“Jesucristo es Consuelo: Encontrar Alivio
Espiritual y Temporal a Través de Él”
Camille N. Johnson, J. Anette Dennis, Kristin M. Yee
Presidencia General de la Sociedad de Socorro
Conferencia de Mujeres de BYU., el 3 de mayo de 2023
Presidenta Camille N. Johnson
¡Son una vista gloriosa! Son mujeres que son “únicas y diferentes de maneras felices” —preparándose a sí mismas y al mundo para la segunda venida de nuestro Salvador. ¡Gracias por su bondad, su amabilidad, su valentía y su luz!
El 17 de marzo de 1842, el día en que se organizó la Sociedad de Socorro, las consejeras de Emma Smith propusieron que la Sociedad se llamara “La Sociedad de Socorro Femenina de Nauvoo.”
El élder John Taylor propuso una enmienda para que se llamara “La Sociedad Benevolente Femenina de Nauvoo.”
Las actas de esa reunión nos dicen que Emma Smith “sugirió que le gustaría debatir con el élder Taylor sobre las palabras Socorro y Benevolencia.”
Emma y Eliza R. Snow explicaron que “benevolente” era una palabra popular—popular entre las instituciones de la época—pero que lo popular no debía ser nuestra guía.
Emma explicó que la palabra socorro describía mejor su misión: “vamos a hacer algo extraordinario… esperamos ocasiones extraordinarias y llamados apremiantes.”
La explicación de las hermanas fue convincente y así se organizaron como la Sociedad de Socorro.
Seguimos siendo la Sociedad de Socorro. Como ha enseñado el presidente Dallin H. Oaks: “[no somos] solo una clase para mujeres, sino algo a lo que [pertenecemos], un complemento divinamente establecido del sacerdocio.”
Y así, como hermanas y amigas, nosotras… USTEDES están preparadas para brindar socorro —“esperando ocasiones extraordinarias y llamados apremiantes.”
Como miembros de la Sociedad de Socorro, nos señalamos unas a otras hacia el Salvador para recibir consuelo y seguimos Su ejemplo al dar amor cristiano.
Proveemos socorro —temporal y espiritual— por medio del poder del Salvador, y en el proceso encontramos nuestro propio alivio. Encontramos a Jesucristo.
Me complace presentarles a mis capaces y consagradas consejeras, mis queridas amigas, la hermana Anette Dennis y la hermana Kristin Yee, quienes nos enseñarán más sobre el socorro que se ofrece por medio de nuestro Salvador.
Primero, la hermana Yee…
Hermana Kristin M. Yee
Hermanas, qué regalo es estar con ustedes esta noche. Las amamos, oramos por ustedes y estamos muy agradecidas de poder reunirnos.
Encontrar alivio a través de nuestra relación de convenio con Dios ha estado en mi mente y corazón por algún tiempo, y solo se ha intensificado durante esta temporada especial de servicio en la Sociedad de Socorro.
A medida que el profeta del Señor nos ha enseñado y exhortado a aprender sobre los convenios, los templos y el poder del sacerdocio, me he encontrado buscando, amando y deleitándome en las verdades rejuvenecedoras encapsuladas en los convenios.
Queridas hermanas, fuimos destinadas a asociarnos con el Señor de una manera poderosa a través de nuestros convenios. Él desea estar con nosotras en nuestras preocupaciones y decisiones. No necesitamos enfrentar solas los desafíos, tristezas, inseguridades y penas de la vida. Él estará a nuestro lado. Él ha dicho: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.”
El presidente Russell M. Nelson describe el carácter de Dios y Su gran amor por nosotras cuando enseñó que “la senda del convenio tiene todo que ver con nuestra relación con Dios.”
Él continuó: “…todos los que han hecho un convenio con Dios tienen acceso a un tipo especial de amor y misericordia. En el idioma hebreo, ese amor del convenio se llama hesed. Debido a que Dios tiene hesed por aquellos que han hecho convenio con Él, Él los amará. Continuará trabajando con ellos y les ofrecerá oportunidades para cambiar. Los perdonará cuando se arrepientan. Y si se desvían, Él los ayudará a encontrar el camino de regreso a Él.
Una vez que tú y yo hemos hecho un convenio con Dios, nuestra relación con Él se vuelve mucho más cercana que antes del convenio. Ahora estamos unidos.
Debido a nuestro convenio con Dios, Él nunca se cansará de ayudarnos, y nosotros nunca agotaremos Su misericordiosa paciencia con nosotros. Cada uno de nosotros tiene un lugar especial en el corazón de Dios. Él tiene grandes esperanzas puestas en nosotros.”
Como hermana que aún no se ha casado, esta relación de convenio amorosa y misericordiosa con mi Padre Celestial y mi Salvador ocupa un lugar poderoso en mi vida y ha sido —y es— mi mayor fuente de alivio y paz.
Me brinda un consuelo indescriptible, un gozo divino y una profunda y constante seguridad de que soy amada como Su hija, y de que pertenezco a Su familia eterna. Sé que Él me conoce y me entiende completamente.
Sin importar nuestro estado civil o trasfondo, el Señor desea que nos asociemos con Él de manera poderosa. Que seamos “uno” con Él en “todas nuestras acciones.”
Nuestros pensamientos y acciones reflejan las relaciones que valoramos. Por lo tanto, cuanto más amemos a Dios y valoremos nuestra relación de convenio con Él, más llegaremos a ser como Él. Y recibiremos Su gozo, paz, propósito y poder.
Cuando clamamos al Señor en busca de apoyo y “dejamos que el afecto de [nuestro] corazón se fije en [Él] para siempre,” nuestras vidas pueden llenarse gracias a este hermoso vínculo de convenio.
Por medio de nuestro Salvador Jesucristo, podemos recibir alivio al no tener que enfrentar los desafíos de la vida en soledad.
Todas tenemos preocupaciones y necesidades ante las que podemos sentirnos solas.
A Él le importan nuestras preocupaciones, no importa cuán grandes o pequeñas sean.
He sentido la necesidad de Su ayuda cuando me he preocupado por cosas aparentemente pequeñas como, por ejemplo, la presencia constante de mi “amigo” llamado reparaciones del hogar.
Sin un cónyuge con quien consultar, puedo preocuparme sola por encontrar al contratista adecuado, costos justos, sacar tiempo del trabajo para estar en casa, y ser una buena administradora de mis finanzas y mi hogar.
¡El otro día fue un triunfo lograr arreglar la puerta de mi garaje!
El Señor escuchó mi preocupación.
Y aunque era algo pequeño dentro del panorama general, Él respondió mi oración. ¿Cómo?
A través de un vecino amable, la ayuda del Espíritu, y un video de YouTube, fui bendecida para saber qué hacer para arreglar la puerta.
He sentido Su amor y Su socorro en mis necesidades y preocupaciones personales.
Él me ha proporcionado sanación, sabiduría y fuerza más allá de mis propias capacidades.
Mediante el poder de Su sacrificio expiatorio, amorosamente me ha dado ayuda y bendiciones compensatorias.
Y a menudo, Él envía esa ayuda y ese alivio por medio de las manos de otras personas.
Si el Señor está atento a nuestras pequeñas necesidades, ¡imaginen cuánto desea bendecirnos y sostenernos en los asuntos más profundos del corazón y del alma!
Y no son pocos: relaciones familiares difíciles, pérdida y desilusión, desafíos constantes de salud mental y física, abuso, preocupaciones constantes como madre o como cuidadora de un padre, un hijo o cónyuge descarriado, luchas con la fe personal, dificultades económicas, adicciones.
Nuestro Padre Celestial sabía que necesitaríamos un Salvador para darnos alivio.
Para salvarnos de la muerte física y espiritual, del dolor y del pecado. Y así, envió a Su Hijo Amado.
En Alma leemos:
“Y él saldrá, sufriendo dolores y aflicciones y tentaciones de toda clase; y esto para que se cumpla la palabra que dice que él tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo…, para que sus entrañas se llenen de misericordia… a fin de que sepa, según la carne, cómo socorrer a su pueblo de acuerdo con sus debilidades.” (Alma 7:11–12)
Durante las intensas pruebas y debilidades de la vida, me he “apoyado profundamente y aferrado estrechamente a mi relación de convenio” con Dios.
Al confiar en Su amoroso cuidado y esforzarme por consagrar mi vida a Él, Él me ha brindado alivio a través del poder de Su sacerdocio y ha sido mi Proveedor tanto en mis necesidades espirituales como temporales.
Él me ha dado alivio del miedo, alivio de las inseguridades, alivio del orgullo, alivio del pecado, alivio de la soledad, alivio del dolor.
El presidente Nelson enseñó con claridad y certeza que “la recompensa por guardar los convenios con Dios es el poder celestial: poder que nos fortalece para soportar mejor nuestras pruebas, tentaciones y penas.”
A través de Jesucristo, podemos recibir alivio al no tener que afrontar los desafíos de la vida en soledad.
Mientras reflexionaba sobre “las bendiciones del vínculo de convenio” que tenemos con Dios, pensé en mi asignación reciente en el Área Asia Norte.
Tuve el privilegio de viajar a las pequeñas islas de Chuuk, en Micronesia, a unas 1,500 millas al sureste de Japón.
Chuuk recién había reabierto a los misioneros el pasado noviembre, después de tres años de cierre por la pandemia.
Al llegar, casi se podía sentir un espíritu tangible de pesadez. La pobreza era predominante, junto con la violencia, el dolor y muchas otras dificultades.
Pero en medio de estas circunstancias difíciles, brillaba la luz de la fe: un pequeño grupo de santos que seguían esforzándose por guardar sus convenios.
En una de las islas más pequeñas, sin agua corriente ni electricidad, una hermosa hermana compartió que ha sido miembro por 40 años desde que los misioneros la encontraron.
Ella ora para que algún día su esposo, quien lucha con el alcohol, pueda asistir al templo con ella.
Ella testificó de las bendiciones del matrimonio eterno y del templo.
Esta hermana conoce a su Padre Celestial y, aunque está “sola” en una pequeña isla del mar, sin acceso a todos los mensajes, comunicaciones y materiales que nosotras tenemos, no estaba sola. Dios ha estado con ella. Ella se ha aferrado firmemente a sus convenios con Él. Su relación con Él la ha sostenido y ha sido un consuelo para ella.
Esta es la presidencia de la Sociedad de Socorro en Weno, Chuuk. Dos de estas hermanas han entregado su vida para criar a niños que fueron abandonados por sus padres. Estas dos hermanas sintieron que era importante criar a estos niños en el Evangelio. Una de estas hermanas es soltera y trabaja a tiempo completo como orientadora escolar.
Les compartí el mensaje del presidente Nelson para las hermanas de la Iglesia, que dice que ustedes, hermanas, son “amadas, necesarias y preciosas.”
La hermosa hermana soltera que está criando a sus sobrinos se quebró en lágrimas y dijo que últimamente no se había sentido preciosa, sino olvidada. Pero testificó que sintió el amor y el conocimiento de Dios hacia ella en las palabras del profeta, al declarar que ella sí era “preciosa,” y supo que era verdad. Sintió el amor sanador de Dios; sintió alivio.
El Señor ha dicho: “¿No sabéis que yo, el Señor vuestro Dios, he creado a todos los hombres y que recuerdo a los que están sobre las islas del mar?”
Estas hermanas son conocidas por su Padre Celestial y por su Salvador; no están solas. Y tú y yo tampoco lo estamos en nuestras pruebas y desafíos.
El Señor me envió a más de 13,500 kilómetros en avión, tren, auto y bote para llevar el amor de Dios y Su consuelo a “la una” en las islas del mar. Y así también, Él nos encontrará a ti y a mí en nuestras propias islas personales, donde podamos sentirnos solas con las preocupaciones y cargas que llevamos en el corazón. Él está presente y preparado para bendecirnos, guiarnos y consolarnos.
Nuestro vínculo de convenio con Él es nuestra fortaleza y nuestro gozo. En palabras de Isaías:
“Dios es mi salvación; confiaré y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es Jehová el Señor…”
Hermanas, testifico que Él está consciente de ustedes y conoce su corazón. Él las ama.
En 1 Nefi leemos las palabras del Señor tomadas de Isaías:
- Pero Sion dijo: El Señor me ha desamparado, y mi Señor se ha olvidado de mí.
- ¿Se olvidará la mujer de su niño de pecho, para no compadecerse del hijo de su vientre? Aunque ellas se olvidaran, yo no me olvidaré de ti.
- He aquí que en las palmas de mis manos te tengo grabada; delante de mí están siempre tus muros.
(1 Nefi 21:14–16)
Tus preocupaciones, tus anhelos, tus temores e intereses están continuamente delante de Él.
Él te tiene “grabada en las palmas de Sus manos.”
Nunca hay un momento en que no estés al frente de Su mente ni en lo profundo de Su corazón.
Él te ve. Y vendrá en tu auxilio.
Con Su amor sanador y Su seguridad, consolará tu corazón.
El presidente Gordon B. Hinckley describió una vez la experiencia de una joven madre divorciada “de siete hijos, cuyas edades oscilaban entre los 7 y los 16 años. Ella contó que una noche cruzó la calle para llevarle algo a una vecina.” Estas son sus palabras según las recordó él:
“Al darme vuelta para regresar a casa, pude ver mi casa iluminada.
Escuché los ecos de mis hijos cuando salí por la puerta unos minutos antes.
Decían: ‘Mamá, ¿qué vamos a cenar?’ ‘¿Puedes llevarme a la biblioteca?’ ‘Necesito cartulina esta noche.’
Cansada y agotada, miré esa casa y vi la luz encendida en cada habitación. Pensé en todos esos niños que estaban en casa esperando que yo llegara para satisfacer sus necesidades.
Sentí que mis cargas eran más pesadas de lo que podía soportar.
Recuerdo que, entre lágrimas, levanté la vista al cielo y dije: ‘Querido Padre, esta noche no puedo hacerlo. Estoy demasiado cansada. No puedo afrontarlo. No puedo volver a casa y cuidar sola de todos esos niños. ¿Podría ir contigo y quedarme contigo solo por una noche?…’
No escuché realmente las palabras de respuesta, pero las oí en mi mente.
La respuesta fue: ‘No, hijita, no puedes venir a mí ahora… pero Yo puedo ir a ti.’”
“Yo puedo ir a ti.”
Él fue a ella, y vendrá a ti y a mí, así como el Salvador fue a la mujer junto al pozo, donde ella trabajaba y se afanaba cada día.
Él fue a ella.
La animó, le enseñó, le declaró que Él era el Mesías y la amó, aun cuando quizás ella no se amaba a sí misma.
A la mujer junto al pozo, a la joven madre de siete hijos, a ti y a mí, Jesucristo está listo para brindar consuelo.
Testifico que podemos recibir consuelo mediante nuestro vínculo de convenio con un Dios amoroso.
El presidente Nelson declaró: “Una vez que hacemos un convenio con Dios, dejamos el terreno neutral para siempre. Dios no abandonará Su relación con aquellos que han forjado tal vínculo con Él.”
Estoy tan agradecida de que Él nos ame como lo hace.
Cuando confiamos en Dios, sentiremos Su gran amor y cuidado, y llegaremos a conocerlo de maneras que de otro modo no podríamos.
Hermanas, tal vez, como yo, ustedes hayan suplicado ayuda para no ser dejadas solas durante algunas de las etapas más emocional, física y espiritualmente exigentes de sus vidas.
Estas temporadas intensas de crecimiento han dejado lo que yo llamo “estrías espirituales” en el alma.
Pero testifico que Él me ha llevado en brazos, y también lo hará con ustedes.
Él te tiene grabada en las palmas de Sus manos.
Él ha estado allí mientras tú buscabas “ser justa en la oscuridad.”
Él no me ha desamparado, ni te desamparará a ti.
Y lo amaré por siempre por ello.
Queridas hermanas,
la fuente del amor puro, de la sanación, de la felicidad y del consuelo se encuentra en Jesucristo.
Testifico que Jesucristo es el consuelo.
Esperamos y oramos para que lo que hemos compartido hoy las dirija hacia Él. Que las dirija hacia Su gran amor por ustedes y Su capacidad para socorrerlas mediante sus convenios.
Él desea cuidar de ustedes, bendecirlas y perdonarlas.
Él vino precisamente con ese propósito: para brindarles el consuelo tan necesario que buscan.
Él es el Redentor del mundo, y testifico que Él vive, que Él las ama, y lo hago en Su nombre, incluso Jesucristo. Amén.
“Jesucristo, el Sanador Maestro: Alivio Emocional en Sus Manos”
Hermana J. Anette Dennis
¡Hermanas, las amamos! Estoy muy agradecida de poder estar con ustedes hoy para hablar sobre el consuelo emocional que nuestro Salvador Jesucristo puede brindar.
El presidente Russell M. Nelson dijo:
“Estoy convencido de que nuestro Salvador puede fortalecernos y capacitarnos para alcanzar nuestros momentos más altos y para sobrellevar nuestros momentos más bajos. Como Apóstol ordenado de Jesucristo, las invito a esforzarse por saber por ustedes mismas que Él es el Sanador Maestro.”
(Russell M. Nelson, artículo de opinión, Arizona Republic, 10 de febrero de 2019)
He sido testigo de las maneras amables y delicadas en que el Salvador brinda consuelo, así como de Su poder como el Sanador Maestro, a lo largo de los últimos cinco años del sagrado proceso de sanación de mi hija Sarah.
Sarah comenzó a mostrar señales de ansiedad antes de cumplir dos años.
Pensamos que la ansiedad podría deberse a las pruebas médicas que le hicieron por la condición de reflujo gastrointestinal que sufría desde su nacimiento.
A lo largo de los años, notamos otras cosas, pero simplemente creímos que era una niña muy sensible.
A medida que entraba en la adolescencia, atribuimos su angustia a los cambios hormonales propios de la edad y a su naturaleza altamente sensible.
Debido a esa sensibilidad, siempre estaba muy consciente del dolor ajeno y a menudo buscaba maneras de ayudar a otros a sentirse mejor, pero normalmente sufría su propio dolor en silencio.
A principios de 2018, mientras servíamos en el templo en Ecuador, la angustia de Sarah se volvió tan intensa que llegó a tener pensamientos suicidas.
Fue una época muy oscura para ella, y especialmente difícil para nosotros porque estábamos tan lejos.
La llevaron al hospital, y nosotros volamos a casa por varias semanas para estar con ella.
Consideramos seriamente no regresar, pero en respuesta a nuestras oraciones, el Señor nos dijo que si confiábamos en Él y regresábamos a Ecuador, Él podría ayudar a Sarah mucho más rápidamente que si nos quedábamos.
Una de las cosas más difíciles que hemos hecho fue subir a ese avión y regresar a Ecuador.
Pero como Sarah fue a vivir con nuestro hijo y su esposa, que es enfermera, ella observó cosas en Sarah que no había notado antes y compartió esas observaciones con su madre, quien era profesora de Psicología Avanzada.
Gracias a su formación y conocimiento, tuvo ideas muy importantes que luego condujeron al diagnóstico de una condición de la que mi esposo y yo nunca habíamos oído hablar.
Esa condición hacía que Sarah se sintiera fácilmente rechazada y no amada por los demás.
Con frecuencia eso se manifestaba como un sentimiento de rechazo y abandono por parte de su Padre Celestial, y la certeza que ella sentía de que Él amaba a todas Sus otras hijas menos a ella —según lo evidenciaba, en su mente, la felicidad que las demás tenían en sus vidas y el dolor y sufrimiento en la suya.
Ver su auto-rechazo y odio hacia sí misma fue muy doloroso, y en muchas ocasiones lloré al Señor, suplicándole que quitara su sufrimiento.
Poco después de ese diagnóstico, encontramos una terapia especializada y, tan solo cuatro meses después de haber regresado a Ecuador, el Señor nos dijo que ya era tiempo de volver a casa y caminar junto a Sarah en su trayecto de sanación.
Gracias a la gran bendición de ese diagnóstico temprano, Sarah pudo comenzar a aprender habilidades que le ayudaron a enfrentar los sentimientos abrumadores de angustia y las intensas emociones que esa condición le causaba.
Ha sido un trayecto largo y difícil, pero con el paso de los años, a medida que Sarah aprendía a manejar el dolor emocional y la angustia de manera más saludable, comenzó a ver la mano del Señor en su vida.
Comenzó a sentir el amor de su Padre Celestial y a tener un mayor amor y aceptación por sí misma.
Durante estos últimos cinco años, hemos observado con asombro el poder sanador del Señor en la vida de Sarah, brindándole gradualmente el tan necesitado consuelo emocional.
Durante los momentos más difíciles, hubo versículos de las Escrituras a los que el Señor me dirigió, y que trajeron paz y alivio a mi corazón cada vez que los leía.
Uno de ellos fue 2 Nefi 8:3: “Porque el Señor consolará a Sion” (y yo reemplacé el nombre de Sion con el de Sarah):
“Porque el Señor consolará a Sarah; consolará todos sus lugares desolados; y hará su desierto como Edén, y su soledad como el huerto del Señor. En ella se hallará gozo y alegría, acción de gracias y voz de canto.”
Esta es Sarah el día de su boda en mayo de 2021. Fue una de esas ocasiones sagradas en que su desierto se convirtió en el huerto del Señor.
Recientemente fui invitada a hablar en una conferencia de Servicios para la Familia, y le pedí a Sarah si podía compartir sus sentimientos sobre el papel de Cristo en su proceso continuo de sanación.
Lo que escribió fue tan inspirador. Me encantaría compartirlo todo con ustedes, pero con su permiso, leeré una parte:
“Al mirar hacia atrás en mi proceso de sanación hasta ahora, creo que recién ahora estoy comenzando a comprender mejor cuán presente y activamente involucrado ha estado Jesucristo en mi vida y en mis experiencias de sufrimiento.
“El Salvador ha estado ministrándome personalmente a lo largo de toda mi vida, pero al esperar una manifestación grande y extraordinaria del amor de Dios por mí, no supe ver las señales de Su amor que estaban a mi alrededor.
No fue sino hasta finales del año pasado, cuando estaba tomando una clase del Instituto sobre simbolismo y la Expiación, que la realidad de mi Salvador y Su papel en mi proceso de sanación y en mi vida diaria comenzó a sentirse tangible para mí.
“Mientras hablábamos sobre el Salvador y los símbolos de Su vida y sacrificio, nuestro maestro del Instituto nos llevó al símbolo de la maternidad y a la idea del Salvador como una madre.
Isaías 49:15–16 dice:
‘¿Se olvidará la mujer de su niño de pecho, para no compadecerse del hijo de su vientre? Aunque ellas se olvidaran, yo no me olvidaré de ti.
He aquí que en las palmas de mis manos te tengo grabada…’
“Al salir de esa clase, la realidad del papel de mi Salvador en mi vida diaria comenzó a calar en mí como nunca antes lo había hecho.
‘Oh, entonces mi Salvador es como mi mamá’, pensé. Él es mi defensor, mi abogado, mi terapeuta, mi consolador, mi maestro, y de muchas maneras, mi Sanador.
[Desde que comprendí esto], he comenzado a sentir que puedo avanzar en mi vida con más confianza… y he mirado hacia mi pasado con una nueva gratitud.
“En todos mis días de sufrimiento, mi Salvador había estado justo a mi lado, ministrándome a través de las personas que me amaban.
Él estaba allí a través de mi madre, que lloraba conmigo cuando ninguna de las dos sabía qué hacer o qué intentar después, y cuando necesitaba sentirme protegida bajo el ala del amor de un padre.
“Él estaba allí a través de mi maestra de la Primaria, quien pasaba tiempo adicional conmigo, respondiendo mis preguntas y conversando conmigo como a una igual.
“Él estaba allí a través de mi consejera escolar que, aunque no era una profesional de salud mental, me permitía pasar horas en su oficina cuando estaba en secundaria, llorando, teniendo a veces ataques de pánico, y haciendo tareas lejos de los demás.
“Él estaba allí a través de mi amiga y los padres de mi amiga, que vinieron a visitarme y ministrarme antes de que me internaran por primera vez en el hospital, y en el momento en que abandoné la universidad porque era demasiado para mí.”
“Él estuvo allí a través de mi profesor de matemáticas de la universidad, quien me llamó para decirme que había notado que no había asistido a clase, y que le hiciera saber si necesitaba algo o si podía ayudarme. Me dijo que estaba dispuesto a trabajar conmigo y a ayudarme a ponerme al día.
“Él estuvo allí a través de mi terapeuta y mi psicóloga, quienes me enseñaron y compartieron verdades conmigo que pusieron en marcha el proceso para que me fuera posible comprender que [Cristo] podía amar a alguien tan defectuosa, tan imperfecta y pequeña como yo era.
“La verdad de mi Salvador, hecha tangible a través de la imagen y el símbolo de mi propia madre y de otras personas en mi vida, me ha aclarado cómo debo actuar ‘en relación con mi Salvador’ en el día a día.
“Ahora comprendo que conocer y tener una relación con Jesucristo es saber que estoy segura para ir y hacer lo que Él me pida.
Conocer a mi Salvador es saber que la ayuda siempre llegará.
Conocer a mi Salvador es saber que puedo mantenerme erguida y estar confiada en cualquier lugar donde me encuentre, cuando soy verdaderamente arrepentida y mi corazón es puro.
Conocer a mi Salvador es saber y refugiarme en el conocimiento de que Él puede ver mi corazón y mi progreso, aun cuando nadie más lo pueda ver.
Conocer a mi Salvador significa que no tengo que sentir vergüenza por los errores y debilidades de mi pasado, ni esconderme en las sombras del juicio ajeno.
Conocer a mi Salvador es saber que no estoy ni estaré jamás sola.
“Cristo es la personificación de la renovación y el renacimiento, y sin importar cuán rota o desgastada me sienta por ser golpeada en el pulidor de rocas de la vida, a través de Él puedo renacer y volver a ser nueva —y así ha sido.
Él ha estado conmigo en cada paso del camino, y al entender primero que Cristo es como una madre, ahora sé que Él está en cada cosa buena que llega a mi vida y en cada buena persona que extiende una mano de ayuda.
Él está a nuestro alrededor. Aunque ninguno de nosotros es el Salvador, todos podemos participar en la obra de salvación.
“Conozco a mi Salvador porque conozco a mi madre…
…y espero que un día, mis hijos y otras personas lleguen a conocer a Dios y a nuestro Salvador Jesucristo porque me conocieron a mí y a otros que eligieron ‘tomar Su cruz’, como lo prometimos en nuestros convenios, y ser reflejos de Su luz.”
Hermanas, Jesucristo es el Sanador Maestro y nuestra mayor fuente de consuelo.
Sarah ha avanzado tanto gracias al poder sanador del Salvador y Su Expiación, así como a Su obra mediante otras personas para brindar consuelo.
¡Qué bendición es que podamos ser compañeras del Sanador Maestro para ayudar a llevar alivio emocional, espiritual y físico a quienes nos rodean!
El élder Dieter F. Uchtdorf dijo:
“El Salvador es el hacedor de milagros. Él es el gran Sanador. Él es nuestro ejemplo, nuestra luz, incluso en los momentos más oscuros.”
(“Cuatro títulos”, Liahona, mayo de 2013)
El élder Neil L. Andersen enseñó:
“El Salvador es nuestro Buen Samaritano, enviado ‘a sanar a los quebrantados de corazón’. Él viene a nosotros cuando otros nos pasan de largo. Con compasión, coloca Su bálsamo sanador en nuestras heridas y las venda. Nos lleva en brazos. Cuida de nosotros. Nos invita: ‘Venid a mí… y yo os sanaré’.”
(“Heridos”, Liahona, noviembre de 2018)
Me encanta leer el libro de Isaías. Algunas de las palabras más hermosas y sanadoras sobre el Salvador se encuentran en Isaías.
Me gustaría terminar esta noche con algunas de esas palabras que, con frecuencia, me han brindado el consuelo espiritual y emocional que tanto he necesitado:
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo… y si por los ríos, no te anegarán; cuando pases por el fuego, no te quemarás… Porque yo soy Jehová tu Dios… tu Salvador… Porque fuiste de gran estima a mis ojos…”
(Isaías 43:2–5)
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.”
(Isaías 41:10)
“¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno… da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas?…
…Los que esperan a Jehová… levantarán alas como las águilas.”
(Isaías 40:28–31)
“…[Él ha venido] para consolar a todos los que lloran… para darles gloria en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado…”
(Isaías 61:2–3)
Doy testimonio, por mi propia experiencia personal, de que Jesucristo es nuestra fuente suprema de consuelo. Él nos conoce íntimamente a cada uno, nos ama profundamente y desea formar parte de nuestras vidas y bendecirnos con el alivio divino que tan desesperadamente necesitamos.
Testifico de Su poder y capacidad para fortalecernos y darnos ese alivio necesario en Su propio tiempo y a Su manera, que serán el momento y la forma precisos que Él sabe que son mejores para cada uno de nosotros mientras atravesamos esta experiencia de aprendizaje y crecimiento en la mortalidad que nos permitirá llegar a ser como Él y regresar al hogar con nuestros Padres Celestiales.
Testifico que Él vive. Él es el Sanador Maestro. Jesucristo es consuelo. En el nombre de Jesucristo. Amén.
“Ser el Consuelo del Salvador: Una Llamada a Ministrar con Amor”
Presidenta Camille N. Johnson
Mis consejeras han testificado de maneras significativas en que el Salvador ofrece consuelo.
La hermana Yee nos recordó que Él brinda consuelo a través de nuestros convenios al nunca dejarnos solas.
Está dispuesto a estar a nuestro lado, levantándonos y ayudándonos tanto en las cosas grandes como en las pequeñas.
Ofrece consuelo espiritual mediante Su íntima Expiación.
La hermana Dennis enseñó que Él es el Sanador Maestro, que puede aligerar las cargas de nuestras dolencias físicas y emocionales.
En el caso de su hija Sarah, el consuelo que Él brindó —a veces por medio de otras personas— fue tanto espiritual como temporal.
Quiero ampliar el tema del consuelo temporal que el Salvador nos ofrece —y ofrece a través de nosotros.
El servicio, el proporcionar consuelo temporal, cambia nuestra naturaleza y nos prepara para el templo.
La Sociedad de Socorro fue organizada para ayudar a preparar a un pueblo para el templo, tanto espiritual como temporalmente.
Las mujeres, las santas de Nauvoo, vieron las necesidades temporales de quienes trabajaban en la construcción del templo y organizaron esfuerzos para ayudar.
Fieles a nuestro encargo original, hoy, en 2023, seguimos atendiendo las necesidades temporales de los hijos de Dios en todo el mundo.
Recientemente tuve la oportunidad de viajar al extremo noreste de Uganda, una zona conocida como Karamoja.
Es parte del Cuerno de África, que ha sido azotado por años de sequía.
Allí, las mujeres construyen sus hogares con estiércol y barro.
Cada día, caminan hasta un pozo —normalmente unos treinta minutos de ida y otros tantos de vuelta— para llevar toda el agua que su familia necesitará durante el día.
También están constantemente recolectando leña y carbón vegetal.
Atienden gallinas, si tienen la suerte de tenerlas.
Las mujeres dan a luz, amamantan, y —día tras día— trabajan para encontrar o intercambiar alimentos para alimentar a sus familias.
El trabajo necesario para sobrevivir un día más allí es monumental.
Era la primera vez que veía personalmente condiciones físicas tan extremas.
Y sin embargo, sentí esperanza.
El consuelo temporal que llevamos en el nombre de la Iglesia del Salvador trajo esperanza a los hijos más vulnerables de nuestro Padre Celestial.
Me sentí profundamente orgullosa de representarlas a todas ustedes, ya que la Iglesia ha formado una alianza con UNICEF para proporcionar asistencia, educación, alimentos y alimentos terapéuticos listos para el consumo (RUTF) para niños con desnutrición severa.
Gran parte de la instrucción y ayuda ocurrió bajo un árbol, donde las mujeres se reunían para aprender qué comer durante el embarazo, cómo detectar la desnutrición infantil y cómo preparar alimentos nutritivos de manera segura.
Fueron evaluadas para detectar malaria y recibieron mosquiteros.
¡Y les encantó estar juntas!
A través de un sistema muy parecido al ministrar, luego las mujeres compartieron lo aprendido con otras.
En Karamoja tuve la oportunidad no solo de mirar a las personas, sino de mirar profundamente a los ojos de las mujeres y de sus hijos.
Fue entonces cuando tuve una de las manifestaciones más profundas del amor que nuestro Padre Celestial y el Salvador tienen por ellos —por cada uno de ellos— y por cada uno de nosotros.
El rebaño del Buen Pastor es conocido y contado. Él conoce a Sus hijos incluso en un rincón remoto de Uganda.
Espero que esas mujeres y niños hayan sentido el amor de Dios.
Bailamos y cantamos juntas, y por medio de un intérprete tuve la oportunidad de hablar con ellas.
“Seguramente se preguntan por qué estamos aquí”, les dije. “Estamos aquí y queremos ayudar porque ustedes son nuestras hermanas y hermanos. Todos somos hijos de un amoroso Padre Celestial”, a lo cual todas aclamaron con alegría.
Hermanas, es tanto una bendición como una responsabilidad de convenio el brindar consuelo temporal a nuestras hermanas y hermanos en todo el mundo.
Mis consejeras y yo tenemos el privilegio de trabajar con el Obispado Presidente en la atención de las necesidades de bienestar de nuestros miembros y de la comunidad mundial.
Formamos parte del Comité Ejecutivo de Bienestar y Autosuficiencia, que supervisa miles de proyectos de bienestar cada año.
Como se refleja en el Informe Anual recientemente publicado del año 2022, la Iglesia patrocinó 3,692 proyectos humanitarios en 190 países, con gastos que superaron los mil millones de dólares.
Los miembros de la Iglesia y nuestros amigos donaron 6.3 millones de horas de trabajo voluntario.
Hermanas, sus horas y sus donaciones están representadas en esas cifras impresionantes. ¡Gracias!
El esfuerzo global del cual formamos parte es una ocasión extraordinaria, un llamado urgente —¡tal como Emma lo anticipó!
Hay legiones que lloran, muchos que necesitan consuelo, incontables que están débiles, “manos caídas y rodillas debilitadas.”
La necesidad es significativa, y testifico que es importante.
El Pastor confía en nosotras para atender las necesidades de Sus ovejas.
Así como los cuidadores del “paralítico que lo llevaron al Salvador”, es importante que seamos el conducto mediante el cual el Salvador brinda consuelo temporal en nuestras propias comunidades.
Fue un privilegio y una bendición alimentar a niños hambrientos en África.
Y hay niños desnutridos aquí mismo.
Aquí hay inseguridad habitacional, inseguridad alimentaria, angustia emocional, dolor, duelo, falta de educación y desilusión —aquí, en nuestros propios vecindarios.
A veces pienso que es más fácil brindar consuelo temporal a personas que no conocemos.
¿Preferimos enviar alimentos a África o zapatos a un orfanato en Perú —imaginando en nuestras mentes cuán alegremente serán recibidas nuestras donaciones?
Esos son esfuerzos nobles, y pueden y deben llevarse a cabo mediante nuestras donaciones humanitarias a la Iglesia.
Pero hermanas, ¿qué hay de la señora antipática que vive a la vuelta de la esquina?
¿Necesita consuelo?
Tal vez el mejor alcance humanitario sea extender la mano más allá de la cerca… o cruzar la calle.
A menudo escuchamos las frases: “levanta donde te encuentras” o “florece donde has sido plantado.”
Lo que eso significa es que Dios te pone en una posición para ser un conducto mediante el cual Él brinda consuelo —si estás dispuesta.
Y cuando brindas consuelo a los demás, testifico que hallarás la fuente del consuelo.
Encontrarás a Jesucristo.
Hermanas, es nuestra bendición de convenio asociarnos con Jesucristo para brindar consuelo —tanto temporal como espiritual— a todos los hijos de Dios.
Comprometámonos a ser el conducto mediante el cual Él brinda ese consuelo.
Sé que, al hacerlo, encontraremos Su consuelo de manera personal, y seremos bendecidas con la tranquila seguridad de que nunca estamos solas.
En el nombre de Jesucristo. Amén.



























