La Sociedad de Socorro
y el Plan de Bienestar

por el élder Henry D. Taylor
Ayudante del Consejo de los Doce
(Discurso pronunciado en la sesión para estaca de la Conferencia General Anual
de la Sociedad de Socorro en octubre de 1968)
Es un honor para mí, hermanas, el haber sido invitado a participar en esta reunión tan importante de hoy.
Se me ha pedido que hable sobre algunos de los principios fundamentales del Plan de Bienestar. Una de las más importantes asignaciones que se me han hecho como Autoridad General, y una de las que me brinda mayor satisfacción es la de estar asociado con el Programa de Bienestar de la Iglesia. Este programa ha atraído muy buena publicidad en muchas de las personas que han elogiado a los miembros por su deseo sincero y ferviente de labrarse su propio camino, defenderse por sí mismos y cuidarse los unos a los otros sin recurrir a la ayuda del estado. Los principios de Bienestar no son nuevos; desde el mismo momento de su organización en 1830, la Iglesia ha:
- Alentado a los miembros a establecer y mantener su independencia económica.
- Fomentado el hábito de la economía y de evitar las deudas.
- Auspiciado la creación de industrias como fuentes de trabajo.
- Estado en todo momento lista a ayudar a los miembros necesitados.
Desde el principio el Señor ha sentido gran preocupación por los pobres, y la ha expresado en las siguientes palabras:
Yo, el Señor, extendí los cielos y fundé la tierra, hechura de mis manos, y todas las cosas que contiene, mías son.
Y es mi propósito abastecer a mis santos, porque todas las cosas son mías.
Pero tiene que hacerse según mi propia manera. . . (Doc. y Con. 104: 14-16)
A medida que leáis la Biblia, Doctrinas y Convenios y’ otras obras de la Iglesia, descubriréis allí un tema que se mantiene vivo a través de todas las escrituras, y ese tema es “recordad a los pobres”. El cuidado de los pobres y necesitados fue preocupación constante de Cristo mientras estuvo en la tierra. Las Escrituras proclaman el sentimiento y la doctrina de que para algunos es un deber dar a aquellos que lo necesitan, y que los que cumplan esta ley han de recibir grandes bendiciones.
Los primeros años de la década del 30 fueron días aciagos de prueba para las almas de los hombres; una gran depresión económica se extendió sobre nuestro país, barriendo con muchas fortunas; hombres ricos se vieron de pronto golpeados por la pobreza; muchas fábricas y negocios cerraron sus puertas creando un enorme problema de desocupación. Se hacían filas para conseguir un poco de pan, y nuestra nación estaba llena de ociosos, hambrientos y desesperados. En los barrios y las estacas de la. Iglesia, los obispados y las presidencias de estaca hacían lo posible por cuidar de sus miembros. La Primera Presidencia, en su preocupación, envió a todos los barrios en 1933, un cuestionario a fin de determinar los recursos con que contaban los obispos para atender las necesidades de los miembros.
En 1936, después de estudio y oración, se formuló un plan; y en la conferencia de abril la Primera Presidencia hizo un llamado para dar nueva importancia y énfasis a la parte del evangelio referente a la beneficencia, y se anunció el Plan de Bienestar. A fin de hacer una introducción del mismo, las razones para su establecimiento fueron explicadas en las siguientes palabras:
Nuestro propósito principal, dijo la Primera Presidencia, era establecer, hasta donde fuera posible, un sistema con el cual la adicción de la ociosidad pudieran desaparecer, abolir los peligros de la limosna, e instaurar una vez más entre nuestra gente la independencia, la industria, la economía y el auto respeto. El objetivo de la Iglesia es ayudarlos para que se ayuden a si misinos; el trabajo debe ser una vez más ensalzado como el principio más importante en la vida de los miembros, (Welfare Plan Handbook, pág. 1)
En necesario observar que en esta declaración se condena la ociosidad y se glorifica el trabajo, Nuestro primer padre, Adán, recibió del Señor la amonestación “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra”. (Gén. 3:19) Y nuevamente declaró a la Iglesia el 9 de febrero de 1931:
No serás ocioso; porque el ocioso no comerá el pan, ni vestirá el vestido del trabajador. (Doc. y Con. 42:42)
En esta forma ha quedado bien claro que el Señor espera que el hombre trabaje. Por lo tanto, los miembros de la Iglesia deberían ser capaces de mantenerse hasta donde les sea posible. Un verdadero Santo de los Últimos Días no recargará voluntariamente a otros para que lo sostengan mientras físicamente le sea posible trabajar. Bajo la inspiración del Todopoderoso, y mediante su propio esfuerzo y trabajo, se abastecerá, hasta donde pueda, de todas las cosas necesarias para su propio mantenimiento.
El miembro de la Iglesia que está inhabilitado para trabajar, debe recibir la ayuda de sus familiares. Nadie debería volverse una carga para el estado o la Iglesia mientras haya parientes que puedan cuidar de él, y todos los miembros deberían de aceptar la responsabilidad, dentro de sus posibilidades, de cuidar a los necesitados de su propia familia. El apóstol Pablo enseñó esta doctrina al declarar:
porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo. (1 Tim. 5:8)
El fallecido presidente Stephen L. Richards declaró:
Creo que la comida me haría mal si supiera que, mientras yo puedo procurarme el pan, mis ancianos padres o cualquier familiar cercano, dependen de la caridad pública.
En la siguiente declaración se han resumido los conceptos:
La Iglesia acepta como verdad fundamental el hecho de que la responsabilidad económica por el mantenimiento de cada uno, descansa: Primero, sobre sí mismo; segundo, sobre la familia; tercero, sobre la Iglesia, siempre que sea un miembro fiel. (Welfare Plan Handbook, pág. 1)
El Programa de Bienestar está listo para ayudar a aquellos que no pueden proveerse de lo necesario, o que no pueden obtener suficiente ayuda de su familia, pero ningún miembro de la Iglesia debe suponer que nadie, sino él mismo, debe proveer para cubrir sus propias necesidades.
¿Qué podemos hacer a fin de prepararnos para esto? Yo sugiero lo siguiente:
- Obtener una educación adecuada; prepararse en una profesión, negocio o habilidad que nos asegure un empleo.
- Vivir de acuerdo a nuestras entradas. Como ya os lo dije, hermanas de la Sociedad de Socorro, en otra ocasión: “No dejéis que vuestros gastos de mamá excedan a las entradas de vuestros maridos”.
- Evitar las deudas. Se puede recurrir a la deuda necesaria, después de orar y considerarlo seriamente, buscando consejo y manteniéndonos dentro de nuestras posibilidades de pagos. Se nos ha aconsejado que evitemos las deudas “como a una plaga”.
- Adquirir y conservar una reserva de comida, ropa y dinero, de acuerdo a un plan meditado.
En cuanto a conservar la comida, el élder Harold B. Lee ha aconsejado sabiamente:
Nunca hemos establecido una fórmula permanente sobre lo que cualquier persona debería guardar, así que me permito haceros este comentario: Es posible que si pensamos más en cuanto a lo que podríamos consumir a fin de mantenernos vivos en el caso de no tener nada para comer, sería más fácil guardar comida como para un año. . . nada más que lo necesario para mantenernos vivos si no tenemos nada para comer. Con ellos no engordaremos, pero nos mantendremos vivos; y si pensáis en esta clase de almacenaje anual, en lugar de un surtido de todas las cosas que estáis acostumbrados a comer, lo cual, en la mayoría de los casos es completamente imposible, para una familia común, creo que estaremos más cerca de cumplir con el consejo que nos diera el presidente J. Reuben Clark en 1937. (Ver el discurso del presidente Clark en el Conference Report, abril de 1937, pág. 26-27)
La figura clave en el Plan de Bienestar, es el obispo;
Por la palabra del Señor el único mandato de cuidar de los pobres y la discreción de hacerlo, descansan sobre el obispo. Su deber, y sólo suyo, es determinar a quién, cómo y cuándo debe dame como ayuda a cada miembro de su barrio. A quienquiera que consulte y cualquiera sea la ayuda que busque para asistirlo en el cumplimiento de su labor, la responsabilidad seguirá siendo sólo suya. (Welfare Plan Handbook, pág. 6)
Desde los primeros días de la Iglesia, la Sociedad de Socorro ha sido, y sigue siendo la mano derecha del obispo en administrar ayuda al desvalido; ha sido preparada y entrenada más que ninguna otra organización para manejar ciertos aspectos del trabajo de beneficencia.
El obispo tiene dos fuentes de recursos principales de las que se vale para cumplir con sus responsabilidades hacia los pobres:
Los productos de los 600 proyectos de agricultura, son procesados en fábricas de envasado, pertenecientes a los miembros de los barrios y estacas.
La Iglesia posee un molino harinero y fábrica de alimentos, una mina de carbón y una fábrica de ropas. Todo esto se usa para abastecer los 102 almacenes de los cuales los obispos retiran comida, ropa y otros artículos para ayudar a los necesitados. Es sumamente satisfactorio hacer notar que el presupuesto de producción ha cubierto un 97,3% del consumo en los últimos Veintidós años.
La otra fuente de recursos del obispo es el fondo de ofrendas de ayuno; estas contribuciones las hacen los miembros voluntariamente, absteniéndose de dos Comidas al mes y pagando el equivalente en dinero, o una contribución mayor, al obispo. Este usa ese fondo para pagar lo que requiere dinero en efectivo como alquileres, servicios públicos, hospital y cuentas de médicos.
Después de la primera visita del obispo al hogar del necesitado, él hará que la presidenta de la Sociedad de Socorro haga una Inspección personal del hogar y una evaluación de las necesidades del mismo, haciendo sentir a la familia que está interesada en ellos y su bienestar con amor fraternal. El obispo le dirá también si esta familia debe recibir ayuda parcial o completa. Cuando la hermana haya analizado y determinado las necesidades, llenará un formulario de órdenes de los del obispo y se lo devolverá a él, porque solamente él tiene la autoridad para firmar y cursar órdenes de beneficencia. La Mesa General de la Sociedad de Socorro ha bosquejado detalladamente recomendaciones específicas con relación a estas Mallas.
El Programa de Bienestar y el cuidado de los pobres son cosas importantes; se nos ha declarado que una de las razones primordiales por la cual se dio la ley financiera de la Iglesia, fue el hecho de que se debe cuidar del necesitado o el doliente. Parecería que éste fuera el principal de los propósitos de los fondos de la Iglesia. Se sabe que en una oportunidad el presidente Grant, mientras daba instrucciones a una presidencia de estaca, declaró que antes de permitir que sus miembros sufrieran necesidades, la Iglesia cerraría todas sus escuelas, seminarios y templos.
A los que están físicamente capacitados se les requiere trabajar a cambio de la ayuda que reciben, dentro de los límites de sus habilidades y salud.
La Iglesia se opone enérgicamente a la limosna, de cualquier clase que ésta sea, y ya sea municipal o federal. (Para nosotros “limosna” significa recibir sin dar nada a cambio).
Se espera que los que reciben asistencia de la Iglesia, trabajen. Brigham Young una vez dijo;
La experiencia me ha enseñado, y esto se ha convertido en un principio para mí, que no se debe dar constantemente beneficio alguno a ningún hombre o mujer, sea dinero, comida, ropa o cualquier otra cosa, mientras estén físicamente aptos para trabajar y haya sobre la tierra cualquier cosa que puedan hacer. Este es mi principio y trato de actuar de acuerdo a él. Seguir un proceder contrario, arruinaría cualquier comunidad y haría de sus habitantes unos haraganes. (Discursos de Brigham, Young, pág. 274)
Hace unos pocos años, un hombre habló con su obispo y prácticamente le exigió que la Iglesia le ayudara; era casi ciego y usaba el clásico bastón blanco; estaba convencido de que era incapaz de ganarse el sustento. El obispo le explicó que, si quería recibir ayuda de la Iglesia, tendría que ganarla. El hombre se quedó de lo más indignado pensando que el obispo era tan ciego y antipático como para no comprender su problema y pretender que él trabajara, en sus condiciones. No obstante, el obispo insistió y el hombre por fin estuvo de acuerdo; el primero lo llevó a la Manzana del Plan de Bienestar, donde se le dio el trabajo de poner las etiquetas a las latas. Las primeras semanas fueron muy difíciles; pero gradualmente el hombre fue desarrollando su habilidad y rapidez, y transcurrido un mes, era el más rápido y diestro de todos los que hacían ese trabajo en la fábrica. Un día fue a hablar con el obispo para decirle que había pensado en que si podía poner tan bien las etiquetas a las latas y hacer algunas otras cosidas, con seguridad estaría capacitado para hacer un curso en el Instituto para Ciegos. El obispo les prestó ayuda al joven y su madre, durante el tiempo que estuvo en la escuela para ciegos; cuando terminó el curso, le ayudó a conseguir un empleo muy bueno; desde entonces este hombre ha sido capaz de mantenerse con su madre, sin requerir más ayuda de la Iglesia ni de persona alguna.
En su aspecto general, el Plan de Bienestar es un programa para cubrir las necesidades materiales del individuo, pero no se deben pasar por alto las facetas espirituales de este programa. Para el Señor todas las cosas son espirituales, porque
Él ha dicho:
Por lo tanto, de cierto os digo que para mí todas las cosas son espirituales; y en ningún tiempo os he dado una ley que fuese temporal. . . (Doc. y Con. 29:34)
En un discurso dado por el presidente McKay, entonces consejero del presidente Grant, seis meses después que se anunciara el Plan de Bienestar, hizo algunas declaraciones proféticas, cuando dijo:
No conozco ninguna otra actividad con la cual hayamos estado asociados, que prometa resultados más fructíferos en logros, tanto temporales como espirituales, que este Programa de Seguridad de la Iglesia. . . Será algo que permanezca con carácter significativo.
. . . Después de todo lo que se ha dicho y hecho, las grandes bendiciones que derivarán de este plan, son espirituales. En su exterior, parece que todo se centrara en el aspecto físico: la reforma de ropas, el envasado de frutas y vegetales, el almacenaje de comida, la elección de tierras fértiles para colonización, todo parecería estrictamente temporal; pero el realizar todo esto, inspirándose y santificándolo, es el elemento espiritual. (Conference Report, octubre de 1936, pág. 103)
El programa es espiritual, pero es difícil desarrollar la espiritualidad en una persona que tiene hambre y frío. Las necesidades materiales deben atenderse siempre primero, y entonces seguirán a ello las bendiciones espirituales. A pesar de que los miembros de la Iglesia contribuyen con su tiempo y sus medios, debe haber algo más que esto: tiene que existir el deseo de compartir, y que junto con las contribuciones vayan oraciones, buenos deseos, una preocupación fraternal, interés y amor.
Durante el año 1967, unas 46.519 de vosotras, buenas mujeres de la Iglesia, asististeis en diversos proyectos de beneficencia, haciendo trabajo material, para brindar a otros bendiciones, tanto materiales como espirituales, y como consecuencia, a vosotras mismas, por causa de vuestra generosa participación. Vosotras podéis dar aliento, simpatía e inspiración donde se necesite, y ciertamente, sois responsables por la elevación espiritual que podáis brindar a aquellos que necesiten ayuda.
Mis queridas hermanas, el Programa de Bienestar no está a prueba; sus fundamentos están bien cimentados, fue bien establecido y ha operado durante treinta y dos años. Está probado que los conceptos básicos son firmes y conocemos el camino que liemos de recorrer.
El programa de Bienestar debe permanecer. El élder Harold B. Lee, quien por un cuarto de siglo ha sido director del Comité del Programa de Bienestar para la Iglesia, y que ha estado en contacto con este programa desde sus mismos principios, ha observado lo siguiente en relación con la permanencia del Plan de Bienestar: “Este programa existirá tanto tiempo como la Iglesia exista.”
Poco después que la Iglesia fuera organizada, el Señor dio a los santos lo que El consideró el “sistema económico perfecto”. Esta fue la ley conocida como la Orden Unida; por diversas razones los santos no fueron capaces de vivir esta ley, por lo que más adelante se les dio la ley de diezmos como sustituto.
Esperamos con ansiedad el momento en que podamos tener otra vez el privilegio de vivir esta ley. La Primera Presidencia ha hecho esta predicción: “La Orden Unida será establecida por el Señor cuando Él lo crea conveniente y de acuerdo a la prescripta regularmente por la Iglesia”. Entretanto os aseguro que el Plan de Bienestar es una especie de entrenamiento que nos preparará para el maravilloso día en que tengamos otra vez la bendición de vivir la Orden Unida. En este aspecto, debe resultar instructiva la declaración de uno de nuestros hermanos, que dijo:
No se declara que el Plan de Bienestar será la Orden Unida, pero tal vez se parezca a este sistema más de lo que acostumbramos a imaginar. Se puede decir con seguridad que el vivir en completo acuerdo con este plan y practicar los principios en él involucrados, hará que la transición a la organización de la Orden Unida, sea muy fácil. (Albert E. Bowen, The Church Welfare Plan)
Tengo un testimonio fuerte y perdurable de que el Programa de Bienestar fue instituido bajo la inspiración de nuestro Padre Celestial, y que el presidente Grant lo estableció por medio de la inspiración y revelación del Espíritu Santo. No se trata de algo que se haya resuelto de la noche a la mañana; y por tratarse de un programa inspirado, no fracasará.
El Señor ha declarado que es su propósito proveer para sus santos, pero que ello debe hacerse según su propia manera. Estoy firmemente convencido de que es el Plan de Bienestar la manera del Señor para cuidar de su pueblo, de lo cual os dejo mi testimonio en el nombre del Señor Jesucristo.
























