La Sociedad de Socorro y el Sacerdocio, compañeros inseparables

La Sociedad de Socorro y el
Sacerdocio, compañeros inseparables

Robert L. Simpson

Obispo Robert L. Simpson
del Obispado Presidente.

(Discurso pronunciado en la Sesión de las Mesas de Estaca de la Conferencia General Anual de la Sociedad de Socorro, el 28 de septiembre de 1967)


Élder Romney, hermana Spafford, hermanos y hermanas, el Señor debe estar muy complacido con las actividades de estos dos días; su gozo será completo, sin embargo, cuando llevemos a efecto lo que hemos enseñado durante esta conferencia. La verdadera prueba reside en el futuro, cuando nos aboquemos a la acción.

¿Por qué la sola mención de las palabras Sociedad de Socorro renueva mi fe? ¿Por qué me emociono cada vez que veo a las hermanas cumplir su noble tarea de una manera callada, sin alardes, buscando al que necesita de su caridad? Durante los últimos treinta días os he visto silenciosamente dar consuelo y ayuda a una familia que perdió a uno de sus seres queridos. Os he visto confortando al enfermo. Os he visto ir fiel e incesantemente derramando nuevas de buena voluntad como maestras visitantes. Os he visto dar fielmente vuestro animoso apoyo y sé de la capacidad y el deseo que tenéis para responder rápidamente a una llamada de emergencia.

Quizá tengo algunos de estos sentimientos acerca de la Sociedad de Socorro por el recuerdo que se mantiene a través del tiempo de un incidente de cuando yo usaba uniforme, en un lugar lejano del mundo. Estaba cansado, aburrido, y extrañaba a mis seres queridos, y al sentarme, prácticamente a la sombra de las pirámides de Egipto, me preparé para abrir un pan de frutas que me había sido entregado por la Cruz Roja. Podéis imaginar mi emoción-la emoción que llenó mi corazón-cuando encontré una nota que decía: “Que el Señor te bendiga por lo que estás haciendo en nombre de la libertad y la paz”, firmado “La Sociedad de Socorro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Rama de Takami, Misión de Nueva Zelandia”. Ese pan había sido enviado por las mismas her­manas que me habían bendecido tan abundantemente mientras era misionero, un par de años antes, y ahora llegaba a mí en la otra mitad del mundo; mis proba­bilidades de recibir aquella torta en particular eran tal vez de una en un millón. Pero tuvo un sig­nificado para mí: era una res­puesta a mi oración.

La Sociedad de Socorro tam­bién significa el ver a las buenas hermanas de Kawhia, Nueva Zelandia, cruzar en sus caballos un río crecido para asegurar un Informe de cien por ciento como maestras visitantes, y en especial la vez aquella en que no pudieron volver a sus casas. No regresaron hasta el día siguiente porque la marea bloqueó el camino, mientras ellas se demoraban demasia­do ayudando en el nacimiento de un bebé. Sí, en el Sur del Pa­cífico el ser maestra visitante, es emocionante.

Quizá se me humedezcan un poco los ojos al recordar el día en que una madre de la Sociedad de Socorro pidió al Presidente de la Misión que bendijera y diera un nombre a su bebé, y luego agregó, casi tímidamente, “y por favor pida ‘a nuestro Padre Ce­lestial que le restaure la vista. Mi bebé ha nacido ciego, y usted tiene el Sacerdocio de Dios.” Los milagros no terminaron hace 2,000 años, ni tendrán fin mientras haya hermanas fieles y dig­nos poseedores del sacerdocio que al unir su fe, hacen que todas las cosas sean posibles en el Señor.

¿Quién puede igualar la en­tereza de carácter, la paciencia o la esperanza de una madre de la Sociedad de Socorro que dijo en mi presencia, «He esperado veinte años, y aún esperaré más si es necesario, porque quiero estar con el padre de mis hijos en la eternidad. Es un buen hombre y sé que un día reconocerá la verdad de esta gran Iglesia.”

Hermanas, hay un viejo refrán que dice, “lo primero va primero”, y me gustaría haceros un pedido hoy, que en todo lo que hagáis en vuestros bazares, en proyectos de costura, con las habilidades manuales, no olvidéis la cosa más importante que tenéis que hacer. Y esto es posible porque vosotras sois personas especiales. El Señor os ha dado un temperamento y una personalidad diferente a la de nosotros, los hombres, y hay cosas que el Sacerdocio puede realizar con más éxito a través de vosotras y solamente por ese medio. Recordad la guía que podéis encontrar en vuestro Manual, y este noble y singular propósito será siempre alcanzado. Estas instrucciones impresas por la presidencia de la Sociedad de Socorro establecen que vuestro propósito principal es:

“Manifestar benevolencia, sin im­portar el credo o la nacionalidad, cuidar a los pobres, los enfermos y los desa­fortunados, administrar donde llegue la muerte, ayudar a corregir la moralidad y fortificar las virtudes de la comunidad, elevar la vida humana a su más alto nivel,. . . salvar almas. . .” (Manual de la Sociedad de Socorro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días)

¡Oh, si cada mujer de este mundo tuviera esta norma de conducta! ¡Qué diferente sería!

Al hablar de la asignación para este discurso con la hermana Spafford y sus consejeras, se me sugirió que podría ser beneficioso el referirme a un entendimiento más estrecho entre las presidentas de las Sociedades de Socorro de los barrios, y los obispos. Me tomé la libertad de pedir a varios obispos que hicieran algunos comentarios sobre su relación de trabajo con la presidencia de la Sociedad de Socorro de su barrio. Pensé que algunas de esas observaciones eran clásicas, y me gustaría presentarlas a ustedes esta tarde. Aunque los ejemplos fueron suministrados por obispos, los mismos principios pueden ser aplicados también en una rama o misión, tanto como en un barrio o estaca.

Uno de ellos dijo: “Nuestra presidenta de la Sociedad de Socorro está siempre dispuesta a dar consejos excelentes, y cuando el obispo llega a una decisión, ella nos apoya completamente.” Esta manifestación pudo haber sido hecha por la Primera Presidencia de la Iglesia en relación a vuestra presidencia general. Nada me ha emocionado más que el ver el deseo de cooperar que tienen la hermana Spafford y sus consejeras para llevar a cabo los deseos de nuestros directores. Quizá os interese saber un comentario que oí recientemente de un miembro de la Primera Presidencia cuando dijo que no había conocido nunca una mujer que apoyara al sacerdocio mejor que la hermana Spafford. Hermana Spafford, os felicitamos por vuestro gran ejemplo. Me recuerda una frase “El director ha de ver, cuál camino recorrer”. Espero que cada presidente de estaca y obispo pueda hacer esta misma observación de la Presidenta de la Sociedad de Socorro de su estaca o barrio. El reconocimiento de la autoridad en la Iglesia, es de vital importancia para su éxito, nada es más significativo para un director que el haber sido sostenido por aquellos que trabajan con él.

El presidente Tanner contó en una ocasión un incidente emocionante acerca de su primer consejero, cuando él servía como obispo de un barrio en Canadá. Tenían que tomar una importante decisión. El presidente Tanner y su primer consejero tenían opiniones diferentes con respecto a la solución. Decidieron ayunar por veinticuatro horas, para que la decisión final fuera la correcta. Luego del ayuno, era obvio que cada uno sostenía todavía la misma opinión, y entonces el hermano Tanner se paró y dijo, “Hermanos, como obispo de este barrio, estoy seguro de que ésta es la manera en que debemos proceder”. En ese momento, aquel gran primer consejero se colocó a su lado, pasó el brazo alrededor del obispo y dijo, “Obispo, quiero que sepa que lo apoyaré en todo”. Como veis la autoridad del sacerdocio había hablado, y ésta es la dirección en que debemos movernos.

Hace poco, una Autoridad General expresó su punto de vista sobre un asunto muy importante, y luego se le informó que el Presidente de la Iglesia había dado su opinión, que era diferente. Este gran apóstol del Señor dijo entonces sin vacilar: “En ese caso hermanos, acabo de cambiar de opinión”. En nuestra Iglesia, debemos seguir la autoridad que ha sido debidamente designada. Si no lo hiciésemos así, reinaría el caos y el trabajo no podría continuar.

Me atreveré a compartir con vosotras hermanas, un incidente muy personal que tuvo lugar hace exactamente seis años, cuando el presidente McKay me honró con el llamamiento para ser miembro del Obispado Presidente. Naturalmente, hubo un período de tranquila emoción después que se me hizo la invitación. Al pararnos listos para salir, el presidente McKay caminó directamente hacia la hermana Simpson, y la tomó de la mano. Entonces la miró profundamente a los ojos y al alma y su paciente silencio y tranquila sonrisa parecían invitarla a que hiciera un comentario. Finalmente ella dijo, “Presidente, quiero que sepa que apoyaré y sostendré a mi esposo en este nuevo llamamiento”. Luego de esto, el presidente McKay dijo, «Hermana Simpson, eso es exactamente lo que quería oír”. No hay nada más fundamental en la Iglesia que una fiel hermana que apoye al sacerdocio, ya sea a su esposo, o a la autoridad designada en el barrio, estaca o misión.”

Aquí tenemos otro comentario de otro obispo: “Nunca tengo que preocuparme de que asuntos confidenciales no trasciendan más allá de la presidencia de la Sociedad de Socorro.” El deber y el derecho de ser un juez en Israel, entre los miembros de los barrios y estacas radican en el obispo. Esta es una responsabilidad que no puede compartirse. Los presidentes de estaca tienen la misma responsabilidad dentro de su estaca. Cada obispo, por supuesto, tiene jurisdicción solamente sobre los miembros de su barrio. Es privilegio suyo el tener entrevistas privadas e inquisitivas con los miembros del barrio. Esto es necesario para determinar el valor personal y de esta manera estar en mejor posición para ayudar a los demás; ningún otro oficial en el barrio tiene el mismo derecho, y como obispo, él determina la necesidad, y entonces administra la ayuda necesaria por medio del sacerdocio o el representante de la organización auxiliar que corresponda. A veces es necesario el compartir ciertas partes de una información confidencial, y a menudo la persona apropiada es la presidenta de la Sociedad de Socorro. El repetir sin necesidad esta información, o el pasarla a los demás como un vulgar chisme o aun comentarlo en el círculo familiar, sería violar la confianza que ha sido depositada en vosotras. Es mi opinión personal que a los que violen esta confianza se les pedirá cuentas en los cielos.

Quisiera brindaros otro comentario de un obispo de Arizona: “Ella nunca hace conjeturas. Nuestra Presidenta de la Sociedad de Socorro sabe su programa y tiene también un excelente concepto del sacerdocio y sus funciones.” El Señor nos ha amonestado por medio de las Doctrinas y Convenios:

“De modo que, con toda diligencia aprenda cada varón su deber, así como a obrar en el oficio al cual fuere nombrado.

El que fuere perezoso no será considerado digno de permanecer, y quien no aprendiere su deber, y no se presentare aprobado, no será contado digno de permanecer. . . (D. y C. 107: 99-100)

Hay un momento en vuestro tiempo de todos los días, que podríais separar para aprender mejor vuestra tarea de la Sociedad de Socorro. ¿Que os parece a las cinco de la mañana, si no tenéis otro momento adecuado? Creo que es importante encontrar el tiempo cada día para poder mejorar vuestros llamamientos.

Lamentablemente hay en la Iglesia personas que piensan que los programas se pueden cambiar al azar para contemplar momentáneos antojos o conveniencias. Por medio de la Correlación del Sacerdocio, cada programa es una parte de la totalidad del programa de la Iglesia, y ninguno puede considerarse aisladamente; por medio de la Correlación, todo está conectado de una forma antes desconocida. El tomarse una libertad con un programa sería tergiversar la totalidad. Estad seguras hermanas, de que hay una razón para cada parte del programa de la Sociedad de Socorro tal como se lleva a cabo hoy en día, y es nuestro deseo ferviente que tengáis la fe para seguirlo. Este debería ser el propósito y el sentimiento de cada presidenta de la Sociedad de Socorro al aceptar su llamamiento. Si hubiera una hermana que no puede aceptar el programa del cual se le ha hecho responsable, sin reservas de ninguna clase, tiene la obligación moral de reunirse inmediatamente con la autoridad del sacerdocio correspondiente para una seria entrevista. Sólo cuando creemos y tenemos confianza en los programas en los cuales trabajamos, podemos ser eficaces para llevarlos a cabo. “Y si la trompeta diera sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1 Cor. 14:8) Así habló Pablo a los santos de Corinto.

Otro agradecido obispo hizo esta observación: “Nuestra Sociedad de Socorro es una colmena de actividad. Todas las mujeres están ansiosamente dedicadas, gracias a que la presidenta irradia fe y aliento para todos los que trabajan a su alrededor.”

Hemos oído decir a menudo, “Cuánto más valioso es el hombre que puede hacer trabajar a diez que el que hace el trabajo de diez.” Esta es una Iglesia de trabajo en grupo, y no hay lugar para una “prima donna”. El Señor dio un gran consejo a Moisés cuando lo vio abrumado por todos los detalles administrativos y la multitud de problemas diarios que persistían mientras los israelitas atravesaban el desierto. Se le dijo: “. . .no podrás hacerlo tú solo. . . .”, y que organizara a su pueblo en grupos de a mil, cien, cincuenta, y diez personas con administradores sobre cada unidad para los asuntos más inmediatos, y que trajeran a Moisés sólo los más importantes. Y el Señor finalizó diciendo: “…Así aliviarás la carga sobre tí y la llevarán ellos contigo.” (Éxodo 18:15-22) Yo podría agregar, y ellos compartirán las bendiciones contigo. Y esto, repito nuevamente, es la verdadera esencia del evangelio de Jesucristo.

Es importante para una presidenta de la Sociedad de Socorro liberarse para poder cumplir las responsabilidades que ella sola puede hacer en virtud de su llamamiento. Otros se beneficiarán y crecerán por la experiencia, y al delegar, comuniquémonos bien, expliquemos la asignación de una manera sencilla y clara. Luego, repasemos cuidadosamente lo enseñado para ver si se ha comprendido. A mi parecer, lo mejor, es hacer que la hermana repita lo que entendió. Poned en ello una nota de entusiasmo. El entusiasmo es contagioso, repasad el trabajo, de tiempo en tiempo, para aseguraros de que todo está marchando bien, finalmente premiad el esfuerzo realizado con palabras de sincero aprecio. De esta manera la puerta siempre estará abierta para el mañana.

Muchas veces sentimos que un oficial sin entusiasmo debe ser relevado sin tardanza. Me gusta el consejo que da el presidente Tanner sobre esto, dice que si tenemos trabajadores que no responden, no debemos perder tiempo al respecto ¡despedidlos con entusiasmo! Hacedlo siempre. Después que hayáis hecho esto una docena de veces y aún no resulte, entonces podéis pensar en alguna otra cosa.

Un pequeño acto de bondad, un poco de tacto, es muy importante cuando tratamos con los demás. El hermano Dunn cuenta la historia de una buena mujer que estaba tratando de comprar un par de zapatos. Entró en la primera zapatería, se probó un par, y se quejó de que uno le apretaba; el empleado le dijo que uno de sus pies era más grande que el otro, y se fue muy enojada. En la próxima tienda, un empleado más inteligente, le dijo que uno de sus pies era más pequeño que el otro. De inmediato hizo la compra.

Y ahora, un último comentario hecho por un obispo: “Estoy siempre seguro de que las recomendaciones y decisiones que hace nuestra presidenta de la Sociedad de Socorro están influidas por el espíritu del Señor.” El Señor ha dicho, “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Cuando participáis del sacramento cada semana, renováis los convenios de guardar sus mandamientos, para que su espíritu esté siempre con vosotros. Esto, hermanas es simplemente así. Mientras guardáis sus mandamientos, tenéis oportunidad de gozar del don del espíritu de vuestros llamamientos. En verdad, “os vestís de toda la armadura de Dios”. (Efesios 6:11). Las decisiones moduladas con el Espíritu del Señor, son esenciales para el éxito de esta gran obra de los últimos días. Simplifiquemos nuestras vidas; que siempre podamos recordar que la casa del Señor es una casa de orden, y ésta es la manera en que debe estar la vuestra. A menos que vuestro hogar esté en orden, es muy difícil que vuestra asignación en la Iglesia lo esté. Pablo dió esta advertencia a los obispos en el meridiano de los tiempos, y estoy convencido de que este razonamiento será verdadero para todos los que tengan una responsabilidad en la presidencia de la Sociedad de Socorro. El describe al obispo apto como “uno que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad.” Y luego Pablo pregunta, “Pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de Dios (1 Timoteo 3:4-5) ¿No diremos también que una competente presidenta de la Sociedad de Socorro debe saber gobernar bien su propia casa teniendo a sus hijos bajo control con sinceridad, porque si una hermana no sabe cómo desempeñarse en su propia casa, no podrá tampoco asumir una asignación tan importante en la Iglesia?

Mis maravillosas y queridas hermanas de la Sociedad de Socorro, madres de Sión, defensoras de la fe, os invito a que escuchéis atentamente un pensamiento más y mientras escucháis, reafirmad vuestra decisión de ser mejores. Porque como Pablo dijo; “como elegidas de Dios”, y vosotras lo sois con seguridad, mostrad pues, como él amonestó:

. . . misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviera queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.

Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.

Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo y sed agradecidos.

La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor. . . .

Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Colosenses 3:12-17)

Hermanas, el aire está literalmente cargado de expectación y urgencia con motivo de esta Conferencia General. Todo porque la Iglesia está creciendo, extendiéndose. Nunca ha habido una época en que sea necesario el hacer tantas cosas. Es vuestro privilegio el haber sido bendecidas con vivir en esta época tan emocionante y el estar en tan estrecha relación con el sacerdocio en las primeras filas de la causa más importante y urgente, conocida por el hombre.

Nunca ha sido el tiempo tan escaso. Tampoco antes los cargos de directores fueron ocupados por personas tan capaces, pero no olvidemos que nunca el Adversario fue tan hábil, ni se empeñó tanto en desbaratar nuestro progreso.

Cuán agradecidos debemos estar por aquel importante evento de Marzo 17, de 1842, cuando el profeta José Smith organizó la Sociedad de Socorro “según el modelo del sacerdocio”. También según sus propias palabras “como una ayuda para el sacerdocio”, y para que funcionara “bajo la dirección y guía del sacerdocio”. No hay nada más glorioso en este mundo que una mujer amorosa y capaz que pueda permanecer fielmente al lado de su ocupado y dedicado esposo, los dos ansiosamente consagrados a enseñar a sus hijos la luz y la verdad, ambos haciendo tiempo para servir en el reino, ambos alegremente sumisos a la autoridad del sacerdocio.

Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón;

Porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer pero todo procede de Dios. (1 Cor. 11:11-12)

Dejo mi testimonio de que solamente en la medida en que el hombre poseedor del sacerdocio y la mujer que lo honra se complementen en una conducta dedicada y virtuosa, pueden llevar a cabo los propósitos celestiales. Que el Señor os inspire, ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo, Amén.

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