“Fe, Unidad y Prosperidad: La Mano de Dios en Nuestra Jornada”
Analogía entre la historia de José en Egipto y la de los Santos de los Últimos Días—El descubrimiento de América por Colón—Su efecto en la obra de los últimos días—La bondad de Dios para con su pueblo
por el élder Orson Hyde, 18 de diciembre de 1864 Volumen 11, discurso 5, páginas 35-39
Mis hermanos y hermanas, me siento agradecido por el privilegio de reunirme una vez más con ustedes en este Tabernáculo. También me regocijo al ver que tantos de nosotros hemos sido preservados para poder encontrarnos nuevamente. No necesito reiterar ante ustedes que vivimos en una época sumamente importante en la historia del mundo, tanto para los Santos del Altísimo como para el resto de la humanidad. El presente está lleno de acontecimientos que nos advierten sobre la necesidad de vivir cerca del Señor y de mantenernos sin mancha del mundo. Hemos sido probados en la adversidad; muchos de nosotros sabemos lo que significa experimentar pobreza y privaciones. Ahora, parece que hemos avanzado hacia una prosperidad moderada, con el propósito de ser probados de otra manera. Así se hará manifiesto en los cielos y ante los justos en la tierra si podemos soportar la prosperidad con la misma fidelidad con que hemos soportado la adversidad. Hay tantos pensamientos en mi mente y tantas cuestiones ante mí que apenas sé de qué hablar o en qué centrar su atención. No obstante, creo que no es de gran importancia, pues los Santos se interesan en todo lo que es bueno, reconfortante y edificante para el corazón. Diré, sin embargo, que lo que fue escrito en tiempos pasados lo fue para nuestra instrucción y beneficio, para que, al comprenderlo, podamos desarrollar paciencia y esperanza. Nuestro Padre Celestial determinó llevar a cabo una gran obra, y para este propósito pareció inspirar a un individuo específico con manifestaciones de Su voluntad a través de sueños y visiones, quizás tanto de día como de noche. Ese individuo fue José, el hijo del patriarca Jacob. En él se manifestaron los gérmenes de grandeza y poder, no solo en su propia mente y en las revelaciones que recibió de la voluntad divina, sino también ante sus hermanos. Ellos vieron en él a alguien que aspiraba, o que sería elevado, al dominio y gobierno sobre ellos. Esto despertó en ellos envidia y celos hasta el punto de no poder soportar su presencia. Buscaron deshacerse de él, ideando diversos planes para lograrlo, especialmente después de que les relatara sus sueños. En uno de esos sueños, mientras cosechaban en el campo, sus gavillas se inclinaban ante la suya. En otro, el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante él, lo que indicaba que no solo tendría poder sobre sus hermanos, sino que incluso su padre y su madre reconocerían su autoridad. Este relato suscitó en sus hermanos un celo tan grande que solo pudo ser satisfecho con su separación de ellos. Así que lo vendieron a unos mercaderes ismaelitas, quienes lo llevaron como esclavo a Egipto. Poco imaginaron, al verlo partir con las caravanas de aquellos mercaderes, que él solo estaba abriendo un camino delante de ellos y que, con el tiempo, tendrían que seguir sus pasos y buscar refugio en sus manos. Con el tiempo, así sucedió. La tierra de la que había sido expulsado y donde fue vendido como esclavo sufrió una gran hambruna, mientras que él, por la intervención de la Providencia, fue elevado al poder en la nación a la que había sido desterrado. Se convirtió en un príncipe en esa tierra, y los recursos y riquezas de Egipto quedaron bajo su control. Sus hermanos, forzados por la hambruna, tuvieron que viajar a Egipto junto con su padre y los más pequeños de la familia. Cuando llegaron y lo encontraron en una posición principesca, quedaron abrumados. Se inclinaron ante él. ¡Él era un príncipe! El Todopoderoso lo había bendecido y lo había fortalecido en la tierra a la que había sido desterrado. La misma envidia y celos que habían sentido por él lo habían encaminado hacia la grandeza y el poder, y ahora ellos mismos se veían obligados a buscar ayuda en aquel hermano al que habían odiado y desterrado. He mencionado solo algunos aspectos de la historia de estos personajes, pues tomaría demasiado tiempo entrar en más detalles. Sin embargo, lo dicho es suficiente para mostrar la analogía que sigue: Fuimos expulsados de un determinado país porque nuestros enemigos descubrieron en nosotros gérmenes de poder y grandeza que despertaron su envidia y odio, por lo que se propusieron deshacerse de nosotros. Cuando nos vieron partir, cruzando las vastas llanuras que se extendían ante nosotros y dejando atrás los hogares que habíamos construido con gran esfuerzo y sacrificio, se regocijaron creyendo que se habían librado de cualquier posible dominio nuestro, ya fuera real o imaginario. Pero poco imaginaron, en ese momento, que nos estaban empujando por un camino que ellos mismos tendrían que recorrer eventualmente. Esto estaba oculto a sus ojos. Los Santos atravesaron las llanuras para abandonar aquel país, y aquí estamos. ¿Y quién mejor que nosotros puede valorar las circunstancias en las que nos encontramos hoy? El Todopoderoso nos ha bendecido en esta tierra; ha derramado abundantemente Sus bendiciones sobre nosotros, y cada corazón aquí presente debería latir con gratitud al Altísimo. Mientras la guerra devasta la nación de la que venimos, nosotros vivimos en paz, y por ello deberíamos estar agradecidos. Aquel mismo elemento que nos expulsó—quizás no el primero, pero ciertamente el mismo—ha comenzado a seguir nuestro rastro. ¿Cuál es su estrategia ahora? Ya no buscan invadirnos con la fuerza de las armas. En cambio, han adoptado una táctica más sutil y fácil de ejecutar. ¿En qué consiste? “Engrasaremos nuestros labios, suavizaremos nuestras palabras y nos ganaremos su favor; nos mezclaremos con ustedes como hermanos y los alejaremos de su camino; los corromperemos, y al verter riquezas en su regazo, los haremos indiferentes a su Dios, su fe y sus convenios”. Su objetivo es destruir esos gérmenes de grandeza que el Cielo ha plantado en nuestras almas y que tanto les alarman—gérmenes de grandeza que, si se cultivan, nos llevarán a ejercer un poder ante el cual las naciones habrán de inclinarse, tal como ocurrió con José en Egipto. Ahora quiero llamar su atención sobre otro punto. Toda gran empresa está acompañada de dificultades, pruebas y oposición, porque es necesario que haya oposición en todas las cosas. Se nos dice que en el año 1492 Cristóbal Colón descubrió el continente americano. Consideremos los esfuerzos que tuvo que realizar para obtener los recursos necesarios para llevar a cabo este descubrimiento. Necesitaba barcos, provisiones y hombres para cruzar el vasto y desconocido océano y encontrar una tierra que, según su entendimiento, era esencial para equilibrar el mundo. El Espíritu de Dios vino sobre él, y no tuvo descanso ni de día ni de noche hasta que logró lo que el Espíritu le había inspirado a hacer. Viajó de un lugar a otro buscando apoyo, presentándose ante diversos monarcas y recibiendo rechazos y desánimos. Era pobre, pues los planes de Jehová casi siempre se ejecutan a través de individuos humildes y carentes de recursos materiales. Así fue con Colón: aunque pobre, era valiente y perseverante, con un espíritu dispuesto a emprender y llevar adelante la gran empresa que sacaría a la luz un vasto continente, reservado en la providencia de Dios como escenario de grandes acontecimientos en un futuro entonces distante. Gracias a la ayuda de Fernando e Isabel de España, obtuvo tres pequeños barcos, viejos y casi inservibles, con una tripulación insuficiente y escasas provisiones. No fue porque los monarcas creyeran en su éxito, sino porque, al igual que el juez injusto con la viuda insistente, querían deshacerse de sus ruegos. El juez injusto no tenía un sentimiento genuino hacia la viuda, pero para librarse de su insistencia, escuchó su petición. Así trataron a Colón. Decidieron equiparlo y enviarlo lejos, permitiéndole partir en su exploración de aquella tierra imaginaria que él creía que estaba hacia el oeste. Si hubieran tenido fe en su éxito, lo habrían provisto con los mejores barcos de sus flotas, con una tripulación adecuada y con suficientes provisiones. Entonces habrían dicho: “Ve y prospera, y que el Dios de los mares guíe tu rumbo”. Pero no tenían fe en su empresa; simplemente querían dejar de escuchar sus ruegos y deshacerse de él. Cuando miramos hacia atrás en nuestra historia, encontramos una cierta analogía con la de este hombre. Nuestros enemigos querían deshacerse de nosotros. Acudimos a las autoridades en busca de ayuda y socorro. ¿Qué recibimos en respuesta a nuestras peticiones? En algunos casos, silencio; en otros, desprecio. Y cuando tuvimos que vender lo que poseíamos, no nos pagaron con barcos viejos y podridos, sino con carretas gastadas e inservibles, caballos cojos y otras cosas de poco valor. Luego nos dijeron: “Vayan y hagan lo mejor que puedan”. Pensaron que nos habían dado un equipo que solo nos sostendría hasta que nuestra destrucción se consumara. Creían que, con esos medios, llegaríamos más allá de lo que ellos complacientemente llamaban civilización. Pero, temiendo que pudiéramos sobrevivir a todo eso, exigieron que quinientos de nuestros mejores hombres fueran reclutados mientras aún estábamos en campamento en el desierto, dejando atrás a los inválidos, los ancianos y las mujeres al cuidado del campamento en medio de una tierra habitada por indígenas hostiles. Sin embargo, sobrevivimos. Poco imaginaron Fernando e Isabel que Colón estaba abriendo un camino que toda Europa seguiría. Si lo hubieran previsto, le habrían dado mejores barcos y una mejor tripulación. Pero cuando descubrieron que había abierto un nuevo país, rico y abundante en recursos, el océano se cubrió de velas blancas, transportando multitudes de personas ansiosas por buscar fortuna en el nuevo continente que se extendía ante ellas, invitándolas a establecerse. Figuradamente hablando, toda Europa siguió sus pasos y se dispersó por la tierra. Pero observen lo que ha sucedido con estos aventureros. El país que Colón descubrió ahora está envuelto en guerra. Y si vivimos unos años más, veremos cómo gran parte de la tierra que ha sido bendecida con una prosperidad sin igual, desde el este hasta el oeste, se convertirá en un desierto y en una desolación. Esto será consecuencia del abuso de las bendiciones que les han sido concedidas a aquellos que las han disfrutado. Si no me equivoco, cierto senador le preguntó a un senador de Luisiana: “¿Qué vas a hacer con Luisiana?” A lo que este respondió: “Luisiana era un desierto cuando la compramos a Francia, y si se separa, la convertiremos en un desierto otra vez”. Si esta tierra no se convierte en un desierto y en una desolación, es porque no estamos viendo correctamente ni comprendiendo adecuadamente las revelaciones que el Todopoderoso nos ha dado. La Escritura dice que en los últimos días Su pueblo saldrá y edificará los lugares desolados de Sion. Pero primero, estos deben ser convertidos en desolación antes de que puedan ser llamados “los lugares desolados de Sion”. Entonces, las manos de los Santos serán necesarias para reconstruirlos. Comparen la llegada de los Santos a esta tierra con el destierro de José a Egipto y con la manera en que Colón fue enviado en su peligrosa exploración, y observen la conclusión que se desprende. El mundo temía los gérmenes de grandeza que veía en los Santos. Temían el poder que parecía acompañarnos. Estaban casi en guerra con nosotros porque estábamos unidos. No les gustaba la idea de que fuéramos políticamente uno. Querían que estuviéramos divididos en diferentes partidos. Pero cuando vieron nuestra unidad, dijeron: “Hay un poder en ellos que está destinado a engrandecerlos y exaltarlos”. Y permítanme decirles a los Santos: si permanecen unidos y siguen a su líder, tan seguramente ascenderán al poder y la grandeza en la tierra como lo hizo José en Egipto. Estamos aquí, y estamos en unidad. No hemos sido destruidos. Cuando observo nuestra condición en este momento, no puedo sino sentir que deberíamos estar agradecidos con el Señor todos los días de nuestra vida. En una ocasión, estuve involucrado en el negocio mercantil en el Este, y solíamos vender nuestra tela común sin blanquear a 16 2/3 centavos por yarda. En aquel tiempo, una yarda de tela equivalía a un celemín de avena. Ahora, cuando veo que los Santos pueden obtener tres yardas de tela por un celemín de avena—es decir, tres veces más por su producto en esta “tierra olvidada de Dios”, como algunos la llaman—me he preguntado: ¿qué otra cosa sino la mano de Dios podría haber hecho esto posible? Siento que la mano de Dios está sobre este pueblo. Entonces, en este tiempo de prosperidad, ¿por qué permitir que nuestros corazones se vuelquen hacia las cosas de este mundo en lugar de centrar nuestros sentimientos y afectos en este reino? Debemos utilizar las riquezas del mundo como usamos las aguas del océano: no para sumergirnos en ellas y ser devorados, sino para deslizarnos sobre ellas, como un barco que avanza hacia su puerto de destino. Me alegra el privilegio de estar con ustedes hoy y de dirigirles unas palabras. De hecho, nunca me he sentido más agradecido con Dios ni he experimentado mayor gozo en los principios del Evangelio que el que siento hoy. Me regocija saber que soy considerado digno de llevar el nombre de mi Maestro, Jesucristo. Estamos haciendo todo lo posible por edificar el reino de nuestro Dios en la parte del territorio donde paso la mayor parte de mi tiempo, y presumo que ustedes están haciendo lo mismo aquí. Digo a los Santos: en el día de la prosperidad, guárdense del orgullo, cuídense de la mentalidad mundana y eviten caer en la trampa de las cosas de este mundo. Les advierto esto porque los juicios del Todopoderoso han comenzado a ser derramados sobre las naciones de la tierra. Una gran parte de aquellas que no se arrepientan será finalmente arrasada por los justos juicios del Cielo. Si los Élderes son enviados a llevar la verdad a las naciones, lo harán como en el valle de una ola, mientras las olas de tribulación y destrucción pasan sobre los pueblos. Se retirarán justo antes de que llegue otra ola; y así, a través de la voz de la misericordia y las palabras de la verdad, las naciones serán preparadas para su destino. Hermanos y hermanas, sean fieles; sean verdaderos al Señor nuestro Dios. Aunque no lleguen a obtener muchas riquezas en este mundo, asegúrense de que sus corazones estén en armonía con el Dios del Cielo. Que la paz de Israel esté y permanezca con ustedes y con aquellos que guían los destinos de Israel, desde ahora y para siempre. Amén.

























