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La vida familiar y la práctica
de la abogacía
A PRINCIPIOS DE 1940, tanto Howard como Claire—al igual que el resto del país—estaban muy preocupados por el acelerado aumento de los problemas que afectaban al mundo a medida que la guerra se propagaba por Europa y el Pacífico. Pero también gozaban de cierta tranquilidad, después de varios años de dificultades durante la gran depresión económica, al tener su propio hogar, dos hijos con buena salud y muy dinámicos, una profesión floreciente y el apoyo y la amistad de los miembros de la Iglesia en su barrio.
Toda esta dicha, sin embargo, se vio amenazada en mayo de 1942 cuando el pequeño John, quien a los seis años de edad estaba por terminar las clases en el jardín de infantes, enfermó de gravedad. El médico de cabecera y los facultativos de los departamentos de salubridad pública de la ciudad y del condado confirmaron el diagnóstico: poliomielitis. En esos momentos se acercaba ya al período crítico en que la enfermedad podría resultar en parálisis.
En aquella época, los médicos estaban experimentando con un tratamiento para la poliomielitis desarrollado por Eli-zabeth Kenny, una enfermera y fisioterapeuta australiana. Claire, bajo la dirección del médico, comenzó a aplicar el tratamiento, el cual consistía en mojar una frazada con agua caliente, escurrirla y envolver con ella al niño, cubriéndolo entonces con una manta seca. Tan pronto como se enfriaba la frazada caliente, debía cambiársela por otra.
“Los médicos, considerando que John se hallaba en la etapa crítica de la enfermedad y que estaba recibiendo un tratamiento mejor que el que se le podía brindar en el hospital, decidieron declarar la casa en cuarentena y dejarlo allí hasta que fuera superada la crisis,” escribió Howard. “Llevamos a Richard a casa de mi madre y continuamos con el tratamiento de John a toda hora durante tres días; el médico pasaba a verlo periódicamente para determinar el progreso y observar las posibles señas de parálisis.”
Al cabo de esos días, John empezó a mejorarse por lo que el médico decidió no internarlo en el hospital. “El Señor contestó nuestras oraciones”, indicó Howard, “y aunque debió quedarse en cama por seis semanas, se recuperó sin ninguna incapacidad permanente.”
Mientras John era el centro de atención debido a su problema en su hogar, su hermanito Richard, de cuatro años de edad, lo era en la casa de sus abuelos—y por causa de una crisis familiar diferente. Uno de los apartamentos que Will y Nellie Hunter administraban en ese entonces fue alquilado por la madre de Margaret O’Brien, una popular actriz infantil que era apenas unos meses mayor que Richard. Los dos niños se hicieron amigos y con frecuencia jugaban juntos.
En esos días, los estudios cinematográficos Metro-Gold-wyn-Mayer estaban haciendo pruebas para el reparto artístico de una película con Margaret O’Brien. El director había probado a varios jovencitos para el papel de compañero de juegos de la niña pero no estaba conforme con ninguno de ellos. Un día, cuando Richard y Margaret se hallaban jugando, la mamá de la pequeña actriz le enseñó a Richard algunas líneas del libreto e hizo que las interpretara. Al parecerle que lo había hecho muy bien, llamó en seguida al director de la película, el cual accedió a probarlo.
Nellie llevó a Richard a los estudios, donde el niño trabajó por dos días con el elenco y el personal técnico. Cuando los agentes de la M.G.M. le dijeron que querían hablar con los padres acerca de la posibilidad de un contrato artístico, Nellie llamó a Howard y a Claire. Después de analizar en detalle la situación, decidieron que no querían que su hijo fuera actor de cine.
“La madre de Margaret se contrarió mucho y mi madre pensó que no estábamos demostrando ser lo suficientemente agradecidos para con ella después de tanto trabajo y esfuerzo que había hecho”, recordaba Howard, agregando, “pero yo había estado bastante relacionado con muchas personas de la industria cinematográfica y no me agradaba el ambiente, así que la vida artística de Richard no duró mucho tiempo.”
La vida familiar
Los JÓVENES HUNTER se criaron en un hogar de padres amorosos que supieron inculcarles los buenos valores, confiarles responsabilidades adecuadas a sus edades y habilidades, ayudarles a cultivar sus talentos e intereses, y a valorar el concepto de la tranquilidad y el bienestar.
Claire mantuvo su hogar siempre inmaculado y sus hijos aprendieron desde temprana edad a tender sus camas y a ordenar sus habitaciones antes de comenzar las actividades del día. Howard y Claire sabían hablarles y también escucharles. Les establecieron normas y les hacían saber que esperaban mucho de ellos, no haciéndolo abiertamente ni por coerción, sino mediante el buen ejemplo, la persuasión y el amor.
“Siempre tuvimos la impresión de que teníamos que alcanzar un cierto grado de cumplimiento en todo”, recuerda Richard, “y que no debíamos hacer las cosas de ninguna otra manera. Se esperaba que obtuviéramos buenas calificaciones en la escuela, aunque no comprendo cómo pudimos conseguirlo. Nos enseñaron a responder a la motivación íntima, y mucho de ello provenía de nuestro padre.” Así como el padre había encontrado formas de ganar dinero cuando niño, también lo hicieron los hijos. En días de verano, solían vender limonada en el frente de su casa, cuidaban niños del vecindario, repartían diarios temprano en las mañanas y también vendían emparedados en el Desfile de las Rosas en Pasadena. Sendo que Howard se iba temprano a su oficina y regresaba tarde en la noche, era Claire quien, por lo general, les alentaba ayudaba en tales tareas.
John y Richard aprendieron a orar desde que fueron ¡pequeños y recuerdan que uno de sus padres se sentaba siempre junto a ellos cuando se arrodillaban. Durante la cena o al acostarse, Howard les contaba acerca de sus antepasados y en cuanto a su propia niñez en Boise.
En especial, a los pequeños les gustaba que les contaran sobre el crucero al Oriente. “Papá, cuéntanos de cuando fuiste en aquel viaje”, le decían, y entonces él los complacía describiéndoles detalladamente los lugares exóticos que había visitado. Sus experiencias les parecían tomadas de cuentos tales como Las Mil y Una Noches, excepto que estas historias eran mejores porque realmente habían sucedido.
Una de los relatos preferidos de Richard era de cuando su padre había comprado un mono durante el viaje. “Papá pensó que sería una linda mascota”, recordaba, “pero cuando tuvo que encerrarse en su camarote para dormir, se dio cuenta de que el animalito hacía mucho ruido y tenía mal olor. Un día, al entrar en su camarote, vio que el mono le había abierto el equipaje y esparcido su ropa por todos lados. El mono pasó a la historia, pero nunca logramos que papá nos dijera qué sucedió con él.”
Mucho antes de que la Iglesia adoptara formalmente el día lunes para la noche de hogar, los Hunter habían designado esas horas para su familia. A los hijos se les encargaba una parte de las lecciones y se llevaba un registro de las actividades. A veces tenían juegos como familia o visitaban algún lugar especial. En ocasiones participaban juntos en diversos programas y solían ir al parque Knott’s a comer pollo. Los domingos en la noche acostumbraban a preparar palomitas de maíz y a sentarse en torno a la radio para escuchar sus programas favoritos.
Tanto John como Richard recuerdan con alegría las veces que su padre preparaba una bebida refrescante de hierbas en una vasija enorme y la embotellaba para almacenarla en el sótano—y en particular, cuando las botellas explotaban. Recuerdan las reuniones familiares en la casa de la abuela Jeffs, todos los años en el Día de Acción de Gracias. En la Nochebuena, se quedaban en su hogar y cantaban villancicos, con el acompañamiento de su padre al piano o al clarinete. Entonces Howard procedía a abrir la Biblia y les leía el segundo capítulo de Lucas. El día de la Navidad iban a cenar al hogar de los abuelos Hunter y a intercambiar regalos con la familia de Dorothy. En la víspera del Año Nuevo, Howard y Claire iban a fiestas de la Iglesia o en casa de sus amigos. Y en la mañana del Año Nuevo la familia en pleno asistía al Desfile de las Rosas en Pasadena, llevando consigo dos escaleras de tijera y una tabla que colocaban entre ellas para sentarse y contemplar el desfile por sobre la multitud.
Cuando sus hijos eran pequeños, los viajes en avión empezaron a hacerse populares y Howard los llevaba hasta el aeropuerto para que vieran cómo despegaban y aterrizaban los aviones. Tiempo después, los tres fueron interesándose en armar trenes de juguete y por poco cubrieron el cuarto para huéspedes con vías instaladas sobre grandes tablas de madera prensada montadas sobre caballetes.
“Uno de nuestros pasatiempos predilectos”, dijo Howard, era ir hasta el patio de maniobras ferroviarias que estaban cerca de la estación del ferrocarril Southern Pacific, en Alhambra, para sacar ideas de cómo instalar nuestros conmutadores y otros equipos.” Cuando no lograban entender cómo instalar las bombas de aire en sus modelos, iban hasta las vías de maniobras y se fijaban debajo de los trenes.
Cuando Howard fue llamado como presidente de la Estaca Pasadena, debieron abandonar ese pasatiempo y la habitación para huéspedes se preparó para hospedar a las Autoridades Generales que iban de visita a la estaca. “Fue para nosotros un momento muy triste cuando tuvimos que desmantelar nuestro ferrocarril”, comentó. Howard guardó las locomotoras y los vagones en un depósito, hasta que en 1968, John y Richard, que para entonces tenían hijos propios, se repartieron los distintos componentes de modo que cada uno de ellos pudiera tener una parte del sistema ferroviario que habían ayudado a construir cuando eran niños.
En el verano de 1951, John y Richard tomaron lecciones de salto ornamental en el Colegio de la Ciudad de Pasadena, las cuales enseñaba Colleen Fíutchins, quien era miembro de su estaca y habría de ser coronada Miss América en el otoño de 1952. Al año siguiente, los Hunter construyeron una piscina en el patio trasero donde hasta entonces habían tenido una cancha de badminton. Los muchachos ayudaron a su padre a diseñar y construir una caseta de cuatro cuartos—dos de vestir, uno para el equipo de mantenimiento y el calentador, y uno en el que Howard podía guardar sus herramientas y sus implementos para tallar madera.
El patio que había entre la casa y la piscina, con un asador empotrado, constituía un lugar ideal para que los jóvenes pudieran recibir a sus amigos, y aun los nuevos cuartos de la caseta podían utilizarse como habitaciones para huéspedes.
Recordando cuán importante había sido la música en su propia niñez, Howard dispuso que sus hijos tomaran clases de piano tan pronto como tuvieran la edad suficiente. Cuando se sentaban a practicar, Howard los ayudaba con las notas, el ritmo, el compás, y aun les daba algunas lecciones. Pero con el tiempo, dijo, “el esfuerzo requerido para lograr que estudiaran fue más de lo que yo tenía la paciencia para soportar, así que las lecciones de música quedaron suspendidas por unos dos años.” Los jóvenes aprendieron a tocar otros instrumentos en la escuela. Por un tiempo, John tocó el violonchelo hasta que un día se le dañó en un accidente cuando lo llevaba en su bicicleta de la escuela a su casa.
Howard solía sentarse al piano y tocar algunas de las canciones populares de la época en que actuaba con orquestas en los bailes. Y a veces, en reuniones con sus amigos, alguno le llevaba un clarinete y le decía, “Aquí tienes, prueba éste.” De acuerdo con Richard, “tocaba muy bien el clarinete. Era bueno—era muy, muy bueno.”
A Howard le gustaba escuchar música clásica y adquirió una impresionante colección de discos. Con Claire y con sus hijos acostumbraba asistir a muchos conciertos en la región de Los Angeles. Cierta vez, después de un concierto en el Hollywood Bowl del renombrado pianista Arturo Rubinstein, la familia Hunter logró saludar al artista detrás del escenario.
Viajes y vacaciones
DURANTE EL VERANO, Howard y Claire acostumbraban alquilar una casa en la isla Balboa, frente a la costa de Newport Beach. Uno de los clientes de Howard les permitió una vez quedarse por dos semanas en su yate, el cual estaba amarrado en el Club de la Bahía Balboa. Pero, aunque había ido a la playa muchas veces con Claire durante su noviazgo, a Howard no le agradaba mucho pasar sus vacaciones en ese lugar, así que mientras su familia se quedaba nadando y tostándose al sol, en los días de entre semana él prefería ir a trabajar a su oficina en el centro de Los Angeles.
En julio de 1947 la familia viajó a Utah a fin de presenciar las celebraciones con motivo del centenario de la llegada de los pioneros mormones al Valle del Lago Salado. En 1949 viajaron a lo largo de la costa del Pacífico hasta Victoria y Van-couver, Columbia Británica, Canadá, haciendo escalas en San Francisco, California, y en Portland, Oregón. De noche se quedaban algunas veces en un hotel y otras dormían al aire libre bajo las estrellas, con lo cual, según cuenta Richard, Claire “demostraba ser muy tolerante.” Cierta noche acamparon cerca de una ciénaga y Richard despertó con el cuerpo cubierto de picaduras de mosquito. John, por su parte, recuerda que en otra ocasión habían oído unos ruidos extraños durante toda la noche y, en la mañana, se dieron cuenta de que su campamento estaba prácticamente rodeado de ciervos.
Tres años después, la familia Hunter pasó sus vacaciones en Canadá, viajando a través de los estados de Nevada y de Idaho. Desde la época en que se estableció en California, Howard había visitado la ciudad de Boise una sola vez, en 1930. En esta ocasión pudo mostrarles a Claire y a sus hijos los lugares que recordaba de su niñez: el hogar en el cual nació y las otras casas en las que había vivido su familia, las lagunas donde tantas veces había ido a nadar, el club de golf en el cual había sido caddy, las escuelas a las que había asistido y los lugares donde había trabajado, y la granja de su tío en Melba. “Todo esto era para mí tan interesante como lo había sido cuando era niño”, escribió Howard. En el viaje, la familia pudo visitar los templos de Cardston, en Canadá, de Idaho Falls, en Idaho, y de Logan, en Utah, y en cada uno de ellos Howard y Claire aprovecharon la oportunidad para participar en las sesiones mientras que los jóvenes efectuaron algunos bautismos.
Hasta la fecha en que se terminó de construir y se dedicó el Templo de Los Angeles en 1956, las estacas en el sur de California pertenecían al distrito del Templo de Arizona. Howard y Claire fueron muchas veces a Mesa, donde se halla el mismo, en excursiones del barrio y de la estaca para participar en la obra del templo. “Por lo general viajábamos los viernes en la noche y asistíamos a dos sesiones al día siguiente”, escribió Howard. “Regresábamos a casa los sábados de noche o a veces nos quedábamos en Arizona hasta el domingo, asistíamos a las reuniones de la Iglesia en horas de la mañana, y emprendíamos el regreso en la noche.” También solían ir al Templo de St. George, en Utah, y algunas veces llevaban consigo a sus hijos, quienes efectuaban bautismos por los muertos.
Cuando John y Richard participaban en el programa Scout, sus padres les ayudaban a lograr sus especialidades. Para conseguir la de campamento, John tenía que dormir al aire libre durante cincuenta noches, y Howard recuerda que su hijo “ya había dormido varias veces bajo las estrellas en diferentes ocasiones con los scouts o en actividades para padres e hijos, pero aún le faltaban muchas noches para completar las cincuenta que se requerían.” Ese año, padre e hijos fueron a acampar con marcada frecuencia. Un lugar predilecto para ellos era el Jardín Botánico de Los Angeles, a poca distancia de su hogar en Arcadia, el cual tiene un lago rodeado de una densa fronda similar a una jungla que sirvió de escenario para algunas películas de Tarzán.
Una noche inolvidable para ellos fue cuando viajaron al desierto Mojave, al que llegaron después del oscurecer, y no demoraron en acostarse en sus bolsas de dormir. “En plena noche”, escribió Howard, “nos despertó el silbido aturdidor de una locomotora que se acercaba encegueciéndonos con sus potentes luces. El terror nos dejó como petrificados al ver que el tren corría veloz hacia nosotros, cuando de pronto viró hacia la izquierda pasando a nuestro lado como con un rugido.” ¡Habían acampado nada menos que junto a una curva de las vías del Ferrocarril Santa Fe! En su historia, Howard termina diciendo: “Aunque disfrutamos mucho de tales actividades, fue un verdadero alivio cuando completamos las cincuenta noches.”
En 1951, John y sus compañeros del grupo de Exploradores navegaron durante nueve días en balsas de goma, en un trayecto de unos 145 kilómetros por el río Rogue, en Oregón, siendo ésa la primera vez que alguien lo hacía en ese tipo de embarcación.
Tres años más tarde, los jóvenes scout decidieron repetir la aventura utilizando canoas. Howard, John y Richard construyeron una en el patio de su casa, cortando a medida las maderas en el taller que tenían en la caseta de la piscina. Las canoas eran plegadizas, de modo que pudieran transportarse con facilidad. Los scouts y sus instructores solían participar los sábados en prácticas de remo en el estuario del río Los Angeles, cerca de Long Beach.
Todo anduvo bien en ese viaje, el cual les llevó dos semanas en Oregón, hasta el momento en que el grupo llegó a una enorme cascada y decidieron continuar a través de ella en lugar de evitarla cargando las embarcaciones por tierra. En la canoa delantera, Howard y Richard se prepararon para el zarandeo, cuando de pronto empezaron a ganar velocidad. Richard perdió su sombrero y, al tratar de recogerlo, soltó su remo, causando que la canoa cayera hacia atrás por la cascada.
Salieron ilesos del aprieto, pero un poco más tarde, al lanzarse por otro salto de agua, se les dio vuelta la embarcación. Howard consiguió llegar a salvo a la orilla, pero Richard quedó atrapado debajo de la canoa. Por fin alguien logró alcanzarle una cuerda y rescatarlo. “Aquélla fue una aventura realmente espeluznante”, comentó.
El viaje tuvo que acortarse debido a que perdieron la mayoría de sus provisiones, así que empacaron sus canoas y lo que les quedaba de sus víveres y comenzaron a caminar por el desierto. Esa noche, cuando acamparon en un arenal, Howard les relató la historia de Job.
Tanto John como Richard recibieron su reconocimiento de Scout Águila y obtuvieron asimismo sendos honores en la escuela. John jugó en el equipo de basquetbol de la secundaria, representó a su escuela en la agrupación conocida como el Estado de la Juventud de California, en la que recibió premios en deportes y fue elegido asambleísta, ocupando el cargo de presidente del Club de Colegiaturas. Richard, por su parte, se distinguió en dialéctica y participó en competencias a nivel del estado y local; asimismo, tomó parte en atletismo y en basquetbol.
Después de graduarse de la secundaria, ambos hermanos asistieron a la Universidad Brigham Young, donde se destacaron en sus estudios y ocuparon cargos administrativos en asociaciones estudiantiles. Tras dos años en la universidad, cada uno de ellos sirvió como misionero en la Misión Australiana del Sur, John desde 1956 y Richard desde 1958.
Esposa, madre y ama de casa
LAS FUNCIONES DE esposa y de madre fueron siempre algo muy serio para Claire. De acuerdo con una de sus nueras, tenía tres intereses particulares: Howard, sus hijos, y la Iglesia. Aunque muy discreta y reservada en presencia de otros, era muy diligente en el cuidado de su familia.
Claire ayudaba a sus hijos en las tareas escolares y en la preparación de los discursos que daban en la Iglesia. Cuando estaban en la secundaria, asistían a dos colegios diferentes, así que ella iba a buscarlos después de las prácticas y de otras actividades. Los alentaba en competencias deportivas y de oratoria y le agradaba que los amigos de sus hijos les visitaran, asegurándose de que la parrilla estuviera siempre preparada para los asados en el patio y que hubiera bastante helado en el congelador.
“Ha sido siempre mi mayor ambición”, comentó durante una entrevista para la revista Improvement Era, “el ser una buena esposa, una buena ama de casa y verdaderamente una buena madre. Siempre he pensado que si lo conseguía, habría cumplido mi misión en la tierra. Hemos trabajado arduamente para que nuestros hijos se mantengan activos en la Iglesia y juntos hemos pasado momentos maravillosos. Con frecuencia debí participar con ellos en sus programas scout porque Howard no siempre tuvo el tiempo para acompañarles.” 2
Con los años, sus hijos fueron haciéndose cada vez más independientes y Claire pudo entonces disfrutar de otras actividades de mayor interés personal, por lo general con sus vecinas miembros de la Iglesia. Cuando la familia de Loraine Major construyó una piscina en el patio de su casa, Loraine, Claire y Leda Duncomb contrataron a una instructora de la Asociación Cristiana Femenina para que les enseñara a nadar. Cierta vez cuando Loraine parecía estar hundiéndose en el agua y gritó pidiendo auxilio, Claire le respondió: “¡Sigue braceando, sigue braceando!”, frase ésta que bien podría describir su propia existencia.
Claire acostumbraba a coser su propia ropa, logrando perfeccionar su habilidad para ello mediante una clase de costura que tomó junto con Leda y Loraine. Como era alta y elegante, prefería que sus vestidos fueran tanto clásicos como de moda. Una vez le hizo un hermoso vestido de terciopelo negro a Nan, su nuera, y Kathleen, la hija de ésta, aun pudo usarlo después de 1990.
Otro de los intereses personales de Claire era la decoración de interiores. Había planeado meticulosamente el decorado de su hogar y se esforzaba por encontrar el mueble u ornamento adecuado para cada lugar. Ella y su amiga Alicebeth Ashby solian ir a las tiendas de antigüedades y a los remates en procura de platos de cristal tallado para sus colecciones. Pero aunque prefería cosas de buena calidad, Claire fue siempre muy mesurada en sus compras. Richard recuerda que una vez, al volver de la universidad, encontró a su madre en la cocina cortando cupones de descuento antes de comprar comida y suministros para el hogar. Y cuando estaban preparándose para trasladarse a Utah, Claire se las ingenió para empaquetar todo ella misma a fin de ahorrar dinero en la mudanza, y con ese dinero se compró el reloj pulsera que necesitaba.
A Claire le agradaba mucho la lectura y tenía mucha curiosidad en cuanto a lo que pasaba en el mundo. Un verano, viajó con una amiga en una excursión de dos meses auspiciada por la Universidad Brigham Young y visitaron Italia, la Riviera francesa, Suiza, Francia, Bélgica, Holanda e Inglaterra. Durante ese tiempo, Howard, John y Richard fueron marcando todas las noches su itinerario para saber dónde se encontraba y qué lugares visitaba en esos momentos. Claire tomó también clases en el Colegio Universitario de la Ciudad de Pasadena y en los tres semestres de su curso recibió las calificaciones más altas.
Demostrando marcado interés en el evangelio, Claire estudiaba mucho las Escrituras y otros libros de la Iglesia y adquirió un amplio conocimiento de los principios del evangelio. Desde que recibió su primer llamamiento a los dieciséis años de edad, siempre tuvo cargos en la Iglesia. Fue maestra de las Espigadoras en la Mutual y oficial y maestra en la Primaria y en la Sociedad de Socorro. Le gustaba mucho trabajar con su esposo en la obra genealógica y conservaba álbumes de recortes acerca de las actividades en que participaban sus hijos.
Los intereses de Howard en la
abogacía y los negocios
DESPUÉS DE RECIBIRSE de abogado y de pasar el examen de la barra, Howard decidió especializarse en leyes pertinentes a las corporaciones y el comercio, y en asuntos testamentarios. Intervino en cuestiones legales en favor de diversas corporaciones como así también de muchas personas y al poco tiempo comenzó a recibir nombramientos para integrar los directorios de varias compañías a las que representaba. En el transcurso de algunos años habría de formar parte de los directorios de más de dos docenas de compañías, entre ellas Thriftway, Inc., Carts Incorporated, Aircraft and Marine Incorporated, J.N. Stevens, Inc., Devey Manufacturing Company, Vetric, Inc., Metal Specialties Company, Ensign Industries, Hollywood Trophy Company, the Presidential Company, Domínguez Water Company, Task Corporation, Silliman Memorial Hospital, y Los Angeles Trust Deed and Mortgage Exchange.
En julio de 1944 recibió una de sus asignaciones más interesantes—y por cierto la más perdurable. En la época en que California era todavía territorio mexicano, el gobierno de México le había concedido a un tal Manuel Domínguez una propiedad conocida como el Rancho San Pedro, que abarcaba las actuales ciudades de San Pedro y de Wilmington, como asimismo una parte de Torrance, otra de Compton y de Signal Hill, en Long Beach, donde años más tarde habrían de descubrirse abundantes yacimientos de petróleo. De acuerdo con las condiciones del testamento de Domínguez, esas tierras tenían que distribuirse, después de su fallecimiento, entre sus cinco hijas, por lo cual se organizaron sendas compañías para administrar y recibir los títulos correspondientes a cada una.
James P. Bradley, de quien Howard alquilaba su oficina, era casado con una descendiente de Domínguez y dirigía una de esas compañías, la Watson Land Company. Howard entonces administraba los asuntos legales de la misma, cuyas posesiones incluían refinerías petroleras, amplios edificios industriales y otras propiedades. El 14 de julio de 1944 pasó a integrar el directorio. Al recomendarlo, dos miembros de la familia Watson indicaron en una carta que “el señor Hunter es un hombre muy capaz y. . . muy justo.”
Hasta el momento en que, al recibir su llamamiento en el Quórum de los Doce Apóstoles, dio por terminada su práctica como abogado, Howard W. Hunter continuó atendiendo los asuntos legales de la compañía e integró su mesa directiva hasta 1994. 3 En febrero de 1958 fue nombrado miembro del directorio de la compañía de seguros Beneficial Life en Salt Lake City, de la que continuó siendo parte después de ser llamado como apóstol. En 1968 pasó a ser el director del comité ejecutivo y en 1984 se lo eligió presidente del directorio.
Uno de sus clientes era Gilíes DeFlon, quien se dedicaba a la compra y venta de propiedades, las que con frecuencia eran apropiadas por el gobierno por falta de pago de impuestos. Howard le hacía los trámites legales para la certificación de títulos y con el tiempo se hicieron socios en la compañía; Howard se encargaba de todos los asuntos legales y Gilíes DeFlon administraba los negocios. Ambos cultivaron una enorme confianza mutua y algunos de sus contratos se llevaban primeramente a cabo por medio de un simple compromiso verbal. Entre las compañías que organizaron estaban la Corporación Petrolífera Sisar, que operaba varios pozos petrolíferos, y la Corporación Rancho Brea, un negocio de casas rodantes. También compraban y vendían ganado y, de acuerdo con Richard, su padre “llegó a ser un verdadero experto en la compra, la alimentación y la venta de ganado.”4 Una de sus mayores inversiones fue en la compra de una hacienda cerca de la localidad de Promontory, en Utah. Después de la muerte del Sr. DeFlon, su hijo James pasó a ser el socio de Howard en la administración de la propiedad, la cual continuaba progresando en la década de 1990.
Howard siempre tuvo fe en la bondad natural de la gente y confiaba en ella en sus negocios, pero a veces se vio defraudado. En cierta ocasión le vendió una propiedad en el desierto a una persona a quien había conocido por mucho tiempo. Antes de cerrar el trato, su cliente le informó que tenía ya un comprador para ese terreno y otro adyacente al mismo. Siendo que ya lo conocía desde hacía tanto tiempo, Howard convino verbalmente en venderle la propiedad, por la cual debía pagarle con el dinero que recibiría de la consiguiente venta. Después de haber cobrado su dinero, el hombre en cuestión rehusó pagarle a Howard diciendo que la deuda ya había sido saldada anteriormente. Y a raíz de que no tenía un contrato firmado, Howard no pudo demostrar lo contrario.
Con genuino pesar, Howard entabló pleito y el dictamen del jurado fue en su favor. “De esa experiencia”, dijo, “aprendí que no se debe confiar en los acuerdos verbales ni en la palabra del prójimo. Sin embargo”, agregó sin vacilar, “a pesar de esa lección, prefiero no aceptarla.”
En 1990, John S. Welch, un miembro de la Iglesia y abogado de renombre en Los Angeles, describió de esta manera el trabajo de Howard en la abogacía:
“En la época en que trabajaba como abogado, Howard Hunter también sirvió en todo momento como líder y consejero espiritual. A él nunca le pareció necesario hacer una separación entre los dos campos de servicio. Como resultado de ello, dedicaba mucho tiempo a prestar ayuda legal gratuita y a menudo ni enviaba la cuenta siquiera por los costos que él mismo había pagado de su bolsillo.
“Algunos antiguos residentes de Pasadena todavía lo recuerdan como su amigo, asesor y consejero, y como un pro-fesional que estaba más interesado en ayudar a la gente que en recibir remuneración alguna por ello. Intervino en muchos casos de adopción, pero mayormente para beneficio de aque-llos que anhelaban tener hijos pero no podían pagar los servicios de un abogado. Su recompensa era contribuir a la felicidad de aquellos padres adoptivos y encontrar un hogar adecuado para esos niños que, de otra manera, quizás nunca habrían tenido tal oportunidad.”
Sus colegas en la jurisprudencia respetaban mucho a Howard por su sagacidad, su habilidad para simplificar hasta lo esencial todo problema legal y su destreza para comunicarse con el juez y el jurado en forma clara, concisa y persuasiva. “En cierto caso”, recuerda su hijo Richard, presentó al tribunal la demanda de un agricultor que perdió su cosecha de tomates por efecto de la fumigación indebida en un campo vecino al suyo. Al segundo día del juicio, y como consecuencia de la excelente presentación hecha por mi padre, los doce abogados defensores ofrecieron una considerable indemnización, la que fue aceptada por su cliente.”
En 1989, el élder Cree-L Kofford, de los Setenta, abogado y ex presidente de la Estaca Pasadena, dijo: “Podemos estar seguros de que Howard W. Hunter era un abogado de éxito en asuntos de negocios y de corporaciones. Pero también hay quienes afirman que, ante todo y por sobre todo, fue un ‘abogado del pueblo, porque siempre dedicó tiempo e interés personal para ayudar a la gente a solucionar sus problemas.”
Desde muy temprano en su carrera, Howard consideró que la integridad era algo esencial en todo aspecto de la vida. En enero de 1945, él y otros tres amigos que eran hombres de negocios fueron a Twentynine Palms, una localidad al este de Los Angeles, a pasar un fin de semana durante el cual dialogaron sobre el tema del éxito y qué habían hecho para lograrlo aquellos hombres a quienes se les consideraba exitosos. “Ese fue un fin de semana muy provechoso”, escribió Howard Hunter en su historia personal, “y dio origen a un plan de pensamiento y acción por el que siempre he estado agradecido.” En el transcurso de los tres años siguientes, los “Genios Maestros”, como decidieron llamarse a sí mismos, se reunieron con regularidad para estudiar la filosofía del éxito en base a la obra Think and Grow Rich (Piense y Enriquézcase), escrita por Napoleón Hill.
Una de las recomendaciones del autor del libro es que una persona de éxito debe tener en su vida una meta que pueda definirse en una breve declaración escrita. Los miembros del grupo dispusieron que cada uno debía escribir su propia declaración. “Nunca imaginé cuán ardua iba a ser la tarea hasta que tuve que intentarlo”, recordaba Howard. “Después de escribir y de hacer pedazos tantos enunciados por pare-cerme muy extensos y complicados, logré al fin organizar mis pensamientos y escribir esta declaración:
“’MI PROPOSITO ES encontrar placer y felicidad en la vida al procurar todo lo que sea bueno y digno, a fin de lograr conocimiento y sabiduría a medida que pasen los años; planear con cuidado mi tiempo para no malgastarlo; proveer a mi familia los beneficios de la educación, el esparcimiento y los viajes; vivir la vida en base al Evangelio de Jesucristo; administrar mi profesión de modo que me produzca un ingreso adecuado para facilitar a mi familia las cosas necesarias y las mejores ventajas posibles; e invertir una porción de dicho ingreso a fin de proveerme de medios para mi jubilación.’“
El 22 de febrero de 1946, el grupo de amigos viajó hasta el cercano monte Wilson para estudiar y compartir entre sí sus declaraciones. “Desde aquel momento”, dijo, “siempre he procurado concentrar mi vida en estas cosas, esforzándome constantemente en lograr ese propósito.”
A veces, siendo ya una de las Autoridades Generales de la Iglesia, ha citado una declaración de Napoleón Hill que resume lo que es su propia filosofía en cuanto a las cosas que son realmente importantes en la vida: “La riqueza no siempre se mide con el dinero. Para algunos, la riqueza puede evaluarse sólo en base a amistades perdurables, la feliz relación familiar, el entendimiento entre socios en un negocio o la tranquilidad que únicamente se consigue de los valores espirituales.”
La reputación que Howard W. Hunter ha tenido como abogado competente y equitativo fue reconocida en 1948 cuando uno de sus colegas quiso recomendarlo al gobernador de California para llenar una vacante en uno de los tribunales de justicia de ese estado, pero Howard rehusó la oportunidad. “Yo estaba feliz con mi profesión”, dijo, “y además, quería tener la libertad para trabajar en la Iglesia y cumplir con mis propios intereses.”
→ 7 Presidente de la Estaca Pasadena
- Dieciséis años más tarde, en agosto de 1970, los exploradores y sus líderes efectuaron una reunión en Pasadena. Howard informó que “de los catorce jovencitos que hicieron el viaje, la mayoría han cumplido misiones, han terminado su educación, algunos han prestado servicio militar, y todos se han casado.”
- Green, “Howard William Hunter, Apostle from California”, 37.
- Todavía a principios de 1994, Howard era aún miembro del directorio de la compañía Watson. Casi cada mes, durante cincuenta años, excepto cuando se encontraba en asignaciones de la Iglesia o por enfermedad, asistió a las reuniones mensuales del directorio, yendo por lo general en avión a Los Angeles el domingo por la noche o los lunes por la mañana, asistía a la reunión del lunes, y regresaba a casa esa misma noche.
- En noviembre de 1989, se publicó la corta biografía que Richard Hunter escribió de su padre, en un folleto intitulado “The Howard W. Hunter Professorship in the J. Reuben Clark Law School, Brigham Young University”. El folleto se repartió a los invitados que asistieron a un programa especial en homenaje al élder Hunter, con respecto al establecimiento de la cátedra en leyes en la Universidad Brigham Young.
- Palabras de John S. Welch, pronunciadas en un programa especial en tributo a Howard W. Hunter, patrocinado por el Tribunal Federal de Apelaciones del noveno circuito de Los Angeles, el 26 de noviembre de 1990.
- Palabras de Cree-L Kofford, pronunciadas en una reunión patrocinada por las organizaciones locales de la Sociedad J. Reuben Clark, del sur de California, en honor a Howard W. Hunter, Hotel Hilton, Los Angeles, 6 de mayo de 1989.
























