Conferencia General de Octubre 1960
¿Qué Hay de Jesucristo?

Presidente David O. McKay
Eso es glorioso. Estoy seguro de que estarán de acuerdo conmigo en que el canto de estas hermosas mujeres, nuestras madres, da testimonio de la verdad de las palabras del Señor: “El canto de los justos es una oración para mí” (D. y C. 25:12). ¡Dios las bendiga!
“Entonces los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron.
Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó para tentarle, diciendo:
Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:34-40).
Me alegra que este texto coincida con el ruego que hizo el Hermano Lewis al iniciar la sesión en su oración, y que ese espíritu de fe en Dios y amor hacia el prójimo domine esta sesión.
Muchos que niegan su divinidad lo declaran el único carácter perfecto, la personalidad incomparable de la historia. Millones lo aceptan como el Gran Maestro, cuyas enseñanzas, sin embargo, consideran inaplicables a las condiciones sociales modernas. Unos pocos lo aceptan por lo que realmente es: el “Unigénito del Padre” (Juan 1:14), quien vino al mundo, incluso Jesús, para ser crucificado por el mundo y para cargar con los pecados del mundo (D. y C. 76:41).
El pasado lunes por la mañana, 3 de octubre, el Primer Ministro de la Unión Soviética amenazó que si las Naciones Unidas no se reorganizan según sus exigencias, el bloque comunista “se apoyará en su propia fuerza para bloquearnos”. También amenazó con ignorar el mecanismo pacificador de las Naciones Unidas a menos que el Secretario General de las Naciones Unidas renuncie y su posición sea reemplazada por un presidium de tres hombres, al estilo comunista, armado con poderes de veto.
¿Quién es este hombre que presume decirle a las Naciones Unidas lo que deben hacer? Es un hombre que rechaza la divinidad de Jesucristo y niega la existencia de Dios; alguien imbuido de la falsa filosofía de Karl Marx, cuyo objetivo en la vida era “destronar a Dios y destruir el capitalismo”. Es seguidor de Lenin, quien dijo: “Quiero que los niños odien a sus padres que no sean comunistas”. Los seguidores de estos hombres, para alcanzar sus fines, “recurrieron a toda clase de estratagemas, maniobras, métodos ilegales, evasiones y subterfugios”. Esta actitud atea y el consejo de odiar a otros, incluso a la propia familia, son totalmente opuestos al espíritu de amor manifestado y enseñado por el Salvador.
En sesiones en otra parte de los Estados Unidos hay hombres que creen como he indicado y que están dispuestos a recurrir a cualquier subterfugio, cualquier plan, que les permita alcanzar sus objetivos de destronar a Dios. Nosotros apelamos a Dios, quien existe y vive, y con quien estamos en armonía esta mañana, porque nos hemos reunido en el nombre de su Amado Hijo.
Hace unos cincuenta años, Lord Balfour, Primer Ministro de Gran Bretaña, pronunció una conferencia en el McEwen Hall de la Universidad de Edimburgo sobre el tema “El Valor Moral que Une a las Naciones”. De manera interesante y convincente, este caballero presentó los lazos fundamentales que unen a las diferentes naciones del mundo:
- Conocimiento común.
- Intereses comerciales comunes.
- Relaciones diplomáticas.
- Lazos de amistad humana.
La audiencia recibió su magistral discurso con un gran estallido de aplausos. Cuando el presidente de la sesión se levantó para expresar su agradecimiento y el de la audiencia, un estudiante japonés que realizaba estudios de posgrado en la universidad se levantó, y, inclinándose desde el balcón, dijo:
—Pero, señor Balfour, ¿qué hay de Jesucristo?
El Sr. Robin E. Spear, a quien el profesor Lang relató este incidente, escribe lo siguiente:
“Podría haberse oído caer un alfiler en el salón. Todos sintieron de inmediato la justicia de la reprensión. El principal estadista del mayor imperio cristiano del mundo había estado tratando sobre los diferentes lazos que deben unir a la humanidad y había omitido el único vínculo fundamental y esencial. Y todos sintieron, además, el elemento dramático de la situación: que el recordatorio de su olvido viniera de un estudiante japonés de una tierra lejana y no cristiana.”
Hace casi dos mil años, el apóstol principal de Cristo, en una ocasión cuando fue llevado ante los judíos por haber sanado a un hombre inválido, hizo la siguiente declaración:
“Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis, y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano.
Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:10-12).
Ese fue un momento sumamente dramático, y se necesitó fuerza y valentía para hacer tal declaración a aquellos hombres, algunos de los cuales habían participado en la crucifixión de Cristo. En esa ocasión, Pedro dio un testimonio poderoso a esas personas. Los oficiales advirtieron a Pedro y a Juan que no predicaran acerca de Jesucristo y su crucifixión, pero oyeron a Pedro y a Juan responder como ya he leído, y vieron al hombre inválido de pie frente a ellos, sanado. Deliberaron entre ellos sobre qué hacer. Al regresar, advirtieron nuevamente a Pedro y a Juan que no predicaran sobre Jesucristo. Pero Pedro, como portavoz bajo la inspiración del Señor, respondió:
“Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios;
porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20).
El conocimiento de que Jesús es verdaderamente el Hijo del Dios viviente había sido declarado por Pedro en presencia de su Maestro en una ocasión en que Jesús y sus apóstoles estaban en Cesarea de Filipo. Cristo les preguntó a sus discípulos:
“…¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? [un error gramatical, por cierto, que ha pasado a lo largo de los siglos].
Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
[Y Jesús] les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
“Y respondiendo Simón Pedro [el portavoz, intrépido e impetuoso por naturaleza], dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo que tú eres Pedro [el otro nombre de Simón, que significa una roca], y sobre esta roca [de revelación] edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:13-18, cursivas añadidas).
Comparativamente hablando, solo un pequeño grupo de hombres y mujeres lo conocieron como realmente es: el Hijo de Dios, el Redentor de la humanidad. Este testimonio ha sido revelado a cada hombre y mujer sinceros que se han conformado a los principios del evangelio de Jesucristo, que han obedecido las ordenanzas y se han hecho merecedores de recibir el Espíritu de Dios y el del Espíritu Santo.
Cada individuo permanece independiente en su esfera en ese testimonio, tal como estas miles de lámparas incandescentes que hacen que la Ciudad de Salt Lake sea tan brillante por la noche. Cada una brilla en su propia esfera, pero la luz en cada una de ellas es producida por el mismo poder, la misma energía de la que todas las demás reciben su energía. Así, cada individuo en la Iglesia permanece independiente en su esfera, independiente en el conocimiento de que Dios vive, que el Salvador es el Redentor del mundo, y que el evangelio de Jesucristo ha sido restaurado a través del Profeta José Smith.
El Señor dice en Doctrina y Convenios:
“A algunos les es dado por el Espíritu Santo saber que Jesús es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo” (D. y C. 46:13).
Me refiero a aquellos que permanecen firmes sobre la roca de la revelación en el testimonio que llevan al mundo. Pero el Señor también dice que hay quienes reciben el don de creer en el testimonio de las palabras de otros:
“A otros les es dado creer en las palabras de ellos, para que también ellos puedan obtener la salvación, si permanecen fieles” (D. y C. 46:14).
Observemos esto: creen en las palabras de otros para también recibir salvación si perseveran fieles. Sin embargo, para todos ellos llega un testimonio adicional mediante la experiencia diaria. Los miembros de la Iglesia en todo el mundo encuentran confirmación de su testimonio en el cumplimiento de cada deber.
Saben que el evangelio les enseña a ser mejores individuos, que la obediencia a los principios del evangelio los hace hombres más fuertes y mujeres más íntegras. Cada día adquieren este conocimiento, y no pueden negarlo. Saben que la obediencia al evangelio de Jesucristo los hace más felices, mejores esposos y esposas honradas, hijos obedientes. Saben que la obediencia a los principios del evangelio los convierte, en todo sentido, en constructores ideales de hogares. El ideal está allí, lo perciben en sus mentes y no pueden negarlo.
Saben también que la transgresión de estos principios tiene el efecto contrario en sus vidas personales y en sus hogares. Saben que la obediencia al evangelio fomenta la verdadera fraternidad y compañerismo entre la humanidad. Saben que son mejores ciudadanos al obedecer las leyes y ordenanzas. Así, al llevar a cabo sus actividades diarias y aplicar la religión en sus vocaciones semanales, la verdad del evangelio se ejemplifica en sus vidas. Por lo tanto, con un testimonio del Espíritu, un testimonio de la razón y un testimonio de la experiencia diaria, los miembros de la Iglesia en todo el mundo permanecen inconmovibles.
Siempre me ha impresionado profundamente una declaración de Thomas Nixon Carver en su libro The Religion Worth Having, donde dice:
*”La iglesia que pueda decir a los que no están en ella: ‘Nuestro camino es el mejor porque funciona mejor; nuestra gente es eficiente, próspera y feliz porque somos un cuerpo que se ayuda mutuamente en una vida productiva; no desperdiciamos nuestros recursos en vicios, lujos u ostentación; no disipamos nuestra energía en disputas, juegos de azar o hábitos nocivos; conservamos nuestros recursos de cuerpo y mente y los dedicamos a la edificación del Reino de Dios, que no es un reino místico, sino real; es un cuerpo de personas dominadas por ideas de productividad, que es servicio mutuo.
No buscamos las cosas que satisfacen momentáneamente y luego dejan un mal sabor; buscamos las cosas que nos edifican y nos capacitan a nosotros y a nuestros hijos para ser fuertes, prosperar y conquistar. Nos esforzamos por hacernos dignos de recibir el mundo al prepararnos para usarlo de manera más productiva que otros. Creemos que la obediencia a Dios significa obedecer las leyes de la naturaleza, que no son sino manifestaciones de Su voluntad, y tratamos, mediante un estudio meticuloso, de adquirir un conocimiento lo más completo y exacto posible de esa voluntad, para conformarnos a ella.
Creemos que la reverencia por Dios es respeto por estas leyes; que la mansedumbre es docilidad y disposición para aprender por observación y experiencia. Al practicar esta clase de mansedumbre o docilidad, creemos que heredaremos la tierra, mientras que los no mansos, los indóciles, que son dominados por el orgullo de la tradición, no lo harán. Ofrecemos trabajo duro, vida frugal, disciplina severa, pero una participación en la conquista del mundo para la religión de la vida productiva.’
Una iglesia así,” continúa, “está cimentada en la roca de la eficiencia económica, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”
Mi testimonio, al igual que el suyo, es que esta Iglesia de Jesucristo puede ofrecer al mundo todas las cosas buenas que este autor está buscando, y más, porque Dios ha revelado más en cuanto al gobierno y la dirección de Su Iglesia.
Hermanos y hermanas, el testimonio del evangelio es un ancla para el alma (Hebreos 6:19; Éter 12:4) en medio de la confusión y el conflicto. El conocimiento de Dios y de sus leyes significa estabilidad, contentamiento, paz, y con eso, un corazón lleno de amor que se extiende hacia nuestros semejantes, ofreciendo las mismas bendiciones y privilegios. El amor generará tolerancia y bondad.
Ahora sugiero que, durante el próximo mes o algo así, cuando nuestros pueblos, ciudades y estados estarán más o menos agitados por la contienda política, moderemos nuestros temperamentos, controlemos nuestras lenguas y tratemos de manifestar caridad y amor unos hacia otros. No manchemos la reputación de nuestro hermano. Me refiero a que, mientras defendemos nuestras creencias políticas particulares, evitemos tratar con cuestiones personales. No podemos darnos el lujo de herir los sentimientos de nuestro hermano y lastimarlo.
Los líderes de la Iglesia, de hecho todos sus miembros, están esforzándose por establecer el reino de Dios. Aferrémonos a ese hecho como el ancla de nuestra alma y respiremos caridad y amor hacia aquellos que tal vez no vean las cosas como nosotros.
“Oh, hermano Hombre, abraza a tu hermano en tu corazón;
Donde mora la compasión, allí está la paz de Dios;
Adorar correctamente es amarse unos a otros,
Cada sonrisa un himno, cada acto bondadoso una oración.
Sigue con pasos reverentes el gran ejemplo
De Aquel cuya obra santa fue ‘hacer el bien’;
Así parecerá la vasta tierra el templo de nuestro Padre,
Cada vida amorosa un salmo de gratitud.
Entonces caerán todas las cadenas; el estruendo tormentoso
De la música salvaje de guerra cesará sobre la tierra;
El amor apagará el funesto fuego de la ira,
Y en sus cenizas plantará el árbol de la paz.”
(John Greenleaf Whittier)
En conclusión, mantengamos nuestros corazones centrados y nuestras metas firmemente fijadas en esta verdad eterna: que el evangelio de Jesucristo está entre los hombres para la redención y la salvación de la familia humana. Sigamos adelante con ese espíritu y tratemos a nuestros semejantes con amor y bondad. Trabajemos en nuestros consejos y quórumes guiados por ese mismo espíritu.
Que Dios nos conceda permanecer fieles a la Iglesia, que siempre se nos encuentre defendiendo a los hombres que Dios ha llamado para guiarnos, y que comprendamos que estar en armonía con ellos significa estar en armonía con Dios, porque Él los sostiene. Ruego por esta bendición para todos nosotros en todo el mundo, y que cada miembro pueda llevar la responsabilidad de su membresía en la Iglesia como preparación para el establecimiento del reino de Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























