Como un niño pequeño

“Como un niño pequeño”
Por el presidente Jeffrey R. Holland
Conferencia General Abril 2025

Resumen: Jeffrey R. Holland reflexiona sobre las virtudes de los niños y cómo podemos aprender de su humildad, pureza, confianza y amor. Comienza con un relato sobre Jesús, quien, al observar una discusión entre los apóstoles sobre quién sería el mayor, llamó a un niño y les enseñó que «si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». Jesús destacó que la humildad, la sumisión y el amor que caracterizan a los niños son esenciales para ser grandes en el Reino de los Cielos.

El presidente Holland también reflexiona sobre cómo, aunque algunos comportamientos infantiles no son positivos, las virtudes de los niños, como su pureza y su capacidad para amar y perdonar rápidamente, son un ejemplo para todos. Menciona la importancia de aprender a ser humildes y cómo Jesús valoraba la sinceridad y la pureza de corazón.

Luego, el presidente Holland relata una historia conmovedora sobre un joven llamado Easton Darrin Jolley, quien, a pesar de padecer una enfermedad devastadora, cumplió con valentía su responsabilidad de repartir la Santa Cena por primera vez. A través de su esfuerzo y fe, Easton mostró una lección profunda de lealtad, fe, pureza y amor.

El presidente concluye testificando que los bebés, niños y jóvenes son imágenes del Reino de Dios, reflejando Su fuerza y belleza en la tierra. También da su testimonio sobre la restauración del Evangelio y la importancia del sacerdocio y la oración en su vida, afirmando que todo lo que ha mencionado es verdadero en el nombre de Jesucristo.

Este discurso nos invita a reflexionar sobre cómo, a medida que crecemos, podemos perder algunas de las virtudes que caracterizan a los niños, como su pureza, confianza y amor incondicional. Jesús nos enseña que debemos volvernos como niños en nuestra humildad y fe para ser grandes en Su reino. La historia de Easton Jolley es un recordatorio inspirador de cómo, incluso en medio de las dificultades y los desafíos, la fe, la lealtad y el amor pueden guiarnos a ser mejores discípulos de Cristo. Al aprender de los niños y seguir el ejemplo de Jesús, podemos cultivar esas virtudes y acercarnos más a Dios, confiando en Su amor y en Su plan para nosotros.

Palabras Claves:  Humildad, Pureza, Fe, Ejemplo, Confianza


“Como un niño pequeño”

Por el presidente Jeffrey R. Holland
Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles

Testifico que los bebés, los niños y los jóvenes son imágenes del Reino de Dios floreciendo en la tierra en toda su fuerza y belleza.


 

Jesús comenzó el último año de Su vida terrenal intensificando la capacitación de Sus apóstoles. Si Su mensaje y Su Iglesia habrían de continuar, era necesario enseñar de una manera profunda a doce hombres comunes y corrientes que lo habían conocido desde hacía apenas veinticuatro meses.

Un día, Jesús presenció una discusión entre los Doce y luego preguntó: “¿Qué discutíais entre vosotros?”. Aparentemente avergonzados, “ellos callaron”, dice el relato. Pero el más grande de todos los maestros percibió los pensamientos del corazón de ellos y sintió el primer atisbo de orgullo personal, por lo que “llam[ó] […] a un niño, […]

“y dijo: De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos”.

Cabe señalar que, aun antes del nacimiento de Cristo, el sermón de despedida del rey Benjamín incluyó este profundo comentario sobre la humildad de los niños, que dice: “El hombre natural es enemigo de Dios, […] y lo será para siempre jamás, a menos que […] se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso […], humilde […], lleno de amor […], tal como un niño [responde] a su padre”.

Ahora bien, es evidente que hay algunas tendencias infantiles que no fomentamos. Hace veinticinco años, mi nieto, que en ese entonces tenía tres años, le mordió el brazo a su hermana, de cinco años. Mi yerno, que estaba cuidando a los niños aquella noche, frenéticamente enseñó a su hija todas las lecciones sobre el perdón que se le ocurrieron, llegando a la conclusión de que su hermanito ni siquiera sabía lo que se sentía recibir un mordisco en el brazo. Ese comentario paternal mal planeado funcionó durante aproximadamente un minuto, o quizás un minuto y medio, hasta que se oyó un grito estridente desde la habitación de los niños, donde mi nieta dijo con tranquilidad: “¡Ahora sí lo sabe!”.

Entonces, ¿qué es lo que debemos ver en las virtudes de los niños? ¿Qué fue lo que hizo que Cristo mismo derramara lágrimas en la escena más tierna de todo el Libro de Mormón? ¿Qué estaba enseñando Jesús cuando hizo descender fuego celestial y ángeles protectores para que rodearan a esos niños, mandando a los adultos que “mira[ran] a [sus] pequeñitos”?

Desconocemos lo que motivó todo eso, pero tengo que pensar que tuvo que ver con su pureza e inocencia, su humildad innata y lo que eso podía traer a nuestra vida si la conservamos.

¿Por qué son nuestros días de desesperanza catalogados como “vanidad de vanidades”? ¿Cómo es que “las vanas ilusiones y el orgullo de los hijos de los hombres” son las palabras que caracterizan al edificio grande y espacioso tan espiritualmente muerto de la visión de Lehi? ¿Y los zoramitas, ese grupo que oraba de manera tan egoísta? De ellos, Alma dijo: “¡Oh Dios!, [oran a ti] con su boca a la vez que se han engreído […] con las vanidades del mundo”.

En contraste, ¿hay algo más dulce, más puro o más humilde que un niño orando? Es como si el cielo estuviera en la habitación. Dios y Cristo son reales, pero más adelante, para algunos, esa experiencia puede volverse más superficial.

Como citó el élder Richard L. Evans hace unos sesenta años: “Muchos de nosotros profesamos ser cristianos, sin embargo […] no lo tomamos a Él en serio. […] Lo respetamos, pero no lo seguimos […]. Citamos Sus máximas, pero no las vivimos”. “Lo admiramos, pero no lo adoramos”.

Qué diferente sería la vida si el mundo estimara a Jesús por encima del hecho de usar de cuando en cuando Su nombre de manera profana.

Pero los niños realmente lo aman y ese amor puede extenderse hacia sus otras relaciones en el patio de juego de la vida. Como regla, aun en los años más tiernos de su vida, los niños aman con mucha facilidad, ellos perdonan con rapidez y se ríen con tanto deleite que incluso el corazón más frío y duro se puede derretir.

Pues bien, la lista continúa. ¿Pureza? ¿Confianza? ¿Valor? ¿Carácter?

Vengan conmigo a ver la humildad ante Dios, demostrada por un joven y muy querido amigo mío.

El 5 de enero de 2025, hace noventa y un días, a Easton Darrin Jolley se le confirió el Sacerdocio Aarónico y fue ordenado diácono de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Easton había anhelado repartir la Santa Cena del Señor desde que tenía memoria; pero esa oportunidad sagrada iba acompañada del temor angustioso de fracasar, de caerse, de que se burlaran de él o de que él avergonzara a su familia o a sí mismo.

Verán, Easton padece una enfermedad rara y muy destructiva, la distrofia muscular congénita de Ullrich, que progresivamente ha llenado su joven vida de desafíos tremendos mientras destroza sus esperanzas y sueños para el futuro. Pronto estará en una silla de ruedas de forma permanente. Su familia no habla de lo que le espera después de eso.

El domingo siguiente a su ordenación, Easton repartiría la Santa Cena por primera vez y su motivación privada era poder presentarse a sí mismo con esos emblemas sagrados a su padre, que era el obispo del barrio. Anticipándose a esa tarea, había rogado y suplicado, llorado y rogado, obteniendo la garantía de que nadie, nadie, trataría de ayudarlo. Por muchas razones, privadas para él, necesitaba hacer esto solo y sin ayuda.

Después de que el presbítero hubo partido y bendecido el pan —un emblema que representaba el cuerpo quebrantado de Cristo—, Easton, con su cuerpo quebrantado, fue cojeando para recibir su bandeja. Sin embargo, había tres escalones considerables desde el piso del centro de reuniones hasta el estrado elevado. Así que, tras recibir su bandeja, se estiró lo más alto que pudo y colocó la bandeja en la superficie sobre la barandilla. A continuación, se sentó en uno de los escalones más altos y, con ambas manos, subió la pierna derecha hasta el primer escalón. Luego, tiró de su pierna izquierda hasta el mismo escalón, y así sucesivamente hasta que, con mucho trabajo, llegó a la cima de su monte Everest personal de tres escalones.

Entonces maniobró hasta un poste estructural mediante el cual pudo trepar hasta ponerse de pie y se encaminó de nuevo hacia la bandeja. Unos pasos más y se detuvo frente al obispo, su padre, quien con lágrimas empapándole los ojos y corriéndole por el rostro, tuvo que contenerse de abrazar a este hijo perfectamente valiente y fiel. Easton, con alivio y una amplia sonrisa en su rostro, bien podría haber dicho: “He glorificado [a mi padre y] he acabado la obra que me [dio] que hiciese”.

Fe, lealtad, pureza, confianza, honor y, en definitiva, amor por ese padre al que tanto deseaba complacer. Estas y una docena de otras cualidades nos hacen decir también a nosotros: “Cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos”.

Hermanas, hermanos y amigos, en la cabecera de la lista de las imágenes más bellas que conozco están los bebés, los niños y los jóvenes tan rectos e invaluables como aquellos a los que nos hemos referido hoy. Testifico que ellos son imágenes del Reino de Dios floreciendo en la tierra en toda su fuerza y belleza.

Con ese mismo espíritu de testimonio, testifico que, en su juventud, José Smith vio lo que él dijo que vio y conversó con quienes él dijo que habló. Testifico que un humilde y puro Russell M. Nelson es el profeta y vidente ordenado y dotado de Dios. Habiendo leído muchísimo toda mi vida, doy testimonio de que el Libro de Mormón es el libro más gratificante que he leído y que en verdad es la piedra clave de mi pequeña morada en un reino de muchas mansiones. Doy mi testimonio que el sacerdocio y la oración están restaurando mi vida—el sacerdocio de Cristo y las oraciones de ustedes. Sé que todo esto es verdad y doy testimonio de ello en el nombre del más leal y humilde de todos los hijos de Dios: el Alfa y la Omega, el Gran Yo Soy, el Crucificado, el “testigo fiel”, sí, el Señor Jesucristo. Amén.

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