La Misión de Jesús el Mesías

Parte Cuatro
El Camino, la Verdad y la Vida

10
Estableciendo el Reino


Otras Ovejas

Juan 10:16

16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; a aquellas también debo traer, y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor.

3 de Nefí 15:21-24

21 Y de cierto os digo que vosotros sois aquellos de quienes dije: Tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo yo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor.
22 Y no me comprendieron, porque pensaron que eran los gentiles; porque no entendieron que, por medio de su predicación, los gentiles se convertirían.
23 Ni me entendieron que dije que oirán mi voz; ni me comprendieron que los gentiles en ningún tiempo habrían de oír mi voz; que no me manifestaría a ellos sino por el Espíritu Santo.
24 Mas he aquí, vosotros habéis oído mi voz, y también me habéis visto; y sois mis ovejas, y contados sois entre los que el Padre me ha dado.

3 de Nefí 16:1

Y en verdad, en verdad os digo que tengo otras ovejas que no son de esta tierra, ni de la tierra de Jerusalén, ni de ninguna de las partes de esa tierra circundante donde he estado para ejercer mi ministerio.

Contra-referencias
3 Nefí 1, 7, 8, 9, 10, 16-28;   Helaman 14

El Libro de Mormón registra que seiscientos años antes de su nacimiento como Jesucristo, Jehová, el Dios del Antiguo Testamento, se le apareció a un profeta que vivía en ese entonces en las cercanías de Jerusalén. El Señor le mandó a Lehí que dejara Jerusalén y se llevará a su familia a una “tierra prometida” antes de que se llevara acabo la destrucción profetizada por Jeremías. El se llevó a su familia y a la familia sé Ismael y viajó por el desierto aproximadamente ocho años. Entonces ellos construyeron un barco, cruzaron los océanos, y llegaron en el Hemisferio Occidental (la “tierra prometida”) después de un periodo de “muchos días” (1 de Nefí 10:4; 3 de Nefí 1:1).

Esta gente poco después se dividió en dos grupos principales, generalmente conocidos como nefitas y lamanitas. A lo largo de los siglos antes del nacimiento de Cristo la gente mantuvo esta división, y la mayoría del tiempo una continua animosidad existió entre ellos.

Aproximadamente cinco años antes del nacimiento del Salvador en Jerusalén, un recto profeta lamanita llamado Samuel fue enviado a los Nefitas (quienes habían llegado a ser más inicuos que los lamanitas en ese tiempo) para llamarlos al arrepentimiento en preparación para el advenimiento de su Salvador – pero ellos se enojaron y no querían escucharlo. Para convencer a sus oidores que el Salvador pronto nacería, Samuel les dio una señal especifica. El profetizó que en la noche antes de Su nacimiento no habría oscuridad – esto es, habría una día, una noche, y un día en donde no habría oscuridad; y además, una nueva estrella aparecería en los cielos. Por estas señales ellos sabrían que todo lo que se había profetizado concerniente al nacimiento del Señor era verdad.

Durante el tiempo de la probación mortal de Cristo en el Hemisferio Oriental, los profetas del Libro de Mormón en el Hemisferio Occidental declaraban Sus verdades para que su gente también conociera al Salvador. El ministerio de estos profetas “reflejaba” los acontecimientos en el ministerio de Cristo, para poder testificar de Él. La gente del Hemisferio Occidental estaba al tanto de la gente de Jerusalén porque habían venido de allí, pero la gente en Jerusalén desconocía que sus compatriotas en el Oeste existían.

Juan anotó dos discursos que el Señor pronunció durante Sus últimas visitas a Jerusalén (Juan 10:1-42). Estos discursos son conocidos como los discursos del “Buen pastor”. La primera porción de este discurso (versículos 1-21) fue pronunciada mientras el Salvador se encontraba en la Fiesta de Tabernáculos; dos meses después, mientras se encontraba en la Fiesta de la Dedicación, Él pronuncio la restante porción (versículos 22-42). El Señor declaró su Mesianismo en estos sermones, utilizando la alegoría del buen pastor.1 La alegoría era muy común en su día y era utilizada frecuentemente por los rabinos. En la alegoría Jesús se refirió a la gente de Jerusalén como Sus ovejas, pero Él les declaró que tenía otras ovejas que no eran de ese judío redil. Estas otras ovejas también oirían su voz, porque solamente había un rebaño y un pastor. Las “otras ovejas” incluían (1) a aquellos quienes, bajo la dirección de Jehová, habían emigrado de Jerusalén al Hemisferio Occidental, y (2) a las diez tribus de Israel (3 de Nefi 21:26). Los judíos no entendieron la relación: Ellos pensaban que las “otras ovejas” eran los gentiles a quienes la gente escogida estaba obligada a proveerles los medios para la salvación. Pero Jesús había declarado que Él había sido enviado específicamente a la casa de Israel, no a los gentiles (a quienes Sus Apóstoles les predicarían el evangelio después de Su muerte).

Las “otras ovejas” del Hemisferio Occidental no podían recibir a Cristo en Su mortalidad, porque eso estaba reservado para los judíos de Palestina; sin embargo, en su lugar recibirían grandes señales y maravillas que les revelarían su nacimiento, su ministerio, y su muerte. Pero tal era la predominante iniquidad que al estar acercando el tiempo profetizado del nacimiento de Cristo los inicuos declararon un “día especial” en el cual matarían a los seguidores del Señor si la señal no aparecía.

Mientras el designado día se acercaba, el profeta Nefi oró fervientemente a Dios porque él quería saber el tiempo en que se daría la señal. El Señor le respondió que esa misma noche se daría la señal y que el próximo día Él nacería.

A la puesta del sol en el horizonte esa tarde no hubo oscuridad en la tierra, y esa noche estuvo tan “claro como si fuese mediodía” (3 de Nefi 1:19). Cuando llegó la mañana, el sol salió de nuevo. Así hubo un día, una noche, y un día sin oscuridad. También una nueva estrella apareció en el firmamento. Los acontecimientos confirmaron la profecía y testificaron a la gente en el Hemisferio Occidental que el Hijo de Dios – “la luz del mundo” – había nacido en el Este.

La señal fue significante y no fue escogida por accidente. Durante Su ministerio, en una celebración conocida como la Fiesta de Tabernáculos, el Salvador utilizaría esas mismas palabras para declarar Su divinidad. En esta fiesta se encendieron cuatro gigantes candeleros en el templo y así ardieron durante la noche, proveyendo luz para los patios del templo e iluminando “cada patio en Jerusalén”.2 La luz de los candeleros representaba la luz de Jehová, y el significado simbólico de esta parte de la celebración fue encontrado en la “expectación Mesiánica expresada por los rabinos”.3

Jesús fundó uno de Sus más grandes discursos en esta celebración,4 y Él explicó su simbolismo declarando a los gobernantes y a la gente reunida en el templo en Jerusalén, “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). Él fue en verdad la luz del mundo, y mientras Él lo declaraba con un poderoso simbolismo a la gente de Judea, también lo declaró a su gente en el Hemisferio Occidental con una señal más grande – literalmente iluminando el cielo la noche que Él nació – porque la “luz del mundo” había venido.

Pero las ovejas del Hemisferio Occidental rápidamente se olvidaron de la señal del nacimiento de Cristo, y mientras Él crecía en el Este de la adolescencia a una mayoría de edad, la gente del Oeste nuevamente llegaron a ser inicuos e incrédulos. Mientras el tiempo del ministerio de Cristo se acercaba, otro profeta llamado Nefi (el hijo de Nefi) fue levantado. Él administraría en lugar de Cristo a los hijos de Lehí.

El Libro de Mormón anota que Nefi fue llamado por ángeles, y que el poder se le fue dado no solamente para conocer a su Salvador sino también para que conociera el ministerio personal del Salvador mientras se llevaba acabo en el Este. Él fue llamado para enseñar el arrepentimiento a la gente del Hemisferio Occidental y para testificar de la divinidad de Cristo. Durante su ministerio, ángeles le administraban diariamente. Mientras Cristo llevaba acabo poderosos milagros en el Este, Nefi reflejaba Su obra llevando acabo poderosos milagros en el Oeste – echando fuera demonios, curando al enfermo, y levantando a su hermano Timoteo de los muertos. Exactamente como el Señor estaba siendo rechazado en el Hemisferio Oriental, Nefi, como un testigo especial de Cristo, estaba siendo rechazado en el Hemisferio Occidental. La reacción de los judíos a los milagros del Señor fue una de cólera e incredulidad, Nefí obtuvo la misma respuesta de sus otras ovejas (3 de Nefí 7).

Justo como Samuel el Lamanita había profetizado del nacimiento de Cristo, también había profetizado de Su muerte, testificando de la gran oscuridad y destrucción que vendría sobre el Hemisferio Occidental en ese tiempo.

La Biblia testifica que mientras Jesús se encontraba colgado de la cruz entre la sexta a la novena hora, el sol se oscureció, y la tierra se preparó para que la “luz del mundo” fuera extinguida de la mortalidad. En el Oeste comenzaba un fenómeno similar: Por el espacio de tres horas (la cual correlacionaba con la sexta a la novena hora de Jerusalén) se levantó una tormenta, “como jamás se había conocido en toda la tierra”. La tempestad era enorme: “hubo terribles truenos de tal modo que sacudían toda la tierra como si estuviera a punto de dividirse. Y hubo relámpagos extremadamente resplandecientes, como nunca se habían visto en toda la tierra” (3 de Nefí 8:5-7). Ciudades se incendiaron y se hundieron en el mar, algunas fueron enterradas por la tierra, y toda la faz de la tierra fue cambiada. Acontecieron grandes torbellinos, los cuales llevaron a la gente a lugares desconocidos, y las carreteras las cuales habían sido transitadas por años se desnivelaron, las rocas se partieron y toda la faz de la tierra fue drásticamente cambiada.

A la conclusión de este periodo de tres horas, Cristo entregó su alma y murió, el velo del templo en Jerusalén se partió en dos, y la tierra tembló. En el Oeste una densa oscuridad sobrevino sobre toda la faz de la tierra, una oscuridad tan densa que la gente no podía ver, no se podía encender ninguna clase de luz, ni se podía encender ningún fuego (3 de Nefí 8;22).

Esta densa oscuridad continúo mientras el cuerpo de Jesús se encontraba postrado en el sepulcro. Y los sobrevivientes gritaban, lloraban, y se lamentaban que como pueblo no se habían arrepentido de su iniquidad a su debido tiempo. Entonces, en medio de la oscuridad se oyó una voz, “¡Ay, ay, ay de este pueblo! ¡Ay de los habitantes de toda la tierra, a menos que se arrepientan; porque el diablo se ríe y sus ángeles se regocijan, a causa de la muerte de los bellos hijos e hijas de mi pueblo; y es por motivo de sus iniquidades y abominaciones que han caído! Era el espíritu de Jesucristo el que hablaba, y El explicó que El había causado tan grande destrucción sobre la tierra debido a la iniquidad de la gente. El quería “ocultar sus maldades y abominaciones de ante [su] faz” (3 de Nefi 9:2, 7).

Él les declare, “¡Oh vosotros, todos los que habéis sido preservaos porque fuisteis más justos que ellos! ¿no os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane? (3 de Nefi 9:13). Él los instruyó que no debería de haber mas sacrificios ni holocaustos, porque (como lo habían predicho las escrituras) la ley de Moisés se había cumplido en Él, que deberían ofrecer en su lugar un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Cuando el Señor concluyó con Su mensaje hubo silencio por muchas horas; entonces nuevamente se escuchó su voz, llamando a la gente al arrepentimiento y dolorosamente recordándoles que ellos muchas veces habían tenido la oportunidad de arrepentirse, pero lo habían dejado pasar.

Los tres días transcurrieron lentamente. Finalmente, cuando Cristo resucitó, la oscuridad se dispersó en el Oeste – la luz del mundo había salido del sepulcro. En el Este el Señor resucitado administró a sus Apóstoles y a sus discípulos por un periodo de cuarenta días en el Este. Durante ese tiempo, la gente en el Oeste se maravilló debido a la gran destrucción en su nación, y empezaron a restablecer el orden en sus vidas. Cuando concluyó su obra con los Apóstoles en el Hemisferio Oriental, el Salvador ascendió al cielo, de donde muy pronto descendería nuevamente. Esta vez para visitar a sus otras ovejas en el Hemisferio Occidental.5

“Y aconteció que se hallaba reunida una gran multitud del pueblo de Nefi en los alrededores del templo que se encontraba en la tierra de Abundancia” (3 de Nefi 11:1). Mientras conversaban escucharon una voz, “como si viniera del cielo; y miraron alrededor, porque no entendieron la voz que oyeron” (3 de Nefi 11:3). Por segunda ocasión escucharon la suave voz pero aún así no la entendieron. Finalmente, la tercera vez la entendieron. La voz les dijo: “He aquí mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre a él oíd” (3 de Nefi 11:7). Mientras la gente se encontraba mirando hacia el cielo vieron a un Hombre con vestimenta blanca que descendía del cielo. El les dijo, “He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo” (3 de Nefi 11:10). El Señor había venido a sus “otras ovejas”.

El Señor estableció las mismas doctrinas y reglamentos en el Oeste como lo había hecho en el Este. El instruyó a la gente en los principios del evangelio y les informó que la ley Mosaica se había cumplido. Les enseñó la ordenanza del bautismo, estableció el sacramento, y predicó el Sermón del Monte. Seleccionó a doce discípulos, les dio el poder del sacerdocio, y les encargó la responsabilidad de promulgar el evangelio. Resolvió las contenciones de la gente y estableció el nombre por el cual su Iglesia debía llamarse. Les declaró que tenía “otras ovejas” a las cuales también tenía que visitar en orden de completar Su misión a la gente del convenio (las doce tribus de Israel), y finalmente les prometió a los doce Apóstoles que si eran fieles, les otorgaría los deseos de su corazón. Nueve de los discípulos se adelantaron inmediatamente y solicitaron que cuando murieran fueran directamente admitidos al reino del Señor. Los tres últimos permanecieron callados, ya sea que el Señor les haya enseñado sobre la petición de Juan en el Este o no, El sabía que eso era lo que ellos querían – poderse quedar en la tierra hasta la segunda venida y trabajar para traer mas almas a Cristo. Su deseo fue otorgado. El Señor entonces ascendió al cielo.

El Mesías quien testificó y dio testimonio a la gente escogida en el Hemisferio Oriental también testificó y dio testimonio a la gente escogida del Hemisferio Occidental. No hubo ninguna diferencia en las enseñanzas que presentó, ni debieron de existir, porque el ministerio de Cristo es otorgado para la salvación de todos los hijos de Dios. Que un registro de ambas civilizaciones fue llevado acabo por los profetas del Señor y preservado para nuestra utilización es una bendición que no debe ser desapercibida, porque en todas las cosas la Biblia y el libro de Mormón sirven como testimonio de la divinidad de Jesucristo.

La Restauración
En el Cumplimiento de Todos los Tiempos

José Smith-Historia 1:10-17

10 En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?
11 Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las contiendas de estos grupos religiosos, un día estaba leyendo la Epístola de Santiago, primer capítulo y quinto versículo, que dice: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
12 Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que este en esta ocasión, el mío. Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que obtuviera mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás llegaría a saber; porque los maestros religiosos de las diferentes sectas entendían los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto, que destruían toda esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia.
13 Finalmente llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en tinieblas y confusión, o de lo contrario, hacer lo que Santiago aconsejaba, esto es, recurrir a Dios. Al fin tomé la determinación de “pedir a Dios”, habiendo decidido que si él daba sabiduría a quienes carecían de ella, y la impartía abundantemente y sin reprochar, yo podría intentarlo.
14 Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue por la mañana de un día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820. Era la primera vez en mi vida que hacía tal intento, porque en medio de toda mi ansiedad, hasta ahora no había procurado orar vocalmente.
15 Después de apartarme al lugar que previamente había designado, mirando a mi derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios el deseo de mi corazón. Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que me dominó por completo, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar. Una densa obscuridad se formó alrededor de mí, y por un momento me pareció que estaba destinado a una destrucción repentina.
16 Mas esforzándome con todo mi aliento por pedirle a Dios que me librara del poder de este enemigo que se había apoderado de mí, y en el momento en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción —no a una ruina imaginaria, sino al poder de un ser efectivo del mundo invisible que ejercía una fuerza tan asombrosa como yo nunca había sentido en ningún otro ser— precisamente en este momento de tan grande alarma vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
17 No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!

Contra-referencias
Daniel 2;   2 Tesalonicenses 2:1-3;   Efesios 1:9-10

Casi tan rápidamente como la gente se convirtió a la Iglesia después de la resurrección de Jesús, los miembros empezaron a degenerar. Pablo previo este problema y advirtió a los tesalonicenses diciéndoles: “Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos hermanos, que os no dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta, como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera: porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 de Tesalonicenses 2:1-3).

Pablo sabía que la apostasía, la degeneración, duraría mucho tiempo y sería tan completa que eventualmente requeriría una restauración del evangelio. Pablo también comprendió la degeneración y la eventual necesidad de una restauración. En uno de sus primeros discursos (expresado en el templo prontamente después de la ascensión de Cristo) Él les enseñó a sus seguidores como a los gobernantes por igual, diciendo: “Así que, arrepentios y convertios, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio; y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado: a quién de cierto reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19-21).

Jesús predicó abiertamente a los judíos, aun así, lo rechazaron y lo crucificaron. Después de Su ministerio de cuarenta días a los Apóstoles en el Hemisferio Oriental, Él ascendió al cielo, y no vendría nuevamente a establecer Su reino sobre la tierra hasta después del tiempo de la restitución, o restauración, los santos profetas habían previamente profetizado de todo eso desde el comienzo de los tiempos. Daniel vio esto en la interpretación del sueno de Nabucodonosor, e indicó que este reino de Dios sería establecido en los últimos días (Daniel 2:31-45). Pablo también sabía de esto cuando él explicó, “Dándonos a conocer el ministerio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”(Efesios 1:9-10).

Como los Apóstoles fueron siendo martirizados uno a uno debido a la gran causa a la que ellos se habían adherido, comenzó la larga noche de apostasía. El Oscurantismo se introdujo sobre la tierra y aprisionó la mente y visiones de los hombres por siglos. Entonces, Lucifer, el hombre del pecado, fue revelado. Aunque la humanidad continúo por siglos a estar encadenada con las fuerzas del mal, durante el Renacimiento y la Reformación, el mundo Occidental se alejo de la oscuridad hacia la luz. Como el Espíritu de Dios se iba revelando sobre la humanidad y sobre las naciones, estaban preparados para la dispensación del cumplimiento de los tiempos y la restauración de todas las cosas. América fue fundada, y en esta cuna de libertad el Señor levantó a ciertos hombres quienes establecieron una Constitución basada sobre principios que permitirían que el evangelio de Jesucristo encontrara una vez mas un lugar en los corazones de la humanidad (D & C 101:76-80).

Se abrió la puerta para el cumplimiento de los tiempos en la primavera de 1820 a José Smith, cuando a los quince años fue a una pequeña arboleda en el norte de Nueva York y se arrodillo en oración. Dios se apareció en su majestuosidad y dio testimonio de la divinidad de su Hijo, y la “luz del mundo” una vez mas aclaró sus verdades para que el hombre pudiera ser salvo. El silencio que hubo por siglos fue deshecho, y “el entonces concepto humano de que Dios era una esencia incorpórea de algo que no tenía forma definitiva ni sustancia tangible fue” revelado como totalmente desprovisto de la verdad.6 Como la primera visión se reveló ante el Profeta José Smith, “ahora sabía que tanto el Eterno Padre, como el Hijo glorificado, Jesucristo, eran Varones perfectos, en cuanto a forma y estatura”,7 y que su unidad, como había sido incomprensivamente formulada en los credos del Oscurantismo, era actualmente una unidad “perfecta en cuanto a propósitos, planes, y hechos, tal como lo declaran las escrituras”.8 La Restauración habían comenzado, y no cesara hasta la segunda venida del Señor Jesucristo.

El 21 de Septiembre de 1823, tres años después de la visión del Padre y del hijo, José nuevamente se encontraba orando cuando un ser celestial (quien se anunció como Moroni) se apareció de pie en el aire. Moroni le dejo saber a José la ubicación de un libro sagrado de escritura el cual sería otro testimonio de Cristo. Los registros del Libro de Mormón fueron eventualmente recuperados y traducidos y finalmente publicados en 1830.

La autoridad para administrar las ordenanzas del evangelio enseguida fue restaurada por aquellos quienes primeramente habían tenido esa autoridad cuando Cristo estuvo en la tierra. Juan el bautista se apareció y restauró el Sacerdocio de Aarón el 15 de Mayo de 1829 (D&C 13). Poco después, Pedro, Santiago y Juan se aparecieron y restauraron el Sacerdocio de Melquisedec y la autoridad del sagrado apostolado (D&C 27:12-13; 128:20). La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fue oficialmente organizada el 6 de Abril de 1830 (D&C 20:1),9 y el templo de la Restauración fue construido en Kirtland, Ohio, y dedicado el 27 de Marzo de 1836 (D&C 109).

La autoridad y poder de antiguos lideres dispencionales fue restaurada poco después de la dedicación del templo de Kirtland cuando, uno por uno, grandes profetas de la antigüedad se aparecieron a José Smith y a Oliverio Cowdery (D&C 110). Moisés se apareció para restaurar las llaves del recogimiento de Israel; el profeta Elias se apareció para restaurar el evangelio y el convenio de Abraham; y Elias se apareció para restaurar el poder sellador para que todas las cosas pudieran ser atadas en la tierra y en el cielo. Las profecías de Joel concernientes a la segunda venida de Cristo serían prontamente cumplidas (Joel 2:28-31; José Smith-Historia 1:41), y la maravillosa obra de la cual Isaías habló (la cual sería como un pendón para las naciones) había sido establecida (Isaías 5:26; 11:12; 29:13-14). Gabriel, Enoc, Adán y muchos otros profetas desde el comienzo del tiempo hasta la dispensación del cumplimiento de los tiempos también se aparecieron (D&C 128:21).

Habiendo sido restaurado el sacerdocio, el llamamiento de Apóstol nuevamente fue otorgado y los primeros doce Apóstoles de la última y final dispensación fueron llamados y ordenados como testigos especiales del Señor Jesucristo. Las ordenanzas salvadoras del Señor (todas incorporadas en lo que llamamos hoy el evangelio de Jesucristo) estaban una vez más disponibles para toda la humanidad para que pudieran reunirse nuevamente con su Padre Celestial:

Y porque es el poder de Dios que salva al hombre, incluye lo que el Señor hace por nosotros y lo que debemos hacer nosotros para salvamos. De su parte es la Expiación; de nuestra parte es la obediencia de todo lo que Dios nos da. Así que el evangelio incluye cada verdad, cada principio, cada ley – todo lo que el hombre debe creer y saber. De esta manera incluye cada ordenanza, cada rito, cada funcionamiento – todo lo que el hombre debe hacer para agradar a su Creador. También incluye cada sacerdocio, cada llave, cada poder – todo lo que el hombre debe recibir para sostener sus obras atadas en la tierra y selladas eternamente en el cielo.10

Las promesas a los padres y el restablecimiento del ministerio del Salvador se han cumplido todas en la Restauración.

La Segunda Venida de Jesús el Mesías
El Ministerio Milenial

El último acontecimiento en el ministerio mortal de Jesucristo fue su ascensión al cielo del Hemisferio Oriental. Mientras esto se llevaba acabo, dos ángeles que se encontraban junto a ellos exclamaron a los Apóstoles, “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11). Desde este punto en adelante, muchos empezaron a esperar con ansia la segunda venida de Jesucristo en la carne – con poder y gran gloria – “para ejecutar su juicio sobre la tierra e inaugurar un reinado de justicia”.11

Aunque los justos ansiosamente esperan la segunda venida del Señor y a la anunciación de su reinado milenial, el tiempo exacto de ese acontecimiento nunca se ha revelado; pero la seguridad de su venida no se interroga. Fue predicho por muchos profetas del Antiguo Testamento, y fue esperado con ansia y profetizado por profetas tanto del Nuevo Testamento como de los últimos días.12 Aunque el Señor no ha dado una fecha exacta de Su venida, ha dado ciertas señales que, si se reconocen, alertaran al justo sobre este gran acontecimiento.

El cumplimiento de la profecía concerniente a la Segunda Venida comenzó en 1820 con la visión de José Smith sobre Dios el Padre Eterno y su Hijo Jesucristo. La secuencia de visiones que prosiguieron culminó con la restauración del evangelio y la apertura de la dispensación del cumplimiento de los tiempos.

Los judíos rechazaron al Mesías, y debido a la apostasía universal que prosiguió a ese rechazo y la muerte de los Apóstoles, ‘ los hijos de Israel (la simiente de Abraham, quienes habían sido escogidos para predicar el evangelio de salvación a toda la tierra) fueron esparcidos por toda la tierra. Una de las grandes señales de la Segunda Venida es el recogimiento de los hijos perdidos y esparcidos.

La responsabilidad de reunir a los justos del mundo recae en la tribu de Efraín (como la tribu que preside en Israel).13 Los descendientes de Efraín trazan su linaje por medio de José, una de las doce tribus. Él llamado de Efraín es similar al de los doce Apóstoles, quienes, al final del ministerio mortal de Cristo, fueron comisionados para llevar el evangelio a todo el mundo. Con la restauración del evangelio y el establecimiento de la Iglesia, ahora es la responsabilidad de Efraín de difundir las ordenanzas salvadoras del evangelio por todo el mundo para que todos tengan la oportunidad de recibir estas ordenanzas y ser admitidos en el reino del Padre. Este es el recogimiento general de los justos de entre los gentiles y de aquellos perdidos y esparcidos descendientes de Israel (Isaías 11:11, 43:3-12; Óseas 1:10-11; 3 de Nefi 21). “Efraín se congregará en Sión sobre el continente occidental, y Judá quedará establecida de nuevo en el oriente; y las ciudades de Sión y Jerusalén serán las capitales del imperio mundial, sobre el cual el Mesías reinará con autoridad indisputable”.14

Una de las visitas que el Salvador llevará acabo durante su preparación para la Segunda Venida será a Su gente de Judá, una de las doce tribus originales de Israel. El Monte de los Olivos “se partirá por en medio” (D&C 45:48), y allí El recogerá a la tribu de Judá y testificará y dará testimonio de una manera indiscutible, que El es el tan esperado Mesías (Zacarías 12:10; 13:1-6; D&C 45:51-52).

Finalmente, para completar el recogimiento, “las tribus perdidas serán traídas del lugar donde Dios las ha conservado ocultas durante los siglos, y de las manos de Efraín recibirán sus bendiciones por tan largo tiempo aplazadas.”15 (El regreso de las diez tribus probablemente no se llevará acabo hasta después de la segunda venida del Señor – (D&C 133:25-35; Isaías 35:8-10).16

Otra señal general de la Segunda Venida es la gran iniquidad que sobrevendrá sobre la faz de la tierra antes del advenimiento del Señor. En verdad, las condiciones de los últimos días serán comparables a los días de Noé, cuando la maldad era tan activa que Dios destruyó a todos menos a ocho almas.17 Para limpiar la tierra de esta iniquidad en preparación para el ministerio milenial del Salvador, grandes destrucciones sobrevendrán sobre sus habitantes para que los más inicuos (aquellos que no puedan soportar Su venida) sean destruidos.

Antes de Su venida, granizo y fuego lloverán sobre la tierra (Ezequiel 28:22; Apocalipsis 8:7), el mar será azotado y se contaminaran las aguas de la tierra (Apocalipsis 8:10-11; 11:4), las plagas que Juan el revelador vio serán derramadas sobre la tierra, y el hombre será atormentado con “una úlcera maligna y pestilencias” (Apocalipsis 16:2). El mar se convertirá en “sangre como de muerto”, y todo ser vivo [morirá] en el mar” (Apocalipsis 16:3). El sol también será afectado para que pueda “quemar a los hombres con fuego” y sobrevendrá un gran calor y densas tinieblas, las cuales vencerán las mentes de la humanidad debido a su iniquidad (Apocalipsis 16:10).18

Se secaran ríos y saldrán falsos profetas los cuales harán la obra de Satanás, llevando acabo milagros y así engañaran a su prójimo (Apocalipsis 16:12-14). Al final, se levantaran dos grandes profetas para predicar en Jerusalén sobre el Mesías, y su ministerio acontecerá mientas el diablo hace guerra contra la ciudad con su gran ejercito (véase Apocalipsis 9:16). El poder de estos profetas será como el de Elias y Nefi de la antigüedad, y por el espacio de tres años y medio, predicaran con una voz de advertencia y clamaran el arrepentimiento a Judá. Finalmente, el ejército del mal vencerá a la ciudad y mataran a los dos profetas. Sus cuerpos permanecerán en las calles por tres días y medio, los cuales después serán levantados y recibidos por el Mesías cuando El descienda del cielo para aparecer ante la tribu de Judá (Apocalipsis 11).

Entretanto que estas calamidades culminen, las condiciones generales por todo el mundo llegaran a ser caóticas – y se llevara acabo una tercera señal de la venida del Señor. Turbulencia y aflicción será la norma, y la manera de vivir contraria a ese decreto por Dios será implantada en todos los hijos del hombre. Sucederán grandes señales y maravillas: Aparecerán fuego y vapores de humo (Joel 2:30-31); una gran tormenta de granizo destruirá las cosechas de la tierra (D&C 29:16); las moscas se apoderarán de los habitantes de la tierra (D&C 29:18); las bestias y las aves devorarán al hombre (D&C 29:20); el sol se obscurecerá y la luna se tomará en sangre (D&C29:14; Isaías 13:9-11); las estrellas caerán del cielo (D&C 29:14; 88:87); y el arcoíris dejará de aparecer.20 Un poderoso terremoto (sobre todos los terremotos) sacudirá la tierra, y la fierra que fue separada en los tiempos de Noé y Peleg (Génesis 10:25) volverá a juntarse en su gloria paradisíaca (Apocalipsis 16:18-20; D&C 133-24). Cuando cesen las devastaciones, una gran conferencia se llevará acabo en Adán-ondi-Ahmán21 en preparación para la inmediata venida del Salvador.

Finalmente, aparecerá la señal del Hijo del Hombre, la cual nadie sabe hasta que se lleve acabo (D&C 88:93; Mateo 24:216; Isaías 40:5; Zacarías 14:5-9),22 y el Señor vendrá para reinar sobre la tierra por mil años. El gobierno será de una “teocracia perfecta, bajo Jesús el Cristo, en su carácter de Señor y Rey”.23

Al comienzo del Milenio, Satanás será atado y echado al “abismo”; su influencia (y esa de sus malvados emisarios) no se sentirá en la tierra mientras reine el Mesías (Apocalipsis 20:1-3).

Cuando Cristo venga en nubes de gran gloria (Daniel 7:13), aquellos que han sido resucitados y reunidos con su Dios vendrán con Él, igual que la Nueva Jerusalén, o la ciudad justa de Enoc (Moisés 7:63-65; Éter 13; 3-4; Apocalipsis 21:2). Los muertos dignos que no hayan sido resucitados se abrirán sus sepulcros y también se levantaran para reunirse con Él, junto con aquellas mujeres y hombres dignos que aun estén vivos en la tierra. Pero los inicuos permanecerán en sus sepulcros, no resucitaran hasta que se termine el milenio.24

El ministerio milenial de Cristo continuara por mil años, y el hombre en la carne durante ese tiempo se asociará con seres inmortales.25 Aquellos que sean dignos crecerán hasta alcanzar su edad madura y de alguna forma serán cambiados a la inmortalidad “en un abrir y cerrar de ojos” (D&C 63:50-51), mientras que aquellos que no merezcan esa instantánea transición permanecerán en sus sepulcros y esperaran una futura resurrección. La tierra será restaurada a la condición de la cual disfrutaba en el Jardín de Edén,26 y la enemistad del hombre y la bestia cesará (D&C 101:26).

Cuando se terminen los mil años, Satanás será suelto de su encarcelamiento. Él y sus huestes serán activos nuevamente por un “corto tiempo” por cuanto tiempo no a sido aún revelado. Este “corto tiempo” será la prueba final de la integridad del hombre hacia Dios. Una gran reunión de las fuerzas del mal y las fuerzas del bien se llevará acabo durante este tiempo, y la guerra final entre el Salvador del mundo y el líder de las tinieblas se llevará acabo; pero el resultado de este conflicto ha sido profetizado, y “la derrota de Satanás y sus huestes será completa”.28

Finalmente, cada hombre y mujer que haya vivido sobre la tierra resucitará. Los dignos vivirán con Cristo y su Padre en el reino de Dios para siempre (D&C 76:51-65), mientras que aquellos que no sean dignos de ese reino encontraran su lugar, como fue preparado por el Padre. La tierra será consumida por fuego y pasará antes de que sea finalmente restaurada a su gloria paradisíaca (Apocalipsis 20:11- 15; D&C 29:23; 43:32). El plan de salvación se cumplirá con el juicio final de la humanidad, y Jesús el Cristo, nuestro Salvador y rey, finalmente recibirá Su recompensa – Él presentará Su reino al Padre, y “entonces será coronado con la corona de su gloria, para sentarse sobre el trono de su poder y reinar para siempre jamás” (D&C 76:108).

→ Capítulo 11


Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

1 Response to La Misión de Jesús el Mesías

  1. Avatar de Pedro Morales Sánchez Pedro Morales Sánchez dice:

    Me gusta, pero hay personas como yo que le cuesta mucho ser espiritual y aprender como se puede conseguir

    Me gusta

Deja un comentario