La Misión de Jesús el Mesías

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En el Valle de Sombra de Muerte


La Expiación

Mateo 26:31-45

31 Entonces Jesús les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al Pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas.
32 Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea.
33 Y respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.
34 Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
35 Le dijo Pedro: Aunque me sea menester morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
36 Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, mientras voy allí y oro.
37 Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.
38 Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo.
39 Y yéndose un poco más adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.
40 Y vino a sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?
41 Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.
42 Otra vez fue y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad.
43 Y vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño.
44 Y dejándolos, se fue de nuevo y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras.
45 Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores.

Contra-referencias
Marcos 14:27-41;
Lucas 22:40-46;  JST, Marcos 14:36

A la conclusión de la cena de la pascua de los judíos, Jesús y los once Apóstoles se prepararon para salir de Jerusalén para ir al Monte de los Olivos. Las puertas del templo durante esta noche festiva se abrían a la medianoche,1 y las calles no estaban desiertas. Al pasar por las casas, luminosas lámparas pueden haber iluminado la noche, indicando que la celebración del cordero pascual todavía estaba llevándose acabo.

El grupo cruzó por la ciudad por la puerta al norte del templo y descendieron en el Valle Cedrón, cruzaron al otro lado del valle y entraron al jardín conocido como Getsemaní. Getsemaní significa “lugar de aceite”,“ y fue derivado por el hecho de que había una arboleda de olivo que crecía allí.3 Al caminar hacia el jardín, el Señor declaró, “todos vosotros os escandalizaréis . . . esta noche” a causa de Él y que “las ovejas del rebaño” serían dispersadas. Mateo informa que Pedro protestó, pero el Señor profetizó que Pedro lo negaría “tres veces” antes de que cantara el gallo. Una vez mas él protestó, declarando que si le fuere necesario morir con Él no negaría al Salvador, y todos los discípulos dijeron lo mismo.

Dejando a ocho de los Apóstoles en la entrada del Jardín de Getsemaní, el Señor se llevó a Pedro, Santiago, y Juan con Él al jardín. Mientras iban adentrándose mas interiormente en el jardín, Jesús empezó a angustiarse grandemente. Entonces el Señor les pidió a estos tres Apóstoles que se quedaran y vigilaran con Él. Yendo adelante, “se postró sobre su rostro”, y oró a su Padre Celestial. Juan registra algo de esta conversación personal entre el Hijo y el Padre (Juan 17),4 y los Sinópticos registran la agonía de aquella ocasión cuando aún el Salvador del mundo oró, “si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.

Mientras el Señor continuó en oración, Él tomó sobre Él mismo la carga de la caída de Adán y todos los pecados subsecuentes de la humanidad: Al hacerlo, Él preparó el camino por el cual todos podemos volver nuevamente a la presencia del Padre. Mientras tanto, los Apóstoles se cansaron y se durmieron (como lo habían hecho en el Monte de la Transfiguración – Lucas 9:32). Aproximadamente una hora después el Señor regresó. Él los despertó y reprendió a Pedro, “¿Así qué no habéis podido velar conmigo una hora?” Nuevamente Él les pidió seriamente que velaran y oraran para que no entraran en tentación, entonces Él continuó con sus oraciones. Los Apóstoles aparentemente vigilaron durante un tiempo, tomando en cuenta la advertencia del Señor, porque solamente una limitada cantidad de la segunda oración del Señor está registrada. Mateo registra que el Señor, reconociendo totalmente Su misión, declaró que si no se podía pasar de Él esa copa – que se hiciera la voluntad del Padre.

El evangelio de Lucas registra la agonía del Señor con detalle. Él escribe que un ángel apareció a Jesús para fortalecerlo, causando que orara aún más seriamente. El dolor del sufrimiento por los pecados de la humanidad fue tan grande que “su sudor era como gotas grandes de sangre que caían hasta la tierra”. Las oraciones continuaron, pero nuevamente los ojos de los Apóstoles llegaron a estar “cargados” y se durmieron. Cuando el Señor regresó y los encontró dormidos una vez ‘más, Él nuevamente los despertó. Él inmediatamente volvió a orar por tercera vez, “diciendo las mismas palabras”. Cuando había completado sus oraciones, el Señor regresó y encontró a los Apóstoles dormidos por tercera vez. Él no los despertó inmediatamente, sino que permitió que durmieran, ya que la hora estaba cerca cuando el Hijo de Dios sería entregado en las manos de sus enemigos. (Quizás por lo menos un Apóstol pudo haber estado despierto de vez en cuando o [aparte de la posibilidad de una posterior revelación] no hubiera ningún registro de las oraciones de Jesús, sino que todos debieron haber estado dormidos cuando el Señor regresó). Es imposible para la mente finita entender o comprender la insoportable agonía física y espiritual que el Hijo de Dios experimentó en el Jardín, pero a pesar de Su angustia, Él permaneció fiel a su Padre y a Su llamamiento.

En el comienzo de su misión, el Señor contendió con el diablo tres veces al final de su ayuno en el desierto; ahora, cuando su misión terrenal estaba por terminar, Él conquistó todo lo que Satanás había hecho o jamás haría.5 No hay ninguna duda de que el dolor y el sufrimiento de la crucifixión eran parte de la expiación de Cristo, pero “el triunfo y la grandeza de la expiación ocurrieron principalmente en Getsemaní.”6

Así como el Salvador del mundo tomó sobre Él mismo los pecados de la humanidad para interceder por los fieles es desconocido, pero que esto fue el fundamental objetivo del Mesías en su ministerio terrenal es atestiguado por todos los profetas. Jesús vino a la tierra para asumir la carga total del pecado y condenación del hombre y vencer la Apostasía y la Caída, y tomar “de la amarga copa que el pecado había contaminado”.7 El fracaso habría permitido que Satanás tuviera éxito. La muerte, tanto física y espiritual, separó a la humanidad del Padre, y solamente por medio de un sacrificio infinito por uno como el Hijo de Dios podría ser vencida la Caída y el hombre poder reunirse con su Padre Celestial.

Amulek dio testimonio del gran sacrificio del Señor con estas palabras:

Yo sé que Cristo vendrá entre los hijos de los hombres para tomar sobre sí las transgresiones de su pueblo, y que expiará los pecados del mundo, porque el Señor Dios lo ha dicho.

Porque es necesario que se realice una expiación; pues según el gran plan del Dios Eterno, debe efectuarse una expiación, o de lo contrario, todo el género humano inevitablemente debe perecer; sí, todos se han endurecido; sí, todos han caído y están perdidos, y, de no ser por la expiación que es necesario que se haga, deben perecer.

Porque es preciso que haya un gran y postrer sacrificio; sí no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ningún género de ave; pues no será un sacrificio humano, sino debe ser un sacrificio infinito y eterno.

Y no hay hombre alguno que sacrifique su propia sangre, la cual expíe los pecados de otro…

. . . por tanto, no hay nada, a no ser una expiación infinita, que responda por los pecados del mundo. (Alma 34:8-12).

Por medio de la expiación, la caída de Adán fue vencida y la victoria sobre la muerte asegurada (1 Corintios 15:22; Romanos 5:12-18).

El rescate había sido pagado y el dominio del Señor sobre Satanás fue finalmente completo. Adán había introducido la muerte espiritual y temporal en el mundo, pero el “segundo Adán” (Corintios 15:45-47) había proporcionado la oportunidad de la vida eterna.

Con la caída vencida, el hombre ahora es totalmente responsable de sus propios pecados. El sufrimiento de Cristo hizo posible la ley por la cual cada individuo podría reclamar las bendiciones de la Expiación – esa ley era el arrepentimiento. Sin el arrepentimiento, la justicia de Dios se aplica a cada pecado, y el hombre es para siempre expulsado de su presencia. Sin embargo, el arrepentimiento y la misericordia de Dios satisfacen las demandas de la justicia, haciendo posible que el plan eterno se aplique automáticamente (Alma 34:15-16; 2 Pedro 3:9). Aunque la Expiación sea difícil de comprender, su aplicación no es – simplemente expresada, la Expiación hizo posible la ley del arrepentimiento.

Mientras el Señor oró intensamente en Getsemani y los Apóstoles dormían, Judas consumó su plan con los principales sacerdotes. El Salvador regresó por última vez a sus Apóstoles que dormían y, quizás mientras Él estaba sentado y observando, podía escuchar el ruido de los pasos de la enfurecida multitud que se aproximaba. El traidor conocía el apacible jardín, ya que él había estado allí varias veces (Juan 18:2). Dentro de poco se podrían ver la luz roja deslumbrante de las antorchas, y Jesús despertó a sus hermanos que dormían. Cuando Judas, las autoridades, y el resto de la multitud se acercaba, el Señor tristemente dijo sus últimas libres palabras a sus confusos Apóstoles, “Se acerca el que me entrega” (Mateo 26:46).

Ni si quiera una vez el Señor estuvo indeciso en hacer la voluntad del Padre. Solamente Jesús podría tomar sobre sí mismo la carga de los pecados de la humanidad, y solamente Él podría sufrir el tormento y la angustia espiritual del alma que causó que “sangrara por cada poro”. Ningún hombre ordinario podría haber padecido así.

En marzo de 1830 el Salvador resucitado y glorificado reveló lo siguiente sobre la experiencia atormentadora que Él emprendió por toda la humanidad:

Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que 110 padezcan, si se arrepienten;

Mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo; padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu – y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.

Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabe mis preparativos para con los hijos de los hombres. (DyC 19:16-19).

La Traición

Mateo 26:14-16, 21-25,46-56

14 Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes
15 y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le pesaron treinta piezas de plata.
16 Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle.
21 Y mientras comían, dijo: De cierto os digo que uno de vosotros me va a entregar.
22 Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor?
23 Entonces él, respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ese me va a entregar.
24 A la verdad el Hijo del Hombre va, como está escrito de él, mas, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido.
25 Entonces, respondiendo Judas, el que le iba a entregar, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Y él le dijo: Tú lo has dicho.

[A la conclusión de la cena de la Pascua de los judíos, el Señor se retiró al Jardín de Getsemani en el Monte de Olivos para orar. Después de que Él terminó de orar Él dijo a sus Apóstoles]

46 ¡Levantaos, vamos! He aquí ha llegado el que me entrega.
47 Mientras todavía hablaba, he aquí llegó Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y con palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo.
48 Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo bese, ese es; prendedle.
49 Y enseguida se acercó a Jesús y dijo: Salve, Maestro. Y le besó.
50 Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron, y echaron mano a Jesús y le prendieron.
51 Y he aquí, uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hirió a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja.
52 Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.
53 ¿Acaso piensas que no puedo orar a mi Padre ahora, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?
54 ¿Cómo, pues, se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?
55 En aquella hora dijo Jesús a la gente: ¿Así como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis.
56 Mas todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron.

Mateo 27:3-10

Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos,
diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!
Entonces, arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó.
Y los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro, porque es precio de sangre.
Pero después de haber deliberado, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros.
Por lo cual aquel campo se ha llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy.
Entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, que fue fijado por los hijos de Israel;
10 y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.

Contra-referencias
Marcos 14:10-11, 18-21,42-50;
Lucas 22:1-6, 21-23, 47-53;  Juan 13:18-31; 18:1-11

El Hijo del Dios Viviente fue traicionado por Judas Iscariote, un miembro del Quorum de los Doce Apóstoles que había estado con Cristo desde el principio de su ministerio8 y quién había participado de todas las experiencias que los Doce habían tenido durante la misión del Señor (aparte de aquellas específicas ocasiones cuando solamente se le permitió participar a Pedro, Santiago y Juan).

Jesús advirtió a los Apóstoles temprano en Su ministerio que uno de ellos lo traicionaría. Después de la alimentación de los cinco mil, Él regresó a Capernaum y pronunció el sermón del pan de vida.9 Este sermón fue muy difícil para muchos de sus seguidores comprender, de modo que murmuraron y dijeron, “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6:60). Después de que Jesús les preguntó por qué murmuraban, “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:66). Sin duda muchos de los discípulos se desilusionaron porque Jesús no era el políticamente poderoso Mesías que sus tradiciones judías anticipaban.

Parece que algunos de los Doce pudieron haber expresado reservaciones, ya que el Señor les preguntó, “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67). Pedro entonces dio un paso adelante y como portavoz de los Doce dijo, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68). Él confesó su creencia en Cristo, reconociendo que Jesús era el Hijo de Dios.

En respuesta, el Señor dijo a sus Apóstoles que aunque Él los hubiera escogido, uno de ellos era un diablo (Juan 6:70). Juan, escribiendo este informe después de la muerte de Jesús y con el beneficio de la percepción retrospectiva, registra, “Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce” (Juan 6:71).

Claramente el Señor supo mucho tiempo antes que sucediera este suceso, que Él sería traicionado. Sin embargo, no está claro si alguno de los Doce estaba particularmente preocupado acerca de esta profecía en aquel momento. Aunque el Salvador y los profetas antiguos (Zacarías 11:12) habían profetizado la traición, esto ocurrió por medios aparentemente normales, de acuerdo con la atmósfera social, política, y religiosa del día en donde se le permitió a Satanás engañar a la gente elegida y su liderazgo.10

A través del ministerio temprano de Cristo, los gobernantes de los judíos lo seguían y se burlaban de Él y constantemente le hacían preguntas.11 A veces cuando la gente oía su reclamación al Mesianismo, ellos lo echaban fuera de la cuidad e intentaban apedrearlo (Juan 8:59; 10:31, 39) o lanzarlo de una cumbre (Lucas 4:28-29). Para el final de este ministerio, la predisposición del liderazgo era tal, que cuando María y Marta informaron al Salvador de la enfermedad de Lázaro y en el tiempo en cual Él decidió volver a Jerusalén para “despertarle”, (Juan 11:11), los discípulos expresaron gran preocupación, anotando que “procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?” (Juan 11:8). Ellos estaban tan preocupados que Tomás dio un paso hacia adelante y dijo a sus discípulos compatriotas, “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (Juan 11:16).

Jesús regresó a Jerusalén y realizó el milagro espectacular de levantar a Lázaro de la muerte,12 el cual se le informó inmediatamente al liderazgo judío. Aquel liderazgo entonces se reunió para decidir qué hacer con el Salvador. Ellos anotaron que Él había realizado muchos milagros y “si le dejamos así, todos [creerán] en él”. (Juan 11:48). Su preocupación era egocéntrica – no les importaba si Jesús era el Mesías. Si se le permitía a Jesús continuar, ellos racionalizaron, vendrán los romanos, y “destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (Juan 11:48).

“Así que desde aquel día acordaron matarle” (Juan 11:53); en adición, ellos buscaban a Jesús y declararon que “si alguno supiese dónde estaba, lo manifestase, para que le prendiesen (Juan 11:57). Por la natural animosidad que los gobernantes de los judíos tenían hacia el Señor, y porque Él había fallado a sus esperanzas políticas del Mesías (aparte del hecho que ellos no quisieron dejar sus posesiones mundanas y materiales), ellos no lo aceptarían. En su entusiasta preocupación de auto conservación e independencia nacional, ellos determinaron que tomarían la vida de quién había venido para preservarlos: ellos solamente buscaron el método más aceptable por el cual ellos podrían llevar a cabo su tarea.

Dos días antes de la fiesta de la Pascua de los judíos, los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos se reunieron en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote; tuvieron consejo para prender con “engaño a Jesús, y matarle” (Mateo 26:4). Su preocupación no era por la culpabilidad o inocencia de Cristo, ni aun por la justicia conforme a la ley judía, sino para no detenerlo durante el día de la fiesta, “para que no se haga alboroto en el pueblo” (Mateo 26:5). En este punto Judas apareció en la escena. Él era un aliado en el cual ellos no se imaginaron, porque para intentar derribar a uno de los propios Apóstoles del Señor era indudablemente un complot más allá de lo que jamás habían soñado. Sin embargo, Judas Iscariote, un Apóstol divinamente llamado y ordenado, “fue a los sacerdotes principales”.

Judas era supuestamente del pueblo de Queriot, el único judío entre los Doce Apóstoles. Él sirvió como tesorero para los Doce, recibiendo y desembolsando sus fondos comunes.13 Juan (nuevamente con la percepción retrospectiva), anota que desde el principio, Judas era poco escrupuloso y deshonesto en este llamamiento (Juan 12:6). Su preocupación fundamental estaba en las cosas mundanas, como está ejemplificado en su protesta con respecto a lo que él sentía era el derroche del caro perfume que María utilizó para ungir los pies de Jesús antes de su crucifixión (Juan 12:1-7). Cuando él se encontró con los principales sacerdotes antes de la detención del Señor, su avaricia fue abiertamente mostrada cuando él furtivamente preguntó, ¿Qué me daréis y te entregaré a el [Cristo] ante ti?”

El egoísmo, la avaricia, y la falta de honradez habían cambiado su amor por el Salvador en odio y envidia, y con determinación satánica él abiertamente “vendió su alma a otro maestro cuyo discípulo y seguidor él llegó a ser”.14

Los sanedristas con los cuales Judas se reunió estaban demasiado contentos para recibirlo, porque Judas solucionó el problema de cómo podrían destruir al Salvador. Aunque ellos hicieran en efecto un convenio “con él por treinta piezas de plata’, ellos “trataron a Judas no como un socio honrado, sino como un informador común, y un traidor despreciable”.15 Con el trato formalizado, la profecía de Zacarías fue realizada (Zacarías 11:12), y el dinero del templo (que había sido dado para la compra de sacrificios) ahora sería utilizado para comprar al Salvador – él fue “comprado al precio legal de un esclavo” (Éxodo 21:32).16

Judas volvió a reunirse con el Señor y los Doce, participando en aquellos acontecimientos que condujeron hasta la cena de la Pascua. Él estuvo presente cuando el Salvador comenzó la celebración de la Pascua, y recibió el lavamiento de los pies. Él escuchó cuando el Salvador predijo que uno entre ellos lo entregaría. Incapaz de detenerse cuando los demás preguntaron, “¿Soy yo, Señor?”, él tuvo la audacia de exclamar también, “¿Soy yo, Maestro?” El Señor simplemente respondió, “Lo que vas a hacer, hazlo mas pronto”. Judas dejó el aposento alto y desapareció en la noche.

Mientras Judas y los malvados líderes judíos organizaban la banda de soldados, el Señor concluyó la cena de Pascua y se retiró al Jardín de Getsemaní. Después de que había concluido con sus oraciones a su Padre Celestial, regresó a Pedro, Santiago y Juan, donde, por tercera vez, los encontró dormidos. No despertándolos inmediatamente, él indicó que deberían descansar para que tuvieran fuerza para los próximos acontecimientos.

No se sabe exactamente cuánto tiempo pasó entre el regreso del Salvador a los tres Apóstoles que aun dormían y cuando les ordenó que se levantaran, pero cuando Él oyó el grupo que venía para detenerlo, Él despertó a Pedro, Santiago y Juan, ordenándoles, “Levantaos, vamos” (Mateo 26:46). Él probablemente tomó a los tres Apóstoles y volvió a la entrada del Jardín donde Él había dejado a los ocho restantes. Juan describió el grupo que vino para detener a Cristo como “una compañía de soldados y oficiales de los principales sacerdotes y de los fariseos, [fue] allí con linternas y antorchas, y con armas” (Juan 18:3). Lucas describió al grupo como una “turba”.

Juan indica que Judas conocía el lugar donde Jesús estaría (Juan 18:2), pero puede haber sido que la banda de soldados primero había ido al aposento alto donde la Ultima Cena se había llevado acabo y, no encontrando a Jesús allí, procedieron al Jardín de Getsemaní.17 El grupo incluyó parte del liderazgo judío e indudablemente algunos que habían estado en las reuniones traicioneras entre Judas y los sacerdotes principales. Quizás otros también se reunieron con ellos cuando el grupo fue del templo hacía el Jardín, y seguramente algunos de la guardia romana en Jerusalén estuvieron presentes.18 Aunque la banda de soldados fue grande, no era una multitud en el sentido utilizado para describir tales situaciones como la alimentación de los cinco mil.

Cuando la banda se acercó con Judas a la cabeza, Jesús “salió” para encontrarlos. Judas aclamó al maestro y lo saludó con un beso (Mateo 26:50), que era la señal acordada por el cual él identificaría al Salvador y lo entregaría en las manos de la banda de soldados. Jesús volteó a mirarlo y le preguntó conmovedoramente, “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas 22:48). Parece ser que Jesús entonces pasó por delante de Judas y caminó hacia la banda de soldados y preguntó, “¿A quién buscáis?” La respuesta fue, “a Jesús nazareno,” y Jesús inmediatamente contestó, “Yo soy”. Cuando Jesús confirmó que Él era, las primeras filas de la banda de soldados retrocedieron y cayeron a tierra, la acción causó que parte de la multitud se tropezara y se cayera. Y el Señor preguntó, “¿A quién buscáis?” y ellos contestaron por segunda vez “a Jesús ‘ nazareno.” El Señor contestó, “Os he dicho que yo soy: pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos [los Apóstoles]» (Juan 18:8). Fue probablemente en este punto (o un poco antes de la segunda petición), que Pedro desenvainó su espada y le cortó una oreja a Maleo, el siervo del sumo sacerdote. El Señor inmediatamente reprochó la acción y allí, en medio de sus enemigos, realizó su último milagro público curando el oído herido.19 Después de esto los once Apóstoles lo abandonaron y huyeron. Su huida fue indudablemente precipitada debido a su relativamente inexperta condición,20 pero debido a los comentarios del Señor a Pedro que Él tenía legiones de ángeles a su disposición, pero que no los llamaría, quizás los Apóstoles finalmente reconocieron que Él no utilizaría sus poderes sobrenaturales para intervenir – entonces ellos huyeron.

Después del milagro del oído de Maleo (que por lo visto fue desapercibido por la maliciosa multitud se inclinó solamente hacia el arresto y destrucción del Salvador), la banda le echó mano a Jesús y lo ataron. El Señor inmediatamente protestó por sus derechos bajo la ley judía, indicando que ellos habían salido de noche para llevárselo. Él exclamó, “Cada día [me] sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis”. Pero la hora de sus enemigos había llegado y los poderes de las tinieblas estaban triunfando. Con el Señor seguro bajo su custodia, la multitud lo llevó ante Anás, el suegro del sumo sacerdote.

(Las escrituras registran un acontecimiento adicional en el arresto del Salvador. Un joven había permanecido detrás para mirar el procedimiento después de que los Apóstoles habían huido. No se sabe el nombre del joven, pero se cree que era Marcos, el autor del segundo Evangelio. Cuando los sirvientes del sumo sacerdote lo miraron intentaron detenerlo, y mientras él luchaba para soltarse, la sabana de lino que tenía alrededor de su cuerpo fue rasgada y huyó desnudo en la noche).“1

La traición precipitó el juicio del Salvador, crucifixión, y su muerte. Cristo estaba cumpliendo todo lo que el Padre esperaba de Él, la cual serviría para ejemplificar las enseñanzas de su entero ministerio y culminaría en su gloriosa resurrección. Después de que ascendiera de la tumba, Él volvería a la gloria que había tenido con su Padre.

La traición también tuvo como resultado la muerte de Judas Iscariote, pero para él las recompensas serían diametralmente diferentes. Habiendo recibido las treinta piezas de plata, él “se arrepintió” y procuró devolver el dinero a los principales sacerdotes y ancianos porque había pecado entregando sangre inocente. Esto no fue arrepentimiento en el sentido bíblico, “sino que un cambio de mente y sentimiento vino sobre él”.22 Judas había abandonado a su antiguo Maestro, y ahora su nuevo maestro (Satanás), lo había abandonado. Pero los líderes no tuvieron más compasión o respeto para Judas en su intento de devolver la plata corrompida de la que tuvieron cuando ellos convinieron con él para traicionar a Jesús. Ellos se burlaron de él “¿Qué nos importa a nosotros?”¡Allá tú!” Judas, en completa desesperación por el gran pecado que él había cometido, echó las treinta piezas de plata en el templo y fue y se ahorcó.23

→ Capítulo 7


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1 Response to La Misión de Jesús el Mesías

  1. Avatar de Pedro Morales Sánchez Pedro Morales Sánchez dice:

    Me gusta, pero hay personas como yo que le cuesta mucho ser espiritual y aprender como se puede conseguir

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