Howard W. Hunter ― Biografia de un Profeta

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Esposo, padre, abogado, obispo


HOWARD Y CLAIRE comenzaron su vida matrimonial en un apartamento amueblado frente al mar en Hermosa Beach, California. “Todas las mañanas”, recuerda él, “nos levantábamos temprano. Yo me ponía el traje de baño, corría a la playa y me zambullía entre las olas. Después de nadar vi­gorosamente volvía a la casa y, tras darme una ducha tibia, tomaba mi desayuno. Sólo me llevaba unos quince minutos en automóvil llegar al banco en Hawthorne y ya me sentía listo para la jornada. Con frecuencia íbamos a nadar juntos en la tarde, cuando yo volvía a casa, y solíamos caminar por la playa a la luz de las estrellas antes de acostarnos. Aunque los días eran cálidos, las noches eran frescas y agradables gracias a la brisa del mar, y el golpear de las olas era como una can­ción de cuna.”

Cuando alquilaron aquel apartamento, sabían que no podrían pagar la mensualidad por mucho tiempo, “pero queríamos comenzar nuestra vida matrimonial en un lugar especial.”

Poco después se mudaron a una casa de tres habitaciones sin amueblar, a pocas cuadras del banco, en Hawthorne. Claire ya tenía un juego de dormitorio, así que compraron unos pocos muebles y útiles para la casa, pues habían resuelto seguir el consejo del élder Lyman y no tener deudas. “Por tal razón no contábamos con todas las cosas que queríamos, pero lo que teníamos era suficiente para nuestra comodidad”, dijo Howard.

Participaban activamente en el Barrio Inglewood, donde Claire fue llamada como líder de las Espigadoras en la A.M.M. y Howard sirvió como consejero en la superintendencia de la A.M.M. de Hombres Jóvenes.

A fines de 1934, el segundo año de la Gran Depresión, la situación comercial en los Estados Unidos continuó deterio­rándose con el incremento en la falta de trabajo y la amenaza de un desastre económico. Muchos bancos en todo el país se vieron en la necesidad de cerrar sus puertas, entre ellos el First Exchange State Bank. En enero de 1932, el estado se apropió de las cuatro sucursales y, una vez finalizada la intervención, se las asignó a la administración judicial para ser liquidadas. Howard había escogido la carrera bancaria pensando en las oportunidades que ofrecía, pero ahora se quedaba sin empleo.

Puesto que él y Claire no tenían deudas, probablemente estaban en mejores condiciones que la mayoría de los norteamericanos durante los años de la depresión económica. Así y todo, al no recibir un salario con regularidad, tuvieron que apretarse el cinturón y aprendieron a comprar sólo lo necesario. Cuando era posible, usaban el transporte público y Claire lavaba a mano la ropa utilizando una tabla de fregar, pues habían decidido no comprar una lavadora para no tener deudas.

Durante los dos años siguientes Howard trabajó en una serie de empleos. Cuando dejó el banco hizo arreglos con el interventor para comprarle a plazos las empaquetadoras de monedas, las máquinas de sumar y otros accesorios y aparatos. Howard vendió después esas cosas a otros bancos a precios de descuento y a medida que cobraba el dinero corres­pondiente iba pagándole al interventor.

Howard y el padre de Claire fabricaron estatuas y sujeta-libros recordatorios con motivo de los Juegos Olímpicos que tuvieron lugar en Los Angeles en el verano de 1932. Un escul­tor de Hawthorne diseñó las matrices, y Howard y su suegro moldeaban y bronceaban las estatuas en el garaje de su casa. Pero aunque éstas eran obras de arte bonitas, muy poca gente podía darse el lujo de comprarlas.

En otra ocasión, Howard compró de una fábrica varios lotes de hasta una tonelada de jabón granulado, lo fraccionó en paque­tes de diez libras y lo vendió puerta por puerta a las amas de casa. También compró y envasó blanqueador líquido para venderlo con las bolsas de jabón a las lavanderías. “No era fácil entregar los pedidos a las lavanderías y llamar a las puertas para vender jabón”, recordó, “pero así podía ganar lo suficiente para pagar el alquiler y comprar comida.”

Durante un tiempo trabajó para el interventor del depar­tamento estatal bancario que estaba liquidando el First Exchange State Bank, pero tuvo que dejar ese empleo cuando, habiendo adquirido antes algunas acciones en esa institución, se incluyó su nombre en un juicio contra todos sus accionistas. “El interventor me estaba pagando un sueldo y a la vez me enjuiciaba por mi responsabilidad como accionista”, explicó. “Más tarde pude saldar mi parte en el juicio con un pequeño porcentaje, pero me quedé nueva­mente sin trabajo.”

Después de eso Howard consiguió empleo en la Adminis­tración de Obras Públicas para trabajar en la construcción de desaguaderos, dedicándole a la tarea siete horas por días los siete días de la semana, a razón de treinta centavos la hora.

“Gracias a que consultaba a los ingenieros y mantenía los ojos abiertos, pude hacer un buen trabajo hasta el fin de la semana, cuando recibí un cheque de $14.70”, comentó. “Una vez más eso nos salvó del hambre.”

Howard y Claire estaban resueltos a ser independientes por tanto tiempo como les fuera posible, pero finalmente acep­taron, en enero de 1933, la invitación de Jacob y Martha Jeffs para que fueran a vivir con ellos en su amplio hogar de cuatro dormitorios, en la calle 84 al oeste de Los Angeles. También Thelma, la hermana de Claire, y su hija Lee vivían en la casa en esa época.

Ese verano, Howard y Ellsworth, su cuñado, fueron a tra­bajar con Jacob, quien había conseguido un contrato para pin­tar la estructura de hierro de cuatro puentes que se estaban construyendo sobre una nueva carretera. Puesto que no había en las proximidades dónde hospedarse, debían acampar al aire libre. Claire les acompañó para cocinarles. Poco tiempo después, la triste noticia de que Jacob había muerto súbita­mente durante un viaje a Utah sorprendió a la familia. Martha y Ellsworth fueron entonces a Utah a buscar sus restos para sepultarlos en California.

Un año de esperanzas y de congoja

EN ENERO DE 1934, como resultado de su experiencia en el First Exchange State Bank, a Howard le ofrecieron empleo en el departamento de títulos del Distrito de Control de Inunda­ciones del Condado de Los Angeles, donde tenía que tramitar la inscripción de tierras y el traspaso de propiedades inmuebles. Dos meses más tarde, Howard y Claire tuvieron su primer hijo, a quien le dieron el nombre de Howard William Hunter (hijo).

El trabajo de Howard en el Distrito de Control de Inunda­ciones involucraba muchas cuestiones de carácter legal— examinar títulos, presentar opiniones legales con respecto a los documentos, y preparar medidas de eminente potestad para la clausura de propiedades cuando era necesario implementar el control de inundaciones. También ayudaba a los abogados en la preparación de pleitos y asimismo asistía a veces a los juicios correspondientes.

Estas experiencias fueron alimentando en Howard el deseo de estudiar jurisprudencia. Después de analizar los pro­gramas de varias instituciones de enseñanza superior en Los Angeles, decidió inscribirse en la Universidad del Sudoeste, la principal universidad de derecho en California, la cual ofrecía clases nocturnas. Sin embargo, como aún no había recibido grado universitario alguno, primero debió tomar las clases requeridas para entrar en el programa.

Howard había terminado la secundaria ocho años antes y aunque durante ese tiempo había tomado algunas clases noc­turnas, “no fue fácil cultivar el hábito para el estudio”, dijo. “Era particularmente difícil mantenerse al nivel de aquellos alumnos más jóvenes que estaban en plenos estudios univer­sitarios.”

Se inscribió en un programa de diez créditos académicos, una empresa ambiciosa para alguien que, como él, debía tra­bajar todo el día. Su programa semanal consistía en estudiar en el autobús y el tranvía en camino a la oficina; trabajar desde las ocho hasta las cinco; estudiar otro poco mientras almorzaba; comerse una manzana mientras caminaba varias cuadras hasta la universidad y repasaba mentalmente lo que había estudiado ese día; asistir a las clases desde las seis hasta las nueve; estudiar en el camino de regreso a su hogar, cenar con Claire después de las diez y ponerse a estudiar nuevamente hasta la medianoche y aún más tarde. Las noches en que se sentía muy cansado para quedarse a estu­diar, ponía la alarma del reloj para despertar más temprano en la mañana. Este fue su programa durante los cinco años siguientes.

Ese verano, mientras Howard se preparaba para su rutina de trabajo y escuela, empezó a notar, al igual que Claire, que su hijito, Billy, carecía de fuerzas. El diagnóstico médico indicó que el niño padecía de anemia. Howard dio sangre para que le hicieran una transfusión y Billy se repuso temporalmente pero luego sufrió una recaída. A principios de septiembre debió ser internado en un hospital a fin de someterlo a análisis adicionales y Howard dio sangre nuevamente para otra trans­fusión.

Como no se mejoraba, los angustiados padres llevaron a Billy al Hospital para Niños donde los exámenes mostraron al fin que se le había producido una úlcera en el divertículo intestinal, lo cual hacía que perdiera sangre. Los médicos entonces recomendaron que se le sometiera a una operación.

“Nos aseguraron que los cirujanos designados para el caso eran excelentes y por tanto dimos nuestro consentimiento”, escribió Howard. “Momentos antes de la operación me llevaron al quirófano y me pusieron sobre una mesa junto a la suya y di sangre mientras lo operaban. Una vez terminada la intervención, los diagnósticos médicos no parecían ser muy alentadores.

“Nos quedamos con Billy las setenta y dos horas si­guientes, que según los médicos habían de ser las más críticas. La noche del tercer día nos dijeron que sería mejor que nos fuéramos a casa a descansar. Poco después nos llamaron para decirnos que las cosas habían empeorado. Esa misma noche, el 11 de octubre de 1934, Billy expiró serenamente en momentos en que nos encontrábamos sentados junto a su lecho. Al salir del hospital, nos sentíamos profundamente apenados y conturbados.”

Dos días después, al cabo de un “funeral sublime y conso­lador”, sus restos mortales fueron depositados junto a la tumba de su abuelo, Jacob Ellsworth Jeffs.

El otoño fue una época muy triste para los acongojados padres, particularmente para Claire. Mientras que Howard podía concentrarse en su trabajo y en sus estudios, ella se encontró de pronto sin las responsabilidades de cuidar a su bebé. Y a fin de no pensar tanto en su dolor de madre, decidió volver a trabajar. La tienda Blackstone’s, que había sido adquirida por la compañía Bullock’s, la recibió con beneplá­cito y se reintegró a la misma como subgerente de personal.

“Esa fue la única vez que Claire estuvo empleada durante nuestro matrimonio”, indicó Howard.

Dificultades y bendiciones

Cuando FUERON A vivir con los padres de Claire, Howard y su esposa pensaban que sería por poco tiempo, así que pidieron que sus cédulas de miembro se conservaran en el Barrio Inglewood de la Estaca Hollywood en vez de que se transfirieran al Barrio Vermont, al que la madre de Claire pertenecía. A principios de 1935 llamaron a Howard para que dirigiera el programa Scout de la estaca. En tal posición repre­sentaba a la estaca ante el Consejo Scout de la Región Metro­politana de Los Angeles y se le nombró subcomisionado del distrito. Tanto él como Claire continuaron sirviendo en la A.M.M. del barrio y fue en relación con tales funciones que recibieron otro llamamiento.

“Una noche tuvimos una cena para los Hombres M y las Espigadoras”, contaba Howard. “Mientras conversábamos, alguien preguntó por qué el barrio no podía tener su propio edificio en vez de estar alquilando el salón del Club de Mujeres. Entonces decidimos hablar con el obispado al respecto. Nos dijeron que estaban esperando que los miem­bros tuvieran el deseo necesario para hacer contribuciones y, como resultado, nos llamaron para formar parte del comité financiero, y a mí como director del mismo.”

Al poco tiempo desarrollaron un plan de recaudación de fondos y se escogió el lugar para una nueva capilla. Howard hizo las negociaciones con la Compañía de Inversiones de Los Angeles para adquirir dos lotes y una casa adyacentes al Par­que Centinela por el precio de dos mil dólares.

El 26 y el 27 de julio el barrio auspició la celebración del Día de los Pioneros Mormones. La primera noche, el Coro del Tabernáculo Mormón cantó en el Inglewood Bowl. Al día siguiente, que era sábado, se llevaron a cabo en el parque actividades deportivas, actuaciones musicales y exhibiciones, en un programa en el que hablaron los alcaldes de Inglewood y de Los Angeles, así como el Gobernador de California. Por la noche, los miembros de la estaca presentaron un espectáculo titulado “El Llamamiento del Batallón Mormón.”2

“El acontecimiento fue todo un éxito y ayudó a incremen­tar los fondos para la construcción”, informó Howard. Cuando comenzó sus estudios de abogacía ese otoño, debió ser relevado del comité financiero, pero tres años más tarde tuvo la satisfacción de ser especialmente invitado a participar en los servicios dedicatorios de la nueva capilla.

Howard ingresó a la facultad de derecho en septiembre de 1935 y enseguida comprendió que las clases de abogacía requerían mucho más tiempo para estudiar que las tareas universitarias. Entonces extendió sus horas de estudio hasta la una o las dos de la mañana. Cuando Claire, que estaba a la espera de su segundo bebé, le dijo que había llegado la hora de ir al hospital, Howard tomó uno de sus libros de texto y la llevó de urgencia al Hospital Metodista del Sur de California. Pusieron a Claire en cama inmediatamente y se quedó a su lado hasta que la medicina que le habían dado hizo su efecto y ella se durmió. Luego Howard se puso a estudiar.

“La noche fue pasando”, escribió, “y aun pasó la media­noche. Para entonces, ya había terminado de estudiar lo asig­nado. No era extraño que estudiara hasta bastante tarde, pero no durante toda la noche. Después de algunas breves cami­natas y de haber leído en el texto las lecciones de varias se­manas por adelantado, noté que el cielo comenzaba a enrojecerse con la salida del sol y que los ruiseñores trinaban en las ramas de los árboles junto a la ventana.

“La enfermera entró al cuarto unos minutos después de las cinco, cuando leía yo todavía del libro, para comunicarme que acababa de ser padre de un varoncito. Era el 4 de mayo de 1936. Claire se hallaba bien y pocos días después la llevé a casa con ese niño que ocuparía el lugar de otro pequeñito que se había ido al cielo.”

En agosto, Howard bendijo a su nuevo hijo en una reunión de testimonios y le dio el nombre de John Jacob Hunter—John en honor del padre, el abuelo y el bisabuelo de Howard, y Jacob por el padre de Claire,

Howard y Claire apreciaron mucho haber podido vivir durante tres años en la casa de los padres de ella, pero ahora que el cargo en el Distrito de Control de Inundaciones del Condado de Los Angeles le ofrecía a Howard un empleo seguro, comenzaron a buscar una casa propia. Encontraron una de cinco habitaciones en la localidad de Alhambra, a un precio y a plazos asequibles para ellos. El vendedor de la propiedad aceptó su oferta de $3,600, con $500 al contado y el saldo a pagar en tres años. Durante esos tres años sólo tenían que abonar $15 mensuales por concepto de intereses. “No podríamos haber hecho un trato mejor”, comentó Howard.

El obispo de su nuevo barrio, el Barrio Alhambra de la Estaca Pasadena, le recomendó a Howard que completara sus estudios antes de aceptar un llamamiento en la Iglesia, pero también le aconsejó que asistiera a las reuniones tanto como le fuera posible. “El tener que trabajar, ir a la facultad de noche y, además, dedicar tiempo al estudio, no era fácil”, escribió Howard en su historia personal. “Nuestra vida social era casi inexistente, excepto algunas visitas a nuestros familiares.”

Las relaciones familiares eran muy importantes para Howard y Claire. Pasadena, donde la pareja viviría por vein­tidós años, estaba a menos de una hora por automóvil de la residencia de sus respectivos padres y de la casa de Thelma y su hija Lee. Durante su noviazgo con Claire, Howard le había tomado mucho cariño a Lee y en ocasiones la llevaban con ellos en sus citas. Cuando todos vivían en la casa de sus sue­gros, él le enseñó a Lee a patinar y a andar en su primera bici­cleta, y una vez le fabricó unos zancos y también le enseñó cómo mantenerse en equilibrio sobre ellos.

Para Lee, quien nunca había conocido a su propio padre, Howard representaba esa querida imagen paterna. Su madre se volvió a casar cuando Lee tenía ocho años y su padrastro, Eddie Waldman, la adoptó legalmente, pero Lee se mantuvo siempre cerca de los Hunter y de su abuela Jeffs. Su madre no era activa en la Iglesia, por lo que Howard y Claire la llevaban con ellos a las reuniones y alentaban su participación en las actividades.

También Dorothy, la hermana de Howard, se estableció en Los Angeles. En diciembre de 1935 se había casado en el Tem­plo de Salt Lake con Marvin Rasmussen, el que tres años antes había acompañado a Howard y a Claire cuando éstos viajaron a Utah para casarse. Dorothy y Marvin vivieron durante un año en Mount Pleasant, Utah, y después se mudaron a Los Angeles, donde tuvieron tres hijas.

El círculo familiar inmediato de Howard y Claire se com­pletó el 29 de junio de 1938, cuando nació su tercer hijo. Las clases de verano en la facultad de abogacía acababan de empezar y esta vez, cuando el médico salió de la sala de par­tos para anunciarle el nacimiento, Howard estaba estudiando un libro de texto sobre herencias y testamentos. Para este alumbramiento, Claire no necesitó quedarse mucho en el hos­pital, al que llegaron temprano en la tarde y el niño nació esa misma noche antes de las siete.

En una reunión de testimonios, Howard dio a su hijo una bendición y el nombre de Richard Alien Hunter.

¡Abogado al fin!

CON MI ULTIMO examen, las clases de abogacía parecieron concluir abruptamente en aquella primera semana de junio de 1939”, escribió Howard en su historia. Cuando se anunciaron las calificaciones, él y otros dos estudiantes estaban a la cabeza de la clase, por lo cual debieron calcularse sus grados en deci­males para determinar el orden exacto de méritos. Los resul­tados indicaron que Howard había obtenido dos décimas del uno por ciento menos que el primero y una décima del uno por ciento menos que el segundo. El 8 de junio de 1939, en la ceremonia de graduación llevada a cabo en el Hollywood Memorial Auditorium, Howard resultó ser el tercero de su clase y obtuvo su diploma con honores. 4

Una semana después de su graduación, comenzó a tomar un curso preparatorio dictado por uno de sus profesores para luego pasar el examen ante la barra de abogados del estado de California. En ocasión de la última clase, el profesor aconsejó a sus alumnos que, cuando se sentaran a escribir su examen, “miraran al hombre a su izquierda y al de su derecha y consideraran que, de los tres, solamente uno habría de diplo­marse.”

Howard recuerda que tomar aquel examen el 23, 24 y 25 de octubre, fue “una de las experiencias más abrumadoras” de su vida. “Después del tercer día, me sentí totalmente exhausto. Yo había hecho todo lo posible, pero aún me quedaba la angustia de no saber si habría sido suficiente.”

La espera le pareció interminable porque “varios años de intensas tareas culminaban ahora con el resultado de un simple acontecimiento.” Sabía que si recibía una carta de una sola hoja, ello significaría que no había pasado el examen. Por otro lado, una carta abultada no solamente significaría que se había graduado sino que también vendría acompañada de varias solicitudes para la aprobación de la barra de abogados y de los tribunales de justicia.

“Fue en la mañana del 12 de diciembre que Claire me llamó a la oficina para informarme que el cartero había traído una carta del Comité Examinador”, recordaba. “ ‘¿Es el sobre abultado o delgado?’ le pregunté. ‘Abultado’, respondió. Sentí que la sangre me subía a la cabeza, cerré los ojos y esperé que Claire abriera la carta y me leyera su contenido. Las arduas tareas y los sacrificios que habíamos hecho bien habían valido la pena.” Y su profesor tuvo razón: De 718 estudiantes que habían tomado el examen, sólo 254 lo habían pasado—o sea el 35,4 por ciento. Casi dos tercios de ellos no lo consiguieron.

En una ceremonia realizada en Los Angeles el 19 de enero de 1940 ante la Suprema Corte de California, Howard W. Hunter tomó juramento y fue admitido para practicar la abogacía en ésa y otras cortes del estado. El 5 de febrero fue admi­tido ante la barra de la Corte del Distrito Federal del Sur de California, y el 8 de abril ante el Tribunal Federal de Apelaciones del noveno circuito.

Ese invierno subalquiló una oficina en el bufete del abo­gado James P. Bradley y el primer día de abril comenzó a ejercer la jurisprudencia. “Tenía varios asuntos legales pendientes al momento de mi graduación”, dijo, “así que puse manos a la obra inmediatamente.” Continuó trabajando algunas horas para el Disfrito de Control de Inundaciones del Condado de Los Angeles reduciéndolas a medida que su profesión de abogado se lo requería, hasta marzo de 1945.

Habiendo terminado Howard con los estudios, él y Claire tenían ahora el tiempo para otros intereses. Ese verano dejaron a sus hijos con los abuelos y viajaron a San Francisco, Califor­nia, para asistir a la Feria Mundial, la Exposición del Golden Gate. Los abuelos paternos de Howard se habían establecido en San Francisco en 1933, falleciendo la abuela al año si­guiente. A Howard le gustaba mucho conversar con su abuelo, que entonces tenía noventa años de edad, y con su tía Flora, quien administraba la oficina de telégrafos de la Western Union en esa ciudad.5

Por primera vez en los tres años que habían sido miem­bros del Barrio Alhambra, Howard y Claire fueron llamados para ocupar cargos, él como instructor de la clase de genealogía para jóvenes6 y ella como maestra en la Escuela Dominical de Menores.

Un llamamiento inesperado

El 27 DE AGOSTO de 1940 Howard recibió un llamado tele­fónico de Bertrum M. Jones, el presidente de la Estaca Pasadena, quien lo invitó a una entrevista con él y sus consejeros esa noche después de la Mutual. Durante dicha entre­vista le informó que el Barrio Alhambra iba a ser dividido y. que los Hunter pasarían a ser miembros del nuevo Barrio El Sereno. A continuación, lo llamó para que ocupara el cargo de obispo de ese barrio.

Howard quedó muy sorprendido. “Yo siempre había creído que para ser obispo uno debía tener mayor edad”, comentó, “y le pregunté cómo un hombre de treinta y dos años de edad podría ser el padre del barrio. Me dijeron que yo sería el obispo más joven llamado hasta esa época en el sur de California, pero que sabían que podía hacerme cargo de tal responsabilidad. Le expresé mi reconocimiento por la con­fianza que depositaban en mí y les aseguré que haría todo lo que estuviere a mi alcance.”

Aún sorprendido, volvió a su hogar y le comunicó la noti­cia a Claire. “Nos acordamos de la decisión que habíamos tomado en cuanto a casarnos en vez de ir a una misión, con la idea de que algún día podríamos hacerlo juntos”, dijo. “Quizás ésta sería esa misión, aunque de una índole diferente de la que habíamos anticipado.”

El Barrio El Sereno se organizó en la mañana del domingo 1° de septiembre, en una reunión especial que se llevó a cabo en un salón alquilado. Como obispo del mismo se sostuvo a Howard Hunter, y como sus consejeros a Frank Brundage y Richard M. Bleak.7 Una semana más tarde, después de la con­ferencia trimestral de la Estaca Pasadena, Howard fue ordenado sumo sacerdote y obispo, y apartado por el élder Joseph F. Merrill, del Quórum de los Doce Apóstoles, para que presi­diera el nuevo barrio.

El día de su sostenimiento como obispo, Howard preguntó a la presidencia de la estaca cuáles habían de ser sus respon­sabilidades. Le informaron que tenía que encontrar un lugar donde efectuar las reuniones del barrio, llenar los cargos co­rrespondientes en cada una de las organizaciones, y ponerse en marcha. “Todo esto era algo nuevo para mí, siendo que nunca había integrado un obispado”, comentó, “pero seguí las instrucciones recibidas.”

Esa tarde, él y sus consejeros se “pusieron-en marcha.” Consiguieron que la logia masónica les subalquilara algunas salas en su Edificio Florence, en El Sereno. (Para separar las distintas clases de la Escuela Dominical tenían que utilizar cortinas en un salón—lo cual hizo que Howard recordara sus experiencias de cuando era jovencito en Boise.) También comenzaron a organizar el barrio. Una de las primeras per­sonas en ser llamada fue Claire, a quien se le pidió que traba­jara en la Escuela Dominical de Menores.

Howard y Claire habían estado buscando una casa más cómoda y unos pocos meses más tarde encontraron una que respondía a sus necesidades en la avenida Winchester, en el linde entre El Sereno y Alhambra. La casa tenía tres dormito­rios, un cuarto sin terminar en el piso superior y un sótano. Entonces transformaron en oficina y biblioteca uno de los dor­mitorios, haciendo así, dijo Howard, “un lugar ideal para las entrevistas y otras funciones propias de un obispo.” Puesto que aún no contaban con un edificio propio, el hogar del obispo pasó a ser el centro de la vida social de los miembros del barrio.

Dificultades durante la guerra

Al TERMINAR la reunión de testimonios en el Barrio El Sereno el domingo 7 de diciembre de 1941, el superintendente de la Escuela Dominical entró de prisa en la capilla y fue direc­tamente al estrado con la devastadora noticia de que unos aviones japoneses habían bombardeado Pearl Harbor, en Hawai. El día siguiente, Estados Unidos declaró la guerra al Japón, y el 11 de diciembre hizo lo mismo con Alemania e Italia.

Dos años antes, Howard había considerado seriamente la idea de alistarse en la reserva militar de los Estados Unidos. Gracias a su servicio en el Centro de Entrenamiento de Oficiales de Reserva durante sus estudios secundarios, y su grado de oficial cadete, podía haber ingresado a la reserva como ofi­cial si lo hubiera solicitado antes de cumplir, el 14 de noviem­bre de 1939, los treinta y dos años de edad. Había hablado con algunos oficiales de mando en el Departamento de Auditores de Guerra, la oficina legal del ejército, y obtenido los corres­pondientes formularios y manuales. En su historia personal describió así su dilema:

“El 1o de septiembre de 1939, cuando yo estaba tomando el curso para el examen de derecho, Alemania invadió Polo­nia, Francia le declaró la guerra y Rusia entró en el conflicto. Toda Europa ardía en las llamas de lo que pasó a conocerse como la Segunda Guerra Mundial. Yo había ya firmado mi solicitud para entrar en la reserva, pero no la había presentado aún. Después de pasar el examen de derecho me quedaban dos semanas más para hacerlo, así que conversé con Claire sobre el particular.

“Sabíamos que era posible que Estados Unidos se viera obligado a entrar en la guerra. En tal caso, las reservas habrían de ser llamadas primero. Por otro lado, se alistaría a todo ciudadano y tener un cargo de oficial podría ser una gran ventaja. A medida que se acercaba la fecha del plazo, pensábamos que mejor sería renunciar al posible cargo. El día de mi cumpleaños llegó y pasó sin que presentara mi solicitud, y no tuve el privilegio de ser un oficial de la reserva.”

En diciembre de 1941, la vida de todo norteamericano cambió al entrar Estados Unidos oficialmente en la guerra. “Se establecieron restricciones en el uso de la luz eléctrica, cambios en la economía, escasez, racionamientos y otras medidas de emergencia”, escribió Howard. “Todo varón mayor de diecio­cho años de edad debió registrarse para el reclutamiento. Por razones de mi cargo como obispo, se me concedió la clasifi­cación 4D de ministro religioso, que me eximía del reclu­tamiento hasta concluida la guerra. Si hubiera solicitado entrar en la reserva, lo cual estuve a punto de hacer, habría tenido que alistarme de inmediato.”

Uno de los primeros objetivos del obispado del Barrio El Sereno era encontrar un terreno y comenzar a recaudar fon­dos para la construcción de un edificio propio. En mayo de 1942, el Obispado Presidente notificó a los barrios y a las estacas que no se debía construir ningún edificio mientras durara la guerra, pero ello no impedía que se continuara recaudando fondos para el futuro. Aunque el barrio contaba con sólo 265 miembros, California seguía siendo el estado de más rápido crecimiento en el país, y el obispado sabía iba a llegar el día cuando el creciente número de miembros requeriría un edificio más amplio donde tener sus reuniones y actividades.

Guiados por su carismático y dinámico obispo, los miembros del barrio emprendieron una serie de programas para recaudar fondos. “Se nos reconocía en toda la Estaca Pasadena como el barrio del ‘proyecto de la cebolla, porque todas las semanas los miembros iban en diferentes turnos, de día y de noche, a una fábrica de encurtidos a limpiar cebollas como parte del programa”, escribió uno de los historiadores del ba­rrio8. Y Howard comentó: “No era difícil, en las reuniones sacramentales, saber quiénes habían estado limpiando cebo­llas.”

En otra ocasión, el barrio consiguió que una fábrica de chucrut le pagara para que sus miembros ayudaran a preparar el repollo, al que había que echar en un enorme tanque, rociarlo con sal y pisarlo calzando botas de caucho. Al finalizar la guerra, el barrio adquirió un vagón completo del cereal marca “Kix” sobrante de los almacenamientos del gobierno y lo fraccionó en pequeños paquetes para vendérselo a los miembros y a sus amigos para beneficio del programa de construcción.

“Aquellos fueron días felices, cuando trabajábamos juntos como personas de diversa condición y habilidad, apoyando al obispado en la tarea de recaudar fondos para edificar una capilla”, recordó el obispo Hunter, quien tanto amaba a los miembros de su barrio. “Nuestro barrio era como una gran familia feliz y, aparte de las reuniones de la Iglesia, solíamos tener muchas actividades al aire libre y fiestas.”

Richard, el hijo de Howard, recuerda que “el barrio tenía un espíritu particularmente fiel. Me acuerdo del termómetro que se hallaba a la entrada del segundo piso y que indicaba el estado de nuestro programa de recaudación de fondos para construir el edificio. En la planta baja había una panadería y el aroma que nos llegaba de abajo solía interrumpir nuestras reuniones. Recuerdo las obras que el barrio presentaba, en especial las fiestas navideñas. Para mí, apenas un niño en edad de Primaria, todo aquello resultaba una experiencia maravi­llosa.”

A medida que los sacrificios exigidos por la guerra fueron aumentando, el barrio se encontró con muy pocos varones para ocupar cargos de liderazgo. “Teníamos varios jóvenes admirables que no podíamos descuidar, así que asumí la responsabilidad de servir como maestro Scout”, recordaba Howard. “Les enseñé para que pudieran obtener sus grados y especialidades. Lograron ser muy hábiles en campamento, señales y en cada uno de los requisitos del programa Scout. Con frecuencia íbamos a acampar de noche y participábamos en todas las actividades de las que gustan los scouts. En los dos años que trabajé con ellos, los jóvenes progresaron en gran manera.”

Howard enseñaba a la juventud con verdadero amor, pero cuando era necesario no vacilaba en actuar con firmeza—aun de una manera poco ortodoxa.

A un lado del edificio donde se realizaban las reuniones del barrio había una farmacia con una fuente de sodas que permanecía abierta los domingos. Los jóvenes del Sacerdocio Aarónico comenzaron a escabullirse después de repartir la santa cena en la reunión sacramental y se iban al lado a tomar refrescos. Los líderes del barrio y el obispo les decían que no debían hacerlo, pero de nada les valió.

Un día, después de que los jóvenes habían salido como de costumbre de la reunión sacramental, el obispo Howard Hunter, quien se hallaba dirigiendo la reunión, irritado por unos minutos, bajó del estrado, salió de la capilla y fue a la far­macia. “Hermanos”, les dijo, “cuando hayan terminado con sus refrescos, continuaremos con nuestra reunión.”

Los jóvenes a quienes ya se les había servido, tragaron apresuradamente la bebida, mientras que los que aún espera­ban que se les sirviera volvieron a guardar su dinero y todos siguieron a su obispo sin demora de regreso a la capilla. Sin mencionar otra palabra sobre el incidente, el obispo Hunter continuó con los anuncios de la reunión sacramental. Desde ahí en adelante, según los miembros del barrio, los jóvenes del Sacerdocio Aarónico nunca más volvieron a escabullirse de la reunión sacramental.

Muchos años después, cuando Richard Hunter fue obispo, le preguntó a su padre qué podría hacer para lograr que los jóvenes del barrio asistieran a la reunión del sacer­docio en vez de quedarse durmiendo en la casa. “Papá me contó que un día, habiendo notado la ausencia de algunos jóvenes poseedores del Sacerdocio Aarónico, fue con el quórum de presbíteros en pleno hasta la casa de uno de ellos”, recordaba Richard. “El joven en cuestión estaba todavía dormido en su cama, así que llevaron a cabo la reunión del sacerdocio en su dormitorio. Papá me dijo que aquel joven nunca más faltó a las reuniones desde aquel día.”

La atención que el obispo Howard Hunter demostraba a la juventud incluía a los jóvenes adultos que cursaban estu­dios universitarios. Lee, la sobrina de Claire, asistía en 1945 al Colegio Woodbury, y un grupo de alumnos mormones deseaba organizar allí el Club Deseret, la asociación de la Igle­sia para estudiantes en lugares donde no había un número suficiente de ellos para que tuvieran un instituto de religión. La universidad no les permitía organizarse como tal a menos que consiguieran que alguien los patrocinara. Howard Hunter accedió a auspiciarles y durante todo el año fue a la universi­dad los miércoles para enseñarles una clase basada en la obra Jesús el Cristo, de James E. Talmage.

Lee se quedaba frecuentemente con los Hunter, ayudán­doles en el cuidado de los niños y disfrutando de ser parte de la familia. En ocasión de una de tales visitas, Howard hizo los arreglos para que un joven del barrio la acompañara a un baile de la Iglesia. Llegado el momento, le pidió a Lee que, aunque aquel muchacho era de baja estatura, no muy buen mozo y un tanto retraído, fuera al baile con él y lo tratara con amabilidad.

Lee estuvo de acuerdo—y quedó gratamente sorprendida cuando su acompañante, Richard Harrison Child, resultó ser un joven alto, buen mozo y muy sociable. Howard y Claire fueron con ellos al baile. Tres años después, siendo que no había un templo en el sur de California aún, Howard ofició en su casamiento y al día siguiente Claire los acompañó al Tem­plo de Arizona donde fueron sellados por esta vida y por la eternidad.

Howard fue relevado de su llamamiento de obispo el 10 de noviembre de 1946, al cabo de seis años y medio de servi­cio. “Estaré siempre agradecido por ese privilegio y la edu­cación que recibí durante esos años”, dijo. “Fueron años difíciles en cierto modo, particularmente para Claire, pero ella nunca se quejó y estamos muy agradecidos por los valores que el llamamiento infundió en nuestra familia.

Joseph A. West, quien había sido obispo de Howard a fines de la década de 1920 en el Barrio Adams y luego un patriarca en la Estaca Pasadena, dio a los Hunter una bendición espe­cial cuando Howard fue llamado a ser obispo. La bendición que dio a Howard declaró que sería “reconocido como un obispo honrado, justo y honorable entre los miembros de su barrio—y en años por venir esos miembros llegarán a ti con lágrimas en los ojos para agradecer tus bendiciones, tu mano orientadora y tu desempeño en la obra para la cual has sido llamado.”

Aun décadas más tarde, muchos de los que fueron miem­bros del Barrio El Sereno habrían de venir a Howard con lágri­mas en los ojos, o le escribirían o llamarían para testificarle que, cuando fue su obispo, verdaderamente había sido una bendición para ellos.

Charles C. Pulsipher, un ex miembro del barrio, mencionó algunos de sus recuerdos en un artículo publicado por el se­manario Church News en 1981, diciendo:

“Como obispo, supo unir a nuestra pequeña congregación en un esfuerzo mancomunado y nos enseñó a lograr cometi­dos que parecían inalcanzables. Como miembros de nuestro barrio, trabajábamos juntos, orábamos juntos y adorábamos juntos al Señor. . . El élder Hunter nos hizo cultivar huertos en nuestros hogares. Sembramos asimismo un huerto de habas para el barrio. El vecindario se asombraba ante los resultados de nuestras cosechas. También tuvimos muchos programas de recaudación de fondos para la construcción de un edificio. No obtuvimos grandes sumas de dinero, pero el trabajar juntos resultó mucho más benéfico que la ganancia monetaria.”9

Nuevos nombramientos y llamamientos

EL MISMO DÍA en que fue relevado como obispo, Howard recibió el llamamiento para dirigir el quórum de sumos sacer­dotes de la Estaca Pasadena, responsabilidad que requería “mucho menos tiempo que la de seis años como obispo.” Pero como todo otro llamamiento en la Iglesia, éste era muy impor­tante. Uno de los deberes de los miembros del quórum era vi­sitar a los miembros de la Iglesia que estuvieran internados en el Hospital General del Condado de Los Angeles, el cual es uno de los más importantes en todo el país. Todos los jueves, en horas de la noche, los sumos sacerdotes visitaban a los miembros hospitalizados para darles una bendición y ayudar­les en todo lo que podían.

En 1948, Howard y Claire vendieron su casa en Alhambra y compraron una finca recién construida en el 940 de Paloma Drive, en Arcadia. La casa tenía una sala, un comedor, un cuarto de lectura, una cocina, un dormitorio grande para Howard y Claire, y un dormitorio para cada uno de los hijos. Un pasillo separaba la casa del garaje, y detrás de éste había una habitación para huéspedes que daba a un patio.

En su nuevo domicilio, los Hunter pasaron a ser miembros del Barrio Las Flores, cuyas reuniones se llevaban a cabo en el Club de Mujeres de Temple City. A las pocas semanas de estar asistiendo a esas reuniones, el Club de Mujeres notificó a los líderes del barrio que no renovaría su contrato de alquiler. Siendo que no existía en la zona otro edificio adecuado, el obispado decidió construir un salón de clases en un terreno que habían comprado anteriormente. Se dispuso que, por el momento, el salón no tendría tabiques a fin de que pudiera utilizarse como capilla y que las diferentes clases debían sepa­rarse por medio de cortinas.

En una reunión realizada tan pronto como se terminó de construir, el obispo anunció que el salón no iba a ocuparse hasta que no se hubieran pagado todos los gastos pertinentes, y que mientras tanto las reuniones continuarían llevándose a cabo en salones alquilados. El edificio se fue construyendo poco a poco en los años subsiguientes—el salón de actividades, los tabiques entre las distintas clases, la capilla, las antesalas, las oficinas y los demás salones—con la partici­pación de los miembros en las tareas. Howard y sus hijos dedicaron a la empresa muchas horas de trabajo en las noches y en días sábado. Ayudaron a colocar el alambre tejido para el revestimiento en una de las paredes de la capilla e insta­laron una parte del enlosado acústico en el cielorraso del salón de actividades. Cuando el grupo de voluntarios iba pasando en cadena los azulejos, recordaba Howard, “Richard estaba en el tope de la escalera recibiéndolos.” El edificio fue terminado, su costo pagado en su totalidad, y finalmente dedicado.

Howard también tuvo una gran satisfacción al terminarse de construir el edificio del Barrio El Sereno. En 1944, cuando ocupaba su cargo de obispo, se había comprado un terreno por dos mil dólares. Dos años más tarde, después que los ofi­ciales de la Iglesia le comunicaron al obispo George W. Rands, el sucesor del obispo Hunter, que no se podría construir allí el edificio, se le vendió el terreno a la municipalidad de Los Angeles por siete mil setecientos dólares. Se compró entonces otro terreno en 1947, pero al no ser aprobado por la municipalidad, se convirtió en un lote vacío.

Mientras tanto, la Iglesia Congregacional en el sur de Pasadena estaba construyendo un edificio más amplio y puso para la venta su viejo local. En 1949, la Iglesia hizo los trámites para comprarlo y procedió a refaccionarlo completamente para satisfacer las necesidades del barrio. Habiendo sido uno de sus obispos, Howard Hunter asistió, el 15 de febrero de 1950, a la primera reunión sacramental llevada a cabo allí. Tres meses después, como presidente de la estaca, había de presidir en la reunión sacramental durante la cual el nombre del Ba­rrio El Sereno se cambió oficialmente al de Barrio Pasadena Sur.

→ 6 La vida familiar y la práctica de la abogacía


  1. El Coro del Tabernáculo se encontraba en una gira que incluía pre­sentaciones en la Feria Mundial de San Diego, “The California Pacific Inter­national Exposition”. Véase “The Church Moves On”, Improvement Era 38 (octubre de 1935): 621.
  2. Según Leo J. Muir, A Century of Mormón Activities in California (Salt Lake City: Deseret News Press, sin fecha), 1:252—53, “El 24 de julio de 1936, el barrio presentó otra vez en el anfiteatro la continuación de la primera exhibición teatral The March of the Battalion’. Esta exhibición teatral se pre­sentó nuevamente en la Feria Mundial de San Diego, auspiciada por el Ba­rrio Inglewood.”
  3. “Se dio comienzo a la construcción de la capilla en diciembre de 1937, y le dedicó el 24 de julio de 1938, el élder Melvin J. Ballard. El costo del edi­ficio y del terreno excedió los $50.000 dólares.” Muir, A Century of Mormón Activities in California 1:252.
  4. Varios años más tarde, la universidad decidió conferir el grado de doc­tor en leyes o “juris doctor”, en vez de licenciado en leyes. La decisión se hizo retroactiva y, en 1971, Howard solicitó y recibió el grado de doctor en jurisprudencia para reemplazar el grado de licenciado en leyes que previa­mente había recibido.
  5. John Hunter falleció al año siguiente, el 10 de agosto de 1941, en San Francisco.
  6. Todos los dieciséis miembros de la clase de genealogía de Howard, hasta donde se puede determinar, se casaron más tarde en el templo. Green, “Howard William Hunter, Apostle from California”, 36.
  7. Unos meses después, cuando Frank Brundage se mudó de esa región, Richard M. Bleak fue llamado como primer consejero, y James A. Rawson, como segundo consejero. Cuando el hermano Bleak se mudó en 1943, el her­mano Rawson fue nombrado primer consejero, y George W. Rands, segundo consejero. Estos hombres sirvieron con el obispo Hunter hasta que fue relevado en noviembre de 1946.
  8. Nelle Hedtke, “History of the South Pasadena Ward Sunday School, Pasadena Stake of Zion, 1938—1950”, manuscrito inédito.
  9. Charles C. Pulsipher, “My Most Influential Teacher”, Church News, 10 de enero de 1981, 2.
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