Ayudas divinas para la vida terrenal

Ayudas divinas para la vida terrenal
Por el presidente Dallin H. Oaks
Conferencia General Abril 2025

Resumen: En su discurso el presidente Dallin H. Oaks explica cómo el plan de salvación de Dios ofrece diversas ayudas para guiarnos durante nuestra vida terrenal, con el fin de ayudarnos a regresar a Su presencia. Comienza describiendo el propósito de la vida mortal, que es el resultado de un plan divino en el que somos probados y podemos progresar. Una de las ayudas más importantes que Dios ha dispuesto es la Expiación de Jesucristo, que nos permite recibir perdón y superar los efectos del pecado. Además, el presidente Oaks destaca otras ayudas divinas, como la Luz o Espíritu de Cristo, que nos ayuda a discernir entre el bien y el mal; las Escrituras, que nos guían a través de los mandamientos y convenios; y el don del Espíritu Santo, que actúa como guía y consuelo en nuestra vida diaria. Finalmente, el presidente Oaks hace un llamado a confiar en Dios y a aprovechar estas ayudas divinas, especialmente la Expiación, para caminar por la senda que nos llevará de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial.

Este discurso nos invita a reflexionar sobre las muchas ayudas divinas que tenemos a nuestra disposición para navegar nuestra vida terrenal. La Expiación de Jesucristo es el pilar fundamental de este plan, proporcionando no solo la salvación del pecado, sino también el poder de sanación y consuelo en momentos de prueba. Además, el Espíritu de Cristo, las Escrituras y el Espíritu Santo son herramientas que podemos utilizar diariamente para mantenernos en el camino correcto. La clave está en buscar estas ayudas con humildad, fe y disposición para actuar de acuerdo con las enseñanzas del Señor. La preparación y el arrepentimiento continuos, así como el uso regular de los convenios, nos acercan más a Dios y nos dan el gozo que proviene de seguir Su plan divino. Este mensaje resalta la importancia de mantenernos firmes en nuestro compromiso con el Señor, confiando en Su amor y en las ayudas que nos proporciona para regresar a Él.

Palabras clave: Expiación, Espíritu Santo, Discernimiento, Convenios, Preparación espiritual


Ayudas divinas para la vida terrenal

Por el presidente Dallin H. Oaks
Primer Consejero de la Primera Presidencia

El plan de nuestro Padre Celestial ofrece ayudas para guiarnos a lo largo de nuestro trayecto terrenal.


I.

El Señor reveló algunas cosas por medio del profeta José Smith acerca de nuestra vida preterrenal. Allí existimos como hijos de Dios procreados como espíritus. Debido a que Él deseaba ayudar a Sus hijos a progresar, dispuso la creación de una tierra en la que pudiéramos recibir un cuerpo, aprender mediante la experiencia, desarrollar atributos divinos y ser probados para ver si guardaríamos Sus mandamientos. A quienes fueran hallados dignos les “ser[ía] aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás” (Abraham 3:26).

A fin de establecer las condiciones de ese plan divino, Dios escogió a Su Hijo Unigénito para que fuera nuestro Salvador. Lucifer, cuya alternativa sugerida habría destruido el albedrío del hombre, se convirtió en Satanás y fue “echado abajo”. Desterrado a la tierra y privado del privilegio de la vida terrenal, a Satanás se le permitió “engañar y cegar a los hombres y llevarlos cautivos según la voluntad de él, sí, a cuantos no quieran escuchar [la] voz [de Dios]” (Moisés 4:4).

Una parte esencial del gran plan de Dios para el crecimiento de Sus hijos en la tierra era que experimentaran “oposición en todas las cosas”(2 Nefi 2:11). Así como nuestros músculos físicos no pueden desarrollarse ni mantenerse sin ofrecer resistencia contra la ley de la gravedad, el crecimiento en esta vida mortal requiere que nos enfrentemos a las tentaciones de Satanás y a otras formas de oposición en la tierra. Lo más importante para el progreso espiritual es el requisito de escoger entre el bien y el mal. Quienes elijan el bien progresarán hacia su destino eterno; aquellos que escojan el mal —como todos lo haremos en las diversas tentaciones de la vida terrenal— necesitarán una ayuda salvadora, la cual un Dios amoroso tuvo a bien proporcionar.

II.

Con mucho, la ayuda terrenal más poderosa que Dios ha dispuesto fue la provisión de un Salvador, Jesucristo, que sufriría para pagar el precio y proporcionar el perdón de los pecados de los que nos arrepintamos. Esa misericordiosa y gloriosa Expiación explica por qué la fe en el Señor Jesucristo es el primer principio del Evangelio. Su Expiación “lleva a efecto la resurrección de los muertos” (Alma 42:23) y “[expía] los pecados del mundo” (Alma 34:8), borrando todos aquellos de los que nos arrepintamos y dando poder a nuestro Salvador para socorrernos en nuestras dolencias terrenales.

Más allá de que los pecados cometidos sean borrados y perdonados, el plan de un Padre Celestial amoroso proporciona muchos otros dones para protegernos, incluso para protegernos de pecar en primer lugar. Nuestra vida terrenal siempre comienza con un padre y una madre. Lo ideal es que ambos estén presentes, aportando diferentes dones para guiar nuestro crecimiento. De lo contrario, su ausencia es parte de la oposición que debemos vencer.

III.

El plan de nuestro Padre Celestial ofrece otras ayudas para guiarnos a lo largo de nuestro trayecto terrenal. Hablaré de cuatro de ellas. Por favor, no pretendo limitarlo a cuatro, porque estas ayudas se superponen. Además, hay otras protecciones misericordiosas que se suman a estas.

La primera de la que quiero hablar es la Luz o Espíritu de Cristo. En su gran enseñanza en el libro de Moroni, el propio Moroni cita a su padre: “A todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal” (Moroni 7:16). Leemos esta misma enseñanza en las revelaciones modernas:

“Y el Espíritu da luz a todo hombre que viene al mundo; y el Espíritu ilumina a todo hombre en el mundo que escucha la voz del Espíritu” (Doctrina y Convenios 84:46).

Y también: “Porque se envía mi Espíritu al mundo para iluminar a los humildes y contritos, y para la condenación de los impíos” (Doctrina y Convenios 136:33).

El presidente Joseph Fielding Smith explicó estos pasajes de las Escrituras: “El Señor no ha dejado a los hombres (cuando nacen en este mundo) desamparados, buscando a tientas la luz y la verdad, sino que cada uno […] nace con el derecho de recibir la guía, la instrucción, el consejo del Espíritu de Cristo o Luz de la Verdad”.

La segunda de las grandes ayudas que el Señor nos ha proporcionado para ayudarnos a elegir lo correcto es un conjunto de instrucciones interrelacionadas contenidas en las Escrituras como parte del Plan de Salvación (plan de felicidad). Estas instrucciones son los mandamientos, las ordenanzas y los convenios.

Los mandamientos definen la senda que nuestro Padre Celestial ha trazado para que progresemos hacia la vida eterna. Las personas que perciben los mandamientos como la forma en que Dios decide a quién castigar, no logran entender el propósito de Su amoroso plan de felicidad. En esa senda, podemos gradualmente lograr la relación necesaria con nuestro Salvador y nos hacemos merecedores de un mayor grado de Su poder para ayudarnos en nuestro camino hacia el destino que Él desea para todos nosotros. Nuestro Padre Celestial desea que todos Sus hijos regresen al Reino Celestial, donde moran Él y nuestro Salvador, y que tengan la clase de vida de quienes residen en esa gloria celestial.

Las ordenanzas y los convenios son parte de la ley que define la senda hacia la vida eterna. Las ordenanzas, y los convenios sagrados que hacemos con Dios por medio de ellas, son pasos necesarios y barandas esenciales a lo largo de esa senda. Me gusta pensar que la función de los convenios es demostrar que, en el plan de Dios, Sus bendiciones más elevadas se otorgan a aquellos que prometen por adelantado guardar ciertos mandamientos y que cumplen dichas promesas.

Las manifestaciones del Espíritu Santo son otras ayudas que Dios nos da para tomar decisiones correctas. El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad. Su función, definida en las Escrituras, es testificar del Padre y del Hijo, enseñarnos, recordarnos todas las cosas y guiarnos a toda verdad. Las Escrituras incluyen muchas descripciones de las manifestaciones del Espíritu Santo, tales como un testimonio espiritual en respuesta a una consulta sobre la veracidad del Libro de Mormón. Una manifestación no debe confundirse con el don del Espíritu Santo, el cual se confiere después del bautismo.

El don del Espíritu Santo es una de las ayudas más significativas de Dios para Sus hijos fieles. La importancia de este don es evidente en el hecho de que se confiere formalmente después del arrepentimiento y del bautismo en el agua, “y entonces [las Escrituras explican] viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo” (2 Nefi 31:17). Las personas que reciben esta remisión de pecados. y que luego renuevan con regularidad su purificación mediante el arrepentimiento diario y viviendo de acuerdo con los convenios que hacen por medio de la ordenanza de la Santa Cena, se hacen merecedoras de la promesa de que “siempre puedan tener […] consigo” el Espíritu Santo, el Espíritu del Señor (Doctrina y Convenios 20:77).

Así, el presidente Joseph F. Smith enseñó que la función del Espíritu Santo es: “Iluminar la mente de las personas con respecto a las cosas de Dios, convencerlas en el momento de su conversión de que han hecho la voluntad del Padre y ser en ellas un perdurable testimonio como compañero a través de la vida, actuando como la guía segura e infalible hacia toda verdad y llenándolas día tras día de regocijo y alegría, con la disposición de hacer el bien a todos los hombres, de sufrir el mal antes que hacer el mal, de ser bondadosas y misericordiosas, de ser sufridas y caritativas. Todos los que poseen este don inestimable, esta perla de gran precio, tienen una constante sed de rectitud. Sin la ayuda del Santo Espíritu”, concluyó el presidente Smith, “ningún ser mortal puede caminar por el camino estrecho y angosto”.

IV.

Con tantas ayudas poderosas para guiarnos en nuestro trayecto terrenal, es decepcionante que tantas personas sigan sin estar preparadas para el encuentro señalado con nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo. Su parábola de las diez vírgenes, de la que se habla con tanta frecuencia en esta conferencia, sugiere que de las personas invitadas a reunirse con Él, solo la mitad estará preparada.

Todos conocemos ejemplos de los que no están preparados: exmisioneros que han interrumpido su crecimiento espiritual con períodos de inactividad, jóvenes que han puesto en peligro su crecimiento espiritual al separarse por sí mismos de las actividades y enseñanzas de la Iglesia, hombres que han pospuesto su ordenación al Sacerdocio de Melquisedec, hombres y mujeres —a veces la posteridad de pioneros nobles o padres dignos— que se han apartado de la senda de los convenios antes de hacer y guardar convenios en el santo templo.

Muchas de esas desviaciones se producen cuando los miembros no siguen el plan fundamental de mantenimiento espiritual que incluye la oración personal, el estudio regular de las Escrituras y el arrepentimiento frecuente. En cambio, algunos descuidan la renovación semanal de los convenios al no tomar la Santa Cena. También hay quienes afirman que la Iglesia no está satisfaciendo sus necesidades, aquellos anteponen lo que ellos perciben como sus necesidades futuras a lo que el Señor ya ha proporcionado mediante Sus muchas enseñanzas y oportunidades para nuestro servicio esencial a los demás.

La humildad y la confianza en el Señor son los remedios para tales desviaciones. Tal como se enseña en el Libro de Mormón, el Señor “bendice y hace prosperar a aquellos que en él ponen su confianza” (Helamán 12:1). Confiar en el Señor es una necesidad particular de todos los que erróneamente comparan los mandamientos de Dios y las enseñanzas de Sus profetas con los descubrimientos más recientes y la sabiduría del hombre.

He hablado de las muchas ayudas terrenales que nuestro amoroso Padre Celestial ha dado para ayudar a Sus hijos a regresar a Él. Nuestra parte en este plan divino consiste en confiar en Dios y buscar y utilizar estas ayudas divinas, sobre todo la Expiación de Su Hijo amado, nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo. Ruego que enseñemos y vivamos estos principios; en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario