Conforme a la Ley del Cielo

Conforme a la Ley del Cielo

Marion G. Romney

por el élder Marion G. Romney
del Consejo de los Doce
(Discurso pronunciado en la Reunión de Oficiales de la Conferencia General
Anual de la Sociedad de Socorro, el 2 de octubre de 1968)


Hermana Spafford, me siento muy feliz de estar aquí; he dis­frutado de esta reunión y me siento como en casa. Este mag­nífico coro de Rigby nos ha emocionado con su hermosa música y os diré que me siento como si fuera parte de la estaca Rigby. Aunque nunca he vivido allí, una vez cortejé a una señori­ta que vivía en Rigby y conocí a la que es ahora mi esposa, a pocos kilómetros de allí, en Rexburg. Siempre me he sentido parte de esa gran y próspera comunidad y la alabo.

Cuando la hermana Witwhira ofreció la primera oración, re­cordé la asignación que me dio el presidente McKay de organizar la estaca de Auckland; eso fue en 1958, cuando él nos invitó a mi esposa y a mí a la dedicación del templo de Nueva Zelandia, y nos dijo que esperaba que recorriéramos las islas del Pací­fico cuando volviéramos a casa. Nos hallábamos sentados en la capilla de Auckland al día si­guiente de la dedicación cuando el presidente McKay me dijo: “Hermano Romney, quiero que se quede aquí para que or­ganice la estaca de Auckland, la primera estaca al sur del Ecuador en esta dispensación.”

También recuerdo que fue alrededor del quince de agosto de ese año que estuve en el aeropuerto de Auckland con mi es­posa, para viajar a Australia.

Cuando habló la hermana Dawson, recordé que estuvimos en Perth, realizando una con­ferencia, el veinticuatro de agos­to, hace sólo unos cuantos días. Allí en Fremantle iniciamos el viaje a través del Océano Indico, volando ocho o nueve mil ki­lómetros. Nuestro destino era Johannesburg, Sud África.

Cuando la querida hermana de Sudamérica, hermana de Mella, dio su discurso en español, me sentí nuevamente emocio­nado porque mi esposa y yo hemos estado trabajando con la gente de habla hispana de Centroamérica, México, y de este lado de la frontera.

En cuanto a la hermana Spafford, la conozco desde hace mucho tiempo; hemos trabajado juntos durante muchos años en el plan de bienestar, y ahora, soy asesor de la Sociedad de Socorro. Espero que pueda con­tinuar de tal manera que pueda entregaros el mensaje que he preparado, con el espíritu de que hemos gozado esta mañana.

Se ha registrado que en la reunión del 17 de marzo de 1842, en que el profeta José Smith organizó la Sociedad de Socorro, el presidente John Tnylor dijo que “él se regoci­jaba de ver esta institución organizada conforme a la ley de tos cielos.” (Actas de la Sociedad de Socorro del 17 de marzo de 1842, página 8).

Cuando la Presidencia de la Sociedad de Socorro me extendió la invitación para que hablara aquí, me expresó el deseo de que me refiriera a estas palabras del presidente Taylor. Es un tema más bien limitado y por eso, me requirió bastante preparación; pero siendo que soy asesor menor de la Sociedad de Socorro, una sugerencia de la Presidencia, es para mí un mandamiento; por lo tanto trataré de hacer lo mejor.

Para empezar, quiero dejar establecido que no creo que el presidente Taylor haya hecho tal declaración con liviandad. (Veo que sus palabras fueron escogidas después de profunda meditación; pues estoy completamente persuadido de que además de su testimonio de que el Profeta había organizado la Sociedad de Socorro “conforme a la ley de los cielos”, tuvo una profunda comprensión del signi­ficado de lo que se había hecho.

Creo que él se dio cuenta plena­mente de las potencialidades de esta gran Sociedad; y en efecto, se regocijó con esta organización de acuerdo a la ley de los cielos.

Apoyando esta tesis, llamaré vuestra atención al hecho de que fue un hombre de gran inteligencia, —la que entrenó y disciplinó por medio del arduo trabajo y diligente estudio—y de que tuvo una profunda com­prensión de la ley, especial­mente en lo que se refiere a la ley de los cielos, que él igualó a la ley del evangelio.

Con respecto a su capacidad intelectual, el presidente Brigham Young le rindió honores en la siguiente forma:

Con respecto al hermano Taylor, os diré que es uno de los hombres más inteligentes que sea posible encontrar. Es hombre poderoso y podemos decir que es magnífico editor. Según mi opinión, diré que es uno de los mejores editores que haya habido jamás. (The Gospel Kingdom, Introducción libro 1, compilado por Homer Durham).

Un breve resumen de la vida de John Taylor, nos dará una visión de su adiestramiento y autodisciplina.

John Taylor nació el primero de noviembre de 1808, en Westmoreland, Inglaterra. Fue bautizado en la Iglesia anglicana y mostró sus tendencias religiosas a temprana edad. B. H. Roberts opina en su Life of John Taylor (Vida de John Taylor,) que:

. . . poseía mucho del espíritu de Dios. . . las manifestaciones de su pre­sencia eran frecuentes, no sólo en la agudeza de su mente para comprender doctrinas y principios, sino también en sueños y visiones.

Ha escrito, “A menudo, cuando he estado solo y a veces, en compañía, he escuchado música suave, dulce y melodiosa, como si proviniera de ángeles o seres sobrenaturales.” Cuando no era más que un niño, vio en una visión, un ángel en los cielos, que con una trompeta hacía sonar un mensaje a las naciones.

Creyendo que encontraba más claridad en el metodismo, llegó a ser metodista. Cuando se dirigía a cumplir su primera asigna­ción como predicador metodista local, se detuvo de pronto y le dijo a su compañero, “¡tengo la fuerte impresión de que tengo que ir a América a predicar el evangelio!”

Tan fuerte fue esta impresión, que nueve años más tarde, cuando el barco en que viajaba a Canadá se vio seriamente amenazado de sucumbir en una tormenta, a tal punto que el capitán y la tri­pulación esperaban que se hun­diera, él no tuvo temor alguno.

La voz del espíritu todavía susurraba en su interior: “Debo ir a América a predicar el evangelio.” (Ibid., página 29.)

En Toronto, aunque había tenido éxito como predicador metodista, nunca se sintió satis­fecho con las doctrinas de esa Iglesia. Aunque estaba predi­cando el evangelio en América, a menudo decía a su esposa: “Esta no es mi obra; es algo de mayor importancia.” (Ibid., página 30).

A él, junto con varios otros, no les satisfacían las doctrinas sectarias de aquellos días; con­fiaban en la Biblia, estudiaban sus enseñanzas, y se reunían

. . . varias veces a la semana para escudriñar las escrituras e investigar las doctrinas de la religión cristiana tal como se encuentran en la Biblia. . . durante su investigación, estuvieron de acuerdo en rechazar la opinión y obra de todos los hombres, y en dedicarse sólo a escudriñar las escrituras, pidiendo la guía del Espíritu Santo. (Ibid., pá­gina 31)

A causa de sus creencias, re­nunciaron voluntariamente a sus oficios en la Iglesia Metodista. Fue en estas condiciones que John Taylor conoció a Parley P. Pratt.

Previamente, John Taylor ha­bía escuchado sólo rumores ma­lignos acerca de los mormones; por lo tanto, al principio no fue receptivo. Sin embargo, final­mente, Parley P. Pratt fue

. . . presentado al señor Taylor y sus amigos religiosos quienes quedaron encantados con su prédica… (la que) estaba en estricta armonía con lo que ellos creían; pero lo que dijo acerca de José Smith y El Libro de Mormón, dejó perplejos a muchos, y algunos de sus miembros aun rechazaron seguir in­vestigando . . .

No obstante, John Taylor, tuvo una actitud diferente.

Dijo a sus compañeros:

Nos encontramos aquí manifiesta­mente en busca de la verdad. Hasta hoy, hemos investigado concienzuda­mente otros credos y hemos probado que son falsos, ¿por qué deberíamos tener mie­do de investigar el mormonismo? … se­ñor Pratt, deseo investigar su doctrina y las razones por las que reclaman tener autoridad y me sentiré contento si al­guno de mis amigos se me une en esta investigación. Pero si nadie se me une, estén seguros de que haré la investiga­ción solo; y si encuentro que esta re­ligión es la verdadera, la aceptaré sin importarme las consecuencias; si es falsa, así lo expondré.

Después de esto, John Taylor em­pezó la investigación del mormonismo con seriedad… y se bautizó junto con su esposa, el 9 de mayo de 1836. (Ibid., páginas 37-38).

Diez meses más tarde, visitó Kirtland, donde fue recibido en la casa del Profeta.

En aquella época, la apostasía era desenfrenada en Kirtland, pero John Taylor defendió al Profeta eficazmente y sin temor.

En agosto de 1837, el Profeta le dijo que sería llamado a ocupar una de las vacantes en el Quórum de los Doce. A este oficio fue llamado y ordenado por Brigham Young y Heber C. Kimball, el 18 de diciembre de 1838. Antes de eso, había hecho, con su fami­lia, el tortuoso viaje de Toronto a Par West, Misuri; resistió con fortaleza y valor los penosos in­cidentes de las persecuciones y expulsión de los santos de Misuri. Efectuó una misión me­morable en Inglaterra de agos­to de 1839 a julio de 1841.

De vuelta al hogar, se le car­gó inmediatamente con las res­ponsabilidades concomitantes al desarrollo y progreso de Nauvoo y expansión de la Iglesia.

En febrero de 1842 (un mes antes de que se organizara la Sociedad de So­corro). . . fue elegido editor asociado de Times and Seasons (Tiempos y esta­ciones). . .  (Ibid., página 102).

Sobresaliente, entre las mu­chas dotes del presidente Taylor, que ya se han indicado, fue su profunda comprensión de la ley y la función de control que ejerce en el universo. Por consiguiente, fue natural que usara la palabra “ley” en su descrip­ción de la organización de la Sociedad de Socorro. La comprensión de que Dios organizó y de que gobierna el universo estrictamente de acuerdo a la ley, fue para él el principio de toda sa­biduría.

Todas las cosas están bajo la in­fluencia, control y gobierno de la ley. . . el sol se levanta y baja regularmente, la tierra gira sobre su eje, y así sucede con todo el sistema planetario. . . cuerpos celestiales. . . son gobernados por una ciencia e inteligencia que están más allá de la comprensión del hombre en la mortalidad. . . se mueven estricta­mente de acuerdo a ciertas leyes por las cuales todos ellos han sido, son y serán gobernados. Y todas estas leyes están bajo la vigilancia y control del gran Dador de la ley, que maneja, con­trola y dirige todos estos mundos. . . en la naturaleza todo se gobierna estrictamente de acuerdo a leyes inmutables, eternas, inalterables, prácticas, filo­sóficas y estrictamente científicas, si se prefieren estos términos. Pero, sin em­bargo, todas han sido colocadas por el Todopoderoso. (The Gospel Kingdom, Homer Durhan, páginas 67-68).

Reconoció las leyes concer­nientes a la naturaleza sobre las que tanto han investigado los hombres de ciencia—especial­mente en estos tiempos modernos —y las respetó.

Pero sabía que existía otro campo de la ley; la ley del Evan­gelio de Jesucristo, que tiene la clave del conocimiento y el con­trol de todas las cosas. Tuvo una aguda apreciación de la diferencia existente entre estos dos campos de la ley.

Hay una filosofía de la tierra y una filosofía. . . de los cielos. La última puede desentrañar todos los misterios per­tenecientes a la tierra, pero la filoso­fía de la tierra no puede desentrañar los misterios del reino de Dios, o los pro­pósitos del Altísimo. (Ibid., página 73.)

John Taylor no consideró la filosofía como la clave del cono­cimiento de las cosas celestiales, como lo podemos apreciar en la siguiente declaración:

Hablando de filosofía. . . casi me vi sumergido en ella cuando estuve en París. Un día caminaba por el Jardín des Plantes, un jardín espléndido; te­nían allí una especie de pastelillo sumamente liviano. Era tan delgado y liviano, que uno podía soplarlo al vien­to; además, uno podía comer de él todo el día y no quedar jamás satisfecho. Al­guien me preguntó qué nombre tenía, le dije que no lo sabía, pero que podía darle cualquier nombre, filosofía por ejemplo, pues era tan liviano que se podía soplar, o comer todo el día y toda la noche y sin embargo, encontrarse tan lejos de estar satisfecho como cuando se em­pezó . . . (Ibid., página 78).

John Taylor reconoció en el Evangelio el “principio adhesivo lo suficientemente poderoso como para unificar” a toda la gente de la tierra. (Ibid., página 83).

Nosotros, bajo la inspiración del Todopoderoso, presentaremos las leyes de Dios que existen en los cielos y en la tierra, y que forman un núcleo de ver­dad, de virtud e inteligencia, de ley y orden, de principios pertenecientes a la moral, a la filosofía, a la política, a la religión, y a todo lo que es puro, sublime, ennoblecedor, y al reino que será del Señor. (Ibid., página 83).

Predijo que veríamos al mun­do

. . . congregarse en Sión por miles y docenas de miles . . . ellos dirán: “No sabemos nada acerca de su religión, no nos preocupan mucho los asuntos re­ligiosos, pero ustedes son honrados y honorables, rectos y justos, y tienen un gobierno bueno, justo y seguro, y queremos ponernos a salvo bajo su pro­tección, porque no nos sentimos seguros en ningún otro lugar.” (Ibid., página 72).

El habló frecuentemente del poder del sacerdocio y de su función administrativa en la ley de los cielos. He aquí un ejemplo:

Somos de la progenie de Dios, y Dios, en estos últimos días ha estimado con­veniente ponernos en comunicación con El. Nos ha colocado, por medio de sus revelaciones y de las de su Hijo Jesucris­to, por el ministerio de ángeles santos y por la restauración del sagrado sacerdocio que emana de Dios, y por el cual el mismo se gobierna, en una posición tal, que podemos cumplir el objeto de nuestra creación.

Hay ciertas leyes eternas que han existido desde antes de la creación del mundo. También el sacerdocio ha exis­tido siempre, por cuanto se le llama el sacerdocio sempiterno, y se ha adminis­trado en tiempo y eternidad. Ese sacer­docio ha sido conferido al hombre junto con el derecho del evangelio. Y se nos ha dicho cómo el hombre puede llegar a poseer el Espíritu Santo de Dios, y de qué manera se puede poner en comunica­ción con Dios. (Ibid., páginas 70-71).

Es del todo comprensible que John Taylor, con su comprensión, fe y esperanzas, estuviera alerta y fuera sensible a lo que estaba sucediendo cuando vio y escuchó al Profeta organizar la Sociedad de Socorro, y que comprendiera las declaraciones de José, de que “el Señor tenía algo mejor para ellas que una constitución escri­ta.”

Eso fue lo que dijo el Profeta a Eliza Snow, cuando ella le llevó varios artículos de organización que las hermanas habían jun­tado como presunta guía de su organización. El Profeta le dijo entonces que el Señor tenía algo mejor para las hermanas que una constitución.

Y se nota que él comprendió de qué hablaba el Profeta cuando dijo:

Organizaré a las hermanas bajo el sacerdocio, según un modelo del sacer­docio. . . Esta Iglesia nunca estuvo per­fectamente organizada sino hasta cuando las mujeres fueron organizadas de esta manera. (A Centenary of Relief Society, página 14.)

John Taylor comprendió esto como pocos lo hacen, y estas de­claraciones deben haber tenido gran influencia, como también las declaraciones del Profeta en cuanto a:

. . . que la Sociedad de las hermanas podría estimular a los hermanos a que hicieran buenas obras al enterarse de las necesidades de los pobres, buscando la manera de ayudarlos y de atender a sus requerimientos: también los alen­tarían para elevar la moral y fortalecer las virtudes de la comunidad… la Socie­dad de Socorro no existe solamente para ayudar a los pobres, sino para salvar almas.

El Profeta también declaró a las hermanas que:

. . . recibirían instrucciones del orden del sacerdocio que Dios ha establecido, por medio de aquellos que han sido asig­nados para guiar y dirigir los asuntos de la Iglesia en esta última dispensación. . . (Ibid., páginas 15-16).

Esa fue la constitución de la Sociedad de Socorro; y el Profeta declaró más adelante, que si necesitaban su instrucción, se la pidieran, y que él se las daría ‘‘de cuando en cuando.” Estas declaraciones abrieron ante los ojos de John Taylor una nueva visión del papel de la mujer en la edificación de Sión.

Se dio cuenta en forma cabal, de que una sociedad organizada ‘‘bajo el Sacerdocio, según un mo­delo del Sacerdocio”—el sacer­docio que él sabía, es el poder y el modelo de gobierno por el cual y bajo el cual Dios mismo ordena y controla el universo—estaba realmente “organizada conforme a la ley de los cielos.” Supo que ese “algo” que el Señor tenía para las hermanas—que sería mejor para ellas que una constitución escrita—era la guía de los orácu­los vivientes de Dios, es decir, de aquellos portadores del Sacer­docio con los que Dios mismo se comunica, por medio de quienes dirige su obra en la tierra.

Podemos estar seguros de que ninguna implicación de este mo­delo divino de organización, escapó a la penetrante y bien ordenada mente de John Taylor; el espíritu le hizo saber que realmente había sido organizada de “acuerdo a la ley de los cie­los.” Tuvo razón en cuanto a este conocimiento y se regocijó por ello. Tuvo una razón para regocijarse al saber que organi­zando la Sociedad de Socorro “conforme a la ley de los cie­los”, el Profeta daba un gran paso adelante en la perfección de la organización de la Iglesia.

Hubo nuevamente de rego­cijarse en su profética visión del servicio que esta gran organiza­ción estaba destinada a rendir al perseguir los objetivos pres­critos por el Profeta—servicio al extender la mano a los necesi­tados, al consolar a los afligidos— porque

Esta es una Sociedad caritativa, y de acuerdo a su naturaleza; es natural que las mujeres tengan sentimientos de caridad y benevolencia. Ahora os halláis colocadas en una situación tal, que podéis actuar de acuerdo a aquellas cualidades que Dios os ha plan­tado en el pecho. (DHC IV:605).

Y finalmente fue motivo de gran regocijo para él, el reflexio­nar sobre las bendiciones prometidas a las hermanas de la Sociedad de Socorro por el Pro­feta, en las siguientes palabras:

Si vivís de acuerdo a estos principios, ¡cuán grande y glorioso será vuestro galardón en el reino celestial! Si vivís de acuerdo a vuestros privilegios, no se puede prohibir a los ángeles que sean vuestros asociados. (Ibid., página 605).

Todas éstas y muchas otras consideraciones, dan solemnidad y significado a la declaración de John Taylor, que se “regoci­jaba de ver esta institución or­ganizada conforme a la ley del cielo”.

Que Dios os bendiga, ruego en el nombre de Jesucristo, Amén.

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