”

“Agosto 30 – Le traje a mamá algunas manzanas y limpié el patio trasero.”

“Septiembre 12 – Mi hermana y yo fuimos al huerto y sacamos muchas manzanas para que mamá las cocinara.”

Nellie trabajaba con denuedo en la casa y fuera de ella. El salario de Will no era suficiente para pagar las deudas y entonces ella contribuía a los ingresos de la familia trabajando para otros, incluso planchando trajes para una lavandería y haciendo demostraciones de cómo usar jabón detergente de la marca White King. Asimismo, participaba como voluntaria en el programa de escultismo y en campañas para recaudar fon­dos para la guerra.

Will era conductor de coches para pasajeros de la Com­pañía Boise Valley, el ferrocarril interurbano que operaba desde el centro de Boise a las localidades hacia el oeste— Eagle, Star, Middleton, Caldwell—y haciendo una amplia curva regresaba por Nampa y Meridian.3 Había entonces una estación en el llamado Oíd Soldiers Home, sobre el camino Valley, a unas cuatro cuadras del hogar de los Hunter, y a los niños les fascinaba subirse al tren y acompañar a su padre en el trayecto de aquella amplia curva.

Aunque Will no había obtenido mucha educación formal, gustaba mucho de la lectura y tenía una gran curiosidad acerca del mundo, lo cual heredaron sus hijos. Todos uti­lizaron profusamente su colección de la Enciclopedia Wonder World. En las noches, cuando Howard se recostaba a los pies de su padre en el piso de la sala, Will le preguntaba: “¿A dónde viajaremos hoy?” Entonces, preparados con un atlas y la enciclopedia, “exploraban” lugares exóticos del mundo. A muy temprana edad, Howard sabía cuáles eran las capitales estatales de los Estados Unidos y de otros países.

Tanto Will como Nellie acostumbraban leerles a sus hijos, y Howard y Dorothy usaban con frecuencia sus tarjetas de identificación personal de la Biblioteca Carnegie. Dorothy se embelesaba con las historia de Pollyanna y las obras de James Fenimore Cooper y de Louisa May Alcott, mientras que Howard prefería leer Tom Sawyer, Huckleberry Finn y las series de Tom Swift.

Su hogar no era muy grande, pero los Hunter hicieron en él lugar para un piano a fin de que Howard y Dorothy pudieran tomar lecciones. Aunque Howard sólo estudió durante un año, con frecuencia se sentaba al piano y tocaba de oído. Cuando Dorothy cumplió nueve años de edad, en noviembre de 1918, recibió una grata sorpresa. Howard escribió en su diario personal:

“Noviembre 1 – Hoy es el cumpleaños de mi hermana. Mamá y papá le regalaron un dedal, una muñequita y un par de chinelas. Yo le regalé una muñeca. John Henry se mudó al lado de nuestra casa. Todos los muchachos se hallaban allí mirando cuando llegó un gran carro; todos corrimos a ver qué traía. Era nuestra pianola para el cumpleaños de mi hermana, pero en realidad era para nosotros dos. No enviaron ningún rollo [rollos para pianola]. Wilda tocó un par de piezas [musi­cales]. Después de la cena el Sr. Castle trajo algunos rollos y se quedó hasta las 12.”

A la mañana siguiente “tocamos el piano por un rato hasta que el carro vino otra vez, trayendo una Victrola. . . Mamá y papá estaban indecisos en cuanto a tener un piano y un fonógrafo o una pianola, así que tenían la casa llena de música.”

Dos semanas después, el 14 de noviembre, Howard escribió: “Hoy es mi cumpleaños. Mamá me dio 50 centavos y una zurra, y papá me dio 50 centavos; mi hermana me regaló un par de guantes. Las muchachas tienen una especie de club de costura; eran seis, y me persiguieron por todas partes hasta echarme por el suelo. Enganché un pie en la estufita y la empujé dentro de la pileta. Cada una de ellas tuvo que haberme pegado 250 veces. Luego fuimos al camino a jugar. Después el Sr. Smith nos llevó a mamá y a mí hasta el centro. Regresamos a las 7 y tocamos el piano.”

Una de las tradiciones de la familia era decorar el árbol navideño en la Nochebuena. “Usábamos velas comunes, que colocábamos entre las ramas”, recuerda Howard. “Papá conservaba dos baldes con agua por si acaso el árbol se incendia­ra, para poder apagar rápidamente el fuego. Siempre se aseguraba de que apagáramos las velas antes de salir de la casa.”

Howard describe en su diario personal la Navidad de 1918:

“Despertamos temprano y descubrimos muchas cosas lin­das que Santa Claus [Papá Noel] nos había dejado. Nos trajo un bonito trineo y a mí un cortaplumas Scout, un abrigo de lana pesada y una batería para mi motor. Mamá me regaló una corbata y mi hermana me regaló un pisacorbatas. Mi hermana y yo salimos a andar en trineo. Nos encontramos con el cartero y nos dio un paquete que envió tío Henry Mi hermana recibió algunos pañuelos y yo un trompo que funciona en base al mismo principio que el mundo; gira sobre un hilo, arriba de un alfiler de sombrero, sobre la cabeza o cualquier otra cosa. Papi se había acostado y la tía nos había enviado un enorme pavo y por supuesto tuvimos una gran cena. Tuvimos todo lo bueno que puede tenerse. Mi hermana y yo fuimos a andar en trineo después de la cena. Pasamos un día hermoso.”

La movilización de la familia mejoró notablemente cuando Will trajo al hogar su primer automóvil, de la marca Hupmo-bile. Ese verano viajaron a Starky Hot Springs, un centro de recreo en las montañas cerca de New Meadows, unos 200 kilómetros al norte de Boise. El entusiasmo de la familia ante la perspectiva de sus vacaciones quedó empañado cuando, al arribar a su destino, se les dañó una de las ruedas traseras del automóvil en una cuneta, haciéndolo deslizarse hasta una de las vertientes de agua hirviente que existen en aquel lugar. De inmediato Will arrancó un pesado poste de uno de los cercos a la vera del camino y, haciendo palanca debajo del eje, levantó el vehículo antes de que se le quemara la rueda. Después de reparar el problema, pudieron disfrutar de unas vacaciones tranquilas, nadando en las aguas tibias de la piscina y esca­lando los cerros.

Howard y su hermana Dorothy eran muy compañeros, aunque ambos eran diferentes en apariencia, temperamento e intereses. Dorothy era de piel oliva, ojos castaños y rubios cabellos, mientras que Howard era de cutis blanco, ojos azules y cabello oscuro. Ella considera que era una niña reprensible, siempre envuelta en travesuras, en tanto que afirma que su hermano era una persona dulce, refinada y pacificadora.

No obstante sus disparidades, siempre se protegieron mutuamente. Hubo una época en que algunos muchachos, sabiendo que Howard no les presentaría batalla, solían arrebatarle la gorra y colocársela sobre las vías del ferrocarril al costado del camino Valley, esperando hasta que pasara el tren para dañársela. Después de que Nellie se hubo enojado diciendo que nunca más volvería a comprarle a su hijo otra gorra, Dorothy enfrentó a los provocadores y les amenazó diciendo: “¡La próxima vez que lo hagan, tendrán que vérse­las conmigo!”

Su hermana recuerda que la gente admiraba a Howard por sus buenos modales. Acostumbraba tocarse el ala del som­brero para saludar a los transeúntes por la calle y a ceder su asiento a quienquiera que estuviera de pie en el tranvía. Las damas solían comentar: “¡Ah, cuánto me gustaría que mi hijo fuera como este joven!” A Dorothy la trataba tal como a otras niñas—por lo general. Su madre recordaba que un día Dorothy llegó iracunda a su casa porque, habiendo ido al río con su hermano y una amiguita llamada Beatrice, ¡Howard había sostenido para Beatrice el alambre de púas de la cerca por más tiempo que para ella!

Las visitas al hogar de los abuelos

CUANDO HOWARD TENIA unos cuatro años de edad, su madre lo llevó junto con Dorothy a Utah en tren. Primera­mente fueron a Price, unos 200 kilómetros al sudeste de Salt Lake City, a visitar a unos familiares. De allí tomaron el tren de regreso hasta Thistle Junction donde pasaron la noche en un hotel y en la mañana tomaron nuevamente el tren a Mount Pleasant.

“Esta fue la única vez que vi a mi bisabuelo, Anders Chris-tensen”, comentó Howard. “Aunque era bastante anciano y pasaba la mayor parte del día sentado en su silla, se puso a jugar conmigo y me detenía con el gancho de su bastón cada vez que yo quería alejarme de él.” Anders falleció cinco años después, el 29 de noviembre de 1917, a la edad de ochenta y siete años.

Durante los días en que Nellie y sus hijos permanecieron en Mount Pleasant, Howard se enfermó y debió hacer cama por una semana en el hogar de su tía Sophia. Nellie recibió entonces una carta de su esposo en la que le decía que Buster Grimm, el amiguito de Howard, había contraído poliomielitis. Al regresar a su hogar, Nellie se enteró de que Howard tenía síntomas similares a los de Buster y que a raíz de su enfer­medad éste quedaría lisiado por el resto de su vida. Pero el único efecto que el mal tuvo en Howard fue una perpetua rigidez de la espalda: nunca más pudo inclinarse hacia ade­lante y tocar el suelo con las manos.

Los abuelos Hunter vivían en Boise sobre la Calle Trece al Sur, cerca de las vías ferroviarias de la línea Oregon Short. A Howard y a Dorothy les agradaba mucho visitarles. El abuelo les daba una moneda de un centavo o de cinco a cada uno para que compraran las golosinas que quisieran en el almacén de enfrente—caramelos duros, orozuz, paletas, etc., o en los días calurosos del verano, un helado. Los niños también solían jugar con los dos perritos foxtérrier del abuelo Hunter.

Al abuelo le gustaban mucho las noticias para enterarse de los acontecimientos y discutir cuestiones políticas con su vecino, el senador nacional William Borah. Dorothy y Howard recuerdan las veces que vieron al senador Borah pasear por las calles en su carruaje a caballo y cuando solía indicar a su con­ductor que se detuviera para permitirle descender y jugar al béisbol con los muchachos del barrio.

Howard tenía diez años de edad cuando sus abuelos vendieron la casa y se mudaron a Salt Lake City. Los extrañó mucho pero se consoló cuidándoles a su perrita Daisy, que a poco se convirtió en su compañerita constante.

La escuela y el trabajo

EN ENERO DE 1914, dos meses después de su sexto cumpleaños, Howard comenzó su primer grado en la Escuela Lowell, a unas quince cuadras de su casa. El primer día su madre lo llevó para inscribirlo en la clase de Barbara Ander-son.

Dos años más tarde, cuando Dorothy cumplió los seis años, se quejó cuando la llevaron a la escuela porque decía que Howard sabía leer y ella no. “Sin embargo”, recuerda Howard, “al cabo de una tierna pero firme reprimenda, mamá la llevó a la misma clase en la que yo había estado dos años antes y de ahí en adelante caminamos juntos a la escuela.”

A Dorothy le tocó vencer aún otro obstáculo. Cada vez que entraba a una clase a la que antes hubiera asistido su hermano, la maestra le decía: “Ah, tú eres la hermana de Howard Hunter, ¿verdad?”—siguiendo con el comentario de que esperaba que fuera tan buena alumna como él. Casi entre dientes, Dorothy comentaba para sí: “Bueno, ya lo verá.”

En general, Howard fue un buen alumno. Sin embargo, dice haber tenido dos problemas: “Nunca me fue bien en los deportes y siempre tuve dificultad en reconocer colores—no todos los colores, pero los tonos rojos, verdes y castaños.”

Para solucionar ese problema de la vista, ideó cierto método. Colocaba sus lápices sobre su pupitre y cada vez que la maestra pedía a los alumnos que tomaran el de un color determinado, pasaba lentamente los dedos por cada lápiz y Beatrice Beach, que se sentaba detrás de él, le tocaba el hom­bro cuando llegaba al de ese color. No se animaba a decirle a la maestra que no podía distinguir los colores.

Con respecto al otro “problema” de Howard, el de su desinterés hacia los deportes, su mayor participación en ese campo fue cuando una vez en la escuela secundaria asistió a un partido de fútbol americano e informó a un periódico local los resultados del mismo. Disfrutaba mucho de la lectura, de escribir y de muchos otros temas académicos, aunque nunca se esforzó por descollar en ellos. También tenía otros varios intereses, tales como trabajar después de las horas de estudio y durante el verano.

La gente adulta parecía apreciar el hecho de que Howard Hunter era un joven consciente y cumplidor. De muchacho ayudaba a los vecinos, ya sea cortándoles el césped, limpián­doles el patio, llevándoles a las viudas la leche de la lechería, recogiendo fruta y efectuando otras tareas. En ocasiones recibía paga por ello, pero a veces lo hacía simplemente porque le agradaba ayudar a otros.

El joven Howard obtuvo con sus parientes los primeros empleos fuera de la vecindad. Su tía Flora Hunter Grebe, que administraba la oficina del telégrafo Western Union, lo empleó para que repartiera telegramas y su tío Cari (Pete) Peterson, un impresor del Evening Capítol News, le consiguió trabajo para que vendiera periódicos en la calle después de la escuela. Una noche vendió unos veinte periódicos de cinco centavos y, siendo que cada uno le costaba dos centavos y medio, su enorme ganancia fue de cincuenta centavos.

Durante un tiempo trabajó como dependiente en la tienda Cash Bazaar de Boise. Cada vez que uno de los empleados vendía algo, tocaba una campanilla y Howard iba a recoger la mercancía y el dinero, corría con ellos hasta la cajera y después volvía para entregar al cliente su paquete y el cambio. Le pagaban un dólar por su trabajo, que cumplía los sábados de nueve a nueve.

Howard ahorraba el dinero que ganaba después de la escuela y en el verano, y lo usaba para sus necesidades e intereses personales, entre ellos la música, la numismática y la filatelia.

Un estanciero de corazón

CUANDO HOWARD TENIA cinco años de edad, Will y Nellie se fueron de vacaciones a Oregón y a Washington por dos semanas, dejando a Dorothy con los abuelos Hunter y a Howard con Fred y Christie Moore, quienes se habían mudado a una finca en Barber, un pueblito aserradero junto al río Boise, en las afueras de la ciudad.

La finca resultó ser un lugar fascinante para aquel jovencito que había sido criado en la ciudad. Sus primos le enseñaron a cabalgar y a nadar. Con ellos iba a recoger bayas y huevos y se dirigían al pueblo en un carro tirado por un caballo para vender su mercancía de puerta en puerta. Howard ganó lo suficiente para comprarse unos pantalones, un sombrero de vaquero y una navaja de bolsillo.

Esa fue la primera vez en que los niños estuvieron separa­dos de sus padres, y Howard tuvo su primera experiencia con la nostalgia. “Para que mis primos no pensaran que yo era un mujercita”, contaba, “me iba hasta el parral del huerto donde nadie pudiera verme llorar.”

Algunos años más tarde Fred Moore recibió la heredad de un campo de artemisa en Melba, a unos 65 kilómetros de Boise, donde construyó una casa y cultivó la tierra. A Howard le encantaba visitar aquella nueva finca. “Siempre había mucho que hacer”, dijo; “alimentar el ganado, ordeñar las vacas, cuidar las gallinas y trabajar en el campo.” Una vez ayudó a excavar una cisterna para un vecino. En otra ocasión, trabajó con sus primos en una cosecha de papas, sacando de los surcos la maraña que iba quedando atrás de la excavadora. Aunque la tarea era dura, el joven estaba agradecido por el sueldo: un dólar con ochenta centavos por nueve horas de tra­bajo.

También les quedaba tiempo para jugar, nadar y andar a caballo. Después de una ardua jornada de trabajo o juego, Howard y sus primos solían acostarse sobre una parva de pasto y extasiarse con las estrellas que titilaban en el cielo oscuro.

En agosto de 1918, cuando tenía diez años de edad, Howard describió en su diario personal lo que fue esa semana en la finca de sus tíos:

Agosto 8 – Nos levantamos a las cinco porque mamá, Dorothy, Vera y yo nos debíamos ir a Melba. El auto arrancó a las 5:30 cuando aún estaba oscuro; fuimos a Nampa y de allí en tren a Melba. Woody [primo de Howard] nos esperaba en la estación con un carricoche. Mamá, Vera y mi hermana viajaron en el carricoche; Woody y yo caminamos. Cuando llegamos, Woody me llevó a pasear por la finca y luego fuimos a nadar. Woody sabía nadar, pero yo apenas estaba apren­diendo . . . Esa noche dormimos sobre una parva de heno.

Agosto 9 – Mamá y Dorothy se fueron a casa esta mañana. Mamá quería que volviera con ellas, pero yo quería quedarme. Con unos poquitos ruegos, accedió y pude quedarme … Esa noche, Robert [hermano mayor de Woody] y yo fuimos a cazar liebres.

Agosto 10 – Me levanté a las 9. James y yo recorrimos la orilla del río en busca de liebres y vimos como 100. Robert y yo volvimos a la casa en carro. Robert se sentó en el pescante y yo en la vara. Robert hizo andar velozmente a los caballos y me hacía zamarrear.

Agosto 11 – Woody y yo salimos a caminar en este her­moso día de verano. Vimos a un conejito que corrió por delante de nosotros. Fuimos a nadar a la pequeña cascada y nos divertimos mucho. En la tarde fuimos a la Escuela Dominical. Después caminamos casi dos kilómetros hasta el peñasco. Había una cascada de unos 25 metros así que estu­vimos nadando como una hora, salimos y encendimos una fogata en un hueco en la ladera de la montaña. El agua estaba tan linda que fuimos a nadar otra vez . . .

Agosto 12 – . . . Esta mañana fui a trabajar con Woody. Yo manejé la grúa cuando Woody fue al pueblo. Woody sólo tuvo que trabajar hasta el mediodía, así que volvimos a la casa y fuimos a nadar. Después de la cena fuimos otra vez a nadar. Jugamos a los vaqueros hasta oscurecer y entonces fuimos a dormir.

Agosto 13 – . . . Woody y yo fuimos al campo y amonto­namos trigo hasta el mediodía. Luego James y yo fuimos al pueblo a comprar algunos alimentos; luego fuimos al correo a buscar una carta. Cuando llegamos de vuelta a la casa, Vera abrid la carta. Era de mamá y en el sobre venía una carta para mí. Después de la cena fuimos a nadar. Después que salí, mi tía me pidió que fuera hasta la laguna y viera si James y Eu-gine se encontraban bien. Ellos habían ido a nadar, así que yo fui a nadar otra vez. Cuando regresamos Vera nos leyó unas historias y después Vera, mi tía y yo fuimos a nadar y nos divertimos mucho. Antes de la cena, Woody y yo fuimos a nadar. [Ese día Howard fue a nadar ¡cuatro veces!]

Agosto 14 – A la mañana siguiente Vera y yo nos preparamos para volver a casa. Mi tía y Edna nos acom­pañaron caminando hasta el tren … Cuando llegamos a casa, mi familia se mostró feliz de verme. Daisy [la perrita de Howard] también estaba contenta de verme.

Las actividades en la Iglesia

AUNQUE WILL HUNTER se había criado en la fe episcopal y sirvió como monaguillo en su juventud, cuando contrajo ma­trimonio no estaba afiliado a ninguna religión. No obstante, no se oponía a que Nellie ni sus hijos participaran en La Igle­sia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, aunque a veces solía comentar que sus miembros parecían tener demasiadas reuniones. Por lo general, Will tenía que trabajar el día domingo así que no podía asistir con ellos a la Escuela Dominical; pero en ocasiones los acompañaba a la reunión sacramental los domingos en la noche. Uno de los recuerdos más gratos que Howard conserva es el de una vez en que regresaba en tranvía al hogar en los brazos de su padre, mien­tras que su madre llevaba en los suyos a Dorothy.

Once días antes de que Howard cumpliera seis años de edad, el 3 de noviembre de 1913, se organizó la Estaca Boise durante una conferencia en Gooding, Idaho, y la Rama de Boise pasó a ser un barrio, con George W. Lewis como obispo. Al año siguiente, la Iglesia Mormona le compró a la Iglesia Cristiana de Boise un edificio de madera prensada, conocido afectuosamente como “la pequeña iglesia blanca”, en la esquina sudoeste de las calles Cuarta y Jefferson. El edificio contaba con un amplio salón para reuniones, una capilla con una plataforma para el coro, un pulpito y dos cuartos detrás de la plataforma. Las aulas para la Escuela Dominical se formaban con cortinas colgadas del cielorraso. Los diáconos tenían la responsabilidad de correr las cortinas para efectuar las separaciones, asignación que Howard aguardaba ansiosa­mente cada semana.

En aquellos tiempos predominaba en Boise la Iglesia Católica y sólo había allí unos pocos centenares de Santos de los Últimos Días. En la escuela, Howard y Dorothy eran parte de la minoría y él recuerda que “no era muy popular decir que uno era mormón.”

Pero Howard tenía un firme testimonio, el que había obtenido desde su temprana niñez. “Yo sabía que Dios vivía”, dice. “Mi madre me enseñó a orar y a agradecerle a nuestro Padre Celestial todas las cosas de que disfrutábamos. Con fre­cuencia le daba gracias por la belleza de la tierra y por los momentos maravillosos que pasé en la finca de mis tíos, y por el río y por los scouts. También aprendí a pedirle lo que yo quería o necesitaba.”

Nellie Hunter enseñaba una clase de la Escuela Dominical en la Rama Boise y cuando se formó por primera vez la Pri­maria en el Barrio de Boise en 1914, ella ocupó el puesto de maestra en esa organización. Luego fue llamada como conse­jera y después como presidenta de la Primaria y de la Aso­ciación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes. El hogar de los Hunter fue escenario de muchas fiestas y activi­dades de la rama.

Howard no fue bautizado cuando cumplió los ocho años de edad porque su padre pensó que sería mejor que esperara un tiempo a fin de que pudiera decidir por sí mismo a qué iglesia quería pertenecer. Tampoco a Dorothy la bautizaron a los ocho años de edad; también ella debía esperar hasta que pudiera decidir por sí misma. Cuando los amigos de Howard cumplían los doce años de edad, eran ordenados diáconos y se les permitía que repartieran la santa cena. Al cumplir sus doce años, Howard pudo unirse a los Boy Scouts de la Iglesia, pero lo que quería era repartir la santa cena con los diáconos y le imploró a su padre que le dejara bautizarse.

Will continuó por cierto tiempo oponiéndose al pedido de su hijo y Nellie respetaba los deseos de su esposo, pero finalmente le dio su consentimiento. El 20 de abril de 1920, casi cinco meses después de que Howard cumpliera los doce años y Dorothy sus diez, ambos fueron bautizados en el “Natato-rium”, una amplia piscina cerrada.

Once semanas más tarde, el 21 de junio, el obispo Alfred Hogensen ordenó a Howard diácono. Finalmente podría servir la santa cena con los otros jóvenes. “Recuerdo la primera vez que lo hice”, comentó. “Estaba yo muy nervioso, pero me sentí emocionado ante tal privilegio. Después de la reunión, el obispo me felicitó por la forma en que me había comportado.”

Como diácono, Howard podía cumplir otras funciones además de correr las cortinas para la Escuela Dominical. “En ocasiones tenía que bombear los fuelles para el organista, poniendo todo el peso de mi cuerpo en las manijas,” dijo.

“La tarea que no me agradaba era cortar leña y encender el fuego de la estufa en el cuarto que estaba detrás de la plataforma del coro.”

Obtiene el rango de “Águila”

La ASOCIACIÓN DE BOY SCOUTS de los Estados Unidos había existido sólo por diez años cuando Howard fue orde­nado diácono, pero el programa venía desarrollándose rápi­damente y él estaba ansioso por participar. Poco después de ser bautizado, comenzó a estudiar la Promesa Scout y la Ley Scout, y el 20 de diciembre de 1920 recibió el grado de Pie Tierno en la tropa del Barrio Boise. Para la primavera si­guiente, había completado ya los requisitos como Scout de Segunda Clase.

En julio de 1921 fue al Campamento Tapawingo (palabra indígena que significa “lugar de gozo”), el lugar oficial del Consejo Scout de Boise, en el Embarcadero Smith sobre el río Payette. Allí cumplió con los requisitos para avanzar a Scout de Primera Clase y, ya de regreso al hogar, en una corte de honor, recibió su primera insignia de especialidad.

Durante todo el año siguiente cumplió los requisitos para obtener insignias adicionales y esperaba ansiosamente el momento de poder regresar al campamento. “En ese entonces ya había cursado el primer semestre en la escuela secundaria y superado el nivel de novato en el programa de boy scouts”, comentó. “En el campamento me eligieron líder de la Patrulla del Oso y formé parte del personal del campamento. Todos los días teníamos una serie de actividades que nos mantenían atareados desde la mañana, cuando se dejaba oír el clarín a las seis en punto, hasta las 9:30 de la noche cuando sonaba el toque de silencio.”

Cuando regresó de aquel campamento, Howard había logrado nueve insignias más, las cuales le fueron entregadas, junto con otra que había obtenido antes, el 14 de septiembre de 1922, en una corte de honor del Consejo de Boise, en com­binación con el Club Rotario, que contó con la presencia del alcalde y de otros oficiales prominentes de la ciudad.

“Al momento de realizarse la corte de honor”, comentó Howard, “yo había logrado quince insignias y obtenido los premios de Scout Vida y Scout Estrella (dos altos-rangos en el programa Scout de los Estados Unidos). Sólo me faltaban seis más para llegar a ser un Scout Águila. La revista de escultismo traía historias sobre muchos jóvenes que recibieron ese galardón, pero nos decían que en Idaho no había un solo Scout Águila todavía. La competencia entonces era entre Edwin Phipps, de la Tropa 6, y yo.”

Cuando se llevó a cabo la siguiente corte de honor, ambos jóvenes había logrado 21 insignias, que era el número nece­sario para obtener el grado de Scout Águila, pero Edwin tenía todas las que se requerían, mientras que a Howard le faltaban las de deportes, educación cívica y cocina. Y así fue que Edwin recibió su reconocimiento de Águila en marzo de 1923, dos meses antes de que Howard recibiera el suyo.

Un artículo publicado en el Idaho Statesman, el sábado 12 de mayo de 1923, bajo el título de “Un Scout se hace acreedor a su Águila”, decía:

“Howard Hunter, de la Tropa 22 del Consejo de Boise de los Boy Scouts de los Estados Unidos, habiendo logrado espe­cialidades en 32 temas, recibió el viernes en una corte de honor realizada en la alcaldía de Boise el grado de Scout Águila. A Hunter le fueron otorgados premios en deportes, educación cívica, primeros auxilios a los animales, campamento, cuidado de aves, desarrollo físico, exploración, equitación, puntería, cocina y pintura. El honor conferido al Scout Hunter es el más alto del programa de escultismo, y lo hace el segundo scout de Boise en recibirlo. El primero fue Edwin Phipps, quien lo recibió hace unos meses.”

Con lógico orgullo, Nellie cosió los emblemas en un trozo de tela, reforzándolos meticulosamente con un zurcido espe­cial. Esta obra de costura y varias fotos que ilustraban algunas de las actividades realizadas por su hijo para lograr esos emblemas se exhibieron luego en la vidriera de una farmacia de la ciudad.

El 26 de febrero de 1923, cuando Howard tenía 15 años de edad, lo ordenaron maestro en el Sacerdocio Aarónico durante una reunión del barrio. El domingo siguiente, 4 de marzo, en una conferencia de estaca, se dividió el Barrio de Boise y los Hunter pasaron a ser miembros del Barrio Segundo. El Barrio Primero permaneció en la antigua capilla, mientras que el Segundo comenzó a llevar a cabo sus reuniones en la Sinagoga Judía que se encontraba en la esquina de las calles Once y State, cedida sin cargo a la Iglesia para tal fin.

Poco después, los Santos en Boise se reunieron para exa­minar la propuesta de construir un tabernáculo que sirviera como centro de estaca y a la vez para el barrio. Cuando se pidió a la gente que ofreciera donaciones, Howard fue el primero en levantar la mano y prometió veinticinco dólares, una suma considerable en aquella época, particularmente para un jovencito. “Trabajé y ahorré hasta que pude cumplir por completo con mi compromiso”, dijo.

Dos años después se terminó de construir el tabernáculo, el cual fue dedicado por el presidente Heber J. Grant.

→ 3 La secundaria, el trabajo y un crucero

  1. En ésta y en citas subsiguientes tomadas del diario que Howard escribió cuando era niño, se dejó intacta la ortografía original. Con el fin de facilitar la lectura se insertaron algunos signos de puntuación y letras mayúsculas; en lo que respecta a lo demás, se siguió el estilo del manuscrito original.
  2. Kellene Ricks, “Friend to Friend”, Friend, abril de 1990, pág. 6.
  3. A Meridian se le dio originalmente el nombre de Hunter, dando con ello reconocimiento al nombre del abuelo de Howard, John Hunter.
  4. Ricks, “Friend to Friend”.
  5. M. Heslop, “He Found Pleasure in Work”, Church News, 16 de noviembre de 1974.
  6. Howard tenía la esperanza de ser el primer scout Águila en el estado de Idaho, y varios años después, algunos artículos de periódicos y de revis­tas escritos acerca de él indicaban que había sido el segundo. No obstante, debido a que la Iglesia tenía barrios y estacas bastante estables en el sureste de Idaho, al norte del valle Cache en Utah, él piensa que es posible que uno o más scouts de esa región hayan logrado ese reconocimiento antes que él; pero lo cierto es que fue el segundo scout Águila de Boise, y tal vez del estado de Idaho.
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